viernes, junio 10, 2011

¿Cómo construimos hoy una candidatura?

¿Cómo construimos hoy una candidatura? Casi como en el dorado autoritarismo

Nuestra excesiva y absurda regulación que dizque hace posible la equidad, es sólo una burda caricatura.

Ángel Verdugo

Una de las mejores cosas que pudo habernos pasado este año, es vivir el proceso —un tanto bizarro a la vez que primitivo, por decir lo menos—, que sigue cada partido para construir la candidatura a la Presidencia del que será, dicen, el triunfador en 2012.

La ventaja de coincidir cada 12 años con Estados Unidos en la construcción de la candidatura presidencial, es una oportunidad de oro para comparar nuestro primitivismo político —pretendidamente regulado por una autoridad que ante la realidad del poder, sólo parece servir para que los partidos se la pasen por el respectivo Arco del Triunfo cada uno de ellos— con las formas de una democracia consolidada.

Nuestra excesiva y absurda regulación que dizque hace posible la equidad, es sólo una burda caricatura frente a un cuadro de excelente manufactura. Aquí, aquélla palidece ante un conjunto de reglas simples que los actores —por convicción democrática—, respetan. No hay, en Estados Unidos por ejemplo, la necesidad de decirle a partidos y aspirantes qué no deben decir de sus adversarios.

Las reglas que se han dado —producto de la civilidad y una cultura democrática arraigada en sus ciudadanos no producto de la hipocresía que aquí nos define—, son las necesarias y suficientes para que unos digan de los otros lo que consideraren les ayudaría a diferenciarse; no hay allá, esa hipócrita moralidad que les impide exhibir los defectos del otro. Esto último es necesario para que el elector decida con la mejor información disponible; para que tenga una idea clara de lo que éste o aquél haría y sobre todo, cómo lo haría en caso de ser elegido.

Al carecer de estos elementos, ¿con base en qué decide nuestro elector? No nos preocupemos por un detalle menor pues otros son los que deciden por nosotros; igual que hace años cuando un notable sabía lo que nos convenía, hoy casi es lo mismo, pues sólo cambió el número, mas no el método.

Mientras allá se dan con todo, nadie se asusta y mucho menos se les ocurre quejarse ante la autoridad, acá —cual damas pudibundas que norman sus actos por un pudor rancio y caduco— nuestros aspirantes acusan al adversario de todo, pues no deben ser tocados ni con el pétalo del adjetivo más inocuo.

Nuestros candidatos no son capaces de entender y aceptar la utilidad, por ejemplo, de un Cordero declarando esto o aquello en su búsqueda de la candidatura presidencial. Es una tontería que debería avergonzarnos esa respuesta de “esperaré los tiempos” cuando todo el mundo sabe que tras ése y otros declarantes, hay equipos que trabajan para colocarlos al frente de las preferencias de los militantes de sus partidos. Esto lo hacen los siete, los dos y también los otros dos.

Todos lo sabemos pero, educados en la hipocresía, hacemos como que les creemos, al tiempo que seguimos con lo mismo. No nos atrevemos —por esa minoría de edad que arrastramos desde la Colonia— a ser adultos y decir que sí queremos, que sí buscamos ser candidatos.

Si bien el pueblo norteamericano tiene defectos, tiene una gran virtud que deberíamos aprenderle y poner en práctica: No son hipócritas en lo electoral.

Exijamos a los siete magníficos del PAN y a los dos del PRI que hagan, pero ya, campaña abierta en pos de la candidatura de su partido; que digan qué, cómo y sobre todo, con qué recursos lo harían en caso de ganar 2012. No menciono a los otros dos porque, tramposos como son, ya hacen lo que los nueve no se atreven.

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