lunes, junio 27, 2011

Cómo evitar una década perdida

Cómo evitar una década perdida

Lawrence Summers

Hasta con el masivo esfuerzo legislativo llevado a cabo en 2008 y 2009 que impidió el colapso económico y la depresión, Estados Unidos se encuentra a medio camino de una década perdida. Desde el primer trimestre de 2006 al primer trimestre de 2011, el ritmo de crecimiento de la economía estadounidense alcanzó una media inferior al punto porcentual anual, comparable a la de Japón en el período del estallido de su burbuja.

A lo largo de aquel momento, el porcentaje de población activa descendió progresivamente del 63,1 al 58,4%, reduciendo la cifra de empleados más de 10 millones. La fracción de la población que trabaja sigue prácticamente en niveles de recesión, y los datos recientes sugieren que el crecimiento se desacelera.

Más allá de la falta de puestos de trabajo y de renta, una economía con resultados inferiores a su potencial durante un prolongado intervalo de tiempo sacrifica su futuro. Cifras considerables de licenciados universitarios nuevos volverán a casa de sus padres este mes por no tener empleo ni medio de sustento. Distritos escolares en la cuerda floja por todo el país recortan los cursos avanzados de matemáticas y ciencias y en algunos casos están abriendo el centro apenas cuatro días a la semana. La renta reducida y la recaudación tributaria constituyen la causa más importante del déficit presupuestario inaceptable en el presente y en el futuro.

Tradicionalmente, la economía estadounidense se ha recuperado robustamente de las recesiones a medida que la demanda se renueva vigorosamente. En cuestión de un par de años después de las dos únicas recesiones acusadas del periodo post Segunda Guerra Mundial -1974-75 y 1980-82-, la economía crecía dentro de la horquilla del 6% o por encima, ritmos que hoy parecen inconcebibles. ¿Por qué?

Una tesitura diferente

La dinámica de la inflación definió el ciclo productivo estadounidense de posguerra. Las recuperaciones se prolongaban y a veces incluso se aceleraban hasta que eran asesinadas por la Reserva Federal con el control de la inflación como móvil del crimen. Después de que la inflación cediera se hacía casi inevitable la recuperación fulminante, disparada por las reducciones dramáticas de los tipos de interés, y la acumulación de inversiones aplazadas.

Nuestra presente tesitura es muy distinta. Con políticas monetarias más prudentes, los períodos en los que la demanda supera a la oferta ya no son atajados por la creciente inflación y el freno de la Reserva. Cada uno de los tres períodos estadounidenses de esta naturaleza registrados desde que Paul Volcker metiera en cintura la inflación se ha dilatado. Acaban después de que un periodo de sobreconfianza eleve los precios de las inversiones demasiado y el incremento aparente de la riqueza aliente un excesivo endeudamiento, un préstamo relajado y un gasto público considerable.

Estalladas las burbujas, no hay deseos reprimidos de invertir. En su lugar, se da un excedente de capital provocado por el exceso de inversión con relación a los ingresos durante el periodo de confianza -casas vacías, locales vacantes en los centros comerciales y fábricas sin clientes-.

Mientras tanto, el consumidor descubre que tiene menos riqueza de la esperada, menos activos contra los que endeudarse y más presiones de sus acreedores de las esperadas. La presión sobre el consumo aumenta mediante cambios estructurales. La industria editorial brinda un ejemplo dinámico. Igual que las librerías de barrio han sido sustituidas progresivamente por grandes centros comerciales, los grandes centros comerciales han ido cediendo terreno a los vendedores de Internet, y los vendedores de Internet han ido cediendo terreno a los libros electrónicos, y mientras han sucedido dos cosas: el potencial productivo de la economía ha crecido y su capacidad de generar demanda se ha visto comprometida a medida que los recursos se han transferido del vendedor de clase media al vendedor a gran escala que tiene una tendencia al consumismo mucho menos que el primero.

Tener en cuenta la falta de demanda

¿Qué hacemos pues? No hay tiempo para fatalismos ni para programas políticos tradicionales. La ironía capital de la crisis económica es que aunque provocada por un exceso de confianza, un endeudamiento y un préstamo relajados, y un gasto importante, sólo se resolverá mediante mejoras paulatinas de la confianza, el endeudamiento y el préstamo, y el gasto.

Constituye mala política económica aplazar el mantenimiento de las infraestructuras cuando los tipos a 10 años están por debajo del 3% y el paro en la construcción roza el 20%.

La legislación en otros terrenos debería tener en cuenta la falta de demanda que es el rasgo definitorio de nuestra economía. La administración Obama está llevando a cabo una labor importante modernizando el control de las exportaciones, promoviendo en el extranjero los productos estadounidenses y dialogando y constituyendo acuerdos comerciales.

Mucho más se podría lograr a través de cambios en la política de inmigración, por ejemplo, para promover el turismo en la misma medida que la educación y los servicios sanitarios. Los recientes decretos presidenciales con respecto a la relajación de marcos de regulación inútiles deberían ser implantados rigurosamente para respaldar la confianza.

La mayor amenaza a la valoración crediticia del país es un periodo prolongado de crecimiento lento que, al igual que en el sur de Europa, hace que se disparen los cocientes de deuda en relación al PIB. El debate en torno a las medidas a medio plazo encaminadas a contener el gasto y elevar la recaudación ha de acompañarse del hincapié en el crecimiento a corto plazo.

Reconocer la realidad económica

Sin los recortes fiscales por contratación y la protección de los desempleados negociadas por presidente y Congreso el pasado otoño, podríamos estar abocados a la posibilidad de una recesión en dos tramos. La retirada sustancial del apoyo fiscal a la demanda a finales de 2011 sería prematura.

El apoyo fiscal debería ampliarse, en la práctica, proporcionando deducciones a la contratación y la nómina tanto a trabajadores como a empresarios. Elevar el porcentaje del recorte del 2 al 3% también sería deseable.

Al precio de poco más de 200.000 millones de dólares a corto plazo, estas medidas ofrecen la esperanza de mejoras significativas en los resultados económicos durante los próximos años, que se traducirían en incrementos sustanciales de la base impositiva y la reducción de los excesos del estado.

Evitamos la Depresión actuando decisivamente en 2008 y 2009. Ahora podemos evitar una década perdida reconociendo la realidad económica patente.

Lawrence Summers. Secretario del Tesoro de la Administración Clinton, asesor económico del presidente Obama de 2009 a 2010, catedrático de económicas en Harvard.

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