miércoles, junio 29, 2011

Los mexicanos… como los cangrejos

Los mexicanos… como los cangrejos
Interludio
Román Revueltas Retes

Los mexicanos adolecemos, entre otros defectos mayores, de un rasgo particularmente nefasto y pernicioso: nos oponemos, de manera casi instintiva, a lo que hacen los demás. Es decir, nuestro primerísimo impulso es estorbar o, en el mejor de los casos, no ayudar cuando otra persona emprende una acción.


Esta oscura característica proviene, creo yo, de la propia incapacidad para ejecutar tareas y no es otra cosa que una manifestación, muy evidente, de la envidia. Pero también resulta de ese individualismo primitivo que describe Jorge Castañeda en su último libro y que brota a la superficie cada vez que un individuo, atenazado por sentimientos de inseguridad y fatalmente acomplejado, tiene que ceder.


Esta cesión, perfectamente natural cuando se trabaja en equipo o se es miembro de una comunidad, el mexicano la vive como una especie de derrota personal, de mayor o menor calibre según las circunstancias.


Y así, por ejemplo, si el presidente de la República le pide amablemente a los diputados que lleven a cabo un período extraordinario de sesiones para tramitar los asuntos pendientes de la nación, urgentísimos y perentorios, se aparece por ahí uno que le gruñe de vuelta: “no somos sus empleados”.


La petición original no era la de un hombre que quiere exhibir dones de mando ni poderíos; se trataba, simplemente, de una invitación para resolver problemas que nos afectan a todos los ciudadanos. Pues no. La respuesta inmediata es decir no.


Decimos no cada que podemos. El no lo tienes casi garantizado en las tiendas, en las oficinas públicas, en los centros de atención telefónica, en los bancos, en las aerolíneas y en todas partes. Pero, hay más. Esa negativa no se circunscribe al ámbito de las responsabilidades personales sino que tiene que extenderse a los espacios que ocupan los otros: si, por ahí, descubres (milagrosamente) a un adepto del sí, pues entonces debes meterle zancadillas y ponerle piedras en el camino.


Somos, de tal manera, una sociedad esencialmente insolidaria en la acción. Sólo la desgracia nos hermana (vaya consuelo).

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