domingo, julio 03, 2011

Adrián Ravier

Dejemos por un momento de lado al keynesianismo, la economía social de mercado y la escuela austríaca. Concentrémonos en tres autores: John Maynard Keynes, Wilhelm Röpke y Friedrich Hayek.

Si bien considero que sería correcto ubicar la filosofía política y el pensamiento económico de Röpke entre los trabajos de John Maynard Keynes y los escritos de Friedrich A. von Hayek, me propongo en el siguiente artículo intentar responder a una sola pregunta: ¿hasta qué punto sería esto cierto?

Con un ánimo conciliador, trataré de mostrar consensos y diferencias entre tres de los pensadores más destacados del siglo XX. Es el objetivo final que estas comparaciones ilustren ciertos mitos que surgen en torno a ellos.

Dice el profesor Resico sobre el pensamiento de Röpke: “En este sentido, su planteo se apartaba explícitamente, por un lado de la economía coactiva (planificación central, corporativismo fascista, intervencionismo estatista) y, por otro, de la economía de mercado interpretada en la tradición del laissez faire, que excluye la intervención del estado en asuntos económicos”.1

Lucas Beltrán Florez nos ofrece otras precisiones sobre este aspecto, mostrando un Röpke que aceptaba la “intervención conforme” del Estado en la economía, pero rechazaba la “intervención disconforme”: “[L]a diferencia entre la intervención conforme y la disconforme [se comprende] comparándolas con la regulación del tráfico por las calles y carreteras. Mientras tal regulación se limite (como ocurre en la realidad) a exigir pruebas de aptitud a los conductores, señalar vías de tránsito y dictar instrucciones sobre el mejor modo de circular, cumple una misión absolutamente necesaria, y cada uno sigue siendo libre de ir a donde quiera, cuando y como quiera; esta forma de regulación es comparable a la intervención conforme. En cambio, se asemejaría a una intervención disconforme, la regulación del tráfico que tuviera la absurda pretensión de ordenar el movimiento de cada uno de los vehículos, como el capitán que manda una columna en marcha”.

“Röpke cree que la eliminación de las intervenciones disconformes y la aplicación racional de las conformes, encaminadas a asegurar el funcionamiento de la economía de mercado y la implantación del programa del ‘tercer camino’, son requisitos necesarios de una sociedad sana y estable”.2

La pregunta que me surge de este “tercer camino” es la siguiente: ¿No estarían de acuerdo tanto Keynes como Hayek con esta apreciación?

Keynes y Röpke

Concentrémonos primero en Keynes, a quien podríamos calificar como un defensor del “intervencionismo estatista”. ?Ricardo Crespo sostiene que “[e]l caso de Keynes es un ejemplo de construcción social de una realidad donde el Keynes/hombre no siempre coincide con el Keynes/mito”.3 Lo cierto es que posiblemente el error más significativo de Keynes haya sido titular su obra maestra como la “Teoría general”, si consideramos que los estudios y conclusiones presentados en 1936 aplican únicamente al caso particular de una economía con desempleo de recursos, y en especial a aquellas específicas circunstancias de la gran depresión de los años treinta.

Como decía su amigo y discípulo Richard Kahn, se ha abusado de la palabra “Keynes”. Con el tiempo (y gracias a la acción de malos políticos), ésta quedó asociada a soluciones inflacionarias, falaces y facilistas, a los problemas de la desocupación y a un Estado fuertemente interventor.

Sin embargo, concluye Crespo, sólo con importantes restricciones y matices (y en determinadas circunstancias) Keynes habría estado de acuerdo con las recetas que le atribuyen. Por eso, en 1946, el año de su muerte afirmó: “Yo no soy keynesiano”.4

De este modo, llegamos a un Keynes cuya teoría del intervencionismo económico sólo se acota a “determinadas circunstancias”. Algo similar podemos decir de la “economía social de mercado”. Resico muestra con precisión los “fundamentos de la economía de mercado” existentes en el pensamiento de Röpke, los que se sostienen sobre la base de su correcta comprensión de los órdenes espontáneos y en un marco institucional, social y ético favorable.?¿En qué circunstancias, sin embargo, considera Röpke que el funcionamiento de la economía de mercado se interrumpe? Hansjörg Klausinger, quien caracteriza a Röpke y otros alemanes como proto-keynesianos, nos explica que nuestro autor sólo alentaba la política expansionista en circunstancias específicas, haciendo referencia a la “depresión secundaria”.5

Röpke distinguía claramente la depresión primaria de la depresión secundaria. La primera es aquella depresión normal, que surge en todo ciclo económico y que es necesaria para liquidar la sobre inversión generada en la etapa del auge. Ante esta situación Röpke se podría denominar como un “liquidacionista”, en el sentido que no propone aplicar políticas para paliar tal situación. La segunda es aquella depresión que va un poco más allá de la necesaria liquidación de los comentados errores de inversión. Se trata de una depresión que se retroalimenta por sí misma, y que lleva consigo una destrucción de capital innecesaria, y que es imperioso detener.

Podemos dar un ejemplo. En 2001, la tasa de interés de corto plazo en EE.UU., estaba en un 6,75 por ciento. La crisis de las punto com generó una amenaza al crecimiento y al empleo, lo que llevó al presidente de la Reserva Federal a reducir la tasa de interés al 1 por ciento. Los analistas coinciden que dicha tasa estuvo en niveles muy bajos por demasiado tiempo, lo que estimuló el desarrollo de una burbuja inmobiliaria. En 2004, ante una posible aceleración de la inflación, Greenspan decidió subir la tasa de interés, y el mercado inmobiliario, que se sostenía sobre esa política de liquidez, se derrumbó. Hayek y Röpke, colegas en la Mont Pelerin Society, coinciden en que la recuperación de la crisis requiere de cierta liquidación de proyectos de inversión que surgieron en torno a una tasa de interés muy baja. Pero apuntan que puede ocurrir un problema mayor, si la tasa de interés sube por encima de su nivel natural. Para ser más concreto: ¿Qué ocurriría si la tasa de interés sube hasta el 10 %? Esto llevaría a que no sólo se liquiden los proyectos de inversión que surgieron en torno a la reducción artificial de la tasa de interés, sino que la liquidación de inversiones sería aun mayor, y esto es innecesario. La necesaria liquidación de inversiones, que corrige los errores de la política de dinero fácil, es lo que llamamos depresión primaria. La innecesaria liquidación de inversiones , conocida como depresión secundaria, es producto de que la tasa de interés haya subido por encima de su nivel natural. Esto puede evitarse si la Reserva Federal, ya inmersa en la crisis, expande la base monetaria comprando bonos en el mercado.

Röpke agrega que la expansión monetaria puede no tener la fuerza suficiente para detener la depresión secundaria, y por ello, debe ir acompañada de políticas fiscales que aseguren que habrá una mayor demanda de los créditos que la política de dinero fácil introduzca en el mercado.

Si bien ambos estarían de acuerdo en una política expansionista para circunstancias especiales, es esta explícita e importante distinción de Röpke de la que hoy carece el “intervencionismo keynesiano”.

Hayek y Röpke

Hayek por su parte, viene a representar al laissez faire, el que “excluye la intervención del estado en asuntos económicos”. Nótese sin embargo, que Hayek también aceptaba –en circunstancias excepcionales- que los hacedores de políticas públicas hicieran algo ante la situación descripta.

En términos de la ecuación cuantitativa del dinero (MV = Py), Hayek proponía mantener constante el ingreso nominal (MV). Esto tenía dos implicaciones. En primer lugar, permitir que ante un aumento de la productividad y su consecuente crecimiento económico (y), bajen los precios (P). Ya en Precios y producción, decía Hayek: “El que no haya ningún peligro en que los precios caigan cuando la producción sube ha sido subrayado una y otra vez, por ejemplo por A. Marshall, N. G. Pierson, W. Lexis, F. Y. Edgeworth, F. W. Taussig, L. Mises, A. C. Pigou, D. H. Robertson y G. Haberler”.6

Cabe aquí hacer la distinción -muchas veces ignorada por los economistas que animan políticas anti-deflacionistas- entre el proceso de deflación que surge por aumentos de productividad, de aquel proceso que surge en las etapas últimas del ciclo económico.7

En segundo lugar, que ante una contracción secundaria de dinero, la autoridad monetaria expanda la base monetaria. En pocas palabras, la expansión primaria sirve para compensar la contracción secundaria.

Hayek, sin embargo, jamás habló de combinar esta política monetaria con políticas fiscales. Su preocupación, como la de Röpke, no era evitar el ajuste necesario del período de sobre-inversión (que Hayek llamó más bien de mala-inversión), sino evitar que el ajuste sea mayor al necesario para volver a una situación de normalidad.8

Conclusión

Estos comentarios acercan el pensamiento de Keynes, Röpke y Hayek, con el único objetivo de mostrar que ninguno representa los extremos con los que muchas veces se los identifica.

Resulta fundamental, sin embargo, señalar –como lo hace Resico- que Röpke –al igual que Hayek- realizó una valoración crítica del pensamiento de Keynes, “en el que destacaba una generalización errónea del principio de la ‘demanda efectiva’”, esto es, el conocido modelo keynesiano de demanda agregada. Más precisamente Röpke se separaba de la propuesta keynesiana de pleno empleo, el que representó un manejo activo de la política económica de coyuntura, otorgándole un sesgo inflacionista y de control cada vez más amplio sobre el sistema económico,9 aspecto que se replica en Hayek.10

En otras palabras, la crítica de Röpke -que desde luego compartía con Hayek- estaba destinada a esa propuesta de manejar científicamente las variables monetarias, controlando la cantidad de dinero en circulación, los tipos de interés, el tipo de cambio, y mediante ellos, determinar el nivel de empleo y la tasa de crecimiento económico. Esta “fatal arrogancia” que hoy sostienen muchos economistas, de querer manejar la economía como si fuera un automóvil, mediante unos cuantos controles en un tablero, es el error fatal que Keynes introdujo, y del cual necesariamente debemos distanciar tanto a Röpke como a Hayek. Después de todo, como ha señalado Garrison, “Keynes [en parte] fue un keynesiano”.11

¿Somos hoy todos keynesianos?

Adrián Ravier

Las ideas de John Maynard Keynes surgieron en el marco de la gran depresión de los años treinta. Entre los años 50 y 60 muchos economistas coincidían en afirmar “ahora somos todos keynesianos”. Incluso Milton Friedman llegó a decirlo en 1965.

La nueva crisis revitalizó el pensamiento de Keynes y The Economist colocó a dos prestigiosos economistas a responder la gran pregunta: ¿Somos hoy todos keynesianos? De un lado Brad De Long, del otro Luigi Zingales. ¿Qué respondieron?

La respuesta de Brad De Long

Se suponía que Brad De Long iba a defender la postura, pero pidió disculpas y afirmó que ya no, “hoy no somos todos keynesianos”.

Por ejemplo, leyendo The New York Times encuentra que William Poole, ex presidente de la Reserva Federal de St Louis, considerando que: “El gasto del gobierno no puede liderar el camino hacia una recuperación sostenida, debido a que su efecto de estímulo se verá compensado por anticipado con impuestos más altos y con la necesidad de financiar el déficit”.

En 1970 William Poole fue un keynesiano que daba por sentado que la política de déficit y el gasto fiscal tenían un papel adecuado y eficaz en la lucha contra las recesiones. Pero Poole no está solo.

Robert Barro, de Harvard University, dijo sobre la propuesta de estímulo fiscal de Obama: “Este es probablemente el peor proyecto de ley que se ha presentado desde la década de 1930. No sé qué decir. Quiero decir que está perdiendo una enorme cantidad de dinero, que tiene una teoría simplista que no creo que funcione … No creo que vaya a expandir la economía … Va más en la línea con tirar el dinero a la gente … Creo que es basura”.

John Cochrane, de la Universidad de Chicago, agrega: “Nadie ha enseñado esto a estudiantes de postgrado desde 1960 … Son los cuentos de hadas que se han demostrado falsos. Es muy reconfortante en tiempos de crisis volver a los cuentos de hadas que escuchábamos cuando eramos niños, pero esto no los hace menos falsos”. Cochrane agrega que “el gobierno emitirá bonos para pedir prestado, lo que significa que los inversores al comprar bonos del Tesoro de EE.UU. dejarán de invertir en acciones o productos, anulando el efecto de estímulo”.

Edward Prescott, de la Arizona State University, quien ganó un premio Nobel de Economía en 2004 por su estudio sobre los ciclos económicos, hizo esta contribución: “Los economistas en el campo están profundamente divididos sobre la cuestión del estímulo federal … No sé por qué Obama dijo que todos los economistas están de acuerdo en esto. Ellos no lo están”.

Eugene Fama, de la Universidad de Chicago, declaró: “los rescates y planes de estímulo son financiados mediante la emisión de más deuda pública (¡el dinero debe venir de alguna parte!). La deuda, agregó, absorbe los ahorros que de otro modo irían a inversión privada,.. a pesar de la existencia de recursos ociosos, los rescates y planes de estímulo no agregan nada a los recursos actuales en uso. Acaban de mover recursos de un uso a otro”.

De Long concluye que “el argumento de los señores Fama, Prescott, Cochrane, Barro, Poole y compañía es lo que los economistas llaman la Ley de Say. Es la afirmación de que las decisiones de aumentar el gasto, ya sea que vengan del gobierno o de cualquier otra persona, no pueden estimular la economía y aumentar el empleo y la producción porque la demanda debe ser creada por la oferta. Si el gobierno gasta, alguien más debe recortar sus gastos”.

[…] “Así que ahora, no puedo decir que somos todos keynesianos. Lo más que puedo decir es que deberíamos serlo”.

La respuesta de Luigi Zingales

Y qué podemos tomar de lo dicho por Luigi Zingales, quien se suponía defendería una posición opuesta a la de De Long:

Se pregunta: “¿Qué significa ’ser keynesiano’? Simplemente creer en el papel de los componentes de la demanda en la determinación de la producción total es una caracterización insuficiente. Un verdadero keynesiano difiere, en tanto que él también cree que: 1) La política monetaria no es la herramienta más eficaz para estabilizar la economía y puede ser completamente ineficaz en algunas circunstancias (trampa de liquidez), 2) la política fiscal es eficaz y el gasto del gobierno es la herramienta preferida, 3) la intervención del gobierno funciona y las consecuencias a corto plazo son más importantes que las de largo plazo”.

“Con esta definición en mente, hay cuatro formas en las cuales la afirmación ‘todos somos keynesianos’ puede ser interpretada. Propongo que la declaración es falsa en tres de cuatro de estas interpretaciones”.

“La primera interpretación es que la profesión económica ha llegado a un consenso sobre las posiciones keynesianas. Esta declaración es definitivamente falsa. Si usted navega a través de los artículos publicados en la revista líder de la American Economic Association en 2008, verá que sólo uno de los 12 artículos que se ocupan de las cuestiones macroeconómicas (Código JEL E) soporta (aunque muy indirectamente) la idea de una política fiscal de expansión como una herramienta política. Un desequilibrio aún mayor está en el pináculo de nuestra profesión. Entre los 37 ganadores del premio Nobel de Economía en los últimos 20 años, cuatro recibieron el premio por sus contribuciones a la macroeconomía. Ninguno de ellos podría ser considerado keynesiano. De hecho, es difícil encontrar trabajos académicos que apoyan la idea de un estímulo fiscal”.

“La segunda interpretación posible es que existe un consenso entre los economistas en que las causas de la crisis actual es keynesiana. Incluso en esta interpretación la declaración es falsa. No creo que ningún economista se atrevería a decir que la actual crisis económica de EE.UU. ha sido causada por subconsumo. Con cero de ahorro personal y un gran déficit presupuestario del gobierno de Bush hemos tenido una de las políticas keynesianas más agresivas en la historia”.

“La adhesión a los principios de Keynes no sólo no evitaron el desastre económico actual, sino que incluso han contribuido enormemente a la causa. El deseo keynesiano de gestionar la demanda agregada, haciendo caso omiso de los costos a largo plazo, impulsado por Alan Greenspan y Ben Bernanke a mantener las tasas de interés extremadamente bajas en 2002, impulsaron el consumo excesivo de las familias y la asunción de riesgos excesivos por parte del sector financiero. Más importante aún, ha sido la formación keynesiana de nuestros responsables políticos lo que les ha llevado a ignorar el papel que desempeñan los incentivos en las decisiones económicas. La principal diferencia entre Keynes y la economía moderna es el énfasis en los incentivos. Keynes estudió la relación entre los agregados macroeconómicos, sin ninguna consideración por los incentivos subyacentes que conducen a la formación de estos agregados. Por el contrario, la economía moderna basa todos sus análisis sobre los incentivos. En 1998, cuando el co-Fed coordinó el rescate de Long Term Capital Management, no se preocuparon por el impacto que esta decisión tendría sobre los incentivos para asumir riesgos y la liquidez adecuada de precios. Cuando el señor Bernanke diseñó el rescate de Bear Stearns, no se preocuparon por el impacto que esta decisión tendría sobre los incentivos de los otros bancos de inversión para aumentar el capital social a precios bajísimos. Cuando cambió de posición dos veces en el espacio de dos días, dejando que Lehman caer, pero rescatando a AIG, no se preocuparon por el impacto que tendría en la confianza de los inversores y los incentivos para invertir. Este es el comportamiento errático que ha asustado al mercado y ha creado la actual crisis económica: en una encuesta reciente el 80% de los estadounidenses declaran que tienen menos confianza de invertir en el mercado como consecuencia de la forma en que el gobierno ha intervenido”.

“Si los principios keynesianos y la educación son la causa de la depresión actual, es difícil imaginar cuál puede ser la solución. Por lo tanto, incluso la tercera interpretación que deben seguir las recetas keynesianas para combatir la actual crisis económica—es falsa. No discuto la idea de que algún tipo de intervención del gobierno puede aliviar las condiciones económicas actuales, y que una política económica keynesiana puede hacerlo. Con un déficit de cuenta corriente que en 2008 fue de 614 mil millones dólares, un déficit presupuestario que fue 455 mil millones dólares y los gastos militares de 731 mil millones dólares, es difícil argumentar que el gobierno no está estimulando la demanda lo suficiente. La crisis actual no es una crisis de demanda, es una crisis de confianza. El mal gobierno corporativo, junto con las políticas del mal gobierno ha destruido al sector financiero, asustando a los inversores y congelando los préstamos. Es como si una bomba nuclear hubiera destruido todas las carreteras de EE.UU., y afirmaran que para mitigar el impacto económico de un evento semejante, debería invertir en los bancos. Es posible que con el tiempo haya un efecto goteo. Pero si el problema es de los caminos, lo que necesitamos es reconstruir los caminos, no subsidiar al sector financiero. Y si el problema es el sector financiero, se deseará solucionar este problema y no la construcción de carreteras”.

“La única interpretación en virtud de la cual la declaración en cuestión es cierta es que ‘nosotros’ el pueblo estadounidense y sus representantes elegidos sean todos keynesianos. El keynesianismo ha conquistado los corazones y las mentes de los políticos y las personas comunes y corrientes, ya que proporcionan una justificación teórica para el comportamiento irresponsable. La ciencia médica ha establecido que uno o dos vasos de vino al día son buenos para su salud a largo plazo, pero ningún médico recomienda a un alcohólico en recuperación seguir esta receta. Lamentablemente, los economistas keynesianos hacen exactamente esto. Le dicen a los políticos, que son adictos a gastar nuestro dinero, que los gastos del gobierno son buenos. Y qué decir a los consumidores, que se ven afectados por problemas graves de gasto, que el consumo es bueno, mientras que el ahorro es malo. En la medicina, tal comportamiento tendría que ser expulsado de la profesión médica; en economía, le ofrece un trabajo en Washington”.

Un 37 % de los lectores de The Economist que votaron en la encuesta afirmaron que SÍ, que “hoy somos todos keynesianos”. Un 63 % dijo que NO, que esta afirmación carece de sentido.

Un día cualquiera

Tontería económica

Un día cualquiera

Carlos Rodríguez Braun

&quote&quote¿Quién ha limitado nuestra libertad con impuestos, regulaciones, multas, controles y prohibiciones de toda suerte? ¿Quién fija desde lo que nos cuesta la luz hasta la velocidad máxima a la que podemos conducir? No han sido "los mercados", no.

Viajo en tren y leo El País un día cualquiera.

Juan Aguirre, del dúo Amaral, declara: "Solo hay un partido el ‘PPOE’, y responde ante los intereses del FMI". El FMI es una entidad pública, nutrida con dinero de los contribuyentes, y donde todo es política. Sus últimos dirigentes han sido dos ex ministros, Rato y Strauss-Kahn, y su próxima directora también sale de un ministerio, Christine Lagarde, y todos fueron designados por presiones de sus partidos respectivos, pero el señor Aguirre concluye que es el FMI el que manda sobre los políticos, y no al revés.

Pablo Yuste, director de la Oficina de Acción Humanitaria, proclama: "La especulación genera hambre". Su tesis es que la subida de los precios de los alimentos resulta letal para los más pobres, que apenas tienen una renta suficiente para comprar comida. Podría argumentarse que el encarecimiento de los alimentos es una ventaja para los numerosos modestos agricultores que los venden. Pero dejemos esto de lado y admitamos la razonable idea de don Pablo del perjuicio que el fenómeno ocasiona en quienes los compran. Aun admitiéndolo, lo que no es evidente es su punto de partida: unos malvados especuladores que hacen subir los precios. Si esto fuera tan fácil, no se entiende por qué tan poderosos personajes no manipulan siempre las cotizaciones y muchos de ellos se arruinan cuando los precios bajan.

Pero, ¿por qué suben? Puede haber buenas razones, como la disminución de la pobreza y la consiguiente mayor demanda de alimentos agrícolas o de materias primas agrícolas como pienso para el ganado. Y las malas razones, digamos, la pérfida especulación, obligan a considerar un aspecto que don Pablo omite: la desestabilización monetaria causada por las autoridades. Es una especulación de la que nunca se habla.

Por fin, Antonio Valdecantos, catedrático de Filosofía, dice que las decisiones ya no las pueden tomar ni personas ni mandatarios "sino ciertos agentes económicos transnacionales, enigmáticamente llamados ‘los mercados’, que conceden a Gobiernos y ciudadanos la capacidad de sancionar políticamente lo que ya está económicamente decidido". Y la crisis será ocasión "para extender la lógica del mercado a la totalidad de la vida, sin dejar resquicio alguno fuera".

El delirio de que existen fabulosos poderes exteriores que aniquilan nuestra capacidad de decisión no debería formar parte del bagaje intelectual de ningún universitario. Por desgracia, está muy extendido, a pesar de que no tiene sentido, por dos razones. En primer lugar, no hay "mercados" como seres independientes sino reacciones ante conductas de los Gobiernos: digamos, si don Antonio cobra 100 y gasta 200, y al final ningún banco quiere prestarle dinero para cubrir la diferencia, sería absurdo que clamara contra la perversidad de "los mercados". Más bien concluiría que lo que pasa es resultado de su propia acción. Lo mismo sucede con los Estados.

Y a tales Estados convendría que dirigiera su atención el profesor Valdecantos. Es verdad que los ciudadanos tomamos cada vez menos decisiones, pero ¿quién ha limitado nuestra libertad con impuestos, regulaciones, multas, controles y prohibiciones de toda suerte? ¿Quién fija desde lo que nos cuesta la luz hasta la velocidad máxima a la que podemos conducir? No han sido "los mercados", no.

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