lunes, febrero 20, 2012

EEUU: Colapso presupuestario: Demasiado “dinero gratis” – por Lewis E. Lehrman


Es hora de que el Congreso “rompa en mil pedazos” las tarjetas de crédito del Tesoro de los Estados Unidos.
El Súper Comité del Congreso ha sido el último grupo en confesar la vil derrota sufrida ante el déficit presupuestario del Tesoro. ¿Quién puede sorprenderse con este fracaso total? Durante la generación pasada, el Congreso hizo unos quince intentos legislativos para controlar el gasto público o al menos obtener un presupuesto equilibrado. Los esfuerzos más notables fueron los patrocinados por el Senador Phil Gramm de Texas, quien no le quitó los ojos de encima al presupuesto. Pero todos los esfuerzos administrativos y legislativos de las autoridades, no importa cuán bien intencionados hayan sido, se terminaron derrumbando. Y ¿Por qué?


El Nobel de Economía Milton Friedman creía que la solución al problema del déficit presupuestario era negar los aumentos impositivos al Congreso. Él aconsejó a congresistas y presidentes que se  opongan a todos los aumentos de impuestos, negándole de este modo al pesado gobierno los fondos con los cuales aumenta el gasto. Pero el consejo de Friedman terminó fracasando. Sabemos esto porque las tasas impositivas marginales se han ido reduciendo desde las elevadísimas tasas del 70% en 1964, al 15-20-39% en 2011, dependiendo del tipo de ingreso. Pero el gasto del Congreso, sin embargo ha ido aumentando año tras año, de manera que hoy en día, tan sólo el 60% del presupuesto federal se financia mediante impuestos, financiándose el resto por medio de deuda del Tesoro. Es así como hoy en día el total de la deuda federal directa iguala la producción total de los Estados Unidos.
El inextricable déficit presupuestario y el inexorable aumento del gasto público tienen ambos una explicación simple. Tanto el Congreso como el Tesoro poseen varias cuentas de capital variable, es decir que cuentan con financiación permanente por medio de tarjetas de crédito ilimitadas. Por medio de dichas tarjetas, el Tesoro puede pedir siempre un nuevo crédito (monetario) al sistema bancario, cubriendo así gran parte de lo que necesita cada año para financiar el déficit presupuestario en constante aumento.
Una mirada al balance de la Reserva Federal muestra que ha creado cerca de $1,7 billones de dólares de crédito nuevo (dinero) con los cuales compra deuda del Tesoro. Los bancos centrales extranjeros han generado aproximadamente $2,7 billones de dólares de crédito nuevo para comprar bonos del Tesoro de los Estados Unidos. Dicho ejercicio global de impresión de dinero electrónico, ha financiado casi el 30% del total de deuda directa del Tesoro de los Estados Unidos. En 2002, Ben Bernanke, el ahora presidente de la Reserva Federal, no escatimó palabras para describir este proceso: “Bajo un esquema de moneda fiat – moneda de papel – un gobierno (en la práctica, el banco central en cooperación con otras agencias) siempre debería ser capaz de generar aumento nominal del gasto e inflación, aun cuando la tasa de interés nominal de corto plazo sea cero. El gobierno de los Estados Unidos cuenta con una tecnología llamada imprenta, en su equivalente electrónico actual, que le permite fabricar tantos dólares americanos como desee, esencialmente, sin costo alguno”.
Bernake podría haber añadido que estos “dólares sin costo alguno”, impresos por la Reserva Federal, son los que facilitan el perenne déficit presupuestario de los Estados Unidos.
Pero la Reserva Federal no es la única tarjeta de crédito utilizada por el Tesoro para financiar el déficit presupuestario. Siendo el dólar la moneda utilizada mundialmente como reserva, los bancos centrales extranjeros también financian el déficit presupuestario de los Estados Unidos (tal cual lo evidencia la cuenta de custodia del balance de la Reserva Federal). Los bancos comerciales nacionales y extranjeros, también suministran grandes cantidades de crédito nuevo al Tesoro de los Estados Unidos, porque los reguladores bancarios nacionales, internacionales y extranjeros, tales como las autoridades de Basilea, definen a los bonos de deuda soberana de los Estados Unidos como activos de alta calidad que no requieren reservas bancarias. Por lo tanto, las instituciones financieras pueden mejorar la calificación de sus apalancados balances adquiriendo una buena cantidad de títulos del Tesoro. De hecho, sólo el 10-20% del total de deuda directa del Tesoro de los Estados Unidos es propiedad del sector privado no bancario. En una palabra, dado el rol del dólar como moneda de reserva, la Reserva Federal y los bancos centrales extranjeros han estado dando todos los incentivos institucionales para financiar el déficit presupuestario de los Estados Unidos. Comenzando con la Primera Guerra Mundial, toda disciplina monetaria ha sido retirada por autoridades nacionales e internacionales, de tal manera que todo gasto público fuera de control se apoya en la tarjeta de crédito de última instancia: dinero recién creado por el sistema bancario.
La solución más simple al problema del gasto público en el Congreso consiste en romper sus tarjetas de crédito. La manera de lograr esto no es por medio de inútiles remiendos administrativos ad hoc, que serán compensados por el crédito del sistema bancario mundial puesto a disposición del Tesoro de los Estados Unidos. En su lugar, la solución democrática efectiva se encuentra autorizada por la Constitución de los Estados Unidos – en su artículo I, secciones 8 y 10: por medio del cual el control de la oferta de dólares está encomendado a las manos del pueblo, donde permaneció en la mayor parte de la historia de los Estados Unidos, especialmente entre 1792 y 1914. Este fue el período de crecimiento no inflacionario más largo que experimentaron los Estados Unidos, con un rápido crecimiento económico de casi 4% anual y con un presupuesto bajo control, excepto en tiempos de guerra.
De acuerdo al artículo l, el Congreso sólo necesita movilizar su exclusivo poder constitucional “de acuñar moneda y regular su valor”. Desde 1792 hasta 1971, el Congreso definió por ley el valor oro de la moneda, de manera que los dólares de papel y las demandas de depósito bancario eran convertibles a su equivalente en oro, por el pueblo (de 1792 a 1914) y o por los gobiernos (de 1933 a 1971). El Congreso debería entonces ejercer dicha facultad constitucional de restablecer la convertibilidad del dólar en oro, para recuperar así los beneficios demostrados en materia presupuestaria y económica de tener un dólar tan sólido como el oro.
En primer lugar, la disciplina de la convertibilidad establecería automáticamente un límite en el acceso del Tesoro a la tarjeta de crédito de la Reserva Federal. En caso en que la Reserva Federal creara más dinero que el que los participantes en el mercado estuvieran dispuestos a tener, la gente se desharía del exceso inflacionario de inmediato al intercambiar papel moneda y crédito por su equivalente en oro. Sin embargo, bajo un verdadero patrón oro, la Reserva Federal y los bancos comerciales estarían obligados por ley a mantener la convertibilidad dólar-oro a la paridad legal oro-dólar establecida, o sufrir la insolvencia. A fin de mantener la convertibilidad del dólar al oro, la Reserva Federal y los bancos comerciales deben reducir la cantidad de dinero y crédito (incluyendo el crédito al Tesoro) logrando así contener el aumento del gasto público y la inflación.
En segundo lugar, la evidencia empírica de la historia económica estadounidense también muestra que la convertibilidad con el oro estabiliza el valor del dólar. La misma evidencia demuestra que un dólar estable consigue estabilizar el nivel general de precios en el largo plazo. Por ejemplo, bajo el patrón oro, el nivel de precios en 1914 estuvo casi al mismo nivel que en 1879 y en 1834. ¡No hubo inflación a largo plazo, incluso luego de un período de 80 años! Pero a partir de 1971, cuando Nixon termina con la convertibilidad del dólar en oro, y hasta el 2011, el poder adquisitivo del dólar (ajustado por el Índice de Precios al Consumidor – IPC) ha caído en un 85% en un período de tan sólo 40 años.
En tercer lugar, la convertibilidad del oro al dólar conduce a que un enorme flujo de ahorros se convierta en consumo de bienes que nos protegen de la inflación, tales como materias primas, tierras, obras de arte, antigüedades; y casi cualquier cosa que se perciba como algo que preserva más su valor que la depreciada moneda de papel. Una moneda estable crea incentivos para ahorrar parte de nuestros ingresos. Combinado con la venta mundial de miles de millones de inertes, e improductivos bienes acumulados que solían protegernos de la inflación, la convertibilidad incentivaría la creación de nuevos ahorros que entrarían al mercado de la inversión productiva. Dicha inversión daría lugar a una expansión económica general, a través de nuevos negocios, productos, plantas y equipos, creando con ello una renovada demanda de mano de obra lista para trabajar en las instalaciones de empresas cuya producción se expanda.
La restauración de la convertibilidad del dólar a su peso en oro proporciona no sólo un freno necesario al gasto público, sino que un dólar estable proporciona el mecanismo necesario para guiar a largo plazo los inmensos ahorros acumulados en bienes que nos protegían de la inflación hacia inversiones productivas. La convertibilidad del dólar al oro es la simple reforma financiera institucional que acaba con el temor de una inflación acelerada, transformando los depósitos de valor improductivo en capital de inversión real, con el que podremos inaugurar una nueva era de rápido crecimiento económico y abundancia de empleo en los Estados Unidos.

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