En Argentina, Cristina Fernández ha ganado un nuevo mandato, el
segundo seguido, y cuando éste concluya en 2015, deberá retirarse
durante un cuatrienio antes de volver a presentarse. En cambio, Daniel
Ortega ha conseguido que la Corte Constitucional declare nulo para él y
un centenar de alcaldes sandinistas el artículo constitucional que
prohíbe la reelección mediante un pucherazo judicial.
Tanto en Argentina como en Nicaragua, los presidentes han sido
reelectos con mayorías adictas en sus legislativos, y la oposición ha
sido arrollada en las urnas. No sería tan grave si se mantuviera la
prudencia que obliga a que los presidentes no puedan ser reelectos
indefinidamente. En Argentina, los kirchneristas ya plantean la reforma de la Constitución de 1994, y en Nicaragua, Ortega dispone de la mencionadasentencia ad hoc.
La magnitud de sus victorias (54% de los votos para Fernández y 62%
para Ortega, pese a que éste es un resultado rechazado por sus rivales),
con más de 30 puntos en la votación de ventaja respecto a los
candidatos que han quedado en segundo lugar, ha arrollado a las
oposiciones respectivas: no hay nadie que pueda desafiar a los
conductores.
Además, ambos gobernantes, vinculados al socialismo del siglo XXI promovido
por el venezolano Hugo Chávez (Fernández a efectos de política exterior
y Ortega, mucho más profundamente, hasta el punto de recibir de Caracas
unos 500 millones de dólares al año), han avanzado un paso, y los
partidos que hasta ahora les han servido como vehículo de sus proyectos,
el Frente de la Victoria-Partido Justicialista y el Frente Sandinista
de Liberación Nacional, se están desdibujando ante sus ambiciones.
Fernández está convirtiendo a su marido, Néstor Kirchner, en un
émulo de Evita, hasta el punto de vestirse de luto y de invocarle en sus
mítines; ha depositado su cuerpo en un descomunal mausoleo en Río Gallegos;
también está reelaborando la doctrina de su partido, de modo que hasta
Carlos Menem, el presidente que más tiempo ha gobernado el país (diez
años) y actual aliado de la presidenta en el Senado, es definido como
neoliberal antes que como peronista. En el Frente para la Victoria los
proveedores de ideología ya proponen un año cero y pretenden que el matrimonio Kirchner reemplace al matrimonio Perón en el olimpo del justicialismo.
Ortega ha convertido a uno de los responsables de su derrota
electoral en 1990 frente a Violeta Chamorro, el cardenal Miguel Obando,
en uno de sus aliados. Cuatro días antes de las elecciones, la familia
Ortega asistió a una misa oficiada por el octogenario Obando y éste cubrió de elogios al presidente. Dijo que Dios le pagaría todo lo que ha hecho a favor de los pobres. Ortega, que fue acusado por su hijastra de
haberla violado, se presenta como un cristiano renacido y ha aprobado
medidas contra el aborto tan fuertes que han provocado incluso la protesta del director de Amnistía Internacional España.
El Frente Sandinista ha pasado de ser un movimiento procastrista,
prosoviético y anticatólico a convertirse en un partido que mezclacristianismo, socialismo y solidaridad, como ha hecho en su campaña.
Como todos los populismos, la perpetuación de los caudillos en la
jefatura de los Estados es imprescindible para el avance del movimiento
político. A diferencia del chavismo, el orteguismo y el cristinismo no
persiguen un régimen socialista. Fernández y Ortega reconocen ahora
(debido a una demanda alta de sus materias primas, a los ingresos de
divisas y a la reducción del desempleo) que la economía de mercado es
más productiva y rentable que una socialista, pero no están dispuestos a
aflojar en sus planes de control social: fomentan el clientelismo,
persiguen a los periodistas hostiles, recurren a la legislación
motorizada y desprestigian a los sectores que disienten.
Nos encontramos, por tanto, ante una mutación del populismo, cuyo
modelo ideal ahora podría ser el de México bajo el PRI: un partido que
domina la vida política y social del país, mientras que en la economía
aplica principios capitalistas y cobra en dólares.
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