por David Rittgers
David Rittgers es analista de políticas legales del Cato Institute.
No hace falta decir que la muerte de Osama bin Laden es una buena
noticia. Pero más que eso, es un momento de aprendizaje sobre cómo
EE.UU. debe conducir de ahora en adelante su lucha contra el terrorismo.
El asesinato selectivo es un componente esencial de la lucha contra
Al Qaeda. Gran parte del debate público se ha centrado en el uso de
vehículos aéreos no tripulados para llevar a cabo los asesinatos
selectivos —un énfasis equivocado en los medios y no en los fines. La
lucha internacional contra el terrorismo es principalmente una campaña
de inteligencia, y la aplicación selectiva de la fuerza letal es más
efectiva que el despliegue de grandes operaciones militares en las
naciones musulmanas. Un bisturí, no un martillo, debe ser nuestra
principal herramienta para combatir el terrorismo.
En cierto modo, la muerte de bin Laden no es sólo una noticia, sino
un acontecimiento que confirma muchas cosas que hemos sabido durante
años. El escondite de bin Laden no era una cueva, sino una mansión en un
complejo residencial acomodado de militares retirados paquistaníes —lo
que confirma que Pakistán es un aliado conflictivo y que elementos de su
inteligencia están trabajando para el bando contrario.
La nominación del General David Petraeus para tomar el liderazgo de
la CIA envió señales de un esfuerzo de inteligencia continuo contra de
los terroristas internacionales. La emboscada que asesinó a bin Laden
ejemplifica el nuevo enfoque de la administración Obama. El éxito
brillante de esta operación muestra la notable mejora que ha
experimentado nuestra capacidad de inteligencia a lo largo de la última
década.
La muerte de bin Laden resalta que Al Qaeda no logró su meta
imposible: el establecimiento de califato musulmán global que viviese
bajo su visión nihilista del mundo. Tan pronto Al Qaeda hubiera dejado
huellas para que el personal de operaciones especiales de EE.UU. atacara
o bombardeara, serían aniquilados. Al Qaeda en sí no representa una
amenaza existencial para EE.UU. –pero puede provocarnos a sacrificar
nuestra sangre, recursos y libertades a tal punto que no reconozcamos la
sociedad que nos propusimos defender.
Ahora es el momento de reflexionar acerca de nuestra política de
lucha contra el terrorismo. Los terroristas no son sobrehumanos. Tenemos
que priorizar el gasto en seguridad nacional adoptando las medidas más
efectivas, tal como lo hacemos en cualquier otra área. El terrorismo es
una táctica empleada por actores débiles con la intención de conducir a
sus víctimas a la histeria y a la reacción exagerada.
Bin Laden describió su estrategia exactamente en estos términos:
“Todo lo que tenemos que hacer es enviar dos combatientes musulmanes al
punto más al este para que levanten un manto donde esté escrito ‘Al
Qaeda’, y de esta manera hacer que los generales estadounidenses se
apresuren a llegar a este lugar, causándole a EE.UU. pérdidas humanas,
económicas y políticas”. Es hora de dejar de jugar este juego de la
manera que Al Qaeda quiere que lo hagamos y traer de vuelta lo antes
posible a nuestras tropas en Irak y Afganistán. El camino sostenible en
la lucha contra el terrorismo comprende una mezcla de cooperación de
inteligencia, acción directa, y entrenamiento de aliados regionales, no
la utilización de tropas a perpetuidad como una fuerza policial para el
tercer mundo.
EE.UU. necesita este momento. Con tres guerras, una economía que no
levanta y una continua pelea partidista respecto al presupuesto, esta
buena noticia puede darle al país un nuevo aliento. También es apropiado
que el presidente haya ordenado el ataque luego de jugar golf y antes
de asistir a la cena para los corresponsales de la Casa Blanca:
contrario a los mejores esfuerzos de Al Qaeda, la vida sigue, las
cicatrices de una nación sanan y EE.UU. perseverará y prosperará.
Celebrar el día de la victoria sobre Obama bin Laden no es el fin del
camino, pero no deja de ser un hito importante. Ojalá este momento le
permitirá cerrar un capítulo a aquellos que perdieron a seres queridos
el 11 de septiembre de 2001 o durante la década de guerra que hemos
experimentado desde entonces. La muerte de bin Laden constituye una
estaca en el corazón de un enemigo perjudicial para la vida, la libertad
y la búsqueda de la felicidad.
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