Poseído por Changó, amo del trueno
El color rojo es un atributo de Changó, el orisha del trueno y de la virilidad.
En la religión sincrética de la santería equivale a la santa Bárbara
cristiana, que imbuye a sus neófitos arrojo, fortaleza y resistencia. No
sería extraño que Hugo Chávez, en uno de sus viajes a Cuba, después de que un babalao
le echara los caracoles y le limpiara con coco, hubiera sacrificado a
Changó un animal de cuatro patas para ponerse bajo su protección. De
hecho, la camisa roja adoptada como uniforme civil por Chávez para su
revolución bolivariana obedece a la fuerza irracional, convulsa de este orisha más que al color rojo de la bandera del marxismo leninismo.
La violencia incendia Centroamérica
La geografía de la violencia tiene en Centroamérica uno de sus puntos
cardinales. El último informe sobre drogas de la ONU la define
secamente como la región “más mortífera del mundo”, donde uno de cada 50
hombres morirá asesinado antes de los 31 años. Desentrañar esa frase
pasa por una larga historia de pobreza, guerrillas, Estados frágiles,
corrupción e impunidad. Pero otra vez la geografía, el hecho de estar
situada en el principal canal de tránsito mundial de la droga hacia
Estados Unidos —en particular Honduras, Guatemala y El Salvador, el
llamado Triángulo del Norte— ha exacerbado esa tensión. Solo en Honduras
hubo más asesinatos —6.236— el año pasado que víctimas de la represión
en el mismo periodo de tiempo en Siria, inmersa en una guerra civil. El
motín en la cárcel hondureña de Comayagua la pasada semana, que ha
causado cerca de 400 muertos, hunde sus raíces en este panorama social
de extrema violencia.
La situación ha llegado hasta tal punto que la semana pasada, el presidente de Guatemala, Otto Pérez, desenterró el debate de la legalización del narcotráfico para frenar la sangría.
La situación ha llegado hasta tal punto que la semana pasada, el presidente de Guatemala, Otto Pérez, desenterró el debate de la legalización del narcotráfico para frenar la sangría.
Breve tipología kirchnerista
Por: Martín Caparrós
Un viejo amigo, el ensayista y editor Alejandro Katz, me mandó un texto que intenta una pequeña sociología del kirchnerismo, y que me dio ganas de retomar otra posibilidad de este blog: la publicación –de tanto en tanto– de escritos ajenos para su discusión, su desarrollo. Que dos líneas más arriba diga "por Martín Caparrós" es sólo un problema técnico: forma parte de la plantilla de este blog y me dicen que cambiarlo es muy difícil. Pero esta columna, queda dicho, fue escrita por mi invitado Alejandro Katz. (M.C.)
Un amigo me escribe, entristecido, lo siguiente:
“Sigo impresionado por el fervor patriótico (filo K) que predomina en el medio ambiente progre que suelo frecuentar.
Un viejo amigo, el ensayista y editor Alejandro Katz, me mandó un texto que intenta una pequeña sociología del kirchnerismo, y que me dio ganas de retomar otra posibilidad de este blog: la publicación –de tanto en tanto– de escritos ajenos para su discusión, su desarrollo. Que dos líneas más arriba diga "por Martín Caparrós" es sólo un problema técnico: forma parte de la plantilla de este blog y me dicen que cambiarlo es muy difícil. Pero esta columna, queda dicho, fue escrita por mi invitado Alejandro Katz. (M.C.)
Un amigo me escribe, entristecido, lo siguiente:
“Sigo impresionado por el fervor patriótico (filo K) que predomina en el medio ambiente progre que suelo frecuentar.
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