domingo, febrero 12, 2012

Pretorianos de Asad. Javier Valenzuela



Un grupo de sirios se manifiestan a favor del presidente del país Bachar el Asad. / EFE

No se les puede distinguir por la manera de vestir o cualquier otro signo exterior. No se proclaman miembros de tal o cual comunidad, ni efectúan ceremonias públicas distintivas. Y, sin embargo, existen y todos sus compatriotas saben que existen: son los alauíes. ¿Cómo puede identificárseles? En un reportaje para Al Yazira, Nir Rosen ha dado esta respuesta: "Es fácil saber estos días si uno está en una zona alauí de Siria. Será ese lugar donde todos y cada uno de los rincones estén decorados con fotos del presidente Bachar, su hermano Maher y su padre, Hafez. Y donde las paredes estarán pintadas con el lema Asad para siempre".


Dos sangrientos conflictos, como mínimo, asolan ahora Siria. A lo que, siguiendo los ejemplos tunecino y egipcio, comenzó hace 11 meses como una lucha juvenil, pacífica y democrática contra los 40 años de dictadura de los Asad, se le ha ido sumando una guerra civil sectaria, cada vez menos soterrada, entre la minoría alauí gobernante y la mayoría suní. Es el triste resultado de la testarudez sanguinaria del rais Bachar el Asad y su clan.

Los suníes son la mayoría de los militares que se niegan a disparar contra los rebeldes
Como los Asad, alauíes son los principales responsables de una represión que ya se ha cobrado más de 5.000 vidas: los jefes y muchos de los miembros de los mujabarat o servicios de espionaje, la Shabiha o milicia del régimen, las tropas de élite de la Cuarta División que dirige Maher el Asad. Y también los civiles que sostienen con más fervor a la familia presidencial.
Por el contrario, suníes son la mayoría de los miembros de las Fuerzas Armadas que se niegan a disparar contra la población rebelde o que incluso desertan. Y de los integrantes del denominado Ejército de la Siria Libre que, a fines del pasado año, comenzaron la resistencia armada. Y de los manifestantes en las calles de Homs y otros lugares.
Los enfrentamientos entre civiles alauíes y suníes se multiplican a lo largo y ancho de Siria. Los primeros temen que la caída de los Asad se transforme en una feroz persecución de su minoritaria y enigmática comunidad; los segundos piden "venganza". Los reporteros que informan sobre el Ejército de la Siria Libre cuentan que uno de sus mensajes primarios de reclutamiento llama a una guerra de los "verdaderos musulmanes" contra "los heréticos alauíes".
Podía haberse evitado, pero Bachar y los suyos se enrocaron en la idea de que las iniciales protestas democráticas eran fruto de una conspiración extranjera en la que estarían los norteamericanos, los europeos, los israelíes, los saudíes, los cataríes, el incendiario predicador fundamentalista suní Adnan al Arur, los islamistas turcos, tunecinos y egipcios y la cadena de televisión Al Yazira. Llegaron a decir que las noticias de Al Yazira sobre las protestas eran filmadas en "gigantescos platós" y bajo la dirección de "cineastas franceses y americanos".
Lo que comprendieron enseguida los correligionarios alauíes de los Asad fue que su hegemonía en la vida siria estaba amenazada. Y cerraron filas en torno al régimen. Ahora, si la comunidad internacional no lo remedia, ellos pueden ser los que paguen la principal factura en el baño de sangre con que todo indica que acabará esta historia.
También llamados alauitas y, antiguamente, nusairis y ansaríes, los alauíes sirios (a no confundir con la dinastía homónima marroquí) suponen entre el 12% y el 15% de los 24 millones de habitantes del país (los suníes estarían entre el 70% y el 75%, siendo el resto cristianos, un10%, drusos, kurdos y otros grupos étnicos o religiosos aún más minoritarios). Étnica y culturalmente, los alauíes son tan árabes como todos los demás; en cuanto a sus creencias religiosas, están enraizadas en el islam chií. El resto es misterioso: constituyen una secta iniciática y solo aquellos de entre ellos que alcanzan niveles superiores de poder o espiritualidad conocen todos sus secretos.


Los enfrentamientos entre civiles alauíes y suníes se multiplican a lo largo y ancho de Siria
Según cuentan Laurent y Annie Chabry en su Politiques et minorités au Proche-Orient, los alauíes creen en un dios único que se ha encarnado siete veces en otros tantos seres humanos, la última en Alí Ibn Abi Talib, primo y yerno de Mahoma y cuarto califa del islam. Esas siete manifestaciones humanas de la divinidad se habrían expresado a su vez en otras dos personas asociadas, retomando así la idea de la trinidad. Con el tiempo, su fe se habría ido convirtiendo en un sincretismo, con incorporación de elementos del cristianismo, el budismo, el zoroastrismo, el neoplatonismo y el paganismo. También creerían, por ejemplo, en la reencarnación y la transmigración de las almas.
Secularmente, los alauíes, que no ayunan, no peregrinan a La Meca, no rezan en las mezquitas, beben vino y dan más libertad a sus mujeres, han sido considerados paganos politeístas por el ortodoxo y mayoritario islam suní, y por ello muy perseguidos. Su refugio han sido las montañas sirias que dan al Mediterráneo (el Yebel alauí), con Latakía y Tartus como principales ciudades.
Tras la I Guerra Mundial y la caída del imperio otomano, Francia se convirtió en la potencia colonial en Siria. Para asegurarse un mejor control del país, estimuló sus tendencias separatistas y llegó a crear un Estado independiente alauí, con capital en Latakía, que duraría hasta la II Guerra Mundial. Con la independencia, los granjeros alauíes encontraron un abrigo ideal en la ideología laicista, panarabista y socialistoide del partido Baaz. Se incorporaron masivamente a sus filas y a partir de ahí encontraron empleo en las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia y la Administración.
El Baaz se hizo con el poder en 1963, y en 1970 uno de sus dirigentes, el alauí Hafez el Asad, general de aviación y ministro de Defensa, conquistó la presidencia. En apenas una década, la de 1970, los alauíes se convirtieron en la minoría hegemónica en el rompecabezas sirio. Hafez el Asad pactó con la burguesía suní de Damasco y Alepo: los alauíes llevaban el Estado y los comerciantes suníes se dedicaban a sus negocios.
En las últimas cuatro décadas, los alauíes han ido perdiendo sus señas de identidad religiosas originarias para sustituirlas por la adhesión a los Asad. Ahora son una comunidad sin verdadera convicción ideológica o religiosa, pero cimentada por el miedo a que el final del régimen de los Asad desemboque en una venganza masiva y sangrienta contra ellos. Se ven como una gente que defiende el carácter secular del Estado sirio y mucho más moderna que los suníes.
Ahora, los alauíes levantan en sus aldeas y barrios barricadas defendidas por vecinos armados. Por su parte, los extremistas suníes dicen que las prácticas religiosas secretas de estos "montañeses" son orgías y gritan a favor de que "vuelvan a sus granjas".
Así que el alzamiento democrático contra una autocracia se ha ido convirtiendo en un conflicto sectario entre, de un lado, los suníes y, del otro, los alauíes y sus parientes religiosos y aliados políticos: los chiíes de Irán, el Hezbolá libanés y la mayoría gubernamental en Irak. Algo muy explosivo.
No obstante, intelectuales alauíes se han distanciado públicamente del régimen de los Asad desde Beirut y Nicosia. Un grupo emitió hace poco un manifiesto instando a "los alauíes sirios y a otras minorías étnicas y religiosas que temen las consecuencias de una posible caída del régimen a participar en los esfuerzos para derrocar este Gobierno opresor y participar en la construcción de una nueva república siria basada en la primacía de la ley y en la ciudadanía". A esa vía, la reconciliación nacional en torno a una transición democrática, solo le quedan unos días de viabilidad, unas semanas como máximo.
Javier Valenzuela es autor del libro Crónica del nuevo Oriente Próximo, recién editado por Catarata

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