viernes, febrero 24, 2012

Volver a empezar

MANUEL ESPINO
El aparato gubernamental ha disparado una campaña contra el libro “Calderón, de cuerpo entero”, escrito por Julio Scherer y por quienes fuimos entrevistados para su esfuerzo editorial. Esta reacción nos deja ver qué tan hondo caló en su ánimo la publicación de Scherer.
 



Lo más grave —por incongruente y por ingrato— ha sido la reacción de muchos periodistas. En el intento de defender lo indefendible, y tapar con un dedo el sol del desprestigio presidencial, hay varias plumas que han cruzado la delgada línea negra que separa al periodista del propagandista, al ciudadano del cortesano y al hombre digno del hazmerreír.


Algunos han descalificado no sólo este libro, sino, fieles al libreto calderonista, que han atacado de manera personal a quienes expresamos las ideas que aquí se consignan. Mal haríamos en sorprendernos, pues estas han sido las tácticas que hemos enfrentado las voces independientes en cada día de este sexenio.


Lo importante es que en esta burda defensa se ha dejado ver -por omisión- cuáles son las verdaderas preocupaciones que “Calderón, de cuerpo entero” ha generado.


Por la sincronía de los mensajes, podemos ver que están coordinados para centrar el debate sobre este libro en el tema del alcoholismo.


Claro está que, por sí misma, la dependencia de cualquier sustancia no hace a un mejor o peor gobernante. Además, el alcohólico es un enfermo, y todo enfermo merece ayuda y respeto a su dignidad humana. Ese argumento, válido, indiscutible, es lo que fortalece a los testaferros presidenciales.


Sin embargo, no perdamos de vista dos puntos clave.


El primero es que el uso de sustancias en sí mismo no es perjudicial; lo que es grave son los efectos que puede causar, sobre todo en personalidades débiles, acomplejadas o vengativas. Efectos como tomar decisiones viscerales, padecer accesos de furia, ser insensible ante el dolor humano o provocar violencia sin sentido alguno. Eso es lo que sí nos debe preocupar.


El segundo punto es que de todos los debates que podría generar este libro, el del alcoholismo es el más “ganable” para la maquina propagandística oficial.


Hay otras discusiones que -de manera coordinada- se están dejando de lado. Y me refiero a los documentos consignados en los anexos, a partir de la página 103, en los que se demuestran, con toda contundencia, casos de corrupción.


Como una lagartija que prefiere perder la cola, el aparato presidencial está aceptando el debate del alcoholismo para que la opinión pública no analice estos documentos. Saben que no los pueden desmentir. Su única salida es crear una cortina de humo, aun cuando sea con un tema negativo para su jefe máximo.
No hay que caer en esa trampa. El alcoholismo es importante, sí, pero aún más es el contenido de estos documentos.


Tenemos que hablar con libertad para que el electorado conozca a ciencia cierta a su presidente, para que sepa, bien a bien, cuál es el alma de su proyecto transexenal y evitar que el postcalderonismo sea un factor de peso en el sexenio por venir.


A la vuelta de cinco o seis años es hora de que la gente sepa, de cuerpo entero, quién es su Presidente.


De cara a la elección presidencial del 2012 es bueno que los ciudadanos ya no solamente optemos por siglas partidistas, sino que revisemos las trayectorias de todos los candidatos a cargos de elección popular y sepamos de qué están hechos esos personajes.

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