por Manuel Hinds
Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).
Anteriormente he indicado las interrelaciones tan estrechas que existen entre el desarrollo social y el desarrollo económico, tan cercanas que a cierto nivel de generalidad se confunden. En el largo plazo, la política social se convierte en la política económica, ya que la única base sostenible del desarrollo económico es la inversión en capital humano, que es el contenido de la política social. Por otro lado, la política económica se convierte en la base de la política social, ya que la economía es la que tiene que generar los recursos para invertir en capital humano. En el largo plazo, que es el plazo en el que se mide el desarrollo, uno puede apostar con gran seguridad que los países que han convertido sus economías en economías del conocimiento, son los que más se han desarrollado social y económicamente.
Hay dos cosas que es importante notar en esta relación, sin embargo: La primera es que puede haber desviaciones en el corto plazo, de tal forma que un país con mayor desarrollo social y humano resulta ser menos rico que uno con menor desarrollo social. Estas desviaciones se presentan por dos razones: una es la que sucede cuando un país que, como Venezuela, depende del petróleo y experimenta un aumento en el precio de este producto.
Estas desviaciones no son sostenibles en el tiempo. La segunda razón por la cual un país puede ser menos rico que lo que su capital humano le permitiría es la adopción de un modelo de desarrollo económico, que reduce la eficiencia con la que usa dicho capital humano. Es algo muy tonto de hacer pero es un error muy común, en realidad es la base de la pobreza de los países.
Esta ha sido la conclusión de la larga búsqueda de los factores que explican las enormes diferencias en el nivel de producción y desarrollo por habitante que hay entre los distintos países del mundo. Las investigaciones han distinguido entre dos aspectos de los recursos que los países han aplicado en su desarrollo: la cantidad del recurso y la eficiencia con la que éste es usado. Los recursos que se han incluido en los análisis han sido el capital humano y el capital físico. De esta manera, los análisis han comparado el nivel de desarrollo de todas las economías del mundo, medido en términos de ingresos por habitante, con la cantidad de capital humano y físico que tiene cada uno de estos países y con la eficiencia con la que dichos capitales son usados.
El resultado de estos análisis es que las cantidades de los recursos explican un poco de las diferencias de ingresos, pero que la abrumadora mayoría de estas diferencias se explican sólo cuando se toman en cuenta las eficiencias en el uso de los recursos. Como lo explica el Premio Nóbel de Economía Edward C. Prescott, cuando todos los factores han sido analizados, uno encuentra que Estados Unidos es 27 veces más rico que Bangladesh, no porque tenga más capital (que sí lo tiene) o que tiene más capital humano (que también lo tiene), sino mayormente porque usa su capital humano y físico con mucha más eficiencia que Bangladesh. Si Bangladesh sólo igualara la eficiencia con la que Estados Unidos usa el capita físico y humano, sin incrementar dicho capital, el país seguiría siendo más pobre que Estados Unidos, pero su ingreso por habitante sería una tercera parte del de los Estados Unidos, no una veintesieteava parte como es ahora.
Dicho de otra manera, Bangladesh podría multiplicar su ingreso por habitante por nueve veces sin tener que invertir más en capital humano y físico. A esta eficiencia en el uso de los factores de producción se le llama la Productividad Total de los Factores.
Esta es la que hay que maximizar. Los factores que hay que mejorar para hacerlo incluyen la libertad económica (que es considerada una de las bases fundamentales de la productividad total de los factores), la facilitación de los negocios y las inversiones, y todos los indicadores que incluyen en la medición de la competitividad, incluyendo el desarrollo institucional de la justicia. Los países desarrollados comprendieron ya hace mucho tiempo que esta eficiencia es la que hay que maximizar, de tal manera que actualmente todos los países desarrollados se parecen en sus políticas económicas y sociales en términos de que todas están basadas en la libertad económica y otras políticas que aumentan la productividad total de los factores, independientemente de la ideología de los gobiernos de turno.
Por otro lado, así como la libertad económica está asociada con el desarrollo económico y social, la falta de dicha libertad está asociada con el atraso económico y social. Como resultado, el grado de intervención del gobierno en la economía se ha convertido en un factor que no explica si un gobierno es socialista o no, sino solamente si dicho gobierno es atrasado o no. No queremos quedarnos entre los atrasados.
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