miércoles, abril 02, 2008

La intolerancia en Rosario

por Gabriela Calderón

Gabriela Calderón es editora de ElCato.org y columnista de El Universo (Ecuador).

Buenos Aires, Argentina— La semana pasada asistí a una conferencia en Rosario, Argentina, para conmemorar el vigésimo aniversario de la Fundación Libertad. Ahí estábamos reunidos economistas, historiadores, filósofos, escritores, periodistas, académicos y políticos liberales de alrededor de 40 países. Entre ellos se destacan escritores como Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner.

Rosario es la ciudad donde dio sus primeros pasos Ernesto Che Guevara. Desde 1989 ha tenido administraciones socialistas.1

Aunque las diferencias entre los asistentes eran marcadas, todos coincidíamos en principios básicos: igualdad ante la ley, protección de los derechos de propiedad privada como mecanismo para asegurar la libertad y por ende, la vida.

A 250 metros del auditorio en que Vargas Llosa hablaba de libertad, se encontraba la Plaza de la Cooperación, popularmente conocida como “la del Che” debido al retrato revolucionario que predomina en esa plaza. Teníamos entonces a un escritor que ha dedicado toda su vida a escribir y recorrer el mundo para difundir sus ideas de libertad. Décadas atrás él creía en la lucha armada, pero sus experiencias y una constante re-evaluación de sus creencias lo llevó a cambiar su manera de pensar. Y desde que lo hizo, Vargas Llosa suele ser recibido con piedras por la izquierda extrema latinoamericana.

El viernes por la tarde saliendo de un almuerzo en la Bolsa de Comercio de Rosario, me tocó de casualidad compartir el bus con Vargas Llosa. Los jóvenes que estábamos en ese bus no creíamos en nadie. Y a mi me tocó sentarme al lado de él. Luego de contarle qué habían significado para mi algunos de sus libros lo que me sorprendió fue su humildad. No me habló de él o de sus obras sino que me preguntó quién era yo, qué había estudiado, qué hacía y luego de que le contesté todo, me preguntó que qué me había llevado a escribir.

Pero el bus se detuvo. Habíamos llegado a la plaza “del Che” y estábamos cercados por aproximadamente 150 manifestantes que inmediatamente procedieron a lanzar piedras a nuestro bus. Todos los que estábamos en el bus cerramos las cortinas. Nuestro escolta de seguridad llamaba por su celular y nadie le contestaba; luego perdió la señal. Las piedras rompieron una ventana y se escucharon los vidrios caer. Luego rompieron tres más. Después escuché a alguien decir “Le han roto la ventana al conductor”.

Yo estaba en el piso con la cabeza debajo del asiento mientras que Vargas Llosa permanecía sentado y tranquilo en el asiento de al lado. Yo le pregunté que si siempre lo recibían así y el me dijo que no siempre pero que frecuentemente. Luego los manifestantes intentaron abrir la puerta del bus y por fin el bus logró dar retro y salir de esa cuadra. Cuando le conté a mis amigos y familiares ecuatorianos lo que había pasado la primera pregunta de todos fue: “¿Por qué lo odian?”

Me acordé de Ortega y Gasset, “La masa…no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella”. Dicen que las experiencias personales pesan mucho en la formación de la personalidad intelectual de cada individuo. Por ahora, sigo pensando que cualquiera que hable de libertad, democracia y derechos humanos y luego esté dispuesto a lanzarle piedras a alguien que lo único que ha hecho es pensar distinto y expresarlo, no es ni defensor de la democracia, ni de la libertad ni de los derechos humanos. Al contrario, viola a los tres.

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