viernes, mayo 16, 2008

¿Entró Bush en política para enriquecerse? Su patrimonio ha menguado desde que llegó a la Casa Blanca

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George Bush, presidente de Estados Unidos. Foto: Archivo

Pese a lo que cualquiera podría pensar, parece que al presidente de EEUU, George W. Bush, no le ha sido muy rentable asumir tanta responsabilidad, ya que, según The Washington Post, su patrimonio ha disminuido durante su mandato.

El cálculo inicial de los activos de Bush y su esposa Laura hace siete años oscilaba entre los 9 y los 24 millones de dólares, según los datos oficiales. Ahora, su patrimonio habría disminuido, al menos, en 6,5 millones de dólares, según difundió la Oficina de Ética del Gobierno de EEUU, que publica anualmente un informe con los bienes y propiedades de los máximos mandatarios.

El vicepresidente, Dick Cheney y su mujer, Lynne, han salido mejor parados, ya que la Oficina de Ética cifra sus activos entre los 21 y los 99 millones de dólares. Además, según el informe, los Cheney ahora tienen más poder adquisitivo que cuando el cabeza de familia comenzó a ejercer el cargo de vicepresidente, y calculan que en este periodo han sumado a su patrimonio un monto de 29 millones de dólares.

Un fondo ciego

El mayor activo de los Bush es su rancho de 1.600 acres de Crawford (Texas), donde el pasado fin de semana se ofició la boda de su hija Jenna con el economista Henry Hager. Esta propiedad está valorada en hasta 5 millones de dólares.

La fortuna de Bush está invertida en el sector inmobiliario y en un "fondo ciego", que se encarga de invertir su dinero sin que el presidente sepa dónde, por razones éticas.

El informe señala que los mandatarios recibieron a lo largo del pasado año una serie de regalos durante sus viajes que también se suman a su patrimonio.

En el caso de Bush, estos regalos incluyen una bicicleta valorada en 6.160 dólares que recibió en una fábrica de Wisconsin, o varias camisas hechas a medida con las que le obsequiaron en Hawai y material para pescar.

Cheney, entre otras cosas, recibió un fin de semana en Carlise (Arkansas) valorado en 1.600 dólares y un paquete del canal de televisión Fox que incluía conexión 24 horas, una silla de director, varias tazas de café con el logotipo de la cadena y unos DVDs, por un valor de 850 dólares.

Cálculos aproximados

A pesar de sus relativas "pérdidas", los Bush tuvieron unos ingresos de 924.000 dólares durante el 2007, mientras que los Cheney sumaron 3 millones de dólares en sus cuentas.

Las oscilaciones en los cálculos sobre los activos de ambos mandatarios se deben a que la Oficina de Etica calcula el valor de los bienes de manera aproximada, dentro de una banda de un precio mínimo y otro máximo.

El tigre semita

Carlos Alberto Montaner

Primero se comenzó a hablar de los cuatro ''tigres asiáticos'': Taiwan, Singapur, Corea del Sur y Hong Kong. Eran países que en el curso de una generación saltaron de la miseria al desarrollo. Luego siguieron Nueva Zelanda (el tigre anglo), Irlanda (el tigre celta), e incluso Chile, al que comienzan a llamar el ''tigre latino'', país que parece decididamente encaminado a formar parte del primer mundo.

Lo curioso es que entre esas historias de éxito nadie cita la más impresionante de todas: Israel. Por estas fechas se cumplen 60 años de su tumultuosa fundación en el inhóspito arenal del Medio Oriente. Entonces casi nadie apostaba por la supervivencia de aquel pequeño Estado surgido en la tensa primavera de 1948 en medio de los primeros combates de la guerra fría. Los padres fundadores eran apenas un puñado de soñadores asediados por decenas de millones de árabes dispuestos a aplastarlos. No tenían ejército ni dinero, y provenían, algunos de ellos, del espantoso matadero nazi donde seis millones de judíos acababan de ser ejecutados en el más siniestro genocidio que registra la historia de la humanidad. Tenían, eso sí, una desesperada convicción: construir un espacio seguro y decente en el que el atormentado pueblo judío pudiera sobrevivir al brutal antisemitismo esporádicamente practicado por casi todas las otras naciones monoteístas surgidas de Abraham, el padre común de judíos, cristianos y mahometanos.

Israel lo tenía todo en contra: la geografía, los vecinos, el suelo miserable y seco, la escasa y variada población, incluso el idioma, porque el hebreo era una lengua ritual, prácticamente muerta, confinada a la sinagoga y a la lectura de los libros sagrados, que hubo que revitalizar mientras la población judía se comunicaba en los idiomas vernáculos de los países de donde provenía. Unos lo hacían en alemán, otros en polaco o en yiddish; los había que sólo dominaban el turco, el árabe o el griego. La etnia, además, se dividía profundamente en dos comunidades no siempre bien avenidas: los asquenazí, generalmente de origen germano-polaco, y los sefarditas, originalmente procedentes de España, de donde fueron expulsados en 1492.

No existía, pues, un pueblo judío, sino diversos pueblos judíos forjados en la diáspora, incluidos los que emigraban desde Yemen, Marruecos, Etiopía y, sobre todo, de Rusia. Tampoco poseían ningún fenotipo dominante que los caracterizara físicamente. Se vinculaban, además, de distintas maneras a la tradición religiosa y cultural del nuevo y desconocido país, ostentando muy diferentes grados de desarrollo intelectual y académico. Variedad que, sin duda, no era el mejor cohesivo para unificar a la vacilante nación que dio sus primeros pasos en medio de una invasión destinada a ``echar a los judíos al mar''.

¿Qué hicieron en sesenta años los israelitas con ese mosaico abigarrado y difícil? Hicieron una complejísima democracia parlamentaria, reflejo de la diversidad de una vibrante sociedad que hoy cuenta con más de siete millones de habitantes, radicados en un diminuto país de apenas 20,000 kilómetros cuadrados, que disfrutan de todos los derechos individuales, en la que las poderosas fuerzas armadas están subordinadas a la autoridad de los civiles. Hicieron un gobierno razonablemente eficaz, más honrado que la media, pese a las turbulencias en las que han tenido que vivir. Hicieron un país con una población altamente educada, con el menor índice de violencia social del mundo, incluido ese 16% de personas de religión islámica, una minoría, también israelí, difícilmente asimilable, aun cuando constituye el grupo árabe --hombres y mujeres-- que más libertades y prosperidad posee de cuantos pueblan la tierra.

Israel hoy tiene un per cápita (PPP) de US$29,000 y, de acuerdo con el Indice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, que mide la calidad de vida, forma parte de los treinta países punteros del mundo, entre Alemania y Grecia, donde no comparece ninguna otra nación del Medio Oriente (ni de América Latina), pese a que tiene que dedicar a su defensa nada menos que el 8% de cuanto el país produce, porque ya se ha desangrado en por lo menos tres costosas guerras y mañana pudiera comenzar la cuarta.

¿Cómo Israel ha logrado este milagro económico? Esencialmente, cultivando su enorme capital humano y sus virtudes cívicas, a base de inteligencia, rigor, trabajo intenso y respeto a la ley, lo que le ha permitido ser muy eficiente en la agricultura, las comunicaciones, la electrónica, la fabricación de equipos médicos, aviación e industria armamentística, y hasta en el ámbito espacial, dado que ya hay satélites israelíes girando en torno a la tierra.

No todo, por supuesto, es perfecto en el país, pero para juzgar a Israel siempre hay que preguntarse dónde existe otra sociedad libre y desarrollada que en apenas seis décadas, surgiendo de la nada y contra viento y marea, ha conseguido los logros obtenidos por el pueblo hebreo. Es hora de empezar a hablar del tigre semita. Hay que estudiar muy bien lo que allí se ha hecho. Es casi milagroso.

Raúl Castro contra Yoani Sánchez

Carlos Alberto Montaner

Raúl Castro perdió una oportunidad perfecta de dejarle saber al mundo que su gobierno era ligeramente menos torpe y represivo que el de su hermano Fidel. Las cancillerías y los medios de comunicación más importantes tenían los ojos puestos en el ''nuevo'' presidente. Se trataba de algo muy sencillo: permitir que Yoani Sánchez, una joven blogger cubana, filóloga de profesión, a quien el diario El País de España le había otorgado el Premio Ortega y Gasset en la categoría digital, acudiera a Madrid a recibirlo. En su lugar, debió aceptarlo el ensayista exiliado Ernesto Hernández Busto, quien leyó una conmovedora carta dirigida a su amiga inmovilizada en La Habana. Previamente a la ceremonia, Yoani, cuyo popularísimo blog titulado Generación Y recibe millones de visitas, había sido seleccionada por la revista Time como una de las cien personas más influyentes del momento.

Yoani ha explicado con lucidez las razones de su éxito: ha creado un pequeño espacio de libertad en una sociedad ahogada por la unanimidad. En su blog, sin acritud, pero sin miedo, escribe frecuentemente sus observaciones sobre la realidad cubana y, literalmente, miles de personas --casi todas del exterior, porque en Cuba la internet está prohibida para la inmensa mayoría-- leen, refutan, apoyan o comentan lo que ha consignado en su web. Yoani está demostrando lo que debería ser obvio para todos los cubanos, incluidos Raúl Castro y sus acólitos: que toda sociedad es inevitablemente diversa, y que la multiplicidad de opiniones que se desprenden de esa realidad plural es lo que consigue mejorar paulatinamente las condiciones de vida del conjunto. La libertad para informarse, para interpretar la realidad, y para disentir, no es un lujo, sino un instrumento para corregir errores, denunciar atropellos, y, claro, sustituir a los responsables de los comportamientos nocivos.

La iconografía de la libertad, que se confunde con la de la república, suele concretarse en una mujer bella y fiera, a veces con un seno descubierto y gorro frigio, pero esa imagen romántica oculta un dato trascendental: el ejercicio de la libertad es el rasgo esencial de la especie humana. La libertad consiste en poder tomar decisiones individuales sin otra coerción que el sentido de la responsabilidad y las normas justas e imparciales que determina la sociedad. Mientras más decisiones libres pueden tomar los individuos, mayor será la felicidad emocional que alcancen, y más progreso lograrán las sociedades en las que ellos actúan. No es una casualidad que existe una correspondencia total entre prosperidad colectiva y libertades individuales. Los treinta países más ricos del planeta son aquellos en los que las personas toman sus decisiones libremente y definen y procuran sus propios objetivos sin mayores interferencias del Estado.

En Cuba las personas no pueden decidir dónde desean vivir, viajar o trabajar, cómo quieren gastar su dinero, qué merece la pena ser leído, o qué ideas les parecen brillantes o desacertadas. En Cuba el gobierno ha decidido cuál es la visión correcta de la realidad --desde la guerra de Irak hasta la pobreza de Haití o la producción de etanol--, y cualquier discrepancia se convierte en ''desviacionismo''. En Cuba no se puede juzgar el pasado desde una perspectiva diferente, porque eso es ''revisionismo'', y es muy peligroso atreverse a prever un futuro distinto al que auguran los mandarines de la secta, porque se entra en el campo minado de la ''traición ideológica''. En Cuba las personas emprendedoras no pueden crear una actividad económica lucrativa para no ser acusadas de explotación, y ni siquiera pueden manifestar su deseo de emigrar para no ser consideradas ''enemigas de la patria''. En Cuba, el secuestro de las libertades individuales es de tal naturaleza que los inquilinos de esa pobre isla ni siquiera tienen derecho a tomar decisiones en el terreno íntimo de las querencias: les está vedado amar abiertamente a las personas desafectas al régimen, no pueden tener contacto con ellas sin perjudicarse, y si tienen la desgracia de enamorarse de un extranjero (a no ser que se trate de los hijos de los mandamases) comienza un terrible calvario burocrático.

Cuando se dice que Cuba necesita reformas, lo que realmente implica es que los cubanos necesitan libertades. Libertades para poseer bienes, para comunicar ideas, para moverse, para iniciar negocios, para agruparse de acuerdo con sus ideales e intereses, libertades, en suma, para tomar sus decisiones y recuperar el control de sus vidas. Desde el Papa hasta el último cubano, medio planeta está a la espera de esos cambios profundos. Yoani, que ya ha hecho un pequeño cambio por su cuenta, le dio una oportunidad a Raúl Castro de demostrar que se mueve en la dirección correcta. La desaprovechó tontamente.

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