Nicholas Aikin
El espectro de John Maynard Keynes
La presente crisis financiera que comenzó en EE.UU y se esparció cual plaga a Europa y al resto del mundo han puesto en jaque a la políticas neoliberalistas del libre comercio y movimiento de capitales dentro del contexto de una economía globalizada, según las cuales los mecanismos auto-correctores de los mercados se bastaban por si mismos a través de la oferta y la demanda para devolver a la economías a una situación de equilibrio. Y, lo que es más grave, ha hecho tambalearse al mismísimo Sistema Monetario Internacional.
El susto, tanto de analistas como de gobiernos y organismos supranacionales, ha sido de tal envergadura, que, como observaba Robert Skidelsky recientemente en un artículo publicado en The Times, las teorías keynesianas intervencionistas de los gobiernos en el funcionamiento de las economías mediante políticas monetarias y fiscales racionales para crear empleo, riqueza nacional y bienestar social y evitar o al menos reducir los desequilibrios fundamentales, han sido "sacadas de los cubos de basura" y desempolvadas.
En los años 70 se había llegado a la conclusión de que Keynes había sido un gran economista con sabios remedios para la Gran Depresión, pero que no tenía nada que ofrecer al mundo moderno. Además se le responsabilizaba de haber creado estanflación, por lo que los gobiernos de Thatcher, Reagan y otros países occidentales optaron por un modelo monetarista según el cual, mediante leves ajustes en los tipos de interés, dejando que los mercados hicieran su trabajo, las economías podrían disfrutar de crecimientos duraderos y carentes de inflación.
De acuerdo con esta política de mínima intervención, si los agentes económicos; los banqueros, inversores, especuladores, etc., son racionales, los propios mercados se encargan de restablecer el equilibrio y los ciclos y contra-ciclos desmesurados son atribuibles a "shocks" externos: guerras, revoluciones y sobre todo, interferencia políticas con los delicados mecanismos de ajuste de la "mano invisible" de Adam Smith.
Y diríase que durante varias décadas esta "sabia política", instituida internacionalmente dentro de un marco cada vez más desregulado y alentada por una combinación de sólido crecimiento en EE.UU y Asia y un descenso de precios continuo de una economía mundial competitiva y globalizada, funcionó. Pero la presente crisis ha puesto en serios apuros a este modelo ya que no ha sido generada por ningún shock externo sino por el propio mercado. Y lo que es más significativo, dentro del seno de la economía más poderosa del mundo.
La crisis financiera del Sudeste Asiático de finales de los 90 fue desoída por Occidente y la fe ciega en lo que ha sido descrito como "capitalismo salvaje" y "fundamentalismo financiero desregulado, acompañado de especulación feroz" continuó…
Finalmente, el reventón de la burbuja inmobiliaria derivada del fenómeno de las hipotecas subprime (préstamos de alto riesgo a individuos de dudosa solvencia y revendidos por las instituciones bancarias como complejos productos financieros cuyo único respaldo real era la propia hipoteca) hizo cundir el pánico entre los inversores.
El derrumbamiento de la confianza se trasladó a los mercados de capitales de todo el mundo, siendo la consigna: ¡"vender, vender, vender"! Y lo mismo sucedía en los mercados de las materias primas donde muchos especuladores, ávidos de obtener suculentos beneficios a corto plazo, habían invertido su dinero contribuyendo a las disparatadas subidas en los precios de éstas, y que ahora también se desplomaban.
Pese a las tardías y masivas intervenciones de los gobiernos a ambos lados del Atlántico para salvar a la banca y restablecer la confianza general inyectando liquidez y rebajando tipos de interés, la crisis financiera continuaba y se trasladaba a la economía real, manifestándose en una contracción del consumo, la inversión y un aumento del desempleo.
En su obra maestra, Teoría General del Empleo, Interés y Dinero, ya Keynes avisaba acerca de los peligros de la especulación excesiva cuando las bolsas se convierten en una especie de casino. También hablaba de "la trampa de liquidez" (situación en la que los intereses bancarios son tan bajos que los banqueros son reacios a prestar dinero) y mencionaba "la paradoja del ahorro" (situación en la que si todo el mundo "se aprieta el cinturón" ahorrando, se consume e invierte menos con lo cual se agrava la recesión).
En semejantes circunstancias, la única solución a su juicio era la implementación de políticas fiscales expansivas (gasto público en infraestructuras útiles, por ejemplo) para, mediante la inversión pública, estimular la inversión privada y el consumo, aumentando así la demanda agregada y el empleo. Y en la situación actual, esto podría tener sentido a corto plazo aunque dichas políticas produzcan endeudamiento e inflación.
Dicen que nos encontramos ante la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión de los años 30 y algunos analistas opinan que el sistema financiero internacional ha de ser trasformado en profundidad e incluso "desdolarizado". Curiosamente, hay muchos que creen que Keynes fue el arquitecto del Fondo Monetario Internacional, lo cual no es estrictamente cierto. Una de las causas de las crisis financieras es el desequilibrio en las balanzas comerciales entre países. Éstos afrontan sus déficits acumulando deudas que frustran su desarrollo y amenazan al sistema global con crisis periódicas. Keynes era muy consciente de esto.
Como señala George Monbiot en un reciente artículo publicado en The Guardian el pasado mes, lo que él propuso en Bretton Woods (1944) fue la fundación de un banco universal que emitiera su propia moneda –el bancor- que sería convertible a las divisas de los distintos países a un tipo de cambio fijo.
Las naciones tendrían acceso a créditos en descubierto equivalentes al valor medio de su actividad de comercio exterior durante los últimos 5 años, pero si sus déficits comerciales excedían el 50% del mismo, pagarían intereses bancarios y se le exigiría devaluar su moneda y evitar sus exportaciones de capital. Pero, lo que es más importante, las naciones con superávit comercial estarían sujetas a presiones similares: si sus saldos positivos en bancors superaran el 50% de sus respectivas cuotas, tendrían que pagar un interés del 10%, revaluar su moneda y permitir la exportación de capital. De este modo, las naciones con superávits estarían fuertemente motivadas para deshacerse de éstos y ayudarían a eliminar automáticamente los déficits de otras naciones.
Pero la propuesta de Keynes fue rechazada por EE.UU, que impuso un sistema bajo la tutela de lo que pasaría a ser el Fondo Monetario Internacional según el cual toda la responsabilidad de mantener la balanza comercial recaería sobre las naciones deficitarias mientras que todo país podría acumular los superávits que quisiera. Además en la práctica, el dólar se convertiría en la divisa de reserva de las naciones.
Las consecuencias, especialmente para los países pobres deudores, han sido catastróficas. Para recibir ayuda, el FMI les obliga a anteponer el control de la inflación a otros objetivos económicos, a eliminar barreras al comercio exterior y al flujo de capitales y aplicar políticas que ninguna nación libre toleraría. Eso sí, en Bretton Woods, EE.UU se cubrió las espaldas de cara a sus propios posibles déficits comerciales, que en los últimos tiempos han sido enormes, adjudicándose poderes de veto sobre el FMI y el Banco Mundial.
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