El alquitrán del imperialismo humanitario
¿Se ha dado cuenta de la cantidad de recursos de reclutamiento de las fuerzas armadas estadounidenses, en televisión y en la publicidad de los aeropuertos entre otros sitios, que muestran a tal o cual destacamento inmerso en labores de ayuda humanitaria, repartiendo comida o medicinas? Presentan al ejército estadounidense como si fuera la Cruz Roja, por razones que no quedan claras, con armas.
Por George Will
Hace varias semanas, cuando el Presidente Obama aseguraba al parecer a los líderes legislativos que la intervención de América en Libia llevaría "días, no semanas", los escépticos se temieron erróneamente la ampliación de la misión original. Debieron de haberse temido la precipitación de la misión.
O tal vez la sinuosidad de la misión. A estas alturas de las desventuras de la política exterior, la pregunta habitual es: ¿Cuál es el Plan B? La pregunta hoy es: ¿Cuál era el Plan A? Cuando Obama encajó a América en lo que era, y a la vista está que sigue siendo, una guerra preventiva encaminada a proteger a los civiles libios del gobierno de Libia, se le pasó aclarar unas cuantas cosas, como: ¿Siguen contando como civiles los rebeldes armados que tratan de derrocar ese gobierno?
Eso es, no obstante, irrelevante si el supuesto es que ningún libio está seguro mientras Muammar Gadafi permanezca en el poder. Si es así, el cambio de régimen es el imperativo lógico del imperialismo humanitario.
¿Se ha dado cuenta de la cantidad de recursos de reclutamiento de las fuerzas armadas estadounidenses, en televisión y en la publicidad de los aeropuertos entre otros sitios, que muestran a tal o cual destacamento inmerso en labores de ayuda humanitaria, repartiendo comida o medicinas? Presentan al ejército estadounidense como si fuera la Cruz Roja, por razones que no quedan claras, con armas. Teniendo cuenta que parte de los militares a veces parecen reacios a reclutar efectivos para su misión principal -- conservar una presencia sólida en caso de guerra -- no es tan raro que la administración Obama vacile ante la palabra "guerra".
El gobierno ha jubilado la expresión "acción militar dinámica", motivo de confusión efímero y redundante que presuntamente describía lo que estaban haciendo todas esas naves de guerra y aviación bélica con toda esa munición. Ello valida el axioma de George Orwell (en su ensayo de 1946 "La política y el inglés") de que "el gran enemigo del lenguaje claro es el disimulo".
Ahora la administración tiene que decidir cómo caracteriza a aquéllos en defensa de los cuáles ha entrado en guerra. Son rebeldes, y América, nacida en rebelión y culturalmente predispuesta al escepticismo hacia la autoridad, se inclina a pensar amablemente de los rebeldes. Era particularmente cierto durante la década de los 60, sobre todo en los campus universitarios. En uno de ellos, el de la Antioch University, jóvenes llenos de idealismo y totalmente faltos de información se reunían para ver "Morir en Madrid", un documental acerca de la Guerra Civil española. Cuando el narrador entonaba con voz monótona hablando de una columna de soldados "Los rebeldes avanzan sobre Madrid", los estudiantes jaleaban, desconocedores de que los rebeldes eran los fascistas del General Franco.
No todos los rebeldes son admirables, así que cuando la administración dijo que no habría botas estadounidenses sobre el terreno en Libia, dejó abierta la puerta a los zapatos estadounidenses de los agentes de la CIA. Es evidente que unos cuantos estarán ya entre los insurgentes, tarareando la melodía de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein:
"Saber de ti, saberlo todo de ti.
Cayéndome bien, esperando gustarte".
Tal vez los agentes de la CIA debieron haberse quedado en casa y haber hablado con algunos senadores que aparentan conocerse el percal. El Senador John Kerry, Demócrata de Massachussets, se refiere a los rebeldes libios como parte de "un movimiento pro-democracia". Puede que lo sean. El Senador Lindsey Graham, Republicano de Carolina del Sur, debe pensarlo. Interpretando como de costumbre el papel de Sancho Panza al Don Quijote del Senador John McCain, Graham afirmaba el domingo (en "Face the Nation") que "Debemos llevar la lucha hasta Trípoli".
Pero hasta Yamoussoukro, capital de Costa de Marfil, (todavía) no. Los miembros del Comité de Liberación Libia del Congreso -- no existe formalmente (aún) -- suscriben presuntamente la doctrina "R2P". Es la abreviatura aceptada de la "responsabilidad de proteger". Este concepto es central para el imperialismo humanitario, un proyecto que desde luego promete ser fuente de empleo estable. La empresa libia coincide con un desastre humanitario en Costa de Marfil, donde los cadáveres se amontonan a cientos y los combates generan desplazados a cientos de miles. Tendrán que ir tirando con los interventores de Francia y las Naciones Unidas hasta que los imperialistas humanitarios de América lleguen a su caso.
La incapacidad, o la reticencia, de Obama a la hora de afirmar con claridad el motivo de que estemos implicados en Libia o las condiciones bajo las que la misión se podría decir que ha sido lograda ha suscitado comparaciones con Irak. Una comparación más adecuada es con la invasión de Irán con ocho helicópteros -- un país el doble que Francia -- por parte de Jimmy Carter. Esto pasó a ser emblemático de un presidente que hace aguas más allá de su competencia.
Cuando Calvin Coolidge, que conocía sus límites, abandonó la presidencia en marzo de 1929, dijo: "Tal vez uno de los logros más importantes de mi administración haya sido meterme en mis asuntos". Para que una administración sepa hacer eso, tiene que definir concretamente sus responsabilidades y competencias con la modestia suficiente para admitir que hay cosas que no son asunto suyo.
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