miércoles, mayo 18, 2011

México: la marcha de los padres dolidos que potenció Calderón

Análisis & Opinión

México: la marcha de los padres dolidos que potenció Calderón

Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

La de Sicilia comenzó como una marcha de padres dolidos, víctimas justificadamente indignadas por la violencia que acosa a la sociedad. No había más agenda que la de expresar y testimoniar la angustia y el sufrimiento ante el peor dolor que un padre puede padecer. Buscaba exigir respuestas de la autoridad: la instancia responsable en un país civilizado. Pero ahí no ha quedado. Diversos factores han convertido a esa marcha en un nuevo factor político que igual podría morirse que transformar la realidad política nacional.

Dos circunstancias explican el viraje. La primera es que, poco a poco, la marcha se convirtió en un imán que ha ido atrayendo toda clase de grupos, intereses y causas cuyo único común denominador es su oposición al gobierno de Felipe Calderón. Entre las organizaciones presentes había miembros del SME, macheteros de Atenco, huelguistas de la UNAM y otras organizaciones, grupos y partidos. La dispersión de peticiones lo dice todo: cambio de política económica, democratización de los medios, remoción del Secretario de Seguridad Pública, legalización de las drogas, alto a la guerra, reconstrucción de las instituciones públicas y reforma política. Cada una de estos planteamientos tiene su lógica y base de apoyo, pero el conjunto sugiere al menos dos cosas: que la sociedad efectivamente está harta del desquiciamiento de la vida cotidiana y de la violencia; y que hay organizaciones que siempre están prestas para aprovechar cualquier oportunidad para hacer leña de árbol caído. Importante notar que para los marchistas los narcos y los criminales no son problema.

La otra circunstancia que explica el viraje es que, seguramente sin proponérselo, el presidente convirtió a la marcha en un interlocutor válido: al dirigir su mensaje a sus reclamos le dio vida a un potencial movimiento, cambiando su naturaleza. La marcha dejó de ser una de las miles de manifestaciones que pululan las calles para adquirir, al menos en potencia, las dimensiones de un movimiento político. Lo que queda ahora es anticipar y especular sobre las posibles consecuencias.

Este no es el primer movimiento espontáneo que adquiere fuerza y potencia. Tampoco será el último. Lo que lo hace concebiblemente distinto es la combinación de factores que lo impulsan. Es interesante notar cómo se asemeja a la marcha blanca de 2004 que, si no otra cosa, tuvo el efecto de perderle a López Obrador millones de votos por su arrogancia al tildarla de "complot". En lugar de mostrar comprensión ante la esencia del reclamo -el dolor de quienes han perdido lo más querido-, la autoridad, entonces y ahora, responde con tecnicismos y desprecio. El río revuelto siempre es riesgoso para el statu quo.

El hartazgo de la sociedad es real y el temor a un colapso por la violencia peor. Lo sorprendente es la incapacidad del gobierno por comprender el brete en que ha colocado a la sociedad: en lugar de encabezar la protesta como parte de su estrategia por la seguridad, se siente agraviado y despechado. Lo que la marcha evidencia es ausencia de soluciones, falta de liderazgo y total incomprensión.

¿Será ésta una oportunidad para el gobierno? Según Fukuyama, en su nuevo libro ("The origins of political order"), las guerras que experimentó China en su historia fueron obligándola a conformar un sistema de gobierno sumando a los distintos estados, monarcas y líderes, para darle forma a lo que acabó siendo un Estado nacional. Las necesidades de la guerra impusieron el imperativo de la unidad, en tanto que las de la paz exigieron atención a los asuntos mundanos como el del cobro de impuestos, el registro de la población y la creación de estructuras administrativas para responder a los compromisos adquiridos. Me pregunto si será ésta la oportunidad para que el gobierno comience a tejer una estructura de seguridad a nivel de todo el país, privilegiando lo conspicuamente ausente en los reclamos de la marcha (y en las acciones del gobierno federal en estos cinco años): gobiernos y policías locales competentes, capaces de darle la seguridad a la población, algo que el viejo sistema (que todo lo centralizaba) no le daba y que los narcos (que todo lo controlan) le han robado.

¿Será ésta una oportunidad para la ciudadanía? Muchas voces, en la marcha y en la prensa, han ido avanzando la idea de la oportunidad que esta circunstancia representa para la construcción de un gran pacto ciudadano susceptible de exigirle al gobierno, y a quienes compitan en la próxima elección, un plan para el fin de la impunidad y el esclarecimiento de los asesinatos y secuestros. Es una gran oportunidad de retar a los tres niveles de gobierno y a los legisladores: ¿cuál es su propuesta para salir del hoyo?

Una marcha como ésta aglutina a mucha gente y a muchas causas. Su atractivo reside en dos cosas muy evidentes: la desesperación de la población y la incapacidad o indisposición del gobierno por explicar, mucho menos convencer, de la lógica de su estrategia contra el narco. Después de 40 mil muertos, la afirmación de García Luna, en el sentido en que el gobierno ganaría en siete años, quizá se convirtió en el detonador de la desazón ciudadana. Otros siete años sin explicación alguna. Lo que siga dependerá de la habilidad del gobierno por desarticular el potencial movimiento que sin darse cuenta activó.

Como en todos los movimientos, la pureza no es lo que conduce al triunfo. Javier Sicilia era claramente un hombre pacífico dedicado a sus quehaceres y causas hasta que la violencia tocó su puerta. Ahora se encuentra al frente de una marcha que igual adquiere fuerza que se desintegra. Su devenir dependerá, por una parte, de la capacidad que tengan los activistas que se han incrustado en su seno por manipular el proceso sin perder la aureola de la esencia original: el dolor de las víctimas y el agravio generalizado de la sociedad, sin lo cual sería imposible atraer ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil susceptibles de darle estructura y capacidad de permanencia. Su devenir también dependerá de los aciertos o torpezas que cometa el gobierno y que son los factores que igual le dan oxígeno o una salida a quienes están "hasta la madre", y exigen "ya basta" como a quienes ya encontraron burro y se les antojó el viaje. No me queda duda de que en las próximas semanas esto crecerá o desaparecerá. Lo paradójico es que los profesionales están del lado de los marchistas.

El hartazgo de la sociedad es real y el temor a un colapso por la violencia peor. Lo sorprendente es la incapacidad del gobierno por comprender el brete en que ha colocado a la sociedad: en lugar de encabezar la protesta como parte de su estrategia por la seguridad, se siente agraviado y despechado. Lo que la marcha evidencia es ausencia de soluciones, falta de liderazgo y total incomprensión. La ciudadanía merece una explicación. Es posible que la estrategia gubernamental sea la correcta dadas las circunstancias, pero si no lo entiende así la población, el malo de la película será el gobierno. Por eso prendió esta marcha.

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