sábado, julio 30, 2011

China y la libertad

ASIA

China y la libertad

Por Carlos Alberto Montaner

Eric X. Li ha escrito una inteligente defensa del modelo chino en The New York Times. El autor es un exitoso inversionista que opera en Shanghái. Está formado en Berkeley, en Stanford y en Fundan University, una de las mejores instituciones académicas de su país. Conoce, pues, perfectamente bien el modelo capitalista de la democracia liberal norteamericana y el modelo de capitalismo autoritario que ha convertido a China en la segunda economía del planeta.

Su argumentación a favor del capitalismo autoritario chino la sostiene en las siguientes cinco premisas:

– El gobierno, según las encuestas, tiene el apoyo mayoritario de una sociedad que progresa y tiene fe en el futuro.

– Aunque el control está en las manos de un partido único, esa institución es una verdadera meritocracia en la que los mejores ascienden a las posiciones de poder, lo que le confiere legitimidad.

– Es falso que la falta de libertad de expresión restrinja la creatividad y los impulsos innovadores de la sociedad: cada vez son más las publicaciones científicas y las iniciativas empresariales de los chinos.

– Tampoco es cierto que el control autoritario del Partido Comunista genere más corrupción. Algunas democracias multipartidistas, como Argentina, Italia o India, son naciones más corruptas que China.

– La clave del éxito de China está en el liderazgo del Partido Comunista y no en la economía de mercado. Si la economía de mercado fuera el elemento fundamental del progreso, ¿cómo se explica el atraso y la pobreza de países como Pakistán o Haití?

Es una lástima que Li dejara fuera de su análisis el tema de la libertad individual. La libertad no es una palabra vacía destinada a copar versos en el día de la patria. Es el componente básico del bienestar emocional. Consiste en poder tomar cada uno decisiones racionales sin coacciones exteriores, sobre la base de la información de que dispongamos y los valores que sustentamos. Es la conquista máxima de la evolución que nos separó de las demás especies animales y progresivamente fue anulando el comportamiento derivado de los instintos o de la obediencia inducida por la ferocidad del macho alfa.

"¿Libertad para qué?", se preguntó un día desdeñosamente Lenin. Libertad para decir, escuchar, leer o escribir lo que nos plazca; para seleccionar nuestros afectos; para rechazar o aplaudir; para intentar vivir dónde y como deseemos. Libertad para equivocarnos y levantarnos en la constante lucha por una felicidad que sólo podemos definir individualmente. Libertad para ejercer nuestras preferencias sexuales y para criar a nuestros descendientes de acuerdo con nuestras convicciones y valores. Libertad para ser coherentes con nuestros criterios íntimos y no tener que fingir unas adhesiones que no sentimos, conducta hipócrita que suele transformarse en malestar psicológico.

El autoritarismo, siempre artificial, dedicado a construir sociedades uniformes, es un cruel generador de disonancias en quienes lo padecen. He recurrido al ejemplo otras veces: ¿recuerda el lector lo que nos sucede cuando mentimos? El cuerpo se rebela. Nos sudan las manos y las axilas, aumenta la salivación, se acelera el corazón, la voz cambia, la gesticulación nos traiciona. Frente a lo que dicen los cínicos, nuestra especie está biológicamente conformada para la coherencia y la verdad, y ese comportamiento sólo se obtiene donde podemos ser libres y no estamos gobernados por un grupo de seres arrogantes que tienen todas las respuestas y dirigen nuestras vidas como les da la gana.

Es posible, en alguna medida, que el éxito económico chino se deba a la dirección férrea de un partido único. No es un caso excepcional. Es casi seguro que el salto a la modernidad de España y Chile tenga una relación directa con la mano dura de Franco y Pinochet, dos dictadores que impusieron ciertas reformas necesarias para dinamizar el aparato productivo de esas naciones, pero ése es sólo un aspecto del asunto. El objetivo no es ser un esclavo bien cuidado, próspero y sonriente. El objetivo, también, es no ser un esclavo.

Ojalá que los admiradores del capitalismo autoritario se den cuenta de que otro mundo es posible. A los chinos no debe serles muy difícil recordar que, antes del reciente progreso de China continental, otros dos apéndices de esa cultura se habían abierto paso hacia el Primer Mundo: Hong Kong y Taiwán. Hong Kong, como colonia de Inglaterra, se hizo rica sin dejar de ser libre. Taiwán se fue haciendo próspero y, simultáneamente, su sociedad se desprendió de sus orígenes dictatoriales y se transformó en un pueblo libre.

Li debiera saberlo: no hay que elegir entre la libertad y el progreso. Se pueden conquistar ambas metas. Otros lo han hecho.

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