Colombia: Por qué entré y por qué salí de las FARC – por Plinio Apuleyo Mendoza
De los sueños revolucionarios en la universidad a la feroz realidad de la guerrilla: paso a paso, la sorprendente historia de Felipe Salazar (alias Biófilo), un joven guerrillero desmovilizado.
Uniforme de guerrillero, fusil de asalto R15 sujeto con las dos manos, cabellos largos, una boina roja y, debajo de ella, una trenza coqueta e inesperada colgándole a lo largo de la espalda. Así lo conoció Colombia. Así lo vio en fotografías y noticieros cuando se desmovilizó al frente de la compañía Cacica Gaitana, el 7 de mayo del 2006, para entregar sus armas al Comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo en La Tebaida, una población del departamento del Tolima. Tan inesperada y extravagante como la trenza era su nombre de guerra: Biófilo. Lo había adoptado – me contaría después – en recuerdo de Biófilo Panclasta, un anarquista colombiano, desconocido en su país, cuyo verdadero nombre era Vicente Rojas Lizcano, amigo de Máximo Gorki y de Lenín, con quien llegó a compartir meses de exilio en Siberia.
Los más sorprendidos viéndolo con este atuendo fueron sin duda sus amigos de la Universidad Nacional. Pocos años atrás lo habían conocido por su verdadero nombre, Felipe Alejandro Salazar, y lo recordaban como un joven alto, flaco, de cabellos claros, recién llegado del Tolima. Siempre enfrascado en libros de filosofía y de literatura, les hablaba de Marx y de Popper o de novelistas colombianos que le apasionaban. A los 18 años, edad que tenía entonces, por bromista que fuera, parecía un precoz intelectual dispuesto a ganarse la vida más tarde como profesor universitario.
Hijo de una pintora de acuarelas y de un comerciante, buenos amigos de los libros, luego de terminar su bachillerato en la ciudad de Ibagué, donde vivían, Felipe decidió venirse a Bogotá para estudiar en la Universidad Nacional. Su primer curso fue de producción audiovisual. Para entonces, gracias a sus solitarias lecturas, empezaba a sentirse atraído por el marxismo. Muchos de sus compañeros parecían devotos de la misma ideología. Lo invitaban a eventos como Marx Vive , que congregaba a profesores alemanes venidos de Leipzig y de Frankfurt. Más tarde, luego de participar con ellos en marchas y discusiones, militantes de la Juventud Comunista terminaron afiliándolo a la célula Manuel José Cepeda. Con ellos tenía largas tertulias en un café próximo a la Universidad. Los maoístas se sentaban en un café vecino y los “troskos”, en otro. Marx era el patrón común de todos ellos.
Primer contacto con la guerrilla
Lo que nunca llegó a imaginar Felipe es que, gracias a sus textos y conferencias, fuera un día invitado a la zona de despeje que entonces – el año 2000 – permanecía abierta en San Vicente del Caguan gracias al gobierno de Andrés Pastrana, interesado en buscar un acuerdo de paz con la guerrilla. Con cartas escondidas en sus maletas, Felipe y otros dirigentes de la JUCO llegaron a Balsillas, una bonita región de cascadas y potreros robados a la selva. Seis guerrilleros uniformados los escoltaron hasta San Vicente. Al verlos, saludables y con ropas de ciudad, una guerrillera creyó que eran personajes del gobierno. En una lujosa hacienda de la zona, los esperaban dirigentes de las Farc como Felipe Rincón, Simón Trinidad y un cantante de rostro largo y extraño llamado Julián Coronado. Bonitas guerrilleras les ofrecían aguardiente y galletas. Cuando menos se lo esperaban, apareció “Alfonso Cano”, conocido en la guerrilla con el nombre de Juan y hoy jefe máximo de las Farc.
Desde el momento en que empezó a hablar, Cano sorprendió a Felipe por la agudeza de sus análisis, por la franca manera como exponía sus diferencias con el Partido Comunista en la octava conferencia de las Farc, y de cómo había decidido crear el PC3 (Partido Comunista Clandestino) y el Movimiento Bolivariano de la Nueva Colombia. Sin duda viendo el nivel cultural de Felipe, Cano decidió confiarle una primera misión: recibir en Bogotá una misión extranjera y llevarla a San Vicente del Caguan. Entre los 26 delegados había noruegas y griegos, y una muchacha muy atractiva, la holandesa Tanja Niejmeijer. No era aún guerrillera, y no parecía tener aún una clara formación política.
Otra misión que supo cumplir por encargo de Cano fue la de realizar una investigación sobre los partidos clandestinos en el mundo, y muy en especial el Weather Underground (Clima Subterráneo) norteamericano. Al concluirla, fue invitado a entrar en el PC3, que tenía como misión infiltrar medios de comunicación, organizaciones vinculadas a la cultura y al medio ambiente y al poder judicial. Nunca supieron los funcionarios del Ministerio de la Cultura y del Interior que Felipe cumplía misión de las Farc como representante de comunidades indígenas.
Sin perder su carácter de agente clandestino, vivía en Bogotá pero con frecuencia visitaba a los comandantes de las Farc en el Tolima, región en el sur de Colombia, para cumplir funciones políticas. Nunca participó en combates. Esa situación que le permitía moverse en su mundo universitario y a la vez en parajes como el Cañón de las Hermosas, acabó de repente cuando Olivo Saldaña, un comandante de las Farc en aquella zona, desertó de las Farc llevándose el dinero que en ese momento tenía a su cargo. Fue un golpe para Felipe. Como Olivo conocía su actividad, le fue imposible seguir viviendo en Bogotá. Tuvo que quedarse en el monte, sometido a la vida dura de la guerrilla, a largas caminatas, forzados ayunos, lluvias, helajes o hirvientes calores y no disponer de baños. “Sufría mucho”, dice hoy.
Sus ilusiones perdidas
Como jefe político regional, daba clases de adoctrinamiento y vigilaba el manejo de los dineros. Pero muy pronto sus sueños revolucionarios quedaron desmentidos con el diario convivir en la guerrilla. Reclutamiento de niños y de muchachos campesinos que no tenían otra manera de sobrevivir, maltratos, secuestros, muchachas obligadas a abortar o perder sus hijos y, al lado de todo ello, comandantes que tenían con sus amantes toda suerte de privilegios, todos estos secretos malestares hicieron crisis cuando la guerrilla en el Tolima quedó a cargo de Jerónimo Galeano.
Felipe, que tenía a su cargo funciones de control político o económico, no tardó en advertir que este nuevo jefe suyo destinaba recursos de las Farc para sus negocios personales. La ruptura con él se produjo cuando Galeano ordenó juzgar a un comandante porque éste manifestaba objeciones al secuestro y a la manera como se ordenaba encerrar a los secuestrados en jaulas hechas con alambre de púas. Felipe compartía el mismo rechazo. Y al convertirse en defensor del acusado, se ganó el odio de Galeano. No tardó en darse cuenta de que éste quería liquidarlo, enviándolo al norte del Tolima en una misión suicida. Fue entonces cuando tuvo con sus compañeros, que formaban parte de la compañía móvil Cacica Gaitana destinada a esta misión, la idea de desmovilizarse.
Fue una decisión sembrada de riesgos. Luego de viajar clandestinamente a Bogotá y visitar a Olivo Saldaña en la cárcel de La Picota a fin de conocer las garantías que los desmovilizados podían obtener con su entrega, Felipe se enteró que las Farc conocían su propósito, gracias a dos desertoras del grupo, una enfermera y una radista. De modo que estaban a la deriva. Fueron atacados por una patrulla de las Farc, que les dejó varios heridos. Pero también podían ser víctimas de un encuentro con el ejército mientras no se concretaran las condiciones de su entrega. Estaban a la deriva. Finalmente, después de hablar por teléfono con Olivo, un coronel del Ejército llamado Hugo Castellanos tomó contacto con ellos y acabó presentándose en el campamento con dos enfermeras.
Antes de hablar por teléfono con el Comisionado de Paz, Luís Carlos Restrepo, a fin de formalizar su entrega de armas en la Tebaida, le sorprendió que tres emisarios de Olivo Saldaña aparecieran en dos oportunidades en su campamento llevándole dos grupos de supuestos desmovilizados: el primero estaba compuesto por trece reales guerrilleros, pero el segundo por hombres que evidentemente no lo eran y que luego fueron dotados de armas y uniformes. A ellos se sumaron, el día de la entrega en La Tebaida, diez supuestos milicianos traídos por la hermana de Olivo.”De modo que los reales integrantes de la Cacica Gaitana eran 25 hombres bajo mi mando – dice hoy Felipe – De eso no hay la menor duda. Los demás son todavía objeto de investigación. Todavía me pregunto de donde salieron y por qué Olivo firmó el acta de entrega” . Felipe está seguro también de que el Comisionado de Paz, Luís Carlos Restrepo, no tenía conocimiento de lo ocurrido.
Aquel día, 7 de mayo de 2006, Biófilo desapareció al entregar sus armas y las de su compañía (reales, ellas sí) y volvió a ser Felipe Salazar, dueño de una experiencia inolvidable que le ha permitido, en escritos y conferencias y a riesgo de su vida (de hecho es objetivo militar de las Farc, cuyos jefes han ordenado su secuestro para fusilarlo después de hacerle un juicio en la zona donde se encuentra el comando general de la organización) derribar los mitos ideológicos que todavía contaminan engañosamente el ámbito universitario. Es el más valeroso y lúcido de todos los desmovilizados que han dejado las armas en Colombia.
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