Crisis del euro
El dilema de tener que elegir
Die Zeit Hamburgo
¿Debe participar el sector financiero en el rescate de los países? Esta opción, que divide a la UE y reclaman los diputados alemanes, tiene el peligro de espantar a los inversores que tanto necesita.
La crisis es invisible, y ese es su mayor peligro. En estos momentos, miles de alemanes pasan sus vacaciones en Italia, se relajan en la playa de Viareggio o se pasean por las calles de Florencia. No se ven manifestaciones multitudinarias como las que hubo en Atenas y en Madrid hace algunas semanas. Ninguna pancarta antialemana como las que se vieron en Dublín o en Lisboa.
El visitante no percibe a primera vista si un país está al borde de la quiebra económica. Si el país está en la cuerda floja. Si tiene problemas para encontrar quien le preste dinero. La amenaza es invisible, aun cuando de ella dependa el futuro de un continente entero. Desde principios de semana, las obligaciones del Estado italiano están en caída libre. Y cuando lo impensable se materializa —la quiebra del Estado italiano— se perfila otra catástrofe en el horizonte: el final del euro.
Los inversores han tomado ya su decisión. Están retirando sus capitales de numerosos países. Se habla de “ataques de Wall Street” contra el euro, de unos mercados financieros inmisericordes que después de Grecia, Irlanda, Portugal y España, toman ahora Italia como “blanco”. De grandes bancos norteamericanos que tratan de debilitar el euro para que el dólar siga siendo la moneda dominante en los mercados de divisas. Este es también el mensaje difundido por los responsables políticos europeos a la opinión pública. Ya ven, dicen con ánimo de convencer, hacemos cuanto podemos para salvar nuestra moneda, pero los especuladores dan al traste con todos nuestros esfuerzos.
Los planes de rescate provocan la espantada de los inversores
Pero eso es solo una parte de la verdad. La otra parte —que todo el mundo tiene gran interés en silenciar— es que son precisamente los planes de rescate orquestados por los países europeos los que provocan la espantada de los inversores que tanto necesita Europa.
La tarde del 5 de julio, la agencia de calificación Moody’s envía un comunicado de unas líneas a sus clientes: bancos, aseguradoras y fondos de inversión del mundo entero. La agencia ha estudiado las cifras del presupuesto portugués, se ha entrevistado con representantes del Gobierno y de los bancos centrales, pero sus expertos no han quedado convencidos. Se rebaja la calificación de Portugal. Las agencias de prensa difunden la noticia, y en todo el mundo los inversores se apresuran a vender sus títulos portugueses. La cotización del euro se hunde.
Inmediatamente, la comisaria europea Viviane Reding reclama el desmantelamiento de las grandes agencias de calificación, su colega Michel Barnier pide la prohibición de las calificaciones de ciertos países, y el ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble pone en marcha una investigación para determinar si ha existido “comportamiento abusivo”. Europa contra las prácticas dudosas de los mercados financieros: he aquí una historia fácil de vender a la opinión pública. Lo mismo ocurre en estos momentos, en el caso de Italia. Es cierto, la deuda pública italiana ha aumentado… pero se ha estabilizado, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros países. Los bancos no tienen problemas y la situación financiera de los hogares es sólida. ¿Por qué ceden pues los mercados al pánico, y por qué ahora?
Los europeos, abocados a un dilema estratégico
En ese punto, el comunicado de Moody’s da algunos elementos de respuesta. Una de las razones principales por las que se ha rebajado la calificación de Italia es “la mayor probabilidad de que sea necesaria la participación del sector privado” para el desbloqueo de nuevos créditos de rescate. La agencia de calificación está inquieta por eso mismo que desea imponer el Gobierno alemán: que los bancos y las aseguradoras pongan su parte en la financiación de los planes de rescate. De forma facultativa, pero potencialmente obligatoria en función de las necesidades. Eso es lo que han prometido Angela Merkel y Wolfgang Schäuble en el Bundestag… y a los diputados reacios de la coalición en el poder.
Este es justamente el origen del problema que se plantea estos días. Los bancos y las aseguradoras cobran por invertir el dinero de sus clientes en posiciones lucrativas. Ahora bien, en caso de pérdidas inminentes, tienen la obligación de retirarse. Eso es lo que ha ocurrido en Grecia y en Irlanda. Y es lo que ocurre ahora mismo en Portugal y en Italia.
Así es como los europeos, liderados por los alemanes, se han visto abocados a un dilema estratégico. O bien renuncian a una participación a corto plazo de las altas finanzas, a riesgo de irritar a los parlamentarios. O bien imponen esta participación contra la voluntad de Wall Street, y asumen el riesgo de una fuga masiva de capitales. Sea como sea, cada día de vacilación refuerza la incertidumbre. Y por lo tanto agrava la crisis.
Europa, sin cimientos políticos para permitirse una moneda única
Peter Demirali es una de esas personas que pusieron una cruz sobre Europa hace ya largo tiempo. Este gestor de carteras trabaja para el fondo de inversión neoyorkino Cumberland Advisors, que gestiona más de 1.800 millones de dólares de inversores internacionales. La idea de Europa es “noble y en parte admirable”, reconoce. Pero el continente no posee los cimientos políticos necesarios para permitirse una moneda única. El euro no tiene futuro, desde su punto de vista. Un argumento que se escucha a menudo en Wall Street. Los mercados financieros no confían en la política europea para resolver los problemas, por más que la zona euro esté menos endeudada que los Estados Unidos. El especulador de tipos de cambio John Taylor ha comparado la moneda única con un pollo al que le hubieran cortado la cabeza y siguiera corriendo en todas direcciones antes de caer frito.
Dividida, vacilante, indecisa: tal es la visión que tienen los inversores de Europa, y por eso prefieren poner su dinero en otros lugares. Hay una persona que no ha dejado de poner en guardia contra la lógica inmisericorde de los mercados: Jean-Claude Trichet, director del Banco Central Europeo. Desde hace varias semanas realiza una gira por las capitales europeas con un mensaje: una participación forzosa del sector privado constituye un gran peligro. Si el objetivo es proteger al contribuyente, de esta forma no se consigue más que en apariencia, pues a fin de cuentas una intervención del sector privado no hará más que aumentar la factura. Con motivo de una reunión de crisis mantenida el lunes en Bruselas, Jean-Claude Trichet pudo hacer valer sus objeciones sin problemas. Pero su influencia termina allí.
De este modo, Europa se acerca con las huestes divididas al momento decisivo para el futuro del euro. Es preciso reforzar el fondo de ayuda —es posible que obtenga más créditos y nuevas competencias— y habrá que rebajar los tipos de interés de las ayudas financieras. Uno tras otro caen todos los tabús. Sin embargo, está claro que los europeos no podrán reunir jamás el capital necesario para reflotar a todos los Estados endeudados. Por eso Europa necesita a los inversores que hoy se dedica a espantar.
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