Crisis del euro
El juego está durando demasiado
"Tú, el de naranja, ¡sal de ahí! Tú, el de verde, ¡escóndete!" Los alemanes juegan un poco a este juego del escondite con el problema griego. Tras muchas peticiones, Angela Merkel se ha dejado convencer para asistir a la cumbre europea de mañana. Pero ya le ha quitado importancia a la decisión que debería tomarse. Incluso afirma que se corre el riesgo de no encontrar una solución de fondo al problema de la deuda griega. De ahí que deduzcamos que el paquete de ayuda será minúsculo.
Una de las pérdidas de la globalización es sin duda la del Estado-nación. La soberanía de actuar cuando las industrias transfieren su sede allí donde la mano de obra es más barata y donde las normas medioambientales son más flexibles. Peor aún: qué hacer con el dinero caliente que entra y sale de la Bolsa o con las obligaciones que suben y bajan como una montaña rusa. Y todo esto antes que los productos CDS [Credit Default Swaps], a los que Warren Buffet denominó con acierto "armas económicas de destrucción masiva".
Lo que observamos desde hace meses es un pulso entre los países europeos y los mercados. Estos últimos dudan de la solidez de la eurozona porque consideran que una unión monetaria no puede existir sin la política global. Lo que empezó en Grecia continuó en Irlanda y Portugal, para seguir extendiéndose como un cáncer por Europa.
El capitalismo económico y monetario no bromea. Presiona a Europa para que tenga una posición clara. El problema es que a la política le gustan las posturas imprecisas. Con una postura imprecisa no se compromete con los actos que realice a continuación. Digamos que los alemanes han afirmado a menudo que apoyarían al euro, pero no dicen con el mismo fervor que apoyarán a Grecia. Más concretamente, Berlín titubea desde un año y medio. Y las cosas están peores desde hace un mes y medio.
Alemania puede sorprendernos gratamente
El Gobierno de Papandreu ha estado sometido a una gran presión para aprobar el nuevo plan de austeridad, para que nos concedan un nuevo préstamo de 125.000 millones de euros y mantenernos hasta 2015. La presión es tal, que hemos estado a punto de asistir a la llegada de un Gobierno de unión nacional. Al final tan sólo ha habido una remodelación.
Así pues, el plan se aprobó [el 27 y el 28 de junio] pero seguimos esperando el préstamo. Si mañana no nos proponen una solución definitiva, los europeos habrán hecho pagar un alto precio político al Gobierno de Atenas, sin que éste gane nada a cambio.
La insolvencia de la deuda griega se puede explicar. Alguien debe sufrir las pérdidas. Los que nos financien serán o bien los contribuyentes del norte de Europa, o bien los banqueros y los fondos de pensiones que han adquirido nuestras obligaciones y nos han prestado dinero. Berlín quiere que éstos asuman su parte en el pago de la crisis. Pero el Banco Central Europeo impone su veto, al considerar que se trata de una reestructuración de la deuda y, en la práctica, una quiebra.
Por consiguiente, no aceptará obligaciones emitidas por bancos griegos como garantía para proporcionar liquidez a Atenas. Ahí es donde nos quedamos bloqueados. Tal y como afirma el ministro de Finanzas, incluso la peor de la soluciones es una solución. Y quién sabe, puede que Alemania al final nos sorprenda gratamente.
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