viernes, julio 01, 2011

La llama de la opresión

La llama de la opresión

Por Jim Fedako.

La llama debe haber ardido sin brillo, pues ardió sin que nadie lo notara. Luego, sin avisar, brilló revelando la cara de un criminal. Llamé a mis hijos. “Vámonos a casa”, dije en voz baja. Nos fuimos del estacionamiento, ceños fruncidos camino de casa, mientras me daba la vuelta para fijarme en el coche solitario y su conductor.

La tarde había sido tranquila. Los chicos y yo jugábamos en el estacionamiento de la escuela primaria junto a nuestro jardín. Bicicletas, patinetes y RipStiks se movían alrededor haciendo giros y zumbando. Yo miraba a algún que otro coche entrar y salir.

Cerca de la caída de la tarde, hacia el final de nuestro rato de juego y casi sin que me diera cuenta, un coche entró lentamente en el estacionamiento y se detuvo en una plaza lejos de nosotros. No recuerdo echar un segundo vistazo al coche o a su conductor: continuamos como antes.

Sí, es verdad que de vez en cuando me llegaba el olor de algo extraño, pero pensaba que pasaría pronto. Luego, por el rabillo del ojo, vi el destello de una llama que ardía brillantemente, emanó algo de humo y luego se atenuó hasta un tenue naranja. Reaccioné. ¿Por qué?

Bueno, fumar está prohibido en la escuela. Eso significa que el conductor es un delincuente. Y soy un padre que no quiere que sus hijos estén cerca de delitos o delincuentes. Así que nos apresuramos a irnos a casa y estar seguros.

Oh, el absurdo

En qué mundo tan absurdo vivimos: un mundo en el que un padre disfrutando de un cigarro en una tarde cálida mientras espera a recoger a su hijo de una actividad extraescolar el culpable de un delito. El que no haya tenido conocimiento de la prohibición o no le importe, no lo sabré nunca. Pensé en indicarle la prohibición. Sin embargo, temí que tomara mi inicio de conversación (“¿Sabe que no está permitido fumar en la escuela?”) de mala manera y, en lugar de reconocer mi pregunta como una averiguación inicial de la ética del estado, me considerara un chivato y buscara refugio en una plaza de estacionamiento más lejana.

Así que miré y consideré.

Todos somos delincuentes. Hay alguna acción que cada uno hayamos realizados, estemos realizando, realizaremos o (lo más absurdo) no realizaremos que el estado ha señalado como un delito. Estás incluyen acciones que ninguna persona razonable consideraría delitos, como soplar un pito mientras se monta en bicicleta en Ohio.

En realidad, no consideraba al cigarro como una amenaza, ni realmente me fui con mis hijos a casa esa tarde. En su lugar. Nos quedamos en el estacionamiento y aproveché la oportunidad para explicar las acciones del estado, acciones que criminalizan todo tipo de comportamientos no agresivos.

Mis hijos me preguntaron: “¿Por qué prohibió fumar el distrito escolar?”

Respondí: “Porque pueden”.

La niñera bondadosa

Éste es un artículo acerca de la niñera bondadosa, bienintencionada y equivocada. Acerca de tipos que desean hacer algo bueno a través de la fuerza del estado, pero olvidan (o minimizan) la destrucción que dejan a su paso.

Hace años, estaba en el consejo de escuela (perdónenme) cuando se aprobó la prohibición de fumar.[1] Mi voto “no” se vio abrumadoramente superado por los deseos de niñera bondadosa de todos los demás miembros del consejo y administradores. De hecho, algunos de estos mismos tipos estaban pensando en prohibir las magdalenas de cumpleaños y obligar a realizar ejercicios en el pupitre.

En estas discusiones y debates, todos los argumentos del “bien público” (los sospechosos habituales) se realizaban sin ninguna sensación de hipocresía. No se producía ninguna sesión de trabajo del consejo o la administración sin la omnipresente pila de caramelos y chocolates. Sin embargo, la idea de magdalenas en el aula producía escalofríos a las niñeras que existen para dirigir tu vida, pero nunca la suya.

El consejo no prohibió el azúcar (al menos, no por ahora), pero el resto de sus miembros en ese momento ni siquiera consideraron nada que pareciera defender el demonio del tabaco. Así que la prohibición se aprobó y el padre que fumaba un cigarro se convertía en delincuente.

Existimos para actuar

El hombre existe para actuar. Puede actuar de una forma que aumente o disminuya la libertad, pero debe actuar. Así que no debería sorprendernos que los agentes del bien (las niñeras bondadosas) quieran hacer algo que definen como “bueno”.

Sin embargo, la definición de “bueno” se ha convertido en algo tan corrompido que quienes buscan hacer el bien acaban creando un daño que ni siquiera reconocen.

Es un asunto de palabras y visión del mundo

Cuando se percibe a la libertad como mala y al control como bueno, las acciones que prohíben comportamientos no agresivos se consideran buenas. Así que la niñera bondadosa que propone y alienta una prohibición de la sal o la grasa es un héroe, mientras que a los pocos defensores de la libertad se las califica como anacrónicos e insensatos e indudablemente como no progresistas.

El objetivo (nuestro objetivo) es recuperar definiciones que han cambiado en sus cabezas. Necesitamos probar a nuestros vecinos que la libertad es buena y el control es malo. Y necesitamos trabajar para reorientar visiones del mundo.

Sabremos que el movimiento hacia un futuro oscuro de estatismo ha terminado cuando nuestros vecinos se alcen como una sola persona y declaren por primera vez en años: “No te atrevas a prohibirlo. Ni hoy ni mañana”.

Cuando se produzca este sencillo acto, nos dirigiremos en la dirección correcta.

Con esta visión reorientada del mundo, el hombre seguirá siendo capaz de existir a través de la acción. Y lo hará eliminando las barreras de las interacciones sociales pacíficas erigidas por el estado. Entonces la niñera bondadosa será la que trabaje para abolir en lugar de aprobar y un padre será capaz de fumar tranquilamente su cigarro sin mantener un ojo en los chivatos y un oído en las sirenas.

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