La revolución de la estupidez
Por Carolina Jaimes Branger
Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, pasábamos veladas riéndonos de un libro que mi papá tenía en su biblioteca, "Historia de la Estupidez Humana" de Walter B. Pitkin. Allí se narraba, por ejemplo, cómo un presidente de Haití en el siglo XIX compró en Francia uniformes para su guardia de honor que incluían una placa de lata de sardinas en la solapa. La Francia imperial se burlaba de las "repúblicas bananeras".
Creíamos que estos eran hechos ajenos a nosotros. Pero antes de cruzar el umbral de la adolescencia ya nos habíamos dado cuenta de la realidad: en nuestra Venezuela, ocurrían cosas tanto o más estúpidas que las narradas en el libro de Pitkin. Hoy en día podríamos escribir una colección completa. Empezaríamos por relatar cómo nuestro jefe de Estado desacraliza los restos de Bolívar, invoca a Cristo Redentor y a la vez idolatra a un ateo.
Lo que era obvio para nosotros era que cosas así jamás sucederían en países civilizados, vacunados contra el diablo de la ignorancia y el menosprecio.
Pero los hechos contradijeron esta creencia. En los años 80 vimos al presidente Reagan tomar decisiones de Estado aconsejado por videntes y astrólogos. Invadió países indefensos, socavó la educación de los no pudientes y permitió que las pseudociencias y las falacias religiosas invadieran las cortes de justicia y las escuelas. Así, el Creacionismo adquirió tanta validez como la científica y el asesino del supervisor Harvey Milk salió libre porque ese día "había comido muchos twinkies".
En Italia, vimos a una actriz pornográfica ser electa miembro del parlamento. En Francia vimos gente morir de SIDA porque el gobierno tardó en admitir el test que determinaba la sangre contaminada con VIH, solo porque era americano y no francés.
En los años 90 vimos resurgir con fuerza movimientos neonazis en Alemania, Austria, Bélgica, Holanda, Dinamarca y España.
Hace apenas 8 años, EEUU, el Reino Unido y Australia invadieron Irak porque "poseía armas de destrucción masiva" y no encontraron ni una.
Y películas pornográficas, misóginas, homófobas y antisemitas sobre la pasión de Jesús se convirtieron en éxitos de taquilla.
Ignorancia, mediocridad, fanatismo, dogmatismo. El primer mundo imita al tercero. Vivimos la revolución de la estupidez ¿tendremos remedio?
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