Libre comercio con todas las naciones
Por Richard Cobden
Discurso realizado en Manchester, Inglaterra el 15 de enero de 1846
Empezaré las pocas observaciones que tengo que aportar a esta reunión proponiendo, contra lo que en mí es habitual, una resolución; y ésta es “Que los comerciantes, fabricantes y otros miembros de la Liga Nacional contra las Leyes del Grano no reclama protección alguna para los productos manufacturados de este país y desea que se erradiquen para siempre las pocas normas nominalmente protectoras contra fabricantes extranjeros que todavía permanezcan en nuestros estatutos”.
Caballeros, si alguno de ustedes se ha tomado la molestia de navegar entre los informes de las reuniones que se han llevado a cabo últimamente por los llamados Proteccionistas, vería que nuestros oponentes, después de siete años en que venimos protestando, han descubierto su error, y ahora, como torpes patanes que son, quieren adoptar una nueva postura, como si fuéramos a conseguir la victoria. Por ello han estado diciendo algo muy parecido a una calumnia cuando afirman que las Leyes del Grano son una compensación por algunas cargas peculiares. Dicen ahora que sólo quieren una protección común a otros intereses y se hacen llamar partidarios de la protección a la industria nativa en todas sus ramas y así, apelando a la parte menos informada de la comunidad, proclaman que la Liga contra las Leyes del Grano es exclusivamente partidaria del libre comercio respecto del grano, pero que queremos preservar un monopolio en las manufacturas.
Ahora, la resolución que tengo que someter y que propondremos a esta asamblea esta noche –la mayor con mucho, que yo haya visto en esta sala y que comprende gente de todas clases y todos los convocados de este distrito- permite, esta resolución, decidir, de una vez para siempre, si nuestros oponentes pueden con razón acusarnos de esto en adelante. No hay nada nuevo en esta proposición, puesto que en el mismo inicio de esta protesta –en la reunión de la Cámara de Comercio-, cuando aquella tenue voz se levantó en aquella pequeña sala en King Street en diciembre de 1838, para un completo e inmediato rechazo de las Leyes del Grano, cuando aquella bola se puso en movimiento y ha ido acumulando fuerza y velocidad desde entonces, la petición reflejaba claramente que esta comunidad no desea protección para su propia industria. Leeré la conclusión de tan admirable petición. Es como sigue:
“Manteniendo que uno de los principios de la justicia eterna es el inalienable derecho de cada hombre a intercambiar libremente el resultado de su trabajo por las producciones de otra gente y manteniendo que la práctica de proteger a una parte de la comunidad a las expensas de todas las otras clases resulta injusto e injustificable, vuestros peticionarios imploran seriamente a vuestra honorable Cámara rechazar todas las leyes relativas a la importación de grano extranjero y de otros artículos de subsistencia extranjeros, y a asumir hasta las últimas consecuencias, tanto respecto de la agricultura como de las manufacturas, los principios verdaderos y pacíficos del Libre Comercio, mediante la eliminación de todos los obstáculos existentes al empleo sin restricciones de la industria y el capital”-
Hemos aprobado resoluciones similares en todas nuestras reuniones plenarias de delegados en Londres desde que se emitió esta petición.
No presento esta resolución como una discusión o como una apelación para cumplir con las reclamaciones hechas en las reuniones de las sociedades proteccionistas. Creo que los hombres que ahora, en el séptimo año de nuestra discusión, puedan ponerse al frente de su país y hablar como esos hombres lo han hecho – creo que sería como suplicar a una víbora. No podréis convencerles. Dudo si no han estado viviendo en sus conchas, como ostras; dudo si saben que existen cosas como el ferrocarril o el servicio de correos. Viven en una profunda ignorancia de todo y son incapaces de ser enseñados. No nos dirigimos a ellos, sino a una parte muy grande de esta comunidad, que no ha tenido un papel muy preeminente en esta discusión – que puede ser considerada como una observadora importante. Muchos han sido engañados por las afirmaciones reiteradas de nuestros oponentes; y este es el momento preciso de convencer a esta gente y darles una oportunidad de unirse a nuestras filas, como sin duda harán, y para ello ofrezco esta prueba de desinterés y de la imparcialidad de nuestras propuestas. No pretendo abrir una discusión para convencer a cualquiera que se encuentre aquí de que la protección a todos debe ser la protección a ninguno. Se toma del bolsillo de un hombre y se le permite compensarse tomando un equivalente del bolsillo de otro y si esto continúa en un ciclo a través de toda la comunidad, se convierte en un absurdo proceso de robar a todos para enriquecer a ninguno y simplemente tiene el efecto de atar las manos de la industria en todas direcciones. No necesito una sola palabra para convenceros de ello. El único motivo que tengo para hablar aquí es que puede que convenza a otros fuera de aquí –a los hombres que se reúnen en las sociedades proteccionistas. Pero los argumentos que aduciría ante una audiencia inteligente como ésta, se emplearían en vano frente a los Miembros del Parlamento que son actualmente partidarios del proteccionismo. Me reuniré con ellos en menos de un mes en Londres y allí les enseñaré el abecé del proteccionismo. Es inútil enseñar a los niños palabras de cinco sílabas cuando no conocen el alfabeto.
¡Bueno, vaya exhibiciones de sí mismos han estado haciendo estos proteccionistas! De acuerdo con la longitud de sus discursos, tal y como se informa de ellos, podríais pensar fácilmente que toda la comunidad está movilizada. Desafortunadamente para nosotros, y para la reputación de nuestros compatriotas, los personas que pueden pronunciar la tonta insensatez que hemos hecho mostrar al Mundo últimamente, y las personas que pueden escucharla, son muy pocas en número. Especialmente dudo si todas las personas que han acudido a todas las reuniones proteccionistas durante el último mes no podrían acomodarse confortablemente en esta sala. Pero estas sociedades proteccionistas no sólo han cambiado sus principios, sino que parece que han resuelto cambiar sus tácticas. Ahora, en este preciso momento, han resuelto de nuevo que harán política su asociación y buscarán su registro. ¡Qué simples deben haber sido para haber pensado que podrían haber hecho algo bueno sin eso! Así que han resuelto que sus sociedades gastarán su dinero precisamente en la misma forma en la que la Liga gasta el suyo. Hasta ahora nos venían diciendo, en todas sus reuniones y en todos sus periódicos, que la Liga era una asociación inconstitucional; que es un club infernal que se encamina a corromper, a viciar y a empantanar los registros; y ahora, de repente, cuando nada bueno puede obtenerse de ello –cuando lo más seguro es que deberían haberse abstenido de imitarlo, puesto que no pueden hacer ningún bien y han mantenido la acusación de llamar a la Liga asociación inconstitucional, resuelven rescindir su resolución y seguir el consejo de Su Gracia, el Duque de Wellington, y pelear contra nosotros con nuestras propias armas. Ahora, supongo, somos una asociación constitucional. Es una suerte que no tengamos grandes duques para liderarnos. Pero ahora, ¿qué fuerza tiene esa resolución? Como todo lo que hacen, es falaz, es irreal. Las sociedades proteccionistas, desde el principio no han sido otra cosa que fantasmas. No son realidades. ¿Y cuál es su resolución?, ¿cuánto vale? Resuelven que solicitarán su registro. Todos sabemos que ya han hecho lo peor en este sentido. Todos sabemos que esos terratenientes pueden realmente hacer de sus acres un tipo de propiedad con fines electorales. Todos sabemos muy bien que sus agentes de terrenos son sus agentes electorales. Sabemos que sus listas de arrendatarios han generado sus listas de alistamiento para pelear en la batalla por el proteccionismo. Esta pobre gente poco inteligente dice que compramos títulos y los regalamos a nuestros amigos; que así les forzamos a votar como nos plazca. No hemos comprando nunca un voto, y nunca hemos intentado comprar un voto o regalarlo. ¿No seríamos unos estúpidos si compráramos votos y los regaláramos cuando tenemos decenas de miles de personas listas para comprarlos si se los ofreciéramos?
Pero sospecho que nuestros amigos proteccionistas tienen la idea de que hay alguna manera –una manera secreta, siniestra- mediante la cual pueden ponerse votos ficticios en el registro. Ahora suplico que les digamos que la Liga no tiene más poder para crear votos que para detectar los defectos en los votos malos de nuestros oponentes; y pueden contar con ello, si intentan poner votantes ficticios en el registro, que tendremos nuestros hurones en cada condado, y que descubrirán los defectos; y cuando llegue el momento del registro, tendremos una reclamación contra cada una de sus calificaciones ficticias y les haremos mostrar sus títulos de propiedad y demostraremos que no han pagado por ellos. ¡Bien, tenemos nuestros oponentes proteccionistas, pero podemos sentirnos satisfechos de que la posición que han adoptado en esta cuestión mediante el debate que se ha generado en todas partes durante los últimos meses! No podemos subirnos a un vapor o a un vagón de tren –no, ni siquiera podemos subir a un ómnibus- sin que lo primero que haga cualquier hombre, incluso antes de dejar su paraguas, sea preguntar “Bien, ¿cuáles son las últimas noticias acerca de las Leyes del Grano?” En este momento, nosotros, que recordamos lo difícil que fue, al principio de nuestro movimiento, encaminar las mentes hacia el debate en esta cuestión, cuando pensamos que ahora cualquier periódico está plagado de referencias a él – conteniendo tal vez la misma hoja un reportaje sobre esta reunión y sobre una miserable reunión agrícola en algún rincón lejano- y cuando pensamos que toda la comunidad está interesada en leer acerca de la discusión y en ponderar los muchos argumentos, no podemos desear más. La Liga podría cerrar sus puertas mañana y su trabajo podría considerarse hecho desde el momento en que empuja o induce a la gente a discutir sobre el asunto.
Pero el sentimiento al que he aludido se extiende más allá de nuestro país. Estoy encantado de escuchar que en Irlanda la cuestión está atrayendo su atención. Probablemente habréis oído que ni amigo, Mr. Bright, y yo hemos recibido una solicitud firmada por comerciantes y fabricantes de todos los estratos sociales y partidos de Belfast, solicitándonos que vayamos allí para informarles, y lamento sinceramente que no podamos poner nuestros pies en suelo irlandés para apoyar esta cuestión. Hoy he recibido una copia de una solicitud del alcalde de Drogheda, convocando a una reunión el próximo lunes para pedir la abolición total e inmediata de las Leyes del Grano y estoy encantando de advertir encabezando esa solicitud el nombre del primado católico, el Doctor Croly, un hombre eminente en formación, piedad y moderación, y que es asimismo apoyada por el resto del sacerdocio católico de ese barrio. Espero que estos ejemplos no dejen de ocasionar efectos en otros barrios. Creo que tenemos a la mayoría de todas las orientaciones religiosas con nosotros –quiero decir, todas las orientaciones que disienten-; están de nuestro lado prácticamente en masa, tanto ministros como seglares y creo que la única orientación, la única orientación religiosa, que no podemos decir que esté con nosotros como comunidad, son los miembros de la Iglesia de Inglaterra. Sobre esto me limitaré a daros este apunte: los clérigos de la Iglesia de Inglaterra se han situado en la situación más desagradable y desafortunada, según creo, por el modo en que se fijó su asignación en sustitución del diezmo hace unos cuantos años. Mi amigo, el coronel Thompson, lo recordará, pues estaba entonces en el Parlamento y protestó contra la manera en que se fijó la asignación de rentas en sustitución del diezmo. Dijo, con la clarividencia que siempre ha demostrado en el pulso para rechazar las Leyes del Grano, que haría a las clérigos de la Iglesia de Inglaterra partidarios de la presentes Leyes del Grano al fijar el diezmo a una cantidad fija de grano, que fluctuara de acuerdo con el precio de los últimos siete años. Mantengamos en mente que cualquier otra clase de la comunidad puede compensarse por el rechazo de las Leyes del Grano –quiero decir, cualquier clase relacionada con la agricultura-, excepto los clérigos. Los terratenientes pueden compensarse si caen los precios mediante un incremento en la producción; igual podemos decir de los granjeros y los labradores; pero los clérigos de la Iglesia de Inglaterra reciben una cantidad determinada de trigo por su diezmo, sea cual sea su precio. Sin embargo, pienso que podemos llegar a una conclusión favorable, bajo todos sus aspectos, a partir del hecho de que, según creo, no ha habido ningún clérigo de la Iglesia de Inglaterra entre los eminentes por rango, piedad o conocimiento que se haya significado, a pesar de la gran tentación del propio interés, en apoyar la Ley de Grano actual. Pienso que podemos tomar esto como una prueba de lo enormemente justa que es esta cuestión y quizá augurar que hay un fuerte sentimiento entre los miembros de la Iglesia de Inglaterra a favor del Libre Comercio del grano.
Bien, hay otro ámbito en el cual hemos visto el progreso de sólidos principios: me refiero a América. He recibido el mensaje del Presidente americano; hemos tenido asimismo el informe del Secretario del Tesoro, y ambos, el presidente Polk y el Secretario Mr. Walker, han estado quitando tareas de las manos de mi amigo el coronel Thompson, y han estado educando a la gente de América acerca del asunto del libre comercio. No he leído nunca un mejor resumen de los argumentos a favor del libre comercio que el presentado y enviado al Congreso de ese país por el Secretario Mr. Walker. Auguro a partir de estas cosas que nuestra cuestión está realizando rápidos progresos a través del mundo, y que estamos llegando a la consumación de nuestra tarea. Nos dirigimos ahora hacia las sesiones del Parlamento y predigo que la cuestión o bien recibirá su aprobación o llevará a la disolución del Parlamento y el elegido posteriormente con seguridad nos relevará de nuestra carga.
Ahora mucha gente se dedica a especular sobre lo que puede hacer Sir Robert Peel en la próxima sesión parlamentaria. Es muy arriesgado, considerando que en una semana tendréis tanto conocimiento como yo, aventurarse en hace runa predicción sobre ello. Estáis muy ansiosos, sin duda. Bien, veamos si podemos especular un poco con el futuro y aliviar vuestra preocupación. Hay tres vías abiertas para Sir Robert Peel. Puede mantener la ley como está, puede revocarla completamente o puede hacer algo entre las dos alternado de nuevo la escala o dándonos una tasa fija. Ahora, yo predigo que Sir Robert Peel o bien mantendrá la ley como está o propondrá abolirla totalmente. Y baso de mi predicción en esto: en que sólo hay dos cosas que alguien en el país quiere que haga. Hay algunos que quieren mantener la protección como esta, otros quieren que se elimine, pero nadie que quiere nada entre las dos. Tiene que tomar una decisión, y tengo esta opinión acerca de su sagacidad, de que, si cambia en algo, cambiará para un rechazo total. Pero la pregunta es “¿Propondrá una derogación total e inmediata?” En este momento, si me permitís, evitaré ofrecer una predicción. Pero me aventuraré a daros una razón o dos sobre pro qué pienso que debería de optar por una derogación total e inmediata. No pienso que haya ninguna otra clase tan interesada en que se derogue total e inmediatamente la Ley del Grano que la clase agraria. Pienso que es de más importancia para los granjeros obtener la revocación instantáneamente, en lugar de gradualmente, que para cualquier otra clase en la comunidad. En realidad, observo, en un informe de una reunión proteccionista en Oxfordshire publicado en periódico de hoy, que cuando Lord Norrey estaba aludiendo a la probabilidad de que Sir Robert Peel aboliera gradualmente las Leyes del Grano, un granjero llamado Gillatt gritó: “Es mejor que nos ahoguemos de una vez a que nos veamos estrangulados hasta morir”. Señores, acostumbro a utilizar otro símil –uno muy humilde, lo admito. Acostumbro a decir que un viejo granjero me dijo que si vamos a cortarle el rabo a su perro, será, con mucho, más humano cortárselo todo de una vez, que una parte cada día de la semana. Pero ahora pienso que el símil del granjero en Oxford en el más nuevo y mejor que podemos usar. Nada puede ser más fácil que demostrar que es el verdadero interés de los granjeros, si la Ley del Grano va a abolirse, que el que se realice la abolición instantáneamente. Si la Ley del Grano se aboliera mañana, mi creencia firme es que en lugar de caer el precio del trigo, éste tendería a subir. Y ésta es mi firme creencia, porque la especulación ya se ha anticipado a Sir Robert Peel y el trigo ha caído como consecuencia de esa aprensión. Pienso que, dada la escasez generalizada –quiero decir, en toda Europa-, no podríais, si rezarais, si tuvierais vuestro sombrero mágico puesto y pudierais elegir tiempo y circunstancias -creo, digo, que nunca podríais encontrar una oportunidad como ésta para abolir las Leyes del Grano total e inmediatamente que la que se presenta la semana próxima; porque esto ocurre cuando la mayor parte de los países de los que normalmente nos suministran, se ven afectados, igual que nosotros, por la escasez –que los países de Europa están compitiendo con nosotros por el muy pequeño sobrante existente en América. En realidad, se nos han anticipado en el mercado y han dejado los mercados mundiales tan vacíos de grano, que sean cuales sean vuestras necesidades, os desafío a que haya otra cosa que altos precios en el grano durante los próximos doce meses, aunque la Ley del Grano se aboliera mañana.
Los países europeos están sufriendo igual que nosotros por el mismo problema. Sufren de escasez ahora, lo que se debe a la absurda legislación respecto del artículo grano. Toda Europa ha sido corrompida por el vicioso ejemplo de Inglaterra en su legislación comercial. Ahí están, a través de todo el continente europeo, con una población incrementándose a un ritmo de cuatro o cinco millones al año y todavía, como nosotros, se dedican a poner barreras en el camino para que haya suficiente comida para responder a la demanda de una población creciente.
Creo que si abolís la Ley del Grano honestamente y adoptáis el libre comercio en toda su simplicidad, no habrá una norma en Europa que nos e cambie en menos de cinco años para seguir vuestro ejemplo. Bien, caballeros, supongamos que la Ley del Grano no se deroga inmediatamente, sino que Sir Robert Peel toma la medida de imponeros una tasa de cinco chelines, seis chelines o incluso siete chelines, y que la irá bajando a razón de un chelín al año, hasta que la misma se vea suprimida, ¿cuál sería el efecto en países extranjeros? Exagerarán la importancia de este mercado cuando la tasa desaparezca completamente. Irán aumentando sus ofertas, calculando que , cuando la tasa desaparezca completamente, tendrán un mercado para su producto y altos precios como remuneración y si, como es muy probable y consistente con nuestra experiencia, tuviéramos una vuelta a estaciones de abundancia, estas vastas importaciones se derramarán por nuestros mercados, probablemente justo cuando los precios sean bajos; y vendrían aquí, porque no tendrían otro mercado, para inundar nuestros mercados y privar a los granjeros de la venta de sus productos a un precio satisfactorio. Pero si, por el contrario, la Ley del Grano se deroga inmediatamente, dejaríamos ver a los extranjeros ver cómo es el mercado inglés en su estado natural y serán capaces de juzgar de año en año y de estación en estación cuál será la demanda futura de grano extranjero de este país. No habría una estimación extravagante de lo que queremos –ni problemas de malas cosechas con los que especular. La oferta se verá regulada por la demanda y alcanzará el estado que será la mejor seguridad frente a la sobreabundancia y la hambruna. Por tanto, por el bien de los granjeros, ruego la inmediata abolición de esta ley. Un granjero no podrá nunca tener una justa y equitativa comprensión o ajuste con su arrendador, sea respecto a su renta, arrendamiento o cuota, hasta que la ley sea completamente derogada en esta forma. Dejen que la decoración sea gradual y el arrendador dirá al granjero, a través de su agente: “Oh, la tasa será de siete chelines el año que viene, no has tenido aún nada más que la experiencia de doce meses sobre cómo funciona el sistema, debes esperar un poco” y el granjero se irá sin que se haya llegado a ningún acuerdo. Pasará un año y cuando el granjero se vuelva a presentar, se le dirá “Oh, la tasa será de cinco chelines este año, no puedo saber qué efecto tendrá esto, debes esperar un poco”. Al siguiente volverá a ocurrir lo mismo y al final resultará que no ha habido ajuste alguno entre el arrendador y el arrendatario. Pero pongámoslos de una vez en una posición natural, eliminemos todas las restricciones y el arrendador y el arrendatario llegarán a un acuerdo inmediato; se pondrán la misma posición que la que tenéis respecto de los fabricantes.
Bien, ya he hablado sobre lo que puede hacerse. También os he dicho qué es lo que apoyo, pero debo decir que sea lo que sea lo que propongo Sir Robert Peel, nosotros, como librecambistas, sólo tenemos un objetivo a perseguir. Si propone una derogación total e inmediata e incondicional, lanzaremos al aire nuestros sombreros en honor de Sir Robert Peel. Si propone cualquier otra cosa, entonces Mr. Villiers estará listo, como lo ha estado en anteriores ocasiones, para presentar su enmienda para una total e inmediata abolición de la Leyes del Grano. No somos responsables de lo que puedan hacer los ministros, pero somos responsables de cumplir con nuestro deber. No ofrecemos realizar imposibles, pero haremos todo lo que podamos para mantener nuestros principios. Pero, caballeros, se lo digo honradamente, pienso menos en lo que este Parlamento pueda hacer –me preocupan menos sus opiniones, menos las intenciones del Primer Ministro y del gabinete, que cuál pueda ser la opinión de una reunión como ésta y de la gente que está más allá de estas puertas. Este asunto no se llevará adelante por ministros o por el presente Parlamento, se llevará adelante, cuando se lleve, por voluntad de la nación. No haremos nada que nos pueda apartar el ancho de un pelo de la roca sobre la que nos hemos asentado con tanta seguridad durante los últimos siete años. Todos los demás partidos han estado en arenas movedizas y han estado flotando sobre cada ola, sobre cada marea y sobre cada viento –algunos flotando hacia nosotros, otros como fragmentos dispersos sobre el océano, si brújula ni compás, mientras que nosotros estas sobre un suelo sólido y ninguna tentación, sea de partidos o de ministros, podrá jamás doblegarnos ni siquiera el ancho de un pelo. Estoy deseoso de escuchar ahora, en la última reunión antes de que vayamos al Parlamento –antes de que entremos en la arena hacia la que todos los pensamientos se dirigirán la próxima semana– estoy deseoso, no simplemente de que todos pudiéramos entendernos en esta cuestión, sino que se pueda considerar como que ocupamos una posición independiente y aislada tal como hicimos en el primer momento de la formación de esta Liga. No tenemos nada que ver con Whigs o Tories, somos más fuertes que cualquiera de ellos, si nos mantenemos en nuestros principios, podemos, si es necesario, vencer a ambos. Y espero que ahora comprendamos perfectamente, que no tenemos, en la defensa de esta gran cuestión, ningún objeto a la vista más que lo que hemos prometido honradamente desde el principio. Nuestros oponentes pueden acusarnos de planes para hacer otras cosas. No, caballeros, nunca he favorecido esto. Algunos de mis amigos han dicho “Cuando se acabe esta tarea, tendrás influencia en el país, debes hacer esto y esto”. Decía entonces, como digo ahora, “Cada nuevo principio político debe tener sus defensores especiales, tal como cada nueva fe tiene sus mártires”. Es un error suponer que esta organización puede transformarse para otros propósitos. Es un error suponer que hombres prominentes en la defensa de los principios del Libre Comercio, pueden con la misma fuerza y efecto identificarse con cualquier otro principio de ahora en adelante. Será suficiente si la Liga consigue el triunfo del principio en que se basa. Nunca he tenido una visión limitada del objetivo de este gran principio. Nunca he defendido esta cuestión tanto como un comerciante.
Pero he sido acusado de ocuparme demasiado de intereses materiales. En todo caso, puedo decir que me he ocupado extensamente en imaginar los efectos de este poderoso principio tanto como cualquier hombre que haya reflexionado sobre el mismo en su estudio. Creo que la ganancia física sería la ganancia más pequeña para la humanidad cuando triunfe este principio. Miro más allá, veo en el principio del Libre Comercio que actuará en el mundo moral con el principio de la gravitación universal, -manteniendo a la gente unida, dejando de lado los antagonismos de raza, religión y lenguaje y uniéndonos en los límites de una paz perpetua. He mirado todavía más allá. He especulado, y probablemente soñado, en un brumoso futuro –sí, dentro de mil años– he especulado con cuál puede ser efecto del triunfo de este principio. Creo que el efecto será cambiar la faz de la tierra, que presentará un sistema de gobierno enteramente distinto del que hoy día prevalece. Creo que las ambiciones y los motivos para construir grandes y poderosos imperios –para construir gigantescos ejércitos y enormes naves de guerra –para hacer que los materiales que se utilicen para la destrucción de la vida y la supresión de las remuneraciones al trabajo –desaparezcan. Creo que estas cosas dejarán de ser necesarias o de ser utilizadas, cuando el ser humano se convierta en una familia e intercambie libremente los frutos de su trabajo con sus hermanos humanos. Creo que si pudiésemos trasladarnos a este sublime escenario, veríamos en un período muy distante en el tiempo, que el sistema de gobierno de este mundo se habría transformado en algo parecido al sistema municipal, y creo que el filósofo especulativo de dentro de mil años fechará la mayor revolución jamás acaecida en la historia del mundo a partir del triunfo del principio para el que nos hemos reunido aquí para defender. Creo en esto, sean cuales sean mis sueños y especulaciones, nunca los he sometido a otros. Nunca he actuado de acuerdo con motivos personales o interesados en esta cuestión, no he buscado alianza alguna con partidos o favores de partidos y no aceptaré ninguno –sino que, bajo el sentimiento que tengo de la sacralidad del principio, digo que nunca estaré de acuerdo en aprovecharme de él. Al menos yo nunca seré sospechoso de hacer otra cosa que apoyarlo desinteresada, honrada y resueltamente.
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