miércoles, julio 27, 2011

México y China

México y China
Marco Rascón

Territorialmente, en población y muchas cosas más, México y China no son comparables. Sin embargo, la globalización nos conecta con China y el mundo, pero sobre todo, con nuestro propio futuro. En el antropoceno (concepto creado por el Nobel de Química Paul Cruzen para determinar la influencia del comportamiento humano sobre la Tierra) México y China tienen en común ser naciones milenarias y, por tanto, sus edades y sus perspectivas pueden medirse bajo este concepto que se inicia a partir de la Revolución Industrial.


La diferencia de ambas naciones se encuentra en dos aspectos: la forma de relacionarse con sus vecinos y el mundo; y la otra, la perspectiva de ver sus problemas.


Mientras en China el debate sobre nación, economía, migraciones y producción se piensa hasta 2055, en que su población y recursos llegarán a un punto límite, en México la clase política y gobernante sólo ve hasta 2012, es decir, a menos de un año.


En lo que sería el sistema asiático de Estados Unidos para mirar todo el continente, China busca una relación armónica (da tong) en su desarrollo y con sus vecinos, muchos de ellos enemigos ancestrales y, al safarse de la lógica maniquea estadunidense de lucha contra el terrorismo, sus retos fundamentales están en acrecentar el bienestar e ingresos de su población tanto rural como urbana.


Estado, gobierno, valor del trabajo, salarios, migración, todo está a debate en China, con la premisa de que viven en la imperfección.


No tiene sentido comparar números, pues nos asombraríamos y coincidiríamos en que el futuro de China no sólo es para China, sino para todo el mundo. Hoy, simplemente con 6 por ciento de la tierra cultivable del mundo, China produce 22 por ciento de los alimentos del planeta.


Existe una realidad de dos clases obreras, la socialista y la que hoy trabaja en la fábrica global con derechos diferentes. El problema se reconoce y la tarea de China es acotar la brecha entre unos y otros, elevando los ingresos y los derechos.


Para resolver cientos de problemas, en el campo pasaron del colectivismo forzoso de la era de Mao, a la liberalización de la tenencia de tierra, producción y comercio que elevó los ingresos de los campesinos, pero que afectó la vida comunitaria.


Hoy los ejemplos de una nueva colectivización del campo están en curso, abatiendo costos y elevando ingresos y servicios de educación, salud, etcétera.


En Occidente existe, sin embargo, una manera provinciana de ver a China como amenaza. En México, para ocultar nuestro desastre presente y futuro, recelamos y nos llenamos de prejuicios contra el mundo. Recelamos de Brasil y su política petrolera; de Venezuela y sus cambios constitucionales; de Colombia viéndolos sólo como narcotraficantes; de Cuba por su independencia y el ejercicio de su soberanía y, por supuesto, de China.


Nos asumimos como parte del sistema creado por Washington y, cobijados por las barras y las estrellas, queremos dictarles desastres a todos, para ocultar el nuestro, pragmático e inmediatista.


Nos hemos refugiado en lo obsoleto de las estructuras políticas que promueven el rearme, la confrontación o guerras internas-externas para buscar ahí la estabilidad y la expansión económica.


Los ingresos de la población y la distribución del producto nacional se basan en el congelamiento de salarios, aumento de precios y la paralización mediante el terror.


Por ejemplo, a causa de Rápido y furioso, armas cayeron en manos del crimen organizado, que a su vez paró la migración en el principal punto de cruce en Nuevo Laredo, Tamaulipas, asesinando en masa a inmigrantes en territorio mexicano.


Es decir, Los Zetas son una extensión de la política migratoria estadunidense y mexicana, que logró, según datos recientes de la Universidad de Princeton, desplomar en los dos últimos años la migración por México.


El Banco Mundial ha dicho que esto se debe a un aumento de los ingresos en México, cuando, por el contrario, existe una baja en el poder adquisitivo de los salarios.


Mientras nosotros vemos nuestros proyectos de nación sólo dependiendo de los resultados electorales en un sistema enfermo, cerrado y excluyente, China en su conjunto, desde el Estado y la sociedad, tiene una visión profundamente autocrítica de sí misma y actúa contra la corrupción de los funcionarios, empresas locales y extranjeras, y va incorporando al desarrollo a miles por año, con objetivos concretos.


Aquí la única producción son héroes, y mientras China busca con su desarrollo la independencia, nosotros la fincamos en el entreguismo y la generación de odios.


China, con problemas infinitamente superiores, busca y encuentra soluciones teniendo a su sociedad como reto educativo, alimentario, de justicia y salud.


Nosotros estamos ciegos, partiendo de que todos somos corruptos y defraudadores.

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