viernes, agosto 19, 2011

Guatemala: ¿En Primera Vuelta?

Por Estuardo Zapeta

Siglo 21

Mire pues: como en Guate les encanta esa paja de lo “equitativo” entonces me veo en la obligación de destruir esa hipótesis utilizando el argumento de las “distribuciones dispares” del voto sandrista luego que la Corte de Constitucionalidad, por unanimidad, le tocara las golondrinas a la ex primera dama, ex esposa, y ex candidata, o sea “the X woman”, como se le conoce en las altas esferas políticas.

La teoría, ingenua por cierto, establecía que en un escenario post apocalíptico, perdón digo post oficialista, el voto recalcitrante “anti-araña”, que estaba concentrado principalmente con el “Yeneral 2.0” quedaría libre, soberano e independiente, y que la única razón por la que permanecía dicho voto bajo el mando militar era porque esa era la opción para vengarse de la dama de verde.

De hecho, tan ingenua teoría se aventuraba a vaticinar que el puñudo militar se quedaría con la mano aguada y caída, solo y alborotado, debido a que las hordas de votantes “leales”, ya respirando libertad, se moverían a opciones más exóticas como el “Smiley”, o “el Fisiquín”, o el “Ungido”, o “la Nobelísima Doctora”, o con la señora de la “Pupusería El Sol,” o con el “Amarillo Pinulito”, o hasta con la “Que Se Fue Con Otro, Adelita,” ya sin el peligro arácnido a la vista.

Ah, y atrás de las hordas votacionales irían “los financistas usureros” —que invierten 5 y quieren 25 de regreso, y te apurás— lo cual pondría a la “naranja mecánica” en serios, graves, y “projundos” aprietos cabalito antes del día de la caída de las torres, el “nine-eleven.” Así decían, fíjese.

De veras, qué análisis más chafa ese.

La realidad es otra: 1) el voto arácnido se dispersó “centrífugamente” de la viuda negra; 2) el grupo más consolidado y a la cabeza de los números encuestales jaló una proporción más grande que los de la chiquitada; 3) los “pequeños” se canibalizaron entre ellos mismos y empezaron a malmatarse por ese voto “dispersionado”; 4) la salida de la araña, el canibalismo de la chiquitada, y el gran pedazo de voto limonada que se volvió naranjada, dan un resultado diferente, muy diferente, al de mis cuates que decían que la definición de naranjito dependía sólo de la existencia de la aguacatía, y que sin aguacatía la vida de naranjito ya no tenía sentido.

Pero lo que hemos visto, dadas las premisas —a este indio del Zapeta sólo le pusieron zapatos y empezó a hablar de “teorías y premisas”— arriba enumeradas es todo lo opuesto de las visiones de “A no es B”, por lo tanto, “si B ya no participa, A desaparece”, y por eso, “B le da sentido a los votantes de A”, pero “si A ya no está, entonces se acabó la vida, el sentido y la razón de ser de B”.

Mi conclusión, contraria a la de la mara “A=/=B, =>A necesita a B, y si A desaparece a B sólo le queda el suicidio,” es que la sacada de la araña (B) de la competencia sólo aceleró la posibilidad que (A) gane en la primera vuelta. Mientras tanto el canibalismo de la chiquitada es un espectáculo para verlo como yo, desde el VIP. Al final, A contendrá a B, y B terminará apoyando a A; mire pues, lo que le estoy diciendo.

Obama: ¿Mala suerte... o mala fe?

Por Charles Krauthammer

Diario de América

"Invertimos la recesión, evitamos la depresión, volvimos a poner en marcha la economía... Pero durante los seis últimos meses hemos tenido una racha de mala suerte". -- Barack Obama, Decorah, Iowa, 15 de agosto

Una nación convulsa se pregunta: ¿Cómo acabamos sumidos en una tasa de paro del 9,1%, un crecimiento del 0,9% y unas perspectivas económicas tan malas que la Reserva Federal promete mantener los tipos a cero de aquí a mediados de 2013 -- reconocimiento tácito de que ve pocos motivos de esperanza en el horizonte?

Mala suerte, explica nuestro presidente. De la nada vino Japón y sus alteraciones de la producción, Europa y sus problemas de deuda y la primavera árabe y esos repuntes del petróleo en máximos. Que arrancó, presumiblemente, con diversos actos divinos (¿no se Le deberían pedir cuentas también?): el terremoto y el tsunami. (Mañana: plagas y hambrunas. Ranas a lo mejor).

Bueno, sí, pero ¿qué líder no está sujeto a acontecimientos ajenos a su control? ¿Las alteraciones menores del abastecimiento fruto de la actual primavera árabe fueron remotamente igual de nocivas que el embargo petrolero árabe de 1973-74? ¿Son comparables las interrupciones de la actividad de Japón en 2011 con el colapso financiero asiático de 1997-98? Los acontecimientos se producen. Los líderes son elegidos para liderar (desde primera línea, por cierto). Eso significa afrontar los acontecimientos, no anunciar ser su víctima públicamente de forma lastimera.

Además, como observó inmortalmente el ejecutivo del béisbol Wesley Branch Rickey, la suerte es el residuo del proyecto. Y el proyecto de Obama para la economía fue una batería de estímulo de casi 1 billón de dólares que no dejó ninguna huella, la pesada mano del Obamacare y un ataque de ardor regulador que aspira a asfixiarlo todo desde la producción energética nacional a la ampliación de la cadena de fabricación de Boeing a Carolina del Sur.

Él recoge lo que él sembró.

En la versión de Obama, sin embargo, la suerte es sólo la mitad de la historia. Su recuperación económica no se vio arruinada solamente por los actos de Dios y de unos caballeros (extranjeros) sino a causa de unos estadounidenses a los que no les importa su país. Esta gente, que puebla el Congreso (¿adivina cuál de los partidos?) se niega a dejar de lado "la política" en interés del bien del país. Ellos satisfacen a los grupos de interés y a los lobistas, les interesan las próximas elecciones únicamente, anteponen la formación al país. De hecho, "preferirían ver perder a sus rivales antes que ver triunfar a América". ¡Los malandrines!

Durante semanas, esas calumnias han sido el principal rasgo de Obama. Calumnias, porque no reconocen un ápice de mérito a la oposición por tratar de promover el bien común, como hace Obama supuestamente, pero desde principios y premisas diferentes. Calumnias, porque niegan legitimidad a aquellos del otro lado del gran debate nacional en torno al tamaño y el alcance y la importancia del estado.

Acusar de mala fe a los rivales es el ad hominem político definitivo. Obvia el motivo, la realidad, la lógica y los precedentes. Los conservadores se resisten al programa abiertamente transformador y socialdemócrata de Obama no solamente por principio sino por motivos empíricos también -- el desmoronamiento económico y moral del experimento socialdemócrata de Europa, a la vista de todos hoy de Atenas a las calles de Londres.

¿La respuesta de Obama? Ni siquiera dialoga. Esa es la razón de estas desagradables acusaciones de mala fe. Son el equivalente a tildar de enemigos públicos a los Republicanos. El Gobernador Rick Perry ha sido criticado con razón por ir dejando caer la palabra "traidora" en referencia a la Reserva. Obama sale airoso de hacer lo propio con respecto a los Republicanos, aunque de forma ligeramente más artística. Después de todo, él les acusa de desear que América fracase en aras de su propio beneficio político. ¿Qué es eso sino una acusación de traición a la patria?

La acusación no es desagradable solamente. Es ridícula. Todos los congresistas Republicanos menos cinco -- de los moderados, de la institución, de los elegidos por el movimiento de protesta fiscal tea party y de los advenedizos por igual -- votaron a favor de unos presupuestos que albergan la reforma radical del programa Medicare de los ancianos sabiendo muy bien que ello podría acabar con muchas de sus carreras. Los Demócratas se prestaron alegremente a los ataques al Mediscare, pudiendo creer a duras penas su suerte de que los Republicanos propusieran algo tan políticamente arriesgado en aras de la solvencia fiscal. Pero Obama acusa a los Republicanos de no actuar sino por ventaja partidista.

Esto viene del caballero que se ha negado religiosamente a proponer una sola reforma estructural de las pensiones en sus tres años en la administración. El caballero que ordenó que el incremento afgano de efectivos fuera invertido hacia septiembre de 2012, fecha que no tiene ningún sentido militar (tiene lugar durante la campaña estacional) fecha no recomendada por sus mandos militares, fecha cuya única finalidad es dar a Obama oxígeno político en vísperas de las elecciones de 2012. ¿Y Obama se atreve a acusar a los demás de anteponer la política al país?

Una plaga de mala suerte y de mala fe -- recalcitrante Providencia y oposición antipatriótica. Nuestro presidente lucha contra ángeles y monstruos de proporciones míticas.

Una fantasía reconfortante. Pero una excusa lamentable a una economía débil y una presidencia errática.

Elecciones en Bogotá: Una apuesta a ciegas

Por Plinio Apuleyo Mendoza

El Tiempo, Bogotá

De modo que la candidatura del siempre inesperado y caprichoso Antanas Mockus ha cambiado el mapa electoral de Bogotá. Ahora, gracias a él, Petro está empatado con Peñalosa en las encuestas. O está a la cabeza. ¡Linda noticia! ¿Nos damos cuenta de lo que eso significa? Me temo que no. Bogotá está en la olla. Es como una empresa en quiebra por culpa de escandalosos manejos. Necesita ante todo de un gerente que, apoyándose en su experiencia, en vez de ilusiones maneje con rigor y realismo sus candentes problemas.

Quien más se parece a ese perfil es sin remedio Enrique Peñalosa. Y quien menos, Petro. Inteligente, hábil parlamentario y sin duda honesto, no se le conocen dotes de administrador. No ha tenido experiencia alguna en el manejo de un cargo público de primer orden. Es una apuesta a ciegas. Su carrera ha ambulado siempre por los parajes de la izquierda; explosivos, cuando era dirigente clandestino del M-19 y luego más tranquilos y políticamente más rentables como parlamentario, hasta llegar a ser senador y candidato presidencial del Polo Democrático. Antes de tomar este rumbo y de abandonarlo, Petro fue amigo y asistente de Chávez, lo que tampoco es una referencia tranquilizadora, pues ello sólo lo pinta como aliado del ruinoso populismo asistencial del líder venezolano. Con este bagaje en su hoja de vida, no parece Petro el mejor candidato para una ciudad en estado de emergencia.

Bueno, más de un 70 por ciento de los electores piensa lo mismo. Pero están dispersos en un amplio abanico de candidatos. Tres de ellos son figuras nuevas y valiosas. Me refiero a Gina Parody, a David Luna y a Carlos Fernando Galán. Gina lo sorprende a uno cuando habla de sus programas. Son concretos, no están envueltos en el humo de las promesas. Designa con sus nombres las bandas de delincuentes de cada barrio. No tiene partido, lo que la pone a salvo de las cuotas burocráticas del clientelismo. También es digno de crédito David Luna, sin duda un buen candidato. Conoce de tiempo atrás la ciudad y sus problemas. Y Galán, ajeno como su padre al clientelismo, resulta confiable cuando expone sus planes para combatir la corrupción. Cada uno de ellos atrae sectores del electorado que buscan cambio y renovación en el gobierno distrital. Pero ahí está lo grave: cuando no son vistos como promesas para el futuro, dividen una corriente mayoritaria en varias opciones, sustrayéndole votos a un Peñalosa y favoreciendo indirectamente a Petro.

Es este, desde luego, el daño que ocasiona ahora Mockus con una candidatura que rompe todas las esperanzas depositadas en el Partido Verde. Lo cierto es que este profesor está siempre más cerca de las estrellas que de la realidad. No bastan sus planes de cultura ciudadana para combatir la corrupción. ¿Cómo entender que haya creado un partido para luego abandonarlo bruscamente sólo porque Álvaro Uribe le haya dado su apoyo desinteresado a la candidatura de Peñalosa? ¿Escrúpulos insensatos o secreto deseo de ser él el único dueño del balón? Todo es posible con un personaje que no encontró mejor lugar para celebrar su matrimonio que el lomo de un elefante.

Como sea, en la situación en que se encuentra Bogotá necesitamos unirnos en torno a un hombre que haya mostrado como Peñalosa, además de ambiciosos proyectos, real capacidad administrativa. Esta fue la gran virtud de Jaime Castro, pero sus opciones, por tardías, parecen hoy débiles. Desde luego, sigo viendo como valiosas opciones para el futuro a Gina Parody, David Luna o Galán. ¿Sería un sueño aspirar a un consenso que los comprometiera en una gestión común para salvar a Bogotá? No podemos permitirnos más aventuras. Y el timbre de alarma lo han dejado oír los últimos sondeos.

Asesinato a guatemalteco dio giro inesperado

La salud y la sanidad parte 2

La presión de la deuda soberana

La presión de la deuda soberana

Los países de la comunidad europea se encuentran en lo que parece ser un camino sin salida. Por un lado se encuentran con fuertes déficits fiscales. Por el otro, con un abultado monto de deuda que prácticamente ya no puede ser sostenido; los recientes eventos en Grecia son una muestra de este fenómeno. Cómo si eso no fuese suficiente, los gobiernos también se enfrentan a una fuerte oposición por los ciudadanos, como el caso de los “indignados” españoles, al recorte de gasto público. Alta deuda sobre un hombro y un abultado déficit fiscal sobre el otro, poco margen para incrementar los ingresos y la ciudadanía que se opone a cortar el gasto. Ciertamente no es un dilema fácil de resolver. La brecha fiscal posee trabas por ambos lados: aumento de ingresos y baja de gastos.

EE.UU., por su lado, tampoco está libre de este problema. Este gráfico de The Economist muestra el ajuste necesario en el presupuesto fiscal para reducir la deuda bruta a un 60% del PBI para el año 2026.


Debt management

Según el gráfico no son pocos los países importantes que presentan un buen panorama, incluido EE.UU. Las protestas sociales no pueden cambiar la realidad económica. Los políticos no pueden hacer desaparecer el problema detrás de discursos y debates. Si los gobiernos han gastado más de lo que pueden por un largo tiempo, entonces tarde o temprano un ajuste de cuentas será necesario. Esconder el problema con nuevas deudas no soluciona el problema. Beneficios y programas sociales provistos por el gobierno a sus ciudadanos son difíciles de descontinuar una vez que la población se ha acostumbrado a ellos, especialmente si el método de financiación de estos programas no es claro para el público en general. ¿De dónde vienen los fondos? A mayor gasto público mayor alcance y grado de dependencia de las erogaciones del gobierno, y a mayor gasto público menor productividad. El nudo es difícil de desatar.

¿Implica llegar al límite de deuda entrar en default? No necesariamente. Como explica el profesor Steve Horwitz en Coordination Problem, un default sucede cuando uno deja de pagar sus deudas, no cuando uno alcanza su límite de endeudamiento. Por ejemplo, si alcanzamos el límite de crédito de nuestra tarjeta de crédito no estamos en default, estamos en default el día que dejamos de pagar nuestras obligaciones con la tarjeta de crédito. Si llegamos a ese punto, entonces tenemos que re-asignar nuestros gastos, disminuyendo el consumo para poder pagar nuestras deudas. Lo mismo sucede con el gobierno, si no es posible obtener nuevos créditos, entonces una reubicación de las partidas de gasto es necesaria para evitar el default; pero esto se debe a que el gobierno ha estado gastando sobremanera por demasiado tiempo, no porque el sistema bancario haya sido golpeado por una tormenta perfecta. Si el congreso puede cambiar el límite de deuda, entonces también puede cambiar la partida de gastos para evitar el default. El problema a resolver es si el problema va a ser resuelto ahora en será postergado para más adelante, en frente a una situación posiblemente aún más delicada. Incrementar el límite de deuda sienta un precedente que puede ser contraproducente, ¿cuál es la idea de un límite al endeudamiento del gobierno si cuándo más importante es respetarlo el mismo es modificado? Los límites se vuelven relevantes cuando el mismo se hace sentir, no cuando uno se encuentra lejos de alcanzarlo.

Es por este motivo que la crisis financiera es más una manifestación de un prolongado desequilibrio fiscal que de un problema puramente ubicado en el sector financiero. Cuando hablamos de la crisis financiera pareciera ser que el problema fuese únicamente financiero, pero el problema de fondo es un déficit fiscal crónico que los gobierno no han querido corregir. No son los bancos, sino los gobiernos, los que no pueden pagar sus deudas. Si no lo hacen, entonces los bancos se verán afectados. Salvar a los bancos, entonces, puede ser una forma de ir por encima del problema fiscal y atacar al síntoma en lugar de al problema de fondo. El siguiente gráfico, también de The Economist, muestra la exposición de los bancos europeos a la deuda soberana.

Exposición a deuda soberana

Un gran esfuerzo va a ser necesario en los dos lados del Océano Atlántico para resolver este problema. Y es muy probable que los problemas que Grecia y EE.UU. han estado enfrentando en los últimos días sea el inicio de una seria de problemas similares que el resto de los países de Europa van a tener que enfrentar tarde o temprano. La burbuja inmobiliaria, y déficit fisca de EE.UU. eran problemas conocidos desde hace tiempo, al no mantener sus cuentas fiscales en orden la comunidad europea ha dejado pasar una oportunidad para ganar peso económico y en cambio se encuentra frente al mismo problema que su competencia internacional.

No importa cuál sea el régimen monetario que tengamos, si no hay una conducta de equilibrio fiscal por parte de los gobiernos, es una cuestión de tiempo hasta que los problemas salgan a superficie. Cuando hubo que elegir entre el patrón oro y estabilidad fiscal, el patrón oro fue abandonado. ¿Tendrá el Euro un destino similar?

Publicado por Nicolás Cachanosky

Los bajos tipos de interés no son una carta blanca para el despilfarro

Printer-friendly versionSend to friend

por Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo Julián es Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España).

Los keynesianos utilizan a menudo el argumento de que el problema real de la economía estadounidense es el desempleo y no el déficit. Cómo podría el endeudamiento ser un quebradero de cabeza si los tipos de interés se encuentran en mínimos históricos y, por tanto, lo que están pidiendo a gritos los inversores es que el Gobierno se endeude a ese bajísimo coste para invertir en lo que sea. Leamos si no a Paul Krugman:

¿Qué conllevaría una respuesta real a nuestros problemas? Ante todo, por el momento conllevaría más gasto gubernamental, no menos; con un paro masivo y unos costes de financiación increíblemente bajos, deberíamos estar reconstruyendo nuestras escuelas, carreteras, redes de distribución de agua y demás. Conllevaría unas medidas agresivas para reducir la deuda familiar mediante la condonación y la refinanciación de las hipotecas.

Por supuesto, cuando los costes a los que puede financiarse un agente se reducen, muchos proyectos que antes no le eran rentables pasan a serlo y, como consecuencia, le resulta ventajoso endeudarse para emprenderlos. Siendo así, todo parecería indicar que necesitamos más y no menos deuda pública: si el Estado se endeuda más, gastará más y generará más empleo.

Sólo hay un pequeño inconveniente: el objetivo de un sistema económico no es generar empleo, sino riqueza. Generar empleo es algo relativamente sencillo: mantener a la gente ocupada, sin nada valioso que hacer, lo puede conseguir —y de hecho lo consigue— cualquier dictadorzuelo de tres al cuarto. Lo complicado, lo excepcional, es generar riqueza: esto es, destinar los escasísimos recursos de una economía a fabricar los bienes de consumo presentes y futuros que resulten prioritarios para los individuos.

El paro que en este momento carcome a las sociedades occidentales es una expresión de que, con el estallido de la crisis, los empresarios todavía no saben (porque la incertidumbre es muy alta y todavía no está claro a qué deben dedicarse) o no pueden (por las enormes regulaciones y la sangrante carga fiscal) cuáles serán los modelos de negocio que funcionarán y en los que podrán darles un uso productivo a esos trabajadores. No es que no haya en abstracto lugares donde mantenerlos ocupados, sino que no se conocen maneras de darles un empleo donde produzcan más riqueza (en forma de bienes y servicios ofrecidos al mercado) de la que consumen (en forma de los bienes y servicios demandados con sus salarios).

Para buscarles un empleo que no destruya riqueza, el Estado no sólo debe mirar su bajo coste de financiación, sino también la rentabilidad esperada de los proyectos que desee emprender. Claro que conocer cuál es la rentabilidad de los proyectos que patrocina el Estado no es tan sencillo, más que nada porque el repago de la deuda pública no se sufraga merced a los beneficios de las inversiones públicas concretas, sino merced a los impuestos generales sobre toda la economía. Ludwig von Mises lo tenía bastante claro en La acción humana:

Quien invirtiera sus fondos en el papel emitido por el Gobierno o por las entidades paraestatales quedaría para siempre liberado de las insoslayables leyes del mercado y del yugo de la soberanía de los consumidores. Ya no habría de preocuparse por invertir su dinero precisamente en aquellos cometidos que mejor sirvieran los deseos y las necesidades de las masas. El poseedor del papel del Estado estaba plenamente asegurado, a cubierto de los peligros de la competencia mercantil, sancionadora de la ineficacia con pérdidas patrimoniales graves; la imperecedera deidad estatal le había acogido en su regazo, permitiéndole disfrutar tranquilamente de su patrimonio. Las rentas de tales favorecidos no dependían ya de haber sabido atender del mejor modo posible las necesidades de los consumidores; estaban, por el contrario, plenamente garantizadas mediante impuestos recaudados gracias al aparato gubernamental de compulsión.

O dicho de otro modo, el Estado genera subvenciones cruzadas a gran escala dentro del sistema económico: emplea los impuestos que recauda a partir de las ganancias de unas empresas para tapar las pérdidas de sus inversiones públicas. Cuán distintas serían las cosas si la deuda pública se emitiera para acometer inversiones concretas y específicas cuyos beneficios actuaran como única garantía de esa deuda. ¿Creen que ahora mismo la deuda pública estadounidense estaría en mínimos históricos? ¿O más bien cada emisión de la misma fluctuaría de acuerdo con la rentabilidad y el riesgo esperado de cada proyecto?

Si hoy los inversores se refugian en la deuda pública no es porque confíen en la capacidad para generar riqueza del Gobierno estadounidense, sino porque saben que todavía tiene bastante margen para expoliar a los pudientes ciudadanos de su país. Algo maravilloso en un momento en el que los modelos de negocio que triunfarán en el futuro no están claros: aparco mi dinero en unos instrumentos que no generan riqueza (que más bien la destruyen) ¡y obtengo un rendimiento anual! Pero, ¿cómo puede sostenerse seriamente que eso supone una solución de fondo a la crisis? ¿Qué sentido tiene pensar que acometiendo proyectos ruinosos a través del sangrado de los proyectos exitosos nos enriquezcamos? Ninguno.

Claro que ni a Keynes ni a Krugman tampoco parece importarles demasiado que el gasto público se dirija a proyectos rentables. Keynes lo dejó bien claro en La teoría general: “el gasto público derrochador que haya sido sufragado vía deuda puede, no obstante, enriquecer a la comunidad en su conjunto. La construcción de pirámides, los terremotos e incluso las guerras podrían incrementar la riqueza, si la ortodoxia de nuestros políticos les impide invertir en algo mejor”. Asimismo, Krugman, en su carta abierta a Obama, le pedía que “en la medida de lo posible, invirtiera en cosas que tuviesen en valor duradero”. Sólo en la medida de lo posible, eh.

Así las cosas, los tipos de interés a los que los ahorradores internacionales prestan su dinero les resultan del todo irrelevantes a los keynesianos. Si no tratan de cubrir con la rentabilidad de sus inversiones el coste de su financiación, ¿qué más dará el nivel de ese coste de financiación? Siempre habrá margen para seguir gastando dilapidando un capital que se necesita para ir reconstruyendo las estructuras productivas y financieras de la economía.

Gastar por gastar no nos enriquecerá, más bien al contrario. EE.UU. necesita crear nuevos modelos de negocio que generen intertemporalmente más riqueza de la que consumen. Se trata de regresar a tasas de rentabilidad positivas y superiores al coste del capital de financiarlas. Pero para ello hay que recolocar los factores productivos, ajustar sus rentas a la nueva realidad y mejorar la solvencia de los agentes. Lo contrario, apalancarse todavía más para acometer nuevos proyectos de nulo rendimiento, sólo servirá para consumir la riqueza ajena. Pero todo tiene un límite, también la deuda pública: cada vez EE.UU. va adeudando más riqueza sin que el número de fuentes que la generen vaya aumentando. Una suicida dinámica con inquietante final.

No hay comentarios.: