Los progres obligan a escoger entre seguridad económica y seguridad nacional
Poner la seguridad de la nación en riesgo o subir los impuestos. Este es el amargo “acuerdo” que ofrecen los legisladores progresistas a cambio de insuficientes reducciones del gasto, según los informes de las negociaciones sobre la deuda de este fin de semana en Washington.
El marco general que republicanos y demócratas están próximos a aprobar aumentaría el límite de la deuda en al menos $2.1 billones y pondría a Obama y los demócratas del Congreso más allá de su fecha objetivo: el Día de las Elecciones 2012. A cambio de esta generosa protección política, los demócratas accederían a un modesto billón de dólares de supuestos recortes repartidos en 10 años; $350,000 millones de esos ahorros “por adelantado” vendrían de despojar los recursos de la seguridad nacional.
Un billón de dólares en 10 años no es suficiente para impresionar a las agencias de calificación crediticia, que han amenazado con rebajar el nivel de crédito de América a no ser que el Congreso promulgue medidas reales de reforma del gasto y para bajar el déficit. De hecho, el viernes Moody’s anunció que ni el plan Boehner ni el plan Reid reunían suficientes reducciones, diciendo: “Las reducciones de la magnitud que ahora se están proponiendo, si se adoptaran, conducirían probablemente a Moody’s a adoptar una perspectiva negativa sobre la calificación AAA”. El plan actual no añade mejoras a ninguno de los planes anteriores.
Además del billón de dólares, el acuerdo crea un comité “especial” del Congreso que procuraría $1.4 billones en “reducciones del déficit” para finales de 2011. Por supuesto, para los progres, “reducción del déficit” es sinónimo de “impuestos más altos”.
Si las recomendaciones de la comisión no se promulgaran, se dispararían recortes del gasto en todos los capítulos presupuestarios, la mitad de los cuales (casi $500,000 millones) vendrían de los gastos de seguridad nacional y, por lo que parece, ninguno de ellos saldría de los siempre crecientes programas de derechos a beneficios que están reventando el presupuesto. Esto da a los demócratas del comité una fuerte posición negociadora. Muéstrense de acuerdo con los aumentos de impuestos o despojamos la defensa nacional. Es una elección peligrosa que los legisladores conservadores no deberían tener que tomar. Los recortes de defensa comprometerían la seguridad de nuestra nación y los aumentos de impuestos comprometerían la economía de nuestra nación.
Tristemente, algunos progres ven la seguridad nacional de nuestro país como un elemento de trueque y no se dan cuenta de que (1) el gasto en defensa no es la causa del problema y (2) estas reducciones ponen a nuestras tropas y nuestra seguridad nacional en riesgo. Sin seguridad adecuada, nuestra nación empezará un declive inevitable y perderá el estatus de superpotencia.
Todo observador objetivo sabe que el problema son los gastos en derechos a beneficios, no el presupuesto de defensa o la falta de recaudación. El gasto en defensa ha ido a la baja durante décadas como porcentaje del PIB a pesar de las guerras de Afganistán, Irak y ahora Libia. Está actualmente por debajo de su promedio histórico del 5.2% del PIB. Mientras tanto, los derechos a beneficios (Seguro Social, Medicare y Medicaid) crecieron del 2.5% del PIB en 1965 a más del 10% hoy y representan el 60% del presupuesto federal total.
Si el país no gastara nada en defensa, estaríamos todavía abocados a una crisis de gasto causada por los derechos a beneficios.
En el apartado de la recaudación, ayer en el espacio de la cadena ABC This Week , David Plouffe, asesor político de la Casa Blanca, sugirió que incluso “la mayoría de los republicanos en Estados Unidos” apoyan las subidas de impuestos. Por supuesto, sus pronunciamientos sobre su popularidad se ven afectados negativamente por su incapacidad para decir la palabra “impuestos” y por llamarles, más bien incorrectamente, “ingresos”.
Igualar las subidas de impuestos con los ingresos fiscales es simplemente incorrecto. Los ingresos del gobierno crecerán con el aumento del crecimiento económico y al haber más personas con trabajo. La mayoría de las personas en Estados Unidos de hecho creen que subir los impuestos a los que crean trabajos no es la manera de crear empleo o crecimiento económico.
Algunos republicanos dicen que es casi imposible que se suban los impuestos debido a la estructura del comité de reducción de la deuda. Muchos están en desacuerdo con eso, incluido Erick Erickson, del blog Red State, Ezra Klein, del periódico Washington Post y el asesor de la Casa Blanca David Plouffe quien aseveró esta mañana categóricamente que las subidas de impuestos no son solo posibles sino probables.
Otros republicanos alegan que la financiación de la defensa está protegida porque esa categoría legislativa también incluye a los Departamentos de Estado, Seguridad Interior, Administración de Veteranos y Ayuda Exterior. Pero el objetivo de los recortes seguiría siendo el Pentágono.
Afortunadamente hay algunos legisladores que se resisten a acabar este debate poniendo todo el peso de los recortes en nuestras tropas. El senador Joe Lieberman (I-CT) publicó una nota de prensa el domingo diciendo que está “muy preocupado por los rumores de que el acuerdo de la deuda ahora en negociación reducirá desproporcionadamente los gastos de defensa y resultará en un riesgo inaceptablemente alto para nuestra seguridad nacional”. En una conferencia de prensa el sábado, el congresista Allen West (R-FL) calificó los potenciales recortes de defensa como “increíbles” y “desmesurados”.
El presidente del Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, Buck McKeon (R-CA), describió así la situación: “El Ejército y los Marines están al límite, separados de sus familias, utilizando equipos que están machacados tras una década de lucha”. Y el congresista Randy Forbes (R-VA) dijo de modo similar: “Si tienen que hacer estos recortes tendrán que venir del personal y tendrán que reducir la estructura de la fuerza y tendrán que diseñar una nueva estrategia para cómo defender a Estados Unidos de América”.
Hay lugar para la reforma interna del Pentágono y se pueden conseguir ahorros, pero esos ahorros deben ser asignados a otras acuciantes necesidades militares. Los enemigos de nuestra nación tomarán ventaja de esta debilidad y, a su vez, tendremos que gastar más de lo necesario en el futuro para poder ponernos al día, conseguir descartar las amenazas y rebajar los crecientes riesgos.
Como el experto de Heritage James Carafano señala: “Los recortes en defensa desconectados de la realidad y carentes de fundamentos estratégicos solo sobrecargarán unas ya grandemente obligadas fuerzas e incrementarán los riesgos que confrontan todos los americanos”.
El presidente Obama quería al principio un aumento “limpio” del límite de la deuda y luego quería más “estímulo” junto con un aumento. Ahora estamos debatiendo cómo hacer mejor los recortes reales de nuestros gastos. Los conservadores han llegado a este punto porque el apoyo público está de nuestro lado. Estos últimos intentos desesperados con objeto de despojar de recursos a nuestras tropas o aumentar los impuestos a los creadores de empleo son los últimos manotazos de ahogado de los progresistas por calmar a su base electoral de extrema izquierda.
Los conservadores del Congreso pelearon fuertemente para conseguir bajar el gasto y llegar a un presupuesto balanceado a la vez que se protegen nuestras defensas sin aumentar los impuestos. El plan presupuestario de Ryan y el plan Recortar, Limitar y Balancear fueron buenos pasos en esa dirección. Pero el acuerdo final, liderado por los progresistas del Capitolio y la Casa Blanca, conduce al peor posible resultado este año —tanto impuestos que matarán el empleo como recortes de defensa que arriesgan la seguridad— mientras que el gasto en derechos a beneficios sigue y sigue sin parar.
Un peligroso acuerdo para el límite de la deuda
Los recortes en los gastos de defensa previstos en el recién anunciado acuerdo de sobre el límite de la deuda plantean una cuestión fundamental para los americanos: ¿Vamos a dejar que salga adelante un acuerdo que promete poner fin a la seguridad americana tal como la conocemos? ¿O vamos a exigir que el acuerdo, nacido de la crisis impulsada por la política en Washington, se abandone por lo que está en juego?
El acuerdo promete elevar el límite de la deuda por el monto más alto de la historia, más de $2 billones, mientras reduce el gasto en casi $1 billón a lo largo de la próxima década. Se prevé un 6% y 7.5% de recortes en el gasto de defensa a partir del presupuesto presentado por el presidente en febrero para los ejercicios fiscales 2012 y 2013, respectivamente. Se establece un objetivo no vinculante de $1.5 billones en la reducción del déficit a cargo de un Comité Selecto Conjunto para la Reducción del Déficit que la legislación crea.
Si el Congreso no promulga un plan que reduzca lo suficiente el déficit para diciembre, el acuerdo establece que un mecanismo automático que autorizaría a hacer la mitad de los recortes sólo en los gastos de seguridad, con la mayor parte saliendo del Departamento de Defensa. Vamos a tener que sacrificar la seguridad futura de todos los americanos sin realmente atacar la causa de la crisis de la deuda: Es decir, el gasto fuera de control del Seguro y los otros programas grandes de derechos a beneficios.
Al final de todo, es difícil ver cómo este acuerdo es sostenible. En teoría, se supone que el Comité Selecto ha de considerar la reducción de los derechos a beneficios, pero el mecanismo automático de recortes sólo se aplica a los gastos discrecionales. Sabiendo muy bien que los republicanos no apoyarán subidas de impuestos y los demócratas se resisten a los recortes en derechos a beneficios, el mecanismo automático de recortes está trucado para asegurar que la espada caiga sobre el presupuesto de defensa. Si, después de una cuidadosa revisión del Congreso, este concluye que dichos draconianos recortes en defensa u otras partes no son aceptables, la única opción en ese momento es cambiar la naturaleza del proceso y abandonar los elementos principales del acuerdo. Si eso sucede, entonces toda esta operación habrá sido poco más que una estratagema para subir el límite de la deuda sin recortar en profundidad.
Dejando de lado este acuerdo, la misión del Congreso en el próximo año será encontrar la manera de mantener un sólido gasto de defensa para poder modernizar las fuerzas armadas, cumplir con el compromiso global que se requiere para mantener seguro a Estados Unidos y reducir la tensión de unas fuerzas ya sobrecargadas.
La mitad de los pobres de Estados Unidos tiene computadora
La Oficina del Censo informó que el otoño pasado que 43 millones de americanos, uno de cada siete de nosotros, era pobre. Pero, ¿qué constituye pobreza en Estados Unidos?
Los datos más recientes del gobierno muestran que más de la mitad de las familias definidas como pobres por la Oficina del Censo tiene ahora una computadora en casa. Más de tres de cada cuatro familias pobres tiene aire acondicionado, casi dos tercios tiene televisión por cable o satélite y el 92 % tiene microondas.
¿Qué tan pobres son los pobres de Estados Unidos? La típica familia pobre tiene por lo menos dos televisores a color, un aparato de video y uno de DVD. Un tercio tiene una pantalla gigante de plasma o LCD. Y la típica familia pobre con hijos tiene un sistema de videojuegos como la Xbox o la PlayStation.
¿Son estas cifras del gobierno una casualidad? ¿Quizá están artificialmente infladas porque las familias de clase trabajadora (con un montón de comodidades en el hogar) han perdido sus empleos en la recesión y temporalmente se unieron a las filas de los pobres?
No, señor. Eso no es lo que motiva estos números. En su lugar, la amplia gama de comodidades en las casas de los pobres es el resultado de muchas décadas de constante mejora en sus condiciones de vida.
Año tras año, los pobres tienden a estar mejor. Artículos de consumo que antes eran un lujo o compras importantes para la clase media hace unas décadas se han vuelto algo común en los hogares pobres.
En parte, esto se debe a la tendencia normal a la baja de los precios después de que los artículos de consumo salen a la venta. Inicialmente, los nuevos productos tienden a ser caros y asequibles solo para la gente pudiente. Con el tiempo los precios bajan considerablemente y el producto inunda al conjunto de la población – incluyendo los hogares pobres.
Como regla general, los hogares pobres tienden a obtener las comodidades una docena de años después que la clase media la obtenga. Hoy en día, las familias más pobres tienen comodidades que eran adquisiciones de gran valor o inaccesibles para la clase media no hace mucho tiempo.
Los progresistas utilizan el descenso de los precios relativos de muchas comodidades para argumentar que no es gran cosa que los hogares pobres tengan aire acondicionado, computadoras, microondas y/o servicio de televisión por cable o por satélite. Sostienen que a pesar de que la mayoría de las familias pobres tienen una casa llena de comodidades, la familia pobre promedio todavía sufre de la privación real de las necesidades básicas como la alimentación y la vivienda.
La típica noticia acerca de la pobreza muestra a una familia sin hogar con niños durmiendo en la parte trasera de una camioneta. Pero los datos del gobierno indican que sólo 1 de cada 70 personas pobres son personas que carecen de hogar.
Otra imagen común de la pobreza es una familia abatida que vive en una casa rodante en ruinas. Sin embargo, solo una décima parte de los pobres viven así, el resto vive en casas o apartamentos, la mayoría de los cuales se encuentran en buen estado. Los pobres rara vez viven apretados. De hecho, el promedio de la América pobre tiene más espacio para vivir que el promedio de los que no son pobres en Europa.
¿Qué hay acerca del hambre? Los activistas proclaman: “Al final de cada día 17 millones de niños se acuestan con hambre”. Las noticias de la televisión claman que Estados Unidos se enfrenta una “crisis de hambre” en la que “casi uno de cada cuatro niños” tiene hambre.
Pero el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el cual lleva a cabo la encuesta del consumo de alimentos y hambre de la nación dice lo contrario. El USDA informa que 988,000 niños (el 1.3% de todos los niños) sufrieron un bajo nivel de seguridad alimentaria lo que significa “reducida ingesta de alimentos y alteraciones en los patrones de alimentación” en algún momento del año 2009.
Durante todo el curso del año, sólo se reportó que un niño entre 67 sufrió “hambre”, aunque de forma temporal, porque el progenitor no podía adquirir alimentos suficientes. El 99% de los niños no se saltó ni una comida durante el año 2009 debido a la falta de recursos financieros.
El USDA también informa que no hay diferencia en la calidad de la alimentación entre los niños de hogares de altos y bajos ingresos.
Por supuesto, esto no significa que ninguna familia pobre se enfrente a una escasez temporal de alimentos. Si el presupuesto para los alimentos se pone difícil a fin de mes, los adultos reducen su propio consumo de alimentos sin afectar a sus hijos.
Sin embargo, el USDA informa que durante todo el 2009 menos de un hogar pobre de cada cinco experimentaron temporalmente “reducida ingesta de alimentos y alteraciones en los patrones de alimentación” por falta de recursos financieros.
Comer demasiado, no poco, es el principal problema alimenticio al que se enfrentan los adultos pobres. La mayoría de los adultos pobres, como la mayoría de los americanos, tienen sobrepeso.
Nada de esto significa que los americanos pobres viven en el lujo. El estilo de vida de la familia pobre típica no es ciertamente opulento. Pero dista igualmente de las imágenes de descarnadas privaciones que difunden los activistas y los medios de comunicación.
Si como nación hemos de tener siempre una política sensata contra la pobreza, esta se debe basar en información precisa sobre el alcance, la gravedad y las causas de la verdadera privación. La exageración y la desinformación no benefician ni al contribuyente, ni a los pobres, ni a la sociedad en general.
Obama: fracaso y coffee party
Carlos Ramírez
Obama: fracaso y coffee party
Crisis de capitalismo codicioso
Como si fuera un priista típico, Barack Obama y sus seguidores acaban de abrir el primer sobre de la tradición sucesoria: "échale la culpa a tu antecesor". Sin embargo, el escenario de pánico en EU establece que la responsabilidad de la burbuja de la deuda es del presidente actual.
En el primer periodo que termina a finales de 2012, Obama habrá aumentado la deuda en cuatro años en 6.6 billones de dólares, contra 4.3 de Bush en ocho años y 1.6 de William Clinton en sus dos periodos. La tendencia del endeudamiento llegaría en 2016 a un estimado de aumento de deuda de casi 11 billones si acaso Obama se reelige, un disparo de 110 por ciento sobre Bush y de 370 por ciento sobre Clinton.
Como populista al estilo priista, la política económica de Obama se redujo a aumentar el circulante y vivir de prestado para atender la crisis que heredó de Bush pero que quiso resolver a base de billetazos para no cambiar la esencia del factor que detonó el colapso de 2008-2009: la codicia. Sin aumentar el ingreso, Obama destinó tres mil millones de dólares para subsidiar compra de autos, destinó 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos de las deudas basura, 165 mil millones sólo a ocho bancos -entre ellos a Goldman, cuya codicia estalló el colapso-, 200 mil millones a cubrir hipotecas insalvables y 300 mil millones a recompra de valores del Tesoro que -ahora se ve- no valen nada.
Obama se encuentra casi en el mismo escenario de México en 1994-1995: una devaluación contenida por Carlos Salinas le estalló a Zedillo y el dilema no fue fácil: salvar a los usuarios de la banca o salvar a los bancos; Zedillo optó por salvar a los bancos, subió tasas de interés e inyectó recursos públicos comprando deudas basura, pero a costa de empobrecer hasta la fecha a millones de mexicanos; salvar a los deudores de la banca no fue opción. Hoy Obama está en las mismas: salvó a las empresas del capitalismo pero quedó ahorcado con las deudas. Hoy quiere que el Congreso de mayoría republicana le saque las castañas del fuego y, sobre todo, le salve su reelección.
La política de salvamento de la crisis de Obama fue populista: carretadas de dinero a los bancos e hipotecarias para estabilizar sus especulaciones, pero la economía popular no se dinamizó y el desempleo sigue creciendo. La racionalidad económica aconseja no seguir echando dinero bueno al malo, llevar a EU a una reordenación responsable de finanzas, reconocer que el capitalismo atraviesa por una crisis general similar a la de finales de los sesenta y principios de los setenta y olvidarse de la reelección.
El gasto público siempre ha sido una buena salvación, pero necesita de una racionalidad política. En 1971 el presidente Echeverría tuvo razón en revelar el mito del milagro económico y social mexicano del desarrollo estabilizador y difundir que había un grave y peligroso rezago social; sólo que aumentó el gasto sin atender los ingresos y el déficit presupuestal se tapó con deuda hasta que estalló la crisis; López Portillo hizo lo mismo aunque amparado con el petróleo. Pero las crisis de 1976 y 1982 fueron hijas de la misma doctrina económica: atender lo social sin resolver lo fiscal.
Obama le apostó a la reactivación de la economía y perdió la apuesta. Hoy quiere que en el casino financiero le aumenten el crédito para las apuestas para seguir jugando aunque sin garantizar el pago. Ello quiere decir que objetivamente no existe una disputa de proyecto ideológico en la economía: Obama quiere seguir apostando sin saber si va a ganar o a perder y los republicanos se niegan a otorgarle fondos si antes no garantiza la viabilidad.
El verdadero debate en EU, por tanto, no es del héroe Obama contra los malos del Tea Party sino de redefinición de la política económica del capitalismo codicioso en colapso. Si Obama aceptó el costo del desempleo como parte de la factura social, entonces debió de haber pagado el costo de la quiebra de bancos y especuladoras; pero a pesar de haber sido financiado en su campaña por la sociedad no propietaria, al final de cuentas Obama salvó al capitalismo codicioso de los bancos, las hipotecarias, las automotrices, cuyos directivos, por cierto, reanudaron sus multimillonarios beneficios en bonos personales pero con cargo al dinero de salvamento. Al permitir esos excesos y salvar a los accionistas y no a los usuarios financieros, Obama carece hoy de autoridad moral para invocar que quieren dañar a los pobres.
El tema de la deuda ha sido distorsionado: Bush padre dejó la deuda en cuatro billones, Clinton la llevó a 5.6 billones de dólares; Bush hijo la subió a 9.9 billones, Obama la dejará en 2012 en 16.6 billones y se prevé que llegue a 20.8 billones en 2016 si Obama se reelige (www.whitehouse.gov/omb/budget/Historicals). Bush hijo bajó el costo de la deuda de 60 por ciento a 38 por ciento y Obama la volvió a subir a 60 por ciento.
Los más preocupados por la falta de arreglo en materia de deuda son justamente los que causaron la crisis y que fueron rescatados con dinero fiscal: la semana pasada la empresa Goldman alertó de un "apocalipsis" sin acuerdo, claro que porque perdería beneficios.
En el fondo, Obama quiere salvar al capitalismo de las corporaciones y de la codicia con el dinero de la deuda. Las cifras hablan de un desempleo de casi 10 por ciento, de aumento de la delincuencia por esa razón, de un empobrecimiento de los más pobres. El concepto de Estado social de Obama es indirecto: crecimiento económico por apoyo a las corporaciones y empleo aunque sea de vendedor de hamburguesas, como lo hizo Clinton en sus dos periodos.
Pero en lugar de un debate de fondo sobre la crisis, las discusiones se han polarizado entre buenos (Obama) y malos (republicanos). Al Tea Party ya le salió el Coffee Party de los defensores del populismo demócrata, quienes quieren salvar a Obama con más deuda y sin reformas, mientras aplaudieron la imposición de un duro programa de ajuste antisocial a Grecia y Portugal por los mismos excesos de Obama.
Pero la batalla real se da en las calles. Según promedio de las encuestas, la gente ya le bajó la aprobación a Obama de 52.5 por ciento a 44.6 por ciento, de acuerdo con el conteo de Real Clear Politics, y sigue en picada.
La depresión, cada vez más profunda
Por William L. Anderson.
Aunque austriacos y keynesianos no están de acuerdo en un montón de cosas, hay una cosa en la que ambos parecen estar de acuerdo: la economía de EEUU se está hundiendo en el fango de la depresión. Sin embargo, a partir de aquí se acaba el acuerdo, ya que las dos escuelas tienen explicaciones muy distintas de por qué está pasando esto.
Los keynesianos, a través de Paul Krugman y su megáfono del New York Times, han venido afirmando que el “estímulo” original de Obama fue demasiado pequeño y el actual énfasis en recortar el presupuesto en todos los niveles del gobierno es precisamente la estrategia errónea. Los austriacos, creen que esta explicación no tiene sentido, lo que no nos sorprende.
En un artículo reciente, Krugman expone su tesis y es útil, pues expone verdaderamente la mente keynesiana en funcionamiento y una mente keynesiana que no permite ninguna otra explicación a lo que está pasando. El problema es (y siempre será) una falta de “demanda agregada” y la única solución es que los gobiernos gasten como si les hubiera tocado el gordo.
Escribe:
La gran burbuja inmobiliaria de la última década, que fue tanto un fenómeno estadounidense como europeo, vino acompañada por un enorme aumento en la deuda familiar. Cuando estalló la burbuja, la construcción de viviendas cayó en picado y lo mismo hizo el gasto del consumidor al economizar las familias cargadas de deudas.
Todo podría haber seguido bien si otros participantes en la economía hubieran aumentado su gasto, rellenando el hueco que dejó la caída de la vivienda y el retraimiento del consumidor. Pero nadie lo hizo. En particular, las empresas ricas en efectivo no ven ninguna razón para invertir ese efectivo a la vista de la débil demanda del consumidor.
Tampoco los gobiernos ayudaron mucho. Algunos gobiernos (los de las naciones más débiles de Europa y los estatales y locales aquí) se vieron realmente forzados a recortar el gasto a la vista de las caídas en ingresos. Y los modestos esfuerzos de los gobiernos más fuertes (incluyendo, sí, el plan de estímulo de Obama) fueron, en el mejor de los casos, apenas suficientes como para compensar esta austeridad forzada.
Así que tenemos economías deprimidas. ¿Qué proponen hacer los políticos? Menos que nada.
Si hay algo que describa la mente keynesiana es esto: gasto, gasto, gasto. Es una tesis sencilla, una que indudablemente atrae a los políticos e incluso a mucha de la opinión pública en general y ha dominado el pensamiento económico profesional en Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Como declara más arriba Krugman las familias no pueden gastar lo que no tienen y las empresas, como no ven demanda futura no van a invertir (léase: gastar a través de inversión de capital – que siempre es definido por los keynesianos como valioso a causa del gasto, no a causa de ningún aspecto de la productividad del capital).
Así que estamos atrapados en lo que Krugman y los keynesianos llaman una “trampa de liquidez”, lo que Krugman parece creer que acaba con cualquier otra discusión. La idea es que la ley de los costes de oportunidad se suspende durante una trampa de liquidez porque los tipos de interés son bajos, los recursos están “ociosos” y el gobierno puede prestar a casi un 0% y gastar sin consumir recursos. Como decía Krugman en su libro El retorno de la economía de la depresión, la gasto público en esta situación puede crear un “almuerzo gratis”. (Sí, usaba realmente este término).
Mientras que la mayoría de los economistas de la corriente principal no están dispuestos a enfrentarse a los keynesianos en la idea de la “trampa de liquidez”, Murray Rothbard no se arredró. En su libro, America's Great Depression, se ocupa de cabeza de la “trampa de liquidez”, escribiendo:
El arma definitiva en el arsenal keynesiano de explicaciones de las depresiones es la “trampa de liquidez”. No es precisamente una crítica a la teoría de Mises, pero es la última línea de defensa keynesiana de sus propias “curas” inflacionistas de la depresión. Los keynesianos afirman que las “preferencia de liquidez” (demanda de dinero) puede ser tan persistentemente alta que el tipo de interés no pueda caer lo suficientemente bajo como para estimular la inversión suficientemente como para sacar a la economía de la depresión.
Rothbard apunta un serio problema con ese análisis, advirtiendo que Keynes nunca tuvo una teoría correcta del interés, afirmando que el interés se basa en “la ‘preferencia de liquidez’ en lugar de la preferencia temporal”, lo que lleva luego a conclusiones más incorrectas acerca del estado de la economía. Otros austriacos han criticado asimismo la teoría, incluyendo a William Hutt y Henry Hazlitt.
Ambos, Hutt y Hazlitt, se ocuparon de la idea de los “recursos ociosos”, que está detrás de la noción de que el coste de oportunidad puede suspenderse durante una depresión. La idea de los recursos ociosos se basa en una nación de que los factores de producción no se emplean a causa de una falta de gasto y que una expansión del gasto público (casi a cero, lo que significa casi sin coste de oportunidad) se extenderá a los activos no empleados y los volverá a poner en marcha.
Como apunté antes, la teoría keynesiana es tan simple que desarma. Los recursos no se están usando, así que el gobierno “estimula” la economía a través de más gasto, los recursos se ponen a trabajar y de alguna manera la economía mágicamente se sostiene a sí misma. La otra cara es que los keynesianos sostienen que si no se produce nuevo gasto, entonces se producirá deflación, haciendo que dejen de usarse más recursos hasta que la economía esté en un equilibrio perverso en el que una enorme cantidad de gente está sin trabajar ni perspectivas de mejora económica.
Krugman es categórico en este punto y está tan convenció de tener razón que cualquiera que se atreva a discrepar lo hace solo porque esa persona quiere que la gente sufra o porque la persona está tan aferrada a las “desacreditadas” teorías austriacas que es incapaz de añadir nada al debate público. (De hecho, Krugman cree que no hay debate en absoluto. Su postura es correcta, está probada empíricamente y no puede refutarse, ni siquiera cuando se refuta).
Así que aunque hayamos visto una explosión de gasto público en los últimos años, de acuerdo con Krugman estamos realmente en un plan de “austeridad”. ¿Por qué? Porque si el gobierno hubiera aumentado realmente el gasto a una escala masiva, habríamos salido de la depresión. En otras palabras, porque solo hay una salida a este fango y como no estamos fiera de ese fango, no ha habido suficiente gasto público.
¿Qué hay de la tesis de Robert Higgs de la “incertidumbre de régimen”? Krugman también la rechaza, llamándola burlonamente el “hada de la confianza”. Las empresas, argumenta, están almacenando efectivo porque ven una falta de demanda del consumidor. Si los gobiernos gastan y gastan y gastan, entonces las empresas invertirán, punto.
(Respecto de la retórica contra la empresa que sale de la casa Blanca, el aumento en la regulación y la demonización de las industrias del petróleo y el carbón – industrias que son esenciales si esta economía tiene que recuperarse – todo eso, según Krugman, o no existe o es ruido de fondo e indudablemente no tiene relevancia en nuestra situación actual. ¿Por qué? Porque lo dice Krugman).
La respuesta definitiva, de acuerdo con Krugman y los keynesianos, es encontrar otro auge, otra posible burbuja de activos que pueda hacer su “magia” al menos un tiempo antes de que también estalle. (Perversamente, en un post apoyado por Krugman, Karl Smith espera que sea otro auge inmobiliario).
Al leer a Krugman y a los keynesianos, siempre me sorprende su análisis de que los activos, hablando en términos económicos, son realmente homogéneos. No importa a dónde se dirija el nuevo gasto, siempre que haya gasto. Gasta y todo se pone en su sitio.
Segundo, el punto de vista de Krugman y los keynesianos se basa en una interpretación extremadamente mecanicista de la acción humana. La gente dentro de su imagen del mercado no compra bienes que crea que atenderán sus necesidades individuales; no, ellos gastan, como si el propio gasto fuera el objetivo final de una economía.
Es un punto de vista de que separa la producción del consumo, haciéndolos independientes, sin que pueda encontrarse ninguna acción verdaderamente humana y con un propósito. No hay ninguna relación con sentido entre los deseos de los consumidores y la valoración de factores de producción o la dirección en que van esos factores en las distintas líneas de producción. Es algo tan sencillo que puede sencillamente describirse como PIB = C+ I + G sin necesidad de pensar más allá de esa tautología.
Como he dicho al principio, tanto austriacos como keynesianos creen que nos dirigimos a una caída económica más acusada. Sin embargo, Krugman y los keynesianos creen que la única salvación es el gasto masivo y la intervención del gobierno. Los austriacos creen que son el gasto masivo y la intervención del gobierno los que empeoran las cosas. Y aunque Krugman & Co. Nunca lo admitirán, es en definitiva el paradigma austriaco el que explica estos asuntos y los explica adecuadamente.
Elogio de Ludwig von Mises
Por Henry Hazlitt.
Quienes tuvimos el privilegio de conocer a Ludwig von Mises hemos perdido a un amigo querido que significó mucho en nuestras vidas y nos influyó profundamente en la dirección de nuestro pensamiento y trabajos. Pero la pérdida de Ludwig von Mises es una pérdida para todo el mundo civilizado. Fue el más grande economista de su generación. Fue uno de los grandes pensadores sociales de nuestro tiempo.
La suya era una poderosa y original comparable a las de Ricardo y su propio maestro Böhm-Bawerk. Veía a la economía no como una especialidad estrecha, sino como un estudio nada menos que de todo el ámbito de la acción humana, la elección humana, la decisión humana. Y como la veía tan ampliamente sentía justamente que quienes no habían estudiado economía eran incapaces de tomar decisiones políticas sabias, porque prácticamente todas esas decisiones, en este tiempo de estatismo, tienen un aspecto económico.
Era un trabajador extraordinario. Al otorgarle su premio de miembro distinguido en la American Economic Association le atribuyeron 19 volúmenes si se cuentan solo las primeras ediciones. Pero cuando consideramos todas las ediciones posteriores que revisaba y reescribía él mismo tan minuciosamente, sus obras deberían llegar al menos a doblar ese número. Las transacciones de éstas son legión. Además, escribió cientos de artículos y dio incontables conferencias y ninguna era una mera repetición.
De sus muchas obras, al menos tres fueron indudables obras maestras. Estaban su Teoría del dinero y del crédito, que apareció primero en alemán en 1912, su Socialismo, que también apareció primero en alemán en 1922 y La acción humana de 1949, que derivó de una versión en alemán que apareció en 1940.
No es el lugar ni la ocasión para tratar de resumir con ningún detalle preciso las que fueron sus casi innumerables contribuciones que hizo al pensamiento económico y sociológico. Van desde su reconsideración de los mismos fundamentos de la ciencia, las que llamaba cuestiones epistemológicas, a la nueva luz que daba a cada doctrina concreta que explicaba.
Pero la lista de sus contribuciones ya ha sido recitada por sus múltiples discípulos y admiradores en dos libros homenajes a él dedicados, el primero en 1956 y el segundo en dos volúmenes, con 66 contribuidores, en 1971, con ocasión de su 90 cumpleaños.
De entre los muchos tributos admirables espero no ser injusto al mencionar uno en concreto, el panfleto que se publicó precisamente este año, el Essential von Mises de Murray Rothbard, que explica con bella lucidez en que contribuyó intelectualmente Mises y da ese exigente tributo al hombre.
Solo vulneraré mi resolución de no hablar aquí de las doctrinas de Mises en un aspecto. Y esto es para referirme a su famosa afirmación de que la debilidad esencial del sistema socialista, aparte de su confianza en una dictadura y coacción centralizada, es que no puede resolver lo que llamaba “el problema del cálculo económico”. El problema se resuelve en una sociedad capitalista libre con mercados libres, libre elección individual, libre competencia, precios libres en dinero, coste y beneficios.
Pero un sistema socialista no sabría como asignar sus recursos de tierra, de capital y de trabajo humano para cumplir, con la menor ineficiencia y desperdicio, con los deseos de los consumidores. No sabría qué bienes y servicios tendría que producir, en qué cantidades relativas, o incluso por qué métodos técnicos. La incapacidad de calcular de un sistema socialista no sería el resultado de ninguna falta de buenas intenciones o espíritu público por parte de los gestores socialistas. Como dijo Mises: “Ni siquiera los ángeles, si solo dispusieran de la razón humana, podrían formar una comunidad socialista”.
Fue este poderoso reto, que obligaba a los socialistas a afrontar su problema central, el que hizo que una vez el economista marxista Oskar Lange, que posteriormente fue miembro del Politburó polaco, declarara con admiración que “delante de todo Ministerio de Planificación socialista debería haber una estatua de Ludwig von Mises”.
De hecho, fue una de las ironías de la vida de Mises que sus enemigos ideológicos directos percibieran su estatura real más que lo que podemos llamar el establishment académico estadounidense. Cuando llegó aquí en 1940, ya con 59 años, las universidades estadounidenses no se pelearon para ofrecerle un puesto. Si mencionabas su nombre a alguien en una posición influyente para contratarle o nombrarle, te decían que Mises era un pensador notable, sin duda, pero demasiado “reaccionario”, demasiado “extremista”, sobre todo, demasiado rígido, inflexible e “intransigente”.
Aún así, nunca oí que saliera de sus labios ninguna palabra de amargura o resentimiento personal. Cuando llegó aquí tenía serias dificultades económicas, pero tampoco oí nunca esto de sus propios labios. No fue hasta 1946 cuando se convirtió, con la ayuda de sus amigos, en profesor visitante de la Escuela de Grado de la Universidad de Nueva York. Y me gustaría decir aquí que la persona que es más responsable que nadie de preocuparse porque se mantuviera en ese puesto hasta 1969 fue Larry Fertig.
Sin embargo, es un consuelo ser capaz de anunciar que al menos una universidad, Hillsdale, en Michigan, está creando un cátedra de economía en honor a Mises. Y hay buenas razones para pensar que al menos otra universidad lo hará más tarde.
Es difícil separar a Mises el hombre de Mises el pensador. Nunca he conocido a un hombre que estuviera tan completamente dedicado a su trabajo, tan totalmente inmerso en él. Vivía para su trabajo, para su pensamiento, para sus ideales. En su juventud, le gusta escalar montañas, esquiar, a veces jugar al tenis. Y toda su vida fue un caminante entusiasta. Aún así, estas diversiones siempre se subordinaron a su tarea central. Difícilmente podríamos llamarlas distracciones. Le mantenían física y mentalmente en forma para su pensamiento y escritura. Esta concentración era asimismo evidente en su conversación. Esa conversación estaba marcada por lo implacable de su lógica, sus muchos destellos de agudeza y el inmenso ámbito de su conocimiento, particularmente en historia. Pero le irritaba el cotilleo.
Su cualidad moral más destacada era el coraje moral, la capacidad de sostenerse él solo y una honradez y candor intelectual casi fanáticos que rechazaban desviarse del compromiso una sola pulgada. Esto le costó a menudo el cariño personal, pero estableció un ideal para fortalecer e inspirar a sus alumnos y a todos los demás que tuvimos el privilegio de conocerle.
Ludwig von Mises fue, en cierto sentido, un hombre formidable. Pero no quiero decir en modo alguno que haya dicho que fuera deficiente en amabilidad, simpatía, afecto o amor. Sentía muy profundamente y era intensamente leal, como saben sus mejores amigos. Pero trataba de eliminar cualquier expresión de sentimiento que pudiera considerarse como extravagante.
Gracias al menos en parte al constante cuidado que tuvo su esposa Margit respecto de su salud y confort y en protegerle de intrusiones no deseadas, vivió durante 92 años increíblemente productivos. Lu siempre supo cuanto le debía a ella. Por citar un ejemplo de entre muchos, en el prólogo a la tercera edición de su La acción humana, después de agradecernos a un puñado las sugerencias útiles, añadía: “Pero sobre todo quiero agradecer a mi esposa su constante ánimo y ayuda”.
En un sentido real, Ludwig von Mises sigue vivo. Vive en sus libros, que serán leídos durante siglos. Y más inmediatamente vive en el afecto y el amor y en las mentes y pensamientos de sus alumnos, muchos de los cuales se han hecho famosos. Entre sus más brillantes alumnos en Europa estuvieron Gottfried von Haberler, Friedrich Hayek, Fritz Machlup, Oskar Morgenstern, Karl Popper y Wilhelm Roepke. Entre el grupo más joven en Estados Unidos han estado Percy Greaves, Israel Kirzner, George Reisman, Murray Rothbard, Hans Sennholz, Louis Spadaro. Al mencionar a éstos. La mayoría de los cuales están hoy presentes, espero no haber cometido una injusticia con quienes pueda haber olvidado inadvertidamente.
Quizá más que nada, Ludwig von Mises fue el más poderoso portavoz de nuestro tiempo a favor de la purificación del capitalismo y la preservación de la libertad económica. Como ejemplifica la profundidad de su sentimiento y su asombrosa previsión con la que juzgó el curso de los acontecimientos hace más de 40 años, no puedo dejar de citar un pasaje de la última página de su libro sobre Socialismo:
Todos llevan una parte de la sociedad sobre sus hombros: a nadie se le releva de su parte de responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar una vía segura de escape de sí mismo si la sociedad se dirige hacia la destrucción. Por tanto todos, por nuestro propio interés, debemos implicarnos vigorosamente en la batalla intelectual. Nadie puede quedarse a un lado sin preocuparse: los intereses de todos dependen del resultado. Lo quiera o no, todo hombre forma parte de la gran lucha histórica, la batalla decisiva a la que nos ha empujado nuestra época.
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