por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
El Grupo de Río tiene algo de patio de colegio a la hora del recreo. Los muchachos se insultan, a veces se golpean, suena el timbre, llega el profe, detiene la pelea, les dice que se den la mano, y todos regresan risueños a clase. A las Cumbres Iberoamericanas les sucede lo mismo. La ausencia de protocolo, agravada por el desenfado caribeño —una cultura en calzoncillos, sin inhibiciones— facilita los exabruptos verbales y la hiperactividad gestual de Chávez. El tipo se desata, comienza a cantar, grita, amenaza, abraza, pellizca. (¿Por qué no le dan Ritalín, Prozac, un chupete, algo que lo tranquilice?) Hace unos meses el rey de España, que es una persona educada y sensata, se desesperó y lo mandó callar, pero fue inútil. El coronel no conoce el silencio. Le tiene pánico.
Sucede, sin embargo, que el incidente entre Colombia y Ecuador no puede zanjarse con un apretón de manos. Si INTERPOL determina que las tres computadoras halladas en el campamento de Raúl Reyes, segundo jefe de las FARC, no son una fabricación del gobierno de Uribe, sino, que realmente, pertenecían al comandante narcoterrorista muerto por el bombardeo colombiano, la Corte Penal Internacional tiene que actuar de oficio, investigar a fondo los hechos y castigar a los culpables. Lo ha dicho con total solvencia Diego Arria, ex presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y gran experto en estos asuntos: “El hecho de que el presidente de Colombia [...] haya denunciado a los presidentes de Venezuela y Ecuador como cooperadores de los terroristas que mantienen secuestradas a 700 personas no puede desaparecer por más apretones y sonrisas forzadas que se den''.
En efecto: en los documentos hallados en la computadora de Raúl Reyes se habla del financiamiento de las actividades de las FARC con dinero venezolano. Nada menos que 300 millones de petrodólares. Se describe la complicidad del gobierno del presidente Correa, quien le asigna la tarea de enlace con la narcoguerrilla a uno de sus principales ministros y ofrece alejar de la frontera a los militares que entorpezcan la labor de los insurrectos. Aparecen los traficantes árabes dispuestos a vender misiles y los esfuerzos por adquirir uranio para, presumiblemente, construir bombas sucias capaces de contaminar con radioactividad a miles de personas.
Estamos, pues, en presencia de una organización tan letal y siniestra como Al Qaida, sólo que mucho más antigua (40 años), mejor estructurada y más numerosa, cuya esencial diferencia con la que dirige Osama bin Laden es de carácter metafísico. Al Qaida está empeñada en una cruzada religiosa antisemita y antioccidental. Las FARC son una organización comunista construida dentro de la concepción estratégica y política de la guerra fría, que pudo subsistir tras la desaparición de la URSS y del Bloque del Este porque el narcotráfico y los secuestros le proporcionan los recursos que necesita para mantenerse.
Esto último es muy importante entenderlo. De ahí se derivan la lectura de la realidad y los procedimientos que utiliza Hugo Chávez. El venezolano se percibe como el heredero de la tarea y de las responsabilidades que Moscú traicionó. Chávez está convencido de que el eje Caracas-La Habana-Quito-La Paz es el embrión de lo que algún día será una potencia planetaria capaz de destruir al podrido mundo capitalista occidental. Sueña con que a él le tocará el honor de haber sido el fundador de esa gloriosa etapa neocomunista. Por eso pacta, como pactaba Moscú en su fase expansiva, con los elementos más radicales del mundo, sin tener en cuenta la ideología que los sustenta o los métodos que utilizan. El único requisito que se les exige es que sean profunda y virulentamente antiamericanos y antioccidentales.
Quien quiera entender el comportamiento de Hugo Chávez debería asomarse a La epopeya de la insurrección, un libro muy interesante, pulcramente escrito por el general sandinista nicaragüense Humberto Ortega. Ortega cuenta, con absoluta franqueza, mucho orgullo y miles de datos cómo los comunistas nicas, con grandes sacrificios, lograron montar el aparato subversivo e insurreccional que liquidó a la dictadura de los Somoza, pero una segunda lectura del texto también demuestra el intenso grado de colaboración y solidaridad entre las fuerzas ''hermanas'' del campo socialista y de todo el vecindario antioccidental. Cubanos, norcoreanos, rusos, terroristas palestinos se volcaron en ayuda de sus camaradas nicaragüenses “hasta la victoria siempre''.
Chávez no sólo es el heredero de la causa soviética. También heredó esa tradición y esa estrategia de ''internacionalismo revolucionario'', lo que incluye la complicidad total con las bandas criminales. Moscú logró evadirse de las consecuencias de ese delito. Chávez, probablemente, tendrá peor suerte y acabará, como Milosevic, tras la reja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario