Alberto Benegas Lynch es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Pasan por la vida personajes que dejan testimonios que parecen escabullirse por todos los recovecos y andariveles posibles. Buckley escribió mas de cuarenta libros y cientos de columnas, fundó hace mas de un cuarto de siglo la célebre National Review y dirigió durante treinta y tres años el programa de televisión “Firing Line” por el que recibió el Emmy correspondiente a ese medio en 1969. Era un pianista sobresaliente y, además de dominar de un modo eximio el inglés, hablaba castellano y francés.
Su padre se reunía asiduamente con Albert Jay Nock, el destacado liberal de la época (en el sentido clásico del vocablo). William F. Buckley, Jr dedicó toda su vida a explicar las ventajas de sustentar valores de respeto recíproco y un gobierno reducido en sus funciones a proteger derechos individuales y a mostrar la importancia de recortar el gasto público, la deuda estatal y los impuestos. Cuando murió la semana pasada, estaba escribiendo sus recuerdos con Ronald Reagan y próximamente aparecerán publicadas en inglés sus memorias con Barry Goldwater. En una oportunidad, cuando le preguntaron porque aceptó un reportaje en Playboy respondió que era la manera de influir con sus ideas en su hijo Christopher.
En estas líneas quiero circunscribir mi atención en uno de sus libros publicado en 1951, al año siguiente de graduarse con honores en Yale University. Buckley se tomó el trabajo de circular por las cátedras de diversos Departamentos y advertir sobre los peligros de las enseñanzas de muchos profesores que, desde diversos ángulos, patrocinaban teorías relativistas y colectivistas en abierta oposición a los principios establecidos por quienes financiaban la universidad. Y como dice el autor, no se trataba de la necesaria exposición de otras corrientes de opinión sino de la entusiasta recomendación del avance del aparato estatal en la vida de la gente.
El libro se titula God and Man at Yale y fue publicado por Henry Regnery Company de Chicago. Con Buckley mantuve una breve vinculación epistolar a raíz de su amistad con Alejandro Shaw, en ese momento presidente del Banco Shaw en Buenos Aires. Tengo en mi biblioteca las pruebas de página de ese libro que me entregó como recuerdo otro de sus amigos, Leonard Read, el fundador de la Foundation for Economic Education en New York, quien destacaba la apertura mental de Buckley para modificar su opinión cuando percibía que había errado el camino tal como ocurrió en el caso de la política respecto de las drogas.
La introducción a esa obra está escrita por el gran John Chamberlain, quien, entre otras cosas, dice que lo conoció a Buckley con motivo “de que estuve una semana en Yale trabajando en un editorial para la revista Life sobre la educación. Observé que tanto los profesores como los alumnos estaban fascinados con Buckley. Algunos lo consideraban un reaccionario, otros decían que era un verdadero liberal en el sentido tradicional de la palabra. Sus artículos en el Yale Daily News (que dirigía) eran debatidos, denostados y alabados. Claramete se destacaba. Pero, dadas las características de los tiempos, prácticamente todos con los que he hablado pensaban que el joven Buckley estaba peleando una lucha perdida. Que estaba en el lado 'del pasado'. Puede ser, pero no hay compulsión alguna para los seres humanos decentes de adherir 'a la historia' cuando la historia se dirige al abismo. La compulsión de estar 'con la historia' niega la libertad moral del hombre. El pecado capital de Buckley, tal como quedará claro al crítico de este libro, es que sostiene que hay ciertas verdades evidentes: que la economía libre es mejor tanto para el individuo como para el grupo respecto de la ´planificada´ o controlada; que el hombre tiene una naturaleza definida que incluye un carácter moral; que el vivir solamente para otros no es solo impracticable sino que constituye un insulto a las necesidades del ser humano y a su capacidad de autorrealización”.
El testimonio de este muy documentado libro pone una vez mas en evidencia la importancia de la educación y la formación de las personas. A juzgar por lo que consignan hoy autores como Thomas Sowell (Inside American Education) y Alan Kors (The Shadow University, junto a Harvey Silvergate), la situación se ha agravado en los ámbitos académicos estadounidenses. A esto debe agregarse lo que nos informa Richard Pipes en Property and Freedom referente a la creciente dependencia de las universidades privadas del dinero gubernamental. Ilustra esto último con los datos de la Universidad de Columbia, la de Harvard y la de Princeton que, de un tiempo a esta parte, reciben de Washington el 50, 38 y 32%, respectivamente, de sus presupuestos totales.
Todo lo anterior que llama la atención en Estados Unidos, resulta mucho peor y mas devastador en otros lares, la diferencia estriba en que en esos otros lugares prácticamente nadie se toma el trabajo de hacer las denuncias acompañadas de medulosos estudios tal como lo han hecho y lo hacen en su país hombres de la talla moral de Buckley, con quien podemos discrepar aquí y allá en ciertos temas, incluso, en algunos casos, mantener desavenencias serias, pero su honestidad intelectual, la credibilidad de sus investigaciones, su hombría de bien y su elocuencia están fuera de toda duda.
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