Sea como sea, el eje de asunto está en la existencia de unos estados dadivosos incentiva en los inmigrantes en función no de la capacidad de iniciativa y productividad sino la propensión a vivir con las ayudas públicas a su lado
Recientemente la Unión Europea, a propuesta de Francia, llegó a acuerdos aparentemente importantes sobre inmigración en línea con endurecer las condiciones de entrada y los controles a la misma. El “Pacto europeo por la inmigración” parece abordar el problema con más seriedad que hasta el momento, al menos lejos de la demagogia española y levanta protestas en los países emisores de inmigrantes.
El acuerdo europeo incluye la armonización de los criterios para los asilos, encauzar a los inmigrantes en virtud de las necesidades laborales de Europa , mayor control fronterizo y la llamada “directiva de retorno”. Ésta fue la parte del acuerdo con la que más en desacuerdo están los ciudadanos de Latinoamérica y sus gobiernos.
A pesar de las expectativas que levanta, el acuerdo servirá de poco. La razón estriba en que en las democracias de Europa los gobiernos tiene escasos incentivos para frenar la inmigración o seleccionar a los inmigrantes admitiendo sólo a los de mayor cualificación laboral y nivel cultural. Antes al contrario, el sistema político-social del llamado “Estado del bienestar” tiende a favorecer la entrada de ciudadanos cuyas habilidades no les hagan autónomos e independientes de las ayudas públicas. Los partidos políticos, necesitados de reelección, incentivan la dependencia de los electores.
Es por eso que los acuerdos de París traerán escasos frutos. La muestra de ello es la intención de los socialistas españoles, en el gobierno, de conceder el voto a los inmigrantes en todos los procesos electorales. Cierto es que sólo a los legales, faltaría más, pero tratándose de un sector de población que consume en alto grado servicios públicos gratuitos, los partidos más “sociales”, es decir, más dispendiosos en la subvención y el incremento de la máquina del Estado, serán los más beneficiados.
La mera existencia de una administración pública inmensa, obsequiosa, que ayuda a los necesitados perpetuando así, la necesidad, es una herramienta de compra de votos precisados de ayudas que ningún político dejará de usar. Más propensión hay en la izquierda pero el corto plazo en que están instalados los políticos lleva a que todos, sin excepción, renuncien a abordar el problema de fondo.
La experiencia histórica de los EE UU es reveladora. En las décadas en que el estado era pequeño, hasta finales de los años veinte del pasado siglo, la entrada en esa gran nación buscaba masivamente la búsqueda de oportunidades a partir del propio esfuerzo. Tras el “New Deal” y el crecimiento de las dádivas públicas, el sentido de la inmigración cambió notablemente llegando a ser en los años sesenta de signo totalmente contrario.
Los debates entorno a la inmigración seguirán, sin duda. En ocasiones, gobiernos de derechas girarán la política en esta campo unos pocos grados en sentido restrictivo. En otras, la izquierda hará un mayor uso de su propensión a las regularizaciones masivas.
Sea como sea, el eje de asunto está en que la existencia de unos estados dadivosos incentiva en los inmigrantes en función no de la capacidad de iniciativa y productividad sino la propensión a vivir con las ayudas públicas a su lado.
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