lunes, noviembre 03, 2008

¿Qué sucederá mañana en EE UU?

Por Luís Bassets
El Nacional

Lejos debe quedar el fantasma de Florida 2000 Tanto si triunfara el aspirante demócrata como el republicano la elección presidencial de 2008 representa el fin de una época. Con independencia del resultado electoral, mañana martes termina una época entera.

Si se produce la gran sorpresa, que desmienta todos los sondeos electorales, todos los análisis y pronósticos, y gana McCain, igualmente va a terminar una época. Terminará de otra manera, quizá con más lentitud e incluso dificultad. Pero terminará.

Es evidente que la victoria republicana sería más ambivalente: la ruptura con Bush, que el veterano senador republicano se empeña en subrayar en todos los capítulos de su programa, no consigue evitar la sensación de que sería una mera prórroga de la Presidencia que ahora se clausura.

El luchador que es McCain no se conformaría con convertirse en un títere en manos de los republicanos más conservadores, como lo ha sido con suma complacencia George W. Bush. De ahí que fácilmente la prórroga se convertiría en agonía.

No es el momento de hacer ejercicios sobre qué sucedería con el vendaval de ilusiones y esperanzas levantadas por Obama si no consiguiera alcanzar al fin la Casa Blanca. La apuesta es demasiado alta, la ocasión demasiado excepcional y la necesidad de cambio demasiado perentoria. Todo es excesivo en este envite, sobre todo para que termine en la frustración de unas elecciones mal organizadas e incluso falsificadas, en las que no quede garantizado el derecho de voto a todos por igual, como sucedió en 2000 en el estado de Florida.

Si una victoria republicana sólo conseguirá frenar el cambio, la victoria de Obama significará una transformación de Estados Unidos aun antes de que el nuevo presidente tome posesión el 20 de enero. Nada será como antes a partir del miércoles. Terminará la era de Bush, esos ocho años de frustración y de infamia, emparedados entre los ataques terroristas del 11 de Septiembre y la crisis financiera de este septiembre negro financiero. Deberá percibirse inmediatamente, incluso antes de que Obama tome posesión el 20 de enero.

El candidato demócrata ya tiene listos los equipos y las ideas para la transición, para evitar sobre todo un arranque dubitativo, como le sucedió a Bill Clinton, lo que le perjudicó notablemente y preparó la victoria republicana en el Congreso en las elecciones de mitad de mandato dos años después, que le dejaron sin mayoría parlamentaria en las dos cámaras.

Otra era

Pero junto a la era de Bush termina también otra era, de más largo aliento, que es la que inició Ronald Reagan. "Hace 30 años, la idea de que reducir impuestos a los ricos era la mejor solución para todos los problemas económicos inspiraba sólo a unos pocos en el extremo de la derecha", escribe Sean Wilentz, en su reciente libro La época de Reagan.

Una historia 1974-2008. Y esta era termina no porque vaya a decirlo Obama, sino por algo mucho más profundo: porque han hablado los hechos.

Después del desastre financiero de las últimas semanas, la opinión de los estadounidenses acerca de los impuestos ha virado, probablemente de forma duradera. Hasta tal punto que la retórica política va por un lado, incluyendo a Obama, y las encuestas de opinión por otro.

El ca ndidato demócrata presenta sus planes fiscales como una reducción de impuestos para 95% de la población, para apretar las clavijas a los restantes, los más ricos. McCain, en contraste, denuncia la actitud confiscadora del redistribuidor en jefe y promete, en un gesto incoherente con su oposición a los recortes de Bush, mantener sus reducciones de impuestos y recuperar el déficit sólo mediante el recorte del gasto.

"Los dioses de la política han llevado a McCain a terminar su campaña, que quiere ser del triunfo de la autenticidad, con una nota de inautenticidad", escribió esta semana Michael Gerson, periodista conservador que estuvo al servicio de Reagan en la Casa Blanca.

Sea quien sea el presidente, lo más probable es que deba incrementar los impuestos a todos para empezar a llenar el fabuloso agujero que deja Bush. Pero los votantes parecen saberlo y prefieren el programa fiscal de Obama por una diferencia de 14 puntos.

El presidente saliente ha tenido parte muy activa en este cambio de actitud. Las diferencias de riqueza han aumentado en los últimos ocho años. Clama al cielo la vulnerabilidad en que se encuentra una gran proporción de la población en el capítulo de cuidados y asistencia sanitaria. Los gobiernos republicanos, empezando por Reagan pero alcanzando la apoteosis con Bush, han demostrado que son unos manirrotos en el gasto público, principalmente en defensa; tanto como quieren ser generosos con la imposición sobre los beneficios empresariales. La guinda que corona el conjunto de razones para un cambio de mentalidad entre los norteamericanos ha sido el hundimiento de la banca financiera y el pésimo ejemplo de sus directivos.

Y aquí llega el socialismo del siglo XXI

Por M. A. Bastenier
Enfoques - La Nación

A la espera de la refundación del capitalismo prometida por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, cabe hacer un primer balance político de la hecatombe, no ya de ganadores y perdedores, porque todos pierden, pero unos más y de forma distinta que otros.

El primer perdedor, catastrófico, es George W. Bush, que recoge ahora la siembra económica, no sólo propia, sino que se arrastra desde Reagan en los 80, presidente que siempre fue su ícono particular. Y eso que las advertencias estaban ahí; un ciclón que devastó Nueva Orleans, desprotegida de un Estado que no había considerado necesario el mantenimiento de sus diques; o en Gran Bretaña, un sistema ferroviario privatizado que probablemente es el peor de Europa, como legado de la señora Thatcher, tory e inspiradora del neolaborista Tony Blair.

El eterno debate entre la presunta eficacia, pero egoísta, de la iniciativa privada y la garantía de una cierta justicia, pero sin calidad asegurada, del servicio público, se ha saldado hoy rotundamente a favor de la segunda. Y esa refundación, innecesaria porque siempre ha tenido santo patrón -J. M. Keynes-, en lo único en que puede consistir es en el regreso del Estado, no como paréntesis sino como uno de los principales derechos humanos.

Perdedor también debería ser Rodríguez Zapatero, que tiene la mala suerte de gobernar cuando se produce una gravísima quiebra de la prosperidad nacional. Carlos Solchaga dijo hace un tiempo que los españoles "habían sufrido un ataque de riqueza", y el despertar de lo que algunos podrán temer que sólo haya sido un sueño es tan duro que alguien tiene que pagarlo.

Perdedores muy matizados tendrían que ser los responsables chinos y rusos, Hu Jintao y ese Jano al que podríamos llamar Put-vedev, porque ambos poseen reservas billonarias para capear la crisis, y también en ese paquete, pero con menos defensa, estaría el Irán de Ahmadinejad, aquejado de inflación galopante y ruinosos subsidios al consumo. El caso de Hugo Chávez en Venezuela es contradictorio porque, al igual que Lula en Brasil, se beneficia del agujero pavoroso que se le ha abierto en América latina a la credibilidad del neoliberalismo norteamericano, pero como señala The Economist , por cada 10 dólares que baja el crudo, Caracas deja de ingresar 5000 millones al año, y por debajo de los 75 dólares el barril -ronda los 60- no alcanza para sostener el ritmo de importaciones, ni mucho menos financiar la protesta panamericana.

Las elecciones municipales y a gobernadores del próximo día 23 nos dirán cuánto ha afectado a la popularidad de Chávez la necesidad de apretarse el cinturón. Perdedores aparentemente claros son Alvaro Uribe en Colombia y Alan García en Perú. El primero porque, si no gana el republicano McCain, perderá en lo político lo que ya está perdiendo en lo económico: la inversión extranjera, y el segundo porque, presentado su país como la anti Venezuela, el paraíso de los capitales en busca de mercado, parece difícil que pueda sostener el 8 o 9% de crecimiento de los últimos años. Contrariamente a la sabiduría convencional que situaba a las economías emergentes medio resguardadas de una crisis sólo para mayores, América latina sufrirá lo suyo, como ya simboliza la Argentina, la economía tantas veces emergida y sumergida de nuevo, que tiene que nacionalizar el ahorro privado como si fueran los gananciales del matrimonio Fernández-Kirchner.

Para Sarko, como buen francés gran acuñador de palabras, la crisis no hará sino devolverlo a su verdadera nacionalidad. El presunto liberal a la americana de su primer año de mandato ha dado paso a la socialdemocracia corporativo-galicana de toda la vida. Y en cuanto al premier británico Gordon Brown, aunque

Dios lo haya venido a ver con una hecatombe que le ha permitido sacar pecho y pedir que abran paso a los profesionales, dentro de un año nadie se acordará de ésta su finest hour . El estado natural de las cosas seguramente es el sistema capitalista: la búsqueda del beneficio personal sin miramientos, mientras que el socialismo es una impostura del instinto, que en ocasiones se fabrica, avergonzado, el ser humano. Pero ese grado mínimo de socialismo que por sí sólo encarna la existencia de un Estado democrático interventor es todo lo que separa a la sociedad de la selva. Ese es el socialismo del siglo XXI

EEUU: El dinero pone a girar al mundo de la política

WASHINGTON - Los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos amasaron casi 1.000 millones de dólares durante la campaña electoral, lo que se traduce, dependiendo en el número de votantes, en casi ocho dólares por voto. En las elecciones presidenciales de 2004 la cifra fue de 5,50 dólares por voto.

Con todo ese dinero, los candidatos han viajado más que nunca, han contratado a más empleados y han comprado más espacios publicitarios que en cualquier otra elección.

Sin embargo, ha sido el demócrata Barack Obama, con su recaudación de 641 millones de dólares y con 3,2 millones de donantes, quien ha reescrito las normas de financiación de campañas.

Obama renunció a un sistema público de financiación y se convirtió en el primer candidato de un partido importante desde la era Watergate en aceptar sólo donaciones para financiar su campaña.

El republicano John McCain prefirió limitarse a aceptar el dinero del estado, pero el récord de recaudación de Obama ha demostrado que el sistema de fondos públicos para financiar una campaña ya quedó en el pasado.

Ni McCain ni Obama aceptaron dinero del gobierno durante las primarias. McCain aceptó 84 millones de dólares en fondos públicos durante las elecciones generales, sujetos a límites de gastos. Continuó además recaudando dinero para el Partido Republicano, que de momento ha gastado unos 100 millones de dólares en su campaña para ayudar al candidato presidencial.

Obama aprovechó tecnologías nuevas, convirtiendo a la internet en una herramienta poderosa de alcance político y atrayendo a un número récord de donantes que le dieron menos de 200 dólares.

Mientras que la recaudación de dinero por internet puso en entredicho las salvaguardas de donar dinero en línea, también ayudó a sepultar el concepto de donantes ricos o de actos multitudinarios de recaudación.

"Cuando se tienen tantos contribuyentes, creo que, de una manera un poco extraña, se limpia el sistema, aunque parezca que se recaude mucho más dinero", dijo recientemente Donald Gahn, el presidente de la Comisión Federal Electoral. "Muchos más contribuyentes diluyen la influencia de un sólo contribuyente".

Este año, las cifras obtenidas por los candidatos durante las elecciones serán recordadas por mucho tiempo.

Todos los candidatos presidenciales de la carrera electoral 2007 y 2008 recaudaron 1.550 millones de dólares, casi el doble de la cifra recopilada por los candidatos durante las elecciones de 2004 y tres veces lo amasado por los candidatos en el 2000. El total incluye recaudaciones de las primarias y las elecciones generales.

Con todos esos millones, Obama ha sellado su mensaje en toda la nación: A mediados de octubre, había gastado 240 millones en anuncios televisivos para convencer a votantes en estados tradicionalmente demócratas y republicanos. Gastó 77 millones de dólares en las primeras dos semanas de octubre, más que lo que la cadena de comida rápida McDonald's gasta en anuncios en todo un mes.

Pero el gasto más sustancial fueron los más de cuatro millones de dólares que Obama gastó para comprar 30 minutos de espacio publicitario en los principales canales televisivos seis días antes de las elecciones.


Enrique Blasco

Wall Street junto a Main Street: ¿por qué hay que salvar al sistema financiero?

Las crisis del crecimiento son de varias clases. Las del sector real, por ejemplo la invención de la electricidad fundió a los fabricantes de velas. Tales acontecimientos empobrecen a unos, pero el conjunto gana; y tanto más cuánto más rápida la reconversión.

Las crisis financieras son diferentes. La pérdida de confianza en las entidades financieras causa una pérdida de riqueza general. Al dañarse el sector financiero, los negocios se reducen, la gente gasta menos y la mayoría sufre.

Existe una incomprensión popular del tema financiero. Oponen Main Street, el honrado hombre común y trabajador con Wall Street, el astuto operador que
lucra con papeles y exprime a los deudores. Esta confusión es generalizada. Nos hablan del "modelo productivo" y las ventajas de desendeudarse. La actividad financiera solía reservarse a minorías étnicas, religiosas o extranjeros.

Los préstamos no crean riqueza, según filósofos y religiones. Las cosas que la gente necesita están en los productos del campo y las fábricas, máquinas, obras, bienes concretos, no en papeles. No obstante, las sociedades progresaron a medida que el trueque fue reemplazado por los instrumentos de crédito. Y que las transacciones financieras se hicieron más confiables y enfocadas en los deseos y capacidades de la gente.

En el mundo moderno cada transacción tiene una pata financiera, por lo menos. O bien se intercambia un bien real por un activo financiero, o se negocian dos títulos de crédito. ¿Por qué? Los esfuerzos humanos son tanto más productivos cuánto mejor
coordinados. El sistema financiero es un sistema de contratos para coordinar los deseos individuales con las posibilidades productivas.

Las sociedades primitivas, los países emergentes, no tienen estructuras financieras desarrolladas. En contraste, las naciones ricas lo son en la medida de sus entidades crediticias. Producen más riqueza porque sus actividades están más enfocadas en
aprovechar las ventajas productivas para satisfacer las demandas de la población.

El sistema financiero integra la estructura institucional que valoriza los derechos individuales de decisión y aumenta la riqueza. Las naciones más ricas tienen las estructuras financieras más desarrolladas.

Otra característica del sistema financiero es su alta interconectividad. Créditos y débitos recíprocos son la contracara de muchas transacciones. Si una entidad quiebra, las demás sufren quebrantos. En ese evento, los ahorristas no saben qué suceda y retiran sus fondos, sin mucha información, provocando nuevas pérdidas.

Se retrae el crédito y la demanda, impactando los precios relativos y rentabilidades. En EEUU, la retracción crediticia contrae la demanda de viviendas, reduciendo sus valores, lo cual deteriora las garantías y lesiona los patrimonios de bancos e
individuos. Impulsando, a su turno, una nueva ronda de pérdidas recíprocas. Las casas, los activos, valen en tanto exista una estructura de contratos que le de sustento. Ese es el rol del sistema financiero. Si las entidades financieras quiebran, toda la estructura económica se resiente.

Las actividades pierden coordinación, el valor de los trabajos se deteriora, la gente se empobrece. El hombre de Main Street necesita de Wall Street para sostener su bienestar. En estas circunstancias, el primer paso es restablecer el normal funcionamiento de la estructura financiera, inyectando toda la confianza necesaria lo antes posible y de
la forma más contundente posible. De otro modo, Main Street sufrirá pérdidas que se podrían haber evitado. Las sanciones a las malas prácticas y operadores vendrán luego.
Argentina: la consumación del atraco - EDE
Alberto Benegas Lynch

Argentina: la consumación del atraco

Benegas Lynch comenta la reciente propuesta de la presidenta argentina: la nacionalización de los ahorros privados de miles de argentinos.

Hay que empezar por el principio: a cada persona debe reconocérsele el derecho usar y disponer del fruto del propio trabajo. En la historia argentina es de interés recordar que buena parte de los inmigrantes decidieron invertir en propiedades inmobiliarias para prever su futuro. Luego vino la demoledora "conquista social" de las leyes de control de alquileres y desalojos que liquidó el patrimonio de millones de personas.

Esta debacle se reemplazó con las jubilaciones estatales obligatorias. No se necesita ser un experto en interés compuesto para comprobar la estafa monumental que eso significó. Resultó un chiste macabro el denominarlo "sistema de seguridad social" cuando en verdad constituyó un evidente sistema de inseguridad antisocial. La premisa absurda sobre la que está construido el aporte obligatorio es que la gente no sabrá proteger su vejez. Pero esta arrogante subestimación de las personas no toma en cuenta que si se sigue esta línea de análisis habría que destinar un policía para cada uno al momento de cobrar la pensión puesto que podría gastársela en el bar de la esquina con lo que se habrá cerrado el círculo orwelliano.

Incluso las llamadas "deducciones" en los salarios y honorarios que llevan a cabo los empleadores como "agentes de retención" del gobierno a las que estamos acostumbrados, son de una manifiesta y grotesca inmoralidad. Constituye un ataque a la dignidad de las personas sustraer ingresos de otros y, consecuentemente, imponer una diferencia entre el salario bruto y el neto.

Más adelante vino la mal llamada "privatización" del sistema en el que se obligó a la gente a destinar parte de sus recursos a empresas privadas que, con las fauces abiertas, sacaron provecho del mercado cautivo que el gobierno les brindaba. El punto de partida seguía siendo el tratar a la gente como animalitos que hay que domesticar, en lugar de considerar sagrado e intocable lo que le pertenece a otro.

Luego el aparato estatal comenzó a inmiscuirse en el manejo de la cartera de las empresas de jubilación privadas ordenando que invirtieran en títulos públicos y otras sandeces de tenor equivalente, con lo que los empresarios comenzaron a encontrar pretextos para justificar escasos retornos sobre las colocaciones y justificadamente endosar el problema al gobierno.

Ahora se consuma el atraco. Y esta no es una metáfora ya que el gobierno actual proyecta un manotazo sobre 30 mil millones de dólares de quienes tenían invertido sus ahorros legítimos en las empresas de marras al efecto de engrosar las arcas estatales. Esto significa un sopapo más a las instituciones de la república y al sentido mismo de la democracia basada en el Estado de Derecho.

No era suficiente que el Legislativo abdicara en el Ejecutivo de sus funciones primordiales e indelegables del manejo presupuestario, había que invadir frontalmente la propiedad. A partir de ahora todo queda a merced de los caprichos y arbitrariedades de funcionarios cuya misión es proteger los derechos de cada uno.

A partir de ahora este gobierno queda más claramente alineado con sus admirados Chávez, Ortega, Correa y Morales y la Consitución se convierte en puro formalismo sin sustancia alguna. Incluso la situación se convierte en una versión muy empeorada de las sucesivas confiscaciones de depósitos del menemato, de la Rua y Duhalde quienes bajo distintos eufemismos y subterfugios gramaticales se apropiaron de los fondos de la gente en una maniobra escandalosa y que mancha de vergüenza nuestra historia. Todavía guardamos en la retina las penosas imágenes de personas golpeando desesperadamente las persianas cerradas de la instituciones bancarias cómplices del saqueo, encargadas de proteger y salvaguardar los dineros que se les habían confiado.

Pero en esas ocasiones los gobiernos entregaron papeles de la deuda que los depositantes debieron aceptar como única alternativa al atraco que sufrían. Es como si el ladrón después de su fechoría entregara a las víctimas un pagaré de dudoso valor. En esta oportunidad ni siquiera eso. ¿Qué otra expresión existe en el vocabulario de la ciencia política como no sea que esto pone de relieve una manifestación clara de totalitarismo? ¿Acaso no es más sincero y abierto el fraude si lo hacen las botas de un régimen militar que civiles que operan ocultos tras la fuerza (las botas) que da sustento al gobierno si alguien se resistiera a entregar lo que le pertenece? ¿No constituye una trampa burda a las normas más elementales del constuticionalismo, desde la Carta Magna de 1215 en adelante, el echar por la borda los límites básicos al poder político? ¿No es esto parecido a un golpe a las instituciones de la convivencia civilizada?

A todo esto debe agregarse la estampida del gasto público, los índices mentirosos del Indec, el unitarismo más recalcitrante, la ascendente deuda estatal y la maraña fiscal de dobles y triples imposiciones el contexto de tributos siempre crecientes.

Una carta abierta a mis amigos de la izquierda sobre la crisis

por Steven Horwitz

Steven Horwitz es profesor de economía de la Universidad de Saint Lawrence.

Amigos:

En estos últimos meses, he escuchado repetidamente por parte de ustedes que el actual desorden financiero ha sido causado por los fracasos de los mercados libres y la desregulación. He escuchado de ustedes que la ambición por las utilidades, cualquier utilidad, lo cual es fundamental para los mercados libres, es la base de nuestros problemas. Y he escuchado por parte de ustedes que sólo una intervención gubernamental significativa en los mercados financieros puede curar estos problemas, quizás de una vez por todas. Les pido a ustedes que en los próximos minutos, en las palabras de Oliver Cromwell, consideren que pueden estar equivocados. Consideren que ambos el diagnóstico y la cura pueden estar igualmente equivocados.

Consideren en cambio que los problemas de este desorden fueron causados por los mismos tipos de regulaciones gubernamentales que ustedes ahora proponen. Consideren, en cambio, que los efectos detrás del afán de lucro que ustedes claman dependen de los incentivos que crean las instituciones, las regulaciones y políticas, que en este caso condujeron a los buscadores de ganancias a ocasionar un gran daño. Consideren, en cambio, que las regulaciones que pudieron haber sido la causa, fueron apoyadas por, tal y como usualmente ha sido a través de la historia de los EE.UU., las mismas empresas que estaban siendo reguladas, principalmente porque estas regulaciones trabajaron a favor de las ganancias de dichas empresas, incluso cuando éstas arruinaron al resto de nosotros. Consideren todo esto mientras ustedes piden más de lo mismo para supuestamente arreglar el problema. Y finalmente, consideren por qué nunca se imaginarían que esos individuos con dinero y poder no construirían un nuevo proceso regulatorio a su favor.

Una de las confusiones más grandes en este desorden es la idea que esto es el resultado de la codicia. El problema con esa explicación es que la codicia es siempre una característica de la interacción humana. Siempre lo ha sido. ¿Por qué, de repente, la codicia ha causado tanto daño? ¿Y por qué sólo en un sector de la economía? Después de todo, ¿acaso no hay suficiente codicia en todo lo demás? Las empresas son sin duda alguna buscadoras de utilidades. Y ellas buscarán las utilidades donde los incentivos institucionales sean tales, que las utilidades existan. En un mercado libre, las empresas ganan al proveer los bienes que quieren los consumidores a los precios que están dispuestos a pagar. (Mis amigos, no paren de leer aquí si están en desacuerdo —ahora saben como me siento yo cuando ustedes alegan que este desorden es un fracaso de los mercados libres— por lo menos terminen este párrafo). Sin embargo, las regulaciones y las políticas, e incluso la retórica de actores políticos poderosos, pueden cambiar los incentivos de tener utilidades. Las regulaciones pueden hacer más difícil que las empresas minimicen su riesgo, al exigirles que hagan préstamos a prestatarios marginales. Las instituciones gubernamentales pueden incitar a los bancos a tomar riesgos adicionales al ofrecerles una garantía gubernamental implícita si esos riesgos fracasan. Las políticas pueden dirigir el interés personal a actividades que sólo contribuyen a las utilidades corporativas y no al público.

Muchos de ustedes han criticado correctamente el mandato para etanol, el cual hizo rentable que los productores de maíz dejaran de producir maíz para alimento y en su lugar producir maíz para energía, lo cual conllevó a un incremento en los precios mundiales de alimentos. ¡Lo que es interesante es que ustedes culparon en este caso a la política y no culparon a la codicia y la búsqueda de utilidades!

Ningún economista liberal piensa que “la codicia es siempre buena”. Lo que pensamos que es bueno son las instituciones que colaboran al interés propio de actores privados, al recompensarlos por servir al público y no sólo a sí mismos. Pensamos que eso es lo que genuinamente hacen los mercados libres.

Los intercambios en el mercado son mutuamente beneficiosos. Cuando la ley se equivoca al definir de manera pobre las reglas del juego o al tratar de esquivarlas a través de regulaciones, el interés propio deja de ser mutuamente beneficioso en términos económicos. El sector privado ahora gana al servir intereses políticos en lugar de servir al público. En estos casos, la codicia trae malas consecuencias. Pero no son malas por surgir de la codicia o el interés propio, sino más bien porque el contexto institucional bajo el que ésta opera, canaliza el interés propio en maneras que son socialmente poco productivas.
Esto, mis amigos, es exactamente lo que nos ha llevado al desorden en que estamos ahora.

Llamar a la crisis hipotecaria y de crédito un fracaso del mercado libre o el producto de una codicia desmesurada es cegarse ante el enjambre de las regulaciones y políticas gubernamentales, y los pronunciamientos políticos que tanto han reducido la “libertad” de este mercado y canalizado el interés propio de una manera que ha producido consecuencias desastrosas, tanto intencionadas como no intencionadas. Déjenme hacerles un breve resumen del papel protagónico del gobierno en este pequeño drama.

Para empezar, Fannie Mae y Freddie Mac son “empresas patrocinadas por el gobierno”. Aunque técnicamente son privadas, éstas tienen privilegios particulares otorgados por el gobierno, son monitoreadas por el Congreso, y, más importante, han operado bajo una promesa clara de que, si fracasan, serán rescatadas. Difícilmente se puede llamar a esto un “mercado libre”. Todos los jugadores en el mercado de hipotecas sabían esto desde el inicio. A inicios de los noventas, el Congreso simplificó los requisitos de préstamo de Fanni y Freddie (a 1⁄4 del capital requerido por los bancos comerciales regulares) para incrementar su habilidad de poder prestar a las zonas pobres. El Congreso también creó una agencia regulatoria para supervisarlas, pero esta agencia también tenía que aplicar cada año ante el Congreso para obtener su presupuesto (ninguna otra agencia reguladora financiera está obligada a hacer esto), lo que aseguró que le dijera al Congreso exactamente lo que quería escuchar: “las cosas andan bien”. En 1995, a Fannie y Freddie se les dieron permisos para ingresar al mercado “subprime” y los reguladores empezaron a presionar a los bancos que no estaban prestando suficiente a las zonas pobres. Se hicieron varios intentos por auditar a Fannie y Freddie, pero el Congreso no tenía los votos para hacerlo, especialmente con ambas organizaciones haciendo contribuciones significativas a las campañas de miembros de ambos partidos. Incluso el New York Times, ya desde 1999, visualizó exactamente lo que pasaría gracias a este mercado poco libre, y alertó sobre la necesidad de rescatar a Fannie y Freddie si el mercado mobiliario bajaba.

Complicando las cosas aún más fue la renovación/revisión en 1994 del “Community Reinvestment Act (CRA)” de 1977. El CRA exige a los bancos prestar un porcentaje de su cartera dentro de sus comunidades locales, especialmente cuando esas comunidades están económicamente en desventaja.

Adicionalmente, el Congreso explícitamente ordenó a Fannie y a Freddie a extender sus préstamos a prestatarios con crédito marginal como una manera de ampliar la adquisición de viviendas. Lo que todo esto hizo fue crear enormes incentivos políticos y gananciales para los bancos, y que Fannie y Freddie prestaran más a personas de bajos ingresos y alto riesgo. A pesar de las buenas intenciones de extender la compra de vivienda a más estadounidenses, el forzar a los bancos y el bajar artificialmente los costos para hacerlo, son gran parte del problema en que hoy en día nos encontramos.

Al mismo tiempo, los precios de las propiedades estaban creciendo, haciendo que los que habían tomado grandes préstamos hipotecarios con bajos depósitos iniciales sintieran que los podían manejar e inspiraron una amplia variedad de nuevos instrumentos hipotecarios. Lo que es interesante es que el incremento en los precios afectó más fuerte a las ciudades con regulaciones más estrictas para el uso de la tierra, lo que también explica por qué no todas las ciudades sufrieron el mismo nivel de incremento en el valor de las propiedades. Estas regulaciones impidieron utilizar ciertas tierras para vivienda, por lo que la creciente demanda de viviendas (incentivada por las consideraciones anteriores) conllevó a una respuesta lenta en la oferta de tierra. El resultado fue un rápido incremento de los precios. En las áreas con regulaciones menos estrictas para el uso de la tierra, el efecto sobre los precios de las viviendas fue mucho menor. De nuevo, fue la regulación y no el libre mercado, lo que incentivó la búsqueda de utilidades, siendo responsable en gran medida de los crecientes precios de vivienda que alimentaron una seguidilla de préstamos.

Mientras todo esto pasaba, la Reserva Federal, nominalmente privada pero con enormes privilegios monopolísticos otorgados por el gobierno, estaba inyectando dinero y empujando los intereses más y más hacia abajo. Esta inyección de dinero alimentó más la locura por los préstamos. Con tal cantidad de dinero disponible, gracias al amigable monopolio del banco central (difícilmente el libre mercado en acción), los bancos podían darse el lujo de seguir haciendo préstamos más y más riesgosos.

El capítulo final de la historia es que en el 2004 y 2005, siguiendo los escándalos contables de Freddie, tanto ésta como Fannie pagaron su penitencia al Congreso al aceptar extender sus préstamos a clientes de bajos recursos. Ambos aceptaron adquirir una mayor cantidad de préstamos tipo “subprime” y “Alt-A”, dando luz verde a los bancos para crear estos préstamos. De 2004 a 2006, el porcentaje de préstamos en estas categorías riesgosas aumentó de un 8% a un 20% de todas las hipotecas de los Estados Unidos. Y la calidad de estos préstamos también estaba bajando: los depósitos iniciales se hacían cada vez más pequeños y un mayor número de préstamos iniciaban con tasas de interés bajas, las cuales se ajustarían hacia arriba más adelante. Los bancos estaban adquiriendo prestatarios más riesgosos, pero sabían que tenían un comprador garantizado para esos préstamos en Fannie y Freddie, respaldados, claro está, por nosotros los contribuyentes. Sí, los bancos fueron “codiciosos” al buscar nuevos clientes y préstamos riesgosos, pero ellos estaban respondiendo a los incentivos creados por las intervenciones gubernamentales bien intencionadas pero equivocadas. Son estas intervenciones las realmente responsables de los préstamos riesgosos que salieron mal, los cuales representan el corazón de esta crisis, no el “libre mercado”.

El desorden actual es claramente un resultado de la interferencia del gobierno en el libre mercado, desde los fondos de la Reserva Federal, las regulaciones del CRA y del uso de la tierra, hasta Freddie y Fannie creando un mercado artificial para hipotecas riesgosas, con tal de cumplir con las solicitudes del Congreso para que las familias de bajos recursos tuvieran más oportunidades de adquirir viviendas. Gracias a esa intervención, muchas de esas familias no sólo han perdido sus viviendas, sino también los ahorros que pudieron haber guardado por unos años más y talvez utilizado para adquirir una hipoteca menos riesgosa sobre una vivienda más barata. Todas estas intervenciones en el mercado crearon el incentivo y los medios para que los bancos ganaran, al crear préstamos que nunca se hubiesen dado en un mercado genuinamente libre.

Es importante resaltar que estas regulaciones, políticas e intervenciones fueron muchas veces apoyadas por los sectores privados involucrados. Fannie y Freddie hicieron miles de millones mientras los precios de las viviendas crecieron, y a sus altos ejecutivos se les pagaron grandes sumas. Lo mismo es cierto de los diferentes bancos y otros intermediarios hipotecarios que ayudaron a esparcir y poner precios al riesgo que estaba en juego, incluyendo esos que crearon todo tipo de nuevos instrumentos financieros sofisticados diseñados para lidiar con el creciente riesgo de “no pago” que la intervención trajo con ella. Este era un juego maravilloso que estaban jugando y los mercados financieros estaban felices de tener a Fannie y a Freddie como compradores voraces de sus préstamos riesgosos, sabiendo que los dólares de los contribuyentes de los EE.UU. siempre estarían ahí si los necesitaran. La historia de la regulación financiera en los EE.UU. es la historia de las empresas utilizando la regulación para sus propios intereses, independientemente del interés público. Esto es precisamente lo que pasó en el mercado de las viviendas. Y también es la razón de por qué los llamados para más regulación y más intervención están tan equivocados: han fallado en el pasado y fallarán otra vez, dado que quienes tienen sus utilidades en juego son los que tienen los recursos y el acceso al poder para asegurar que el juego resulte a su favor.

Sé, mis amigos, que les preocupa el poder corporativo. A mí también, al igual que a muchos de mis colegas economistas liberales. Nosotros sencillamente creemos, y pensamos, que la historia está de nuestro lado, que el mejor control sobre el poder corporativo es un mercado competitivo y el poder del dólar de los consumidores (enmarcado, claro, por prohibiciones legales contra la fuerza y el fraude). La competencia significa que empresas arrogantes pelean entre sí para servirnos a nosotros. Sí, siempre tendrán poder, pero sus efectos negativos disminuyen. Es cuando las empresas pueden utilizar al Estado para ajustar las reglas a su favor, que los efectos negativos de su poder se magnifican, precisamente porque tienen el respaldo del poder del Estado. El desorden actual demuestra esto tan bien como nada lo ha hecho anteriormente, una vez que uno se percata del papel tan grande que jugó el Estado. Si usted realmente quiere disminuir el poder de las corporaciones, no les dé acceso al Estado a través de la expansión de los poderes regulatorios de éste último. Eso es precisamente lo que quieren, tal y como lo ha demostrado la pelea sobre el botín de los US$700 mil millones.

Esta es la razón de por qué muchos de nosotros que estamos comprometidos con el libre mercado nos oponemos a este rescate. El mismo no es sino otro ejemplo de la larga historia del sector privado tratando de enriquecerse por medio del Estado. Cuando lo hace, no existen beneficios para el resto de nosotros, a diferencia de lo que pasa cuando las empresas tratan de enriquecerse en mercados competitivos. Adicionalmente, estas empresas se beneficiaron tremendamente de las intervenciones regulatorias que apoyaron y que tanto afectaron a muchos de nosotros. La eventual explosión de la burbuja y sus pérdidas subsiguientes son, para muchos de nosotros, el postre merecido por haber acomodado el juego y eventualmente ser atrapados.

Premiarlos otra vez por su arreglo del juego nos es sólo moralmente irracional, es una política económica muy errada, dado que envía el mensaje a otros posibles tramposos que ellos también serán recompensados por armar un desastre en la economía estadounidense. Si no ayudamos a estas empresas habrá dolor a corto plazo, pero ese es el precio que debemos pagar por 15 años o más de préstamos hecho al apuro y sin consideraciones serias. El rescate planeado no puede prevenir el dolor de lo que ya se hizo; sólo puede taparlo al trasladarlo y distribuirlo entre los que pagan impuestos y una economía golpeada por préstamos, impuestos, y/o una inflación necesaria para pagar esos US$700 mil millones. Es mejor que soportemos el dolor del corto plazo de una vez y que limpiemos nuestros errores del exceso, y que después volvamos a los negocios de los mercados libres sin crear un poder Ejecutivo monstruoso y sin supervisión que trate de “salvar” a esos que más se beneficiaron del exceso, y en el proceso herir a los inocentes contribuyentes del fisco.

Lo que les pido a mis amigos de la izquierda no es solamente que continúen trabajando junto a nosotros para oponerse a este o a cualquier rescate similar, sino además que juzguen cuidadosamente si realmente quieren depositar en la entidad que es la principal causante de esta crisis el poder para tratar de solventarla. Nuevas facultades regulatorias pueden parecer la solución, pero eso es justamente lo que la gente dijo cuando el CRA fue aprobado, o cuando nuevos mandatos les fueron dados a Fannie y Freddie. Y las mismas compañías que van a ser reguladas serán las primeras en la fila para determinar cómo serán escritas e implementadas esas regulaciones. Ustedes pueden anticipar de qué manera se va a acomodar este juego.

Yo sé que ustedes tienen tentación de pensar que los problemas de estas regulaciones son causados por el error de quienes regulan. Si tan sólo, piensan ustedes, Obama pudiera ganar y con ello pudiésemos despachar a los corruptos Republicanos y nombrar a personas éticas y con buenas intenciones.

Piensen de nuevo. Por una parte, casi cualquier intervención gubernamental en la raíz de esta crisis tuvo lugar bajo el mandato de un presidente Demócrata o un Congreso controlado por los Demócratas. Aún cuando los Republicanos tuvieron el control del Congreso, el Presidente Clinton movió el asunto para cambiar las reglas y permitirle que incursionaran en el mercado crediticio de mayor riesgo. Mi punto acá es no es señalar a los Demócratas como culpables de la presente crisis. Esa culpa se distribuye proporcionalmente. Mi punto es que albergar la esperanza de que llegar a tener a la “gente correcta” en el ejercicio del poder permitirá evitar este tipo de problemas es tan ingenuo como históricamente ciego. En la medida en que los intereses corporativos eran relevantes, fueron apoyados y ayudados, quizá involuntariamente, a través de intentos bien intencionados de hacer cosas buenas por parte de gente básicamente buena. El problema es que hubo un gran número consecuencias involuntarias indeseables, la mayoría de las cuales eran previsibles y fueron previstas. No importa cuál partido esté conduciendo el barco: las regulaciones traen apareadas consecuencias involuntarias y siempre tenderán a ser capturadas por los intereses privados con la mayoría en juego. Y la historia está llena de casos en los que aquellos con una agenda moral o ideológica se hallan a sí mismos en asocio político con aquellos cuyos intereses materiales están alineados, incluso si ambos grupos están usualmente en extremos opuestos. Este es el famoso fenómeno de los “Bautistas y Contrabandistas de licores”.

Si han llegado hasta acá, estoy sumamente agradecido. Sea que acepten o no el argumento completo que les he detallado aquí, les pido una cosa: la historia que les conté al inicio sobre el papel de la intervención gubernamental en este desorden es cierta, cualesquiera que sean sus conclusiones mayores sobre las causas y los remedios. Aún si ustedes no aceptan mi argumento de que mayor regulación no es la cura, culpar al “libre mercado” de este desastre debería ahora consternarlos como la obvia falsedad que es y yo esperaría que, con el mejor espíritu de juego limpio, se abstengan de seguir diciendo lo que hablan y escriben sobre los eventos en curso de los últimos meses. Podemos discrepar de buena fe sobre lo que se debe hacer a continuación, y podemos no estar de acuerdo de buena fe sobre el grado en que la intervención gubernamental causó los problemas, pero culpar a un libre mercado inexistente por una crisis que claramente fue en cierta medida el resultado de la amplia intervención del gobierno en ese mercado es injusto. En consecuencia, si es que no los he convencido de nada más, al menos espero sinceramente haber podido convencerlos de eso.

A fin de cuentas, todo lo que puedo pedirles es que continúen meditando estas ideas. Explicar esta crisis a través de la avaricia no los llevará muy lejos dado que la avaricia, al igual que la gravedad, es una constante en nuestro mundo. Explicarla como la falla del libre mercado enfrenta la obvia verdad de que estos mercados distaron, por mucho, de estar lejos de la intervención del gobierno. Consideren que pueden estar equivocados. Consideren que quizá la intervención del gobierno, y no los mercados libres, hicieron que los buscadores de utilidades se involucraran en actividades que perjudicaron a la economía. Consideren que la intervención del gobierno puede haber inducido a los bancos y a otras organizaciones a asumir riesgos que nunca deberían haber asumido. Consideren que los bancos centrales de los gobiernos son las únicas organizaciones capaces de avivar este incendio con exceso de crédito. Y consideren que varias regulaciones podrían haber forzado a los bancos a conceder malos préstamos y con ello empujar artificialmente al alza los precios de las viviendas. Finalmente, consideren que los actores del sector privado son felices apoyando tales intervenciones y regulaciones porque producen ganancias.

Aquellos que respaldan los mercados libres no son sus enemigos en este momento. El verdadero problema aquí es el matrimonio entre el poder corporativo y el estatal. Esa es la “asociación corporativa” a la que ambos nos oponemos. Sólo les pido que consideren si esa “asociación corporativa” no es acaso la verdadera causa de este desorden y que, por lo tanto, reconsideren si los mercados libres son la causa y si la mayor regulación es la solución.

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