La histeria antiisraelí
Entiendo que nos quieran borrar del mapa, pero no pretendan que cooperemos con ustedes para lograr ese objetivo". El hecho de que esta vieja frase, de una cáustica Golda Meir a los dirigentes palestinos, sea tan vigente en la actualidad nos da la medida de la tragedia que sufre Tierra Santa desde hace décadas.
En realidad, esa misma frase yace en la drástica decisión militar que ha tomado el Gobierno israelí, y que lo ha vuelto a poner bajo el punto de mira -y de ira- planetario: la necesidad de frenar el permanente intento de destrucción de Israel.
Como decía recientemente el profesor Joan B. Culla, ante la incursión militar del Tsahal en la franja de Gaza caben múltiples reacciones y algunas tienen un sentido crítico justo. Pero como abundan las reacciones histéricas, carentes de cualquier atisbo de reflexión serena, estrictamente basadas en el maniqueísmo y el prejuicio, será necesario hacerse algunas preguntas al albur de los hechos.
Lo escribía hace poco el periodista Ari Shavit en Haaretz:"La operación Plomo Fundido es una operación justa. Y es, también, una operación trágica". Discrepo del término "justo" porque, como también decía Golda Meir, "las guerras no nos gustan, ni cuando las ganamos". Nunca puede considerarse justa una incursión militar que provoca decenas de muertos, aunque tenga como objetivo la destrucción del operativo militar de Hamas. Pero, ¿puede considerarse inevitable?
Algunos intelectuales, como Amos Oz, ya han alertado de que la incursión en Gaza implicará una nueva gran campaña contra Israel. Pero incluso la izquierda israelí mantiene una posición muy tibia respecto a la incursión. Yes que la decisión de atacar a Hamas llega después de un tremendo cansancio de la sociedad israelí, harta de no encontrar ninguna salida ni ninguna esperanza. Y harta de saber que el otro lado trabaja incansablemente para destruirla.
Veamos, pues, las preguntas, dirigidas especialmente a los pancartistas que vociferan su odio a Israel por las calles de nuestras ciudades, la mayoría sospechosos habituales, desde los convencidos de la izquierda intolerante, siempre preparados a levantar el puño contra Israel, hasta los múltiples sectores del islamismo. Curioso, por cierto, este pornográfico compadreo. Los que salen a la calle dicen hacerlo a favor de la libertad de Palestina.
Bien, ¿dónde han estado durante todos estos años en que han crecido fenómenos fundamentalistas que oprimían hasta el delirio a los propios palestinos? ¿Hamas tiene algo que ver con la libertad, o tiene todo que ver con el fascismo de corte islamista? ¿La libertad se defiende adiestrando a niños para el suicidio y esclavizando a mujeres? ¿La libertad la defiende Irán, país que sostiene económicamente a Hamas? ¿Es la libertad el patrimonio de los terroristas de Hizbulah?
Dicen, también, que salen a la calle por solidaridad. Bien. ¿Solidarios con quién? ¿Con Mahmud Abas, el presidente palestino, que ha sido menos crítico con la incursión que cualquier pancartista europeo? ¿Con los palestinos que no están de acuerdo con el uso de los fondos de ayuda a Palestina para armar ejércitos y preparar atentados? ¿Se han preguntado qué ocurre con esos fondos? ¿La solidaridad con los palestinos se defiende minimizando el terrorismo y perdonando las agresiones de Hamas? ¿Se defiende la paz aupando a líderes palestinos que no creen en ella?
Es cierto que, contra Israel, la izquierda intolerante vive mejor. Y es cierto también que, a realidades complejas, la masa vociferante prefiere la simpleza de los malos y buenos. Pero más allá de los prejuicios, los hechos son tozudos. Israel se retiró de Gaza, dejando intactas las estructuras económicas que había creado. Hamas las destruyó todas y aprovechó la retirada para volver a preparar un ejército de destrucción. Y centenares de misiles después continúa preparándose para ello.
El silencio de esa izquierda, hoy tan gritona, ha sido muy significativo. Lo que está ocurriendo en Gaza es trágico. Pero no empezó con la incursión de Israel. Y cargar todas las culpas contra Israel es cómodo y es simple, pero no sirve de nada. Porqué el principal enemigo del pueblo palestino palpita en su interior.
El fin de la Doctrina Monroe
El fin de la Doctrina Monroe
Por Juan Gabriel Tokatlian
La Doctrina Monroe -que en 1823 proclamó que toda América latina era una zona de exclusivo interés norteamericano- se está marchitando. La globalización y los cambios dinámicos de las economías y la política de sus muchos países le están brindando a América latina la oportunidad de reducir el nivel de dependencia de Estados Unidos y, en consecuencia, de renegociar, en mejores términos, sus relaciones hasta ahora asimétricas con su gran vecino del norte.
La creciente integración de América Latina con el mundo es el factor clave aquí. China, la potencia en ascenso del mundo, está empeñada en fortalecer su comercio, inversión, ayuda y cooperación con la región. Y Rusia, profundamente insatisfecha con lo que percibe con un trato de segunda clase por parte de Estados Unidos, está regresando a la región tanto con negocios como con ventas de armas.
Rusia puede no estar persiguiendo abiertamente una nueva Guerra Fría, pero, al mejorar su posición en América latina, se ve a sí misma poniendo fin a años de implosión y humillación. Las gigantescas ventas de armas del Kremlin a Venezuela, y los ejercicios militares bilaterales realizados allí, así como el restablecimiento de vínculos de seguridad con Cuba, demuestran que Rusia está dispuesta, una vez más, a desafiar la hegemonía norteamericana en el Caribe.
Irán, también, se sumó a la partida. Está haciendo un esfuerzo para fortalecer los vínculos con América latina y central, tanto diplomáticamente como a través de políticas energéticas. Ahora tal vez incluya un componente militar en sus acuerdos con Ecuador. Y la India y Sudáfrica están forjando vínculos comerciales y políticos embrionarios y productivos, especialmente con Brasil.
Mientras tanto, Europa se ha convertido en la principal fuente de armas para Brasil y Chile, y algunos países de la UE -principalmente Francia- están manifestando un creciente interés en el acuerdo nuclear argentino-brasileño de febrero de 2008 y en profundizar los contactos militares. En 2005, se llevó a cabo la primera cumbre árabe-sudamericana en Brasilia, Brasil, mientras que, en 2006, se realizó la primera cumbre africano-sudamericana en Abuja, Nigeria. Hasta Japón está dedicándole más atención a la región.
Por consiguiente, el paisaje tanto político como diplomático en toda América latina ha estado cambiando rápidamente, lo que colocó a Estados Unidos a la defensiva. No se trata solamente de que varios países vieran llegar al poder a partidos de centroizquierda y radicales; con frecuencia se cuestiona, y hasta se desafía, a los líderes y los intereses norteamericanos, no sólo por parte de la Cuba comunista y la Venezuela “bolivariana”, sino en casi todas partes en la región.
Por caso, Ecuador, a pesar de su economía “dolarizada” y la dependencia de las exportaciones de petróleo a Estados Unidos, hoy está restringiendo el uso por parte del ejército norteamericano de su Base de Manta. Nicaragua fue el primer país en el hemisferio occidental en reconocer la independencia de Abjazia y Osetia del Sur tras la invasión rusa de Georgia el verano (boreal) pasado. Y el presidente Manuel Zelaya de Honduras reclamó la legalización del consumo de drogas como una medida para poner fin a la violencia relacionada con su producción y comercialización.
Hasta los amigos de larga data se dedicaron a fisgonear al Tío Sam. El presidente Fernando Lugo de Paraguay (el primer jefe de Estado no perteneciente al Partido Colorado en seis décadas) nombró a Alejandro Hamed Franco como ministro de Relaciones Exteriores. De origen sirio, Hamed Franco es un activo defensor de Palestina que ha sido escudriñado por las agencias de seguridad norteamericanas por sus supuestos vínculos con grupos islamistas.
Toda América Latina y el Caribe están reclamando el fin del embargo norteamericano a Cuba y son entusiastas respecto del regreso de ese país a la Organización de Estados Americanos.
Un motivo específico de resentimiento hoy en día es la decisión unilateral de Estados Unidos de reactivar la Quinta Flota de la Marina norteamericana, dedicada a América latina, que había sido desafectada en 1950. Las autoridades civiles en América latina nunca recibieron una explicación apropiada de esta decisión, hoy ampliamente percibida como un acto de agresión. No sorprende que sólo haya servido para generar miedo y un creciente antinorteamericanismo, acelerando una propuesta brasileña de crear una Junta de Defensa sudamericana sin participación estadounidense.
Dada esta creciente hostilidad regional, y en vista de la agitación causada por una crisis financiera que nació en Estados Unidos, los gobiernos de toda la región están ansiosos por buscar nuevos socios y mercados como alternativas para Estados Unidos. La paradoja es que un Estados Unidos en crisis hoy necesita a América latina más que nunca.
América Latina debería aprovechar este momento de fortaleza diplomática para iniciar un nuevo diálogo con Estados Unidos que apunte a renegociar los términos de la relación. El primer paso debe ser el reconocimiento de que la Doctrina Monroe está muerta y no puede revivirse. Aceptar esto será la señal más alentadora que la nueva administración del presidente Barack Obama le puede dar a la región.
La terrible crisis crediticia de 2008
La terrible crisis crediticia de 2008—¿El más grande engaño de todos los tiempos?
¿Se acuerda de la emergencia crediticia? Por supuesto que sí. Nunca habíamos visto algo así, ni siquiera similar, nos dijeron tanto las más altas autoridades financieras como sus perros falderos en los medios de comunicación—no de un modo sereno, calmo y sosegado, sino de una manera desalentadora que sugería la ruina económica inminente a menos que el gobierno se dispusiera de inmediato a “hacer algo”. Los cual hizo, por supuesto, en una escala jamás antes vista en la historia de los Estados Unidos.
Por lo tanto, mirando hacia atrás, tal como la gente se encuentra inclinada a hacer en esta época del año, claramente podemos observar los signos delatores del desastre financiero que golpeó a los mercados financieros el pasado otoño: la terrible crisis crediticia, el “crédito congelado” que auguraba un completo “descalabro económico” a menos que el gobierno tomase medidas dramáticas para impedirlo. (Los voceros gubernamentales y los parlanchines de los medios nunca se expresaron explícitamente acerca de si la cosa estaba muy fría o muy caliente, mientras empleaban metáforas horripilantes en todas las direcciones al mismo tiempo).
Pero, aguarde, ¡algo está terriblemente errado en los antecedentes estadísticos! La devastadora crisis crediticia, la mayor amenaza para este país desde que los rusos hicieron explotar una bomba H, el acontecimiento económico más intimidante desde la caída del mercado bursátil de 1929, el . . . (chisporroteo) . . . (chisporroteo) . . . (las palabras fallan ante esa clase de pavores tal como son evocados en las mentes de los banqueros, ministros de finanzas y titanes financieros de toda índole) . . . . Bien, en cambio me siento avergonzado, en nombre de todos estos gigantes de la elite gobernante, al tener que informarle que el monstruo de la laguna carente de líquido en verdad no aparece como tal en las series estadísticas más relevantes.
Probablemente la medición más importante de las condiciones del mercado crediticio sea la cantidad de crédito disponible de los bancos comerciales. Estas cifras evidencian que aunque la mitad de 2008 no sobresale en una perspectiva amplia, no lo hace debido a una alarmante contracción del crédito, sino solamente en virtud de haber alcanzado una meseta de seis meses desde abril hasta septiembre.
Sin embargo, en ningún momento durante ese intervalo, la cantidad de crédito disponible de los bancos comerciales cae por debajo del monto disponible a comienzos del año. Resumiendo, el crédito fue en verdad amplio, ciertamente, alto en todo momento; simplemente dejó de crecer como lo hace usualmente durante seis meses, fijo en alrededor de 9,4 billones de dólares (trillones en inglés), mientras que un morador de Wall Street tras otro le decía a los medios noticiosos que “no se está moviendo nada de dinero; el mercado crediticio se encuentra completamente parado” o alguna otra patraña.
Después de lo cual, el crédito de los bancos comerciales creció nuevamente, de modo tal que para finales de año, la cantidad disponible era más del 8 superior a la de un año antes. ¡Vaya crisis crediticia! Realmente un année terrible.
Pero no menosprecie a este tonto engaño demasiado rápido, porque, no obstante lo carente de fundamento que puede haber sido en la realidad económica, fue de manera manifiesta lo suficientemente bueno para el trabajo del gobierno. Y ese trabajo ha colocado a los contribuyentes estadounidenses en una difícil situación por billones de dólares (trillones en ingles) en obligaciones del Tesoro y puso a todos los tendedores de dólares estadounidenses frente al riesgo de tremendas pérdidas en el poder adquisitivo de su dinero.
La belleza del “Gran Engaño de 2008”, desde la perspectiva de la clase dirigente, es que fue también un “Gran Susto”, y tales temores sirven como pretextos para los ataques más audaces de los gobernantes contra las vidas, libertades y carteras de los ciudadanos. Usted casi tendría que admirar la habilidad de la elite para lograr asustar al resto de nosotros y hacernos caer en un pánico ciego e irracional sobre bases así de endebles, si no fuera por la circunstancia de que después de que el episodio ha transcurrido, nos encontramos mucho peor, nuestras perspectivas económicas disminuyeron enormemente y nuestras libertades fueron restringidas aún más por un Leviatán incluso más grande, con nada positivo que mostrar a cambio salvo el ulterior enriquecimiento de un puñado de grandes banqueros y otros malhechores de gran riqueza.
El poder genera la corrupción
La ley McCain-Feingold pretendía sacar "el dinero de la política" pero en las últimas elecciones se gastó más dinero que nunca. La única forma de reducir la corrupción es disminuir el poder que tienen los políticos sobre nuestras vidas.
A veces me gustaría que hubiese alguna forma humanitaria de deshacerse de los ricos. Sin que ellos sirvieran de chivos expiatorios, podríamos concentrarnos en analizar lo que nos beneficia a la mayoría.
Warren Buffett y Bill Gates, cada uno con alrededor de 60.000 millones de dólares en activos, son los hombres más ricos de Estados Unidos. ¿Qué pueden obligarnos a hacer con todo ese dinero? ¿Pueden expropiar nuestra casa para construir el parking de un casino? ¿Pueden forzarnos a meter nuestro dinero en un plan piramidal de jubilación llamado Seguridad Social? ¿Acaso Buffett y Gates nos pueden forzar a llevar a nuestros hijos a centros escolares donde los adoctrinen? A menos que los políticos les concedan esas potestades, los ricos tienen escaso margen para coaccionarnos a hacer algo.
Un humilde funcionario municipal tiene mucho más poder sobre nosotros. Es a ellos a quienes debemos pedir permiso para construir una casa, ejecutar un proyecto, abrir un restaurante y muchísimas cosas más. Es la gente del Estado, no los ricos, los que pueden coaccionarnos y arruinar nuestras vidas; no en vano, este enorme poder explica buena parte de la corrupción política.
La explotación del escaño vacante de Barack Obama en el Senado de los Estados Unidos por parte del gobernador Rod Blagojevich; los presuntos favores fiscales concedidos por el presidente del Comité sobre impuestos y otros ingresos, Charlie Rangel; los sobornos a empresas vinculadas con el ex representante William Jefferson o el escándalo Jack Abramoff son simples manchas en el paisaje de la corrupción gubernamental. Pero todo estos casos palidecen al lado de lo que a efectos prácticos es lo mismo pero que resulta amparado por la ley.
Por ejemplo, según el Miami Herald, en marzo del año pasado la poderosa familia Fanjul de Florida, cuya fortuna se basa en el azúcar, regaló 300.000 dólares a los políticos. Pero me temo que no les repartieron ese dinero para que cumplieran mejor con la Constitución, sino a cambio de favores, como puede ser la imposición de obstáculos a la importación de azúcar con los que poder cobrar precios más elevados. Pero este es sólo un caso particular.
La corrupción legalizada es el pan de cada día en Estados Unidos, donde 35.000 lobbystas de Washington D. C. ingresan millones de dólares. Esta gente representa a muchas empresas y sindicatos nacionales e incluso a algunos extranjeros. No se están gastando miles de millones de dólares en mejorar el paisaje, sino que esperan obtener prebendas a costa del resto de ciudadanos.
Este enorme poder ayuda a explicar, por ejemplo, por qué se codician tanto los puestos en diversos comités, como el de impuestos y otros ingresos. Una pequeña excepción fiscal puede ahorrarle a una empresa decenas de millones de dólares. En los estados, por ejemplo, los gobernadores pueden otorgar licencias de construcción a los electores. Y, en el ámbito local, los alcaldes pueden subsidiar a determinados deportistas o asociaciones. Cuando los políticos venden favores, suelen encontrar compradores.
La ley McCain-Feingold pretendía sacar "el dinero de la política" pero en las últimas elecciones se gastó más dinero que nunca. La única forma de reducir la corrupción es disminuir el poder que tienen los políticos sobre nuestras vidas. James Madison tenía razón cuando afirmó que "todo hombre que tenga poder debería ser objeto de desconfianza". Thomas Jefferson también advirtió de que "la mayor calamidad que podríamos sufrir sería la sumisión a un Estado con poderes ilimitados". Pero eso es lo que los estadounidenses de hoy le han dado a Washington: poderes ilimitados.
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