Egipto: Acabar con este chantaje
Egipto: Acabar con este chantaje
Hacerse trampas al solitario es propio de idiotas. El problema en Egipto no es quién sustituya a Mubarak. El problema en Egipto es Mubarak, el verdadero culpable de lo que allí ocurre. Durante treinta años ha proclamado que la alternativa a él era el caos y ha tolerado/fomentado el islamismo de los Hermanos Musulmanes y lo ha exportado a terceros países para que fuésemos conscientes de lo que se trata y para convencernos de que no hay más recambio a él que un regimen fundamentalista. Ergo... su continuidad es imprescindible. Es el mismo discurso de Assad padre e hijo y era el discurso de Sadam husein hasta hace una década.
No podemos permanecer eternamente sometidos a ese chantaje.
Es cierto que por instinto nos sentimos identificados con dos actores secundarios de este drama que han manifestado su respaldo a Mubarak. De una parte Israel, que siente un lógico pánico ante lo que pueda venir detrás de Muabarak. Es comprensible. Esta luminaria del occidente onusiano, Mohamed al-Baradei, que ha tenido a bien autoproclamarse jefe de la oposición, es el mismo que el verano pasado en «Der Spiegel» declaraba a la franja de Gaza «la mayor prisión del mundo». Y no lo decía por lo que allí ocurre bajo el mandato de Hamas. Con un «moderado y liberal» como éste es comprensible que el Gobierno israelí se sienta más protegido con Mubarak. Y lo mismo sienten los ocho millones de coptos (cristianos) egipcios. El papa Shenuda III declaró su respaldo a Mubarak el pasado lunes. Porque como dice al WSJ Samy Farag, director del hospital de San Marcos, en Alejandría, «nos sentimos más seguros con él porque encabeza un partido grande y fuerte. Si se va llegarán partidos que no conocemos».
El problema es que ambos —coptos e israelíes— se conforman con lo malo conocido y no quieren probar lo que pueda ser mejor. Y olvidan que el régimen de Mubarak ha alimentado el auge de islamistas tan notorios como el doctor Ayman al-Zawahiri, número dos —¿o será en realidad el número uno post Bin Laden?— de Al Qaida. Al-Zawahiri emprendió su progresiva radicalización en la década de 1980 en la represión de Mubarak post asesinato de Sadat. No olvidemos que tras aquel magnicidio Mubarak impuso —con razón— el estado de excepción que sigue en vigor ¡treinta años después!
La caída de Mubarak ha de dar lugar a una reforma democrática. Pero recordemos que durante tres décadas Hosni Mubarak ha practicado un doble por el que ponía la mano a Estados Unidos y mantenía la paz con Israel mientras alentaba un discurso contra ambos. Por eso, y por apoyar a Mubarak, lo normal es que la primera reacción tras su caída sea, también, contra Occidente.
Ni justicia ni estabilidad
Ni justicia ni estabilidad
Washington, DC—Hace pocos días en Beirut, el líder druso Walid Jumblatt, cambió su apoyo al Primer Ministro, Saad Hariri, símbolo de los sunitas pro-occidentales y antisirios, por Najib Mikati, un empresario apoyado por Hezbolá que está dispuesto a hacer la vista gorda ante las evidencias de que el grupo chiita asesinó al padre de Hariri hace seis años. La movida hizo caer el gobierno y llevó a Mikati al poder. Jumblatt justificó su decisión con el argumento de que era necesario tener estabilidad a costa de la justicia.
Me he reunido con Jumblatt un par de veces en el Líbano y en Washington, y siempre me pareció lúcido con respecto a los problemas de su país. Su honrada declaración debe ser tomada en sentido literal: él y una parte considerable de la sociedad libanesa ha llegado a la terrible conclusión de que la coexistencia pacífica sólo es posible sacrificando a la justicia, es decir capitulando.
Traigo esto a colación a la luz de los tumultuosos sucesos de Egipto, Túnez, Yemen, Jordania y Argelia. Lo que estamos viendo desmiente la idea de que sacrificar la justicia trae la estabilidad. Esa ha sido la política de Occidente hacia Oriente Medio durante décadas. No obstante los retóricos pedidos de reforma democrática, Estados Unidos y Europa han respaldado y financiado a corruptas dictaduras árabes porque parecían un dique más sólido contra la gran ola del fundamentalismo islámico que cualquier alternativa.
Las dictaduras árabes, por supuesto, no lograron ni la justicia ni la estabilidad. El fundamentalismo siguió creciendo. En unos muy amañados comicios parlamentarios en Egipto, la Hermandad Musulmana logró un 20 por ciento de los escaños en 2005. Varios años antes, en una sociedad tunecina más secularizada, los fanáticos religiosos de En Nadah liderados por Rachid Ganuchi obtuvieron oficialmente el 17 por ciento de los votos la última vez que se les permitió participar, aunque la cifra real probablemente fue mayor. Y las primeras elecciones democráticas de Gaza las ganó abrumadoramente Hamas. Para no mencionar el fortalecimiento del fundamentalismo islámico en Arabia Saudita, donde la asfixiante represión no ha sido capaz de evitar que distintas redes dentro del reino proporcionen financiación así como apoyo ideológico y político a terroristas antioccidentales.
Más allá del mundo árabe, la disyuntiva entre estabilidad y justicia ha demostrado ser igualmente ilusoria. Una prueba reciente es Pervez Musharraf, quien, junto con el egipcio Mubarak, recibió miles de millones de dólares, armas y entrenamiento en la última década. Durante su régimen militar, el fundamentalismo islámico siguió creciendo en Pakistán y frustró gran parte del esfuerzo realizado por algunas instituciones paquistaníes contra los talibanes afganos y al Qaeda.
Mientras tanto, las noticias de los cambios que tenían lugar en el nuevo milenio fueron llegando a millones de personas, especialmente los jóvenes, en el mundo árabe. El lento ascenso de un gran número de árabes a la clase media baja por efecto de la globalización –que esas autocracias no pudieron evitar que se les colara por las rendijas— fue mucho más importante de lo que se percataron los observadores del exterior. Una generación de árabes que entendía claramente que la elección entre la estabilidad y la justicia es falsa cobró vida.
Ellos vieron con frustración cómo las naciones más libres y más modernas de la Tierra apuntalaban a sus dictadores porque las proclamas de libertad para el mundo árabe sonaban ingenuas frente a las prioridades mucho más urgentes del orden internacional. Pero ellos sabían mejor que nadie que la estabilidad era engañosa porque la aparente aquiescencia social que décadas de brutal represión habían conseguido se debía mayormente al miedo.
Los estadounidenses y europeos que creían que las únicas opciones en el mundo árabe eran los jeques lascivos y los generales asesinos, por una parte, y los medievales barbudos por otra, de repente han descubierto que hay miles –no: millones— de hombres y mujeres que no lucen tan distintos de los occidentales y hablan el idioma cívico y político de sus propias democracias. “Cuando la gente tiene voz, no have falta hacerse explosionar uno mismo,” declaraba un manifestante de 29 años al Washington Post el martes.
La historia de Occidente indica que la estabilidad sólo se produjo cuando se logró un mínimo de justicia. El orden pacífico se vio amenazado, en estas naciones, cada vez que una generación percibió que la justicia se erosionaba de alguna forma en nombre de la estabilidad. ¿Por qué nos sorprende que en otras partes del mundo sientan lo mismo?
José Antonio Páez: el Antichávez
VENEZUELA
José Antonio Páez: el Antichávez
Por Mario Noya
Así, de primeras, cuando ves al Gorila Rojo salirse de madre en cuanto le mientan a José Antonio Páez, te dices: algo tendrá el tipo, si tanto le maldice. Y entonces te informas, repasas, reparas, te llevas la mano a la frente y exclamas: "¡Bueno! ¡Pero si es que es el Antichávez!". |
Por mucho que le joda al espadón de Barinas, José Antonio Páez (1790-1873) fue un patriota venezolano. Cómo no le va a joder, si Páez fue un valiente y él, en el 92 y en 2002, la cosa más cobarde; si Páez hizo país y él lo degenera en Cubazuela; si Páez puso orden y él engendra el caos y la violencia extrema; si Páez tuvo palabra y él, cuando no amordaza, miente y veja. Si Páez, en fin, fue un prócer y él es, maldita la gracia, el gran payaso.
José Antonio Páez, el Centauro de los Llanos, el León de Payara, el Taita, fue un tipo hecho a sí mismo que, por hacer, hasta se hizo su propia patria: Venezuela, a la que separó de la Gran Colombia en 1830. De extracción social bien humilde (único superviviente de los ocho hijos de Juan Victorio Páez y María Violante Herrera), difícilmente hubiera podido Bolívar culminar su gesta independentista sin su ayuda: puso el pecho como el primero, al frente de la Primera División del Ejército Libertador, en la célebre batalla de Carabobo (1820) y, antes, se encargó de domeñar los indómitos Llanos con sus llaneros, "hombres duros –leemos en el muy recomendable El amanecer de la libertad, de Carlos Sabino– (...), generalmente pardos [mestizos], que se resistían al dominio peninsular pero tenían actitudes que propiciaban la guerra de castas" (p. 133). Después siguió en lo mismo, en darle duro a la anarquía, en sentar las bases para la posibilidad de una Venezuela libre, independiente, viable.
Páez hizo un pacto con el republicanismo moderno capitalista, aceptó las leyes del libre cambio y la libertad de culto, eliminó los diezmos y las primicias. Todo el proyecto liberal del siglo XIX lo adelantó Páez.
Quien así habla –en El poder y el delirio de Enrique Krauze, libro de referencia– es el historiador Elías Pino Iturrieta; que tiene más cuerda:
¿Qué significa eso? Una distancia terrible frente al absolutismo y frente a Bolívar. ¿Cuándo comienza a haber república en Venezuela? Con Páez, con el señor lancero. Eso es abominable para Chávez y para cualquier persona que hoy esté con el "socialismo del siglo XXI". Páez es el monstruo y es el horror del antibolivarianismo [sic].
(Krauze, ob. cit., pp. 224-225).
Páez o el Antichávez, sí. Porque no sacó el país de Guatemala para meterlo en Guatepeor. Porque siempre que pudo abandonó la Presidencia cuando le tocaba –una vez no pudo, en el 63; pero entonces fue que le descabalgaron–. Porque no hizo de su capa un sayo ni, por lo tanto, que la República anduviera como puta por rastrojo. Porque... en fin... permítanme citar de nuevo al doctor Sabino, que me carga de razones:
José Antonio Páez dominó como principal figura de la vida política de Venezuela durante cuatro décadas y, salvo durante la Cosiata, nunca conspiró para subvertir el orden establecido. Es cierto que se alzó en armas en varias ocasiones, pero siempre para defender a los gobiernos legítimamente constituidos e imponer el regreso a la normalidad de las leyes [en 1835 se alzó contra quienes habían derrocado a José María Vargas, que había vencido en las elecciones a su propio candidato]; no gobernó con poderes absolutos, no pretendió reelegirse de por vida, y si actuó en muchas ocasiones como un auténtico caudillo militar, lo hizo porque asumió el papel de defensor del orden y las instituciones (...). (...) Páez es el ejemplo del caudillo que se convierte en estadista por su decidido apoyo a la vigencia de la legalidad y su intento de lograr la reconstrucción de su país.
El Antichávez murió en 1873, a los 82 años. En el exilio, como tantos prohombres de la América española, y con el sentido reconocimiento de propios y de extraños parejos como José Martí, otro que ha tenido que soportar lo insoportable de la canallesca castrobolivariana; para el cubano, Páez era "la primera lanza americana", el "llanero épico que con la hombría de su trato supo (...), en su destierro de 20 años en Nueva York, mantener para el hombre resignado la admiración que despertó el guerrero".
"Martí, tan utilizado por Castro como Bolívar por Chávez, reconocía a los hombres representativos por sus virtudes clásicas", escribe Krauze (p. 243). Y añade: "El régimen actual de Venezuela no exalta esas virtudes porque las desconoce. Y deshonra a la historia al convertirla en un campo de combate delirante, fastidioso, vacío".
Ah, la historia. Chávez y la historia. Y la prehistoria. "¿Cuántos años tiene la especie humana, Fransuá?".
La profecía de Bolívar
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
La profecía de Bolívar
Por Horacio Vázquez-Rial
Ya muy cerca del final de su vida, el 9 de noviembre de 1830 –moriría el 17 de diciembre–, Simón Bolívar respondió a una carta del general Juan José Flores, a la sazón presidente de Ecuador, admirándose de que éste se hubiese dirigido a él, un "simple particular", para darle "noticia de lo que pasa en el Sur y pasa con Ud.". Engominada y ostensiblemente falsa modestia. |
La carta se encuentra en internet –aquí–, por lo que no la reproduciré en su totalidad. Pero sí incluiré algún fragmento, sobre todo el que ha adquirido carácter profético, y que probablemente Chávez, que es un ignorante radical, desconozca o pretenda obviar por la forma terrible en que anuncia el advenimiento de su ralea a la vida política hispanoamericana.
Yo no sé realmente quién era Bolívar, si merece los honores que se le tributan como Libertador en toda Suramérica o si realmente era en esencia un dictador con sueños perversos de eterna perpetuación en el poder, que lo acercarían al tirano actual. O, lo que es más probable, si era ambas cosas, porque las ambiciones personales más de una vez resultan en grandeza histórica cuando de un líder y sus batallas se trata. En la última parte del largo y despectivo artículo que Marx redactó sobre él, en 1858, para la New American Cyclopedia, figura la descripción que del personaje hiciera su primer biógrafo francés, Ducoudray-Holstein:
Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjuto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años [vivió apenas 47]. Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas.
Es posible que este último aserto se vea confirmado en su visión de Vicente Rocafuerte, contra el cual advierte a Flores, seguramente con razón, porque finalmente Rocafuerte, cinco años más tarde, sustituiría a Flores en la presidencia. Dice Bolívar:
Advertiré a V. que Rocafuerte ha debido partir para ese país y que este hombre lleva las ideas más siniestras contra V. y contra todos mis amigos. Es capaz de todo y tiene los medios para ello. Es tan ideático que, habiendo sido el mejor amigo mío en nuestra tierna juventud y habiéndome admirado hasta que entré en Guayaquil, se ha hecho furioso enemigo mío (...) Es el federalista más rabioso que se conoce en el mundo, antimilitar encarnizado y algo de mato. Si ese caballero pone los pies en Guayaquil tendrá V. mucho que sufrir y lo demás, Dios lo sabe. (...) [José Joaquín de] Olmedo lo idolatra y no ama más que a él. Espere V. pues las consecuencias de estos antecedentes.
Desde luego, no se podía pedir más en materia de visión política, porque si Rocafuerte sustituyó a Flores en 1835, una vez vuelto éste al poder, en 1839, sería Olmedo el promotor de la revolución de 1845, que lo desalojó definitivamente del gobierno y lo envió al exilio. Tenía razón Bolívar respecto de lo que sucedería, pero también tenían razón Rocafuerte y Olmedo al oponerse a Flores. Porque cuando Bolívar acusa al primero de federalista no está hablando en defensa de la unidad de Ecuador, de tan difícil trámite a lo largo del siglo XIX, sino de su obsesión por la imposible y hasta ridícula unidad continental, que pretendía bajo su propia dictadura. En el ensueño unitario de Bolívar se asienta una de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda reaccionaria hispanoamericana o latinoamericana, como se prefiera denominarla (yo me inclino por la primera opción). Y la cosa no ha cesado desde entonces.
Entre 1492 y 1824, los territorios de los países suramericanos, excluido Brasil, formaban parte de la América española, que suele ser tenida, erróneamente, por una unidad política. Después de la independencia hubo allí veinte Estados. Ello ha hecho creer a algunos ideólogos, inclinados a una visión conspirativa del capitalismo, en un vasto plan de balcanización subyacente a las luchas independentistas. El marxista peronista Jorge Abelardo Ramos decía en 1949 que el proceso tuvo por objeto "desarticular en veinte repúblicas impotentes la gran nación latinoamericana". Le respondía en 1972 Milcíades Peña, que sostenía sin errar que era imposible "desarticular lo que nunca estuvo articulado, y nadie puede decir con seriedad que la América colonial fuera una gran nación latinoamericana, porque eso equivaldría a afirmar que la India y Norteamérica eran una misma nación por pertenecer ambas a la corona británica".
Las colonias estaban unidas por la lengua –no siempre única, aunque sí oficial– y por la religión –en la misma medida que por la lengua–. En modo alguno estaban unidas económica ni administrativamente. La unidad económica hubiese bastado para crear un Estado nacional, superando las barreras administrativas, de haber sido éstas producto de una razón puramente burocrática. No lo eran. Si la soberanía española no podía ser ejercida en forma unitaria, tampoco podía haberlo sido la soberanía de un Estado independiente de España. Y España no podía regir el continente como un único virreinato porque se oponían a ello la extensión y la variedad de los territorios.
Y hay que decir que la división virreinal de los mismos era de una inteligencia exquisita: de haberse conservado hubiera dado por resultado unas naciones más poderosas, sólidas y prósperas. La muy racional organización del Alto Perú hubiera evitado adefesios históricos como una Bolivia sin salida al Pacífico. Y el diseño territorial del último de los virreinatos creados, el del Río de la Plata, hubiera evitado la separación del Uruguay y la Argentina, desgraciada partición de una pampa húmeda hoy relegada al papel de productora de soja, y hubiese hecho del Paraguay un país comunicado con el mundo, sin las limitaciones fronterizas que lo han ahogado durante dos siglos.
El propio Bolívar había escrito en 1815:
No puedo persuadirme de que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república. Es una idea grandiosa pretender formar del mundo nuevo una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse, mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos y caracteres desemejantes dividen la América.
Bolívar aspiraba a una unidad imposible, y no carecía del codicioso afán de gobernar sobre medio continente. Había estado en París, en Notre Dame, en la coronación papal de Bonaparte como emperador de los franceses, y en Milán en su coronación como rey de Italia. Tal vez soñara con una gloria parecida. Por eso le repugnaba el federalismo de Rocafuerte, que veía como un sanguinario descuartizamiento del que podía haber sido su imperio. Ya se había enfrentado a Sucre por la declaración de independencia de Bolivia, que en modo alguno entraba en sus planes. Ya había desplazado a San Martín en Guayaquil para apoderarse del Perú sin traba alguna. Pero una y otra vez había sido derrotado por la realidad.
Advierte, pues, a Flores de su destino porque por momentos cree que al menos Ecuador es una nación viable. Pero, en su fiebre final, ya su cuerpo y su alma muy desgastados por la tuberculosis, no encuentra lugar para optimismo alguno y se pone a profetizar. Acierta, pero quizá no por la razones correctas. Y escribe:
V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros. 2°) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas. 5º) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América.
Claro que el "nosotros" de la primera conclusión es mayestático y alude sólo a él, aunque la buena educación le obligue a incluir formalmente a Flores, que en modo alguno está a su altura. Y claro que el país al que se refiere en la cuarta es la América española en su conjunto, y que Chávez está tan implícito en esa consideración como García Moreno, Somoza o Castro. Y claro que, desengañado de Bonaparte –quizás únicamente por su derrota final–, se atreve a hacer la crítica de la Revolución por excelencia, en términos llamativamente parecidos a aquellos que, más de un siglo más tarde, emplearía Carpentier en El siglo de las luces, con escondida inteligencia de la desgracia cubana:
La primera revolución francesa hizo degollar las Antillas y la segunda causará el mismo efecto en este vasto Continente. La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban o más bien los va a completar. V. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia y ¡desgraciados de los pueblos! ¡Y desgraciados de los gobiernos!
Todo texto es permanentemente reescrito por el tiempo. También éste, que es una de las piezas clave de la historia de América y que ha sido releído durante 180 años, torcido, fragmentado –al punto de no estar completo en las Cartas del Libertador recopiladas por Vicente Lecuna y publicadas en 1929-1930–, reorientado e interpretado de modo tal, que siempre ha encontrado una aplicación ejemplar. Es hoy mismo suscribible, aun conociendo las condiciones de su redacción. O quizá por ello.
Los militares a los periodistas: 'Marchaos de aquí '
Los militares a los periodistas: 'Marchaos de aquí que esto es la anarquía'
Un policía de civil corre a atacar a un periodista en El Cairo (Foto: Reuters)
La plaza Tahrir, epicentro de las manifestaciones contra Hosni Mubarak, se han convertido en un lugar no apto para periodistas desde que los seguidores del presidente egipcio se han hecho notar allí.
Uno de los periodistas de EL MUNDO desplazados a El Cairo, Sal Emergui, ha sido agredido, supuestamente por un seguidor de Mubarak, cuando pasaba una crónica por teléfono. "En el momento que escucharon un idioma extranjero se me acercaron en busca del móvil. Eran tres chavales de unos 20 años. Uno de ellos consiguió darme un par de puñetazos en el estómago, pero nada más".
Cualquiera que hable una lengua occidental es señalado como periodista y convertido en objetivo por los agitadores, que consideran que los medios internacionales son los principales responsables del éxito de la revuelta.
"Los partidarios de Mubarak acusan a la mayoría de los medios extranjeros de apoyar la revuelta con sus informaciones pero su principal enemigo es Al Yazira y muchos de ellos dice que la cadena qatari tiene una cuenta pendiente con Mubarak", explica Emergui, al que un oficial del ejército ha conminado a salir de allí: "Marchaos ya de aquí, que esto es la anarquía".
Las agresiones a periodistas se multiplican "desde la noche del martes, cuando aparecieron por primera vez en la calle los seguidores de Mubarak despotricando contra los periodistas extranjeros y en especial contra la emisora Al Yazira", cuenta desde allí Javier Espinosa, corresponsal de EL MUNDO en la zona.
"Hoy en Alejandría varias señoras nos acusaban de mentir y ayer (el martes) otro chaval decía que éramos espías del FBI", añade Espinosa.
Los partidarios de Mubarak han intentado, incluso, tomar varias veces el Hotel Hilton, 'cuartel general' de la prensa extranjera en la capital. Tal es la violencia contra los periodistas que los manifestantes en los accesos a la plaza advierten a los extranjeros que ven que no se acerquen, ya que ser confundido por un periodista es correr el riesgo de ser agredido.
Agredido también el periodista de TV3
Otro de los agredidos ha sido uno de los enviados especiales de TV3, Joan Roura, golpeado mientras retransmitía en directo los enfrentamientos. En una de sus retransmisiones la conexión se ha interrumpido de golpe después de que uno de los seguidores de Mubarak, armado con una pistola, según el propio Roura, le haya agredido.
Cuando se ha recuperado la conexión, Roura ha explicado que, además de recibir golpes y serle arrebatado el teléfono, seguidores de Mubarak le han robado el dinero que llevaba encima. Poco después la conexión ha vuelto a perderse al sufrir Roura una segunda agresión sin mayores consecuencias.
El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por su sigla en inglés) ha acusado al Gobierno egipcio de tratar de "silenciar a los testigos" con las agresiones que han sufrido periodistas por parte de partidarios del presidente del país árabe, Hosni Mubarak.
La organización con sede en Nueva York instó al Ejército egipcio a que actúe y proteja a los informadores que desde la semana pasada cubren las protestas populares que exigen un cambio político en ese país.
"El gobierno ha recurrido a la censura total, a la intimidación y hoy a una serie de ataques deliberados contra periodistas llevados a cabo por turbas pro gubernamentales", afirmó en un comunicado de prensa el coordinador del CPJ para Oriente Medio y el norte de África, Mohamed Abdel Dayem.
En su opinión, la situación en Egipto tras los ataques es "espantosa, no sólo por el sufrimiento de nuestros colegas, sino porque cuando se impide informar a la prensa, se pierde una fuente independiente de información crucial".
El brutal contraataque de Mubarak no sofoca la revuelta
Ola de cambio en el mundo árabe
El brutal contraataque de Mubarak no sofoca la revuelta
Al menos tres muertos y 600 heridos en los enfrentamientos entre matones del presidente y manifestantes en el centro de El Cairo - El vicepresidente dice que no empezará el diálogo hasta que cesen las protestas. - La prensa extranjera sufre toda clase de agresiones, desde robos hasta palizas.- Suspendidas las sesiones del Parlamento para revisar los resultados de las legislativas de diciembre
ENRIC GONZÁLEZ / NURIA TESÓN | El Cairo
Hosni Mubarak contraatacó ayer de una forma brutal. El presidente egipcio decidió que solo un baño de sangre podía salvar su régimen y lanzó a miles de sus matones, camuflados como manifestantes, sobre la plaza de Tahrir, el centro simbólico de la revuelta. Fue una jornada tan violenta como grotesca. La represión se disfrazó de enfrentamiento civil, mientras los militares asistían a la venganza de Mubarak tan impasibles como en días anteriores. Según el Gobierno, murieron tres personas -uno de ellos, un militar- y más de 600 sufrieron heridas graves. Al Yazira y Reuters citan fuentes médicas que elevan a 1.500 la cantidad de heridos. Tres cosas quedaron claras en la confusión de la batalla: que el dictador no pensaba rendirse, que estaba dispuesto a infundir un terror profundo en la población y que no era ya posible una transición negociada.
Enfrentamientos en El Cairo
FOTOS - AP - 02-02-2011
Un manifestante opositor, herido durante la trifulca, permanece en la acera tras ser atendido por personal sanitario.- AP
En una semana de extraordinarias convulsiones, el día de quedó marcado para la historia. Resultaba difícil predecir si el violento coletazo de Mubarak y los suyos marcaba el triunfo de la contrarrevolución o si, más posiblemente, condenaba a Egipto a adentrarse en una era de inestabilidad y radicalización.
El discurso de Mubarak el martes por la noche fue la señal de que el régimen y su jefe aún se sentían fuertes. No importó que centenares de miles de personas acabaran de pedir en las calles de El Cairo y otras ciudades la dimisión del presidente y una transición a la democracia. Mubarak anunció que no se presentaría a la reelección en septiembre (un gran sacrificio por parte de un hombre de casi 83 años con cáncer), prometió que moriría en Egipto y dirigió un hábil mensaje a sus ciudadanos en el que apeló a las emociones, al pasado y a la patria. Buscó que vibrara el nacionalismo egipcio, el más antiguo del mundo. Y reiteró que solo él separaba a Egipto del caos. No avisó, sin embargo, de que precisamente él pensaba desatar el caos solo unas horas después.
El día comenzó tenso, con una crispación especial en el ambiente. En casi todos los barrios de El Cairo se veían discusiones y peleas. Los partidarios de Mubarak, el grupo que había permanecido silencioso desde el inicio de la crisis, se hacían oír. Por canales ensayados en ocasiones anteriores, como en las elecciones amañadas o los actos de apoyo al régimen, el palacio presidencial hizo saber a los suyos (policías, funcionarios, partidarios sinceros) que había llegado el momento.
Apoyos a Mubarak
Varias manifestaciones de apoyo a Mubarak se formaron en distintas zonas. La marcha más numerosa confluyó en la plaza de Tahrir, donde seguían concentrados miles de opositores al régimen. En un primer momento, ambas multitudes se aproximaron con relativa tranquilidad. Los opositores trataron de bloquear el paso a los recién llegados con una cadena humana. Los fieles a Mubarak expresaron su intención de "tomar la plaza para demostrar quién es la auténtica mayoría".
"No queremos revolución, sino paz; estos días hemos respetado a la oposición, ahora exigimos respeto nosotros porque el momento es crítico", declaró Ahmad Osman, un farmacéutico de 36 años que parecía, en efecto, un farmacéutico. Otros jalearon sus palabras.
Batalla medieval
Poco después de mediodía se desató el infierno. Miles de personas surgieron de las filas de la manifestación favorable a Mubarak y cargaron contra los opositores, en maniobras organizadas. En ese mismo momento, el servicio de Internet reaparecía en el país. Una extraña coreografía se desarrolló en la plaza: abrazos que simulaban la reconciliación entre los bandos y gritos de "paz, paz" lanzados por gente que portaba retratos del presidente, posiblemente para ser captados por la televisión local (que durante la jornada entera emitió imágenes de manifestantes eufóricos que lanzaban loas a Mubarak), se mezclaban con agresiones brutales.
Los opositores reaccionaron y se lanzaron también al choque, en una escena que evocaba las batallas medievales. Para reforzar esa impresión, decenas de fieles a Mubarak iniciaron una carga a lomos de caballos y camellos. Los jinetes utilizaron porras, látigos y cadenas, hasta que dos o tres de ellos fueron descabalgados y apaleados; los otros se retiraron con rapidez. Volaban las piedras desde ambos lados.
El regreso de la policía
Entre el polvo, el ruido, los golpes, los gritos y la sangre, algo se hizo evidente: la policía no se había esfumado, se había limitado a preparar ese momento. Unos hombres fornidos que se presentaron como farmacéuticos, con unas frases en inglés recién aprendidas, increparon a este corresponsal porque, decían, la prensa extranjera había mentido en los últimos días. Cuando se les pidió que mostraran algún documento que les acreditara como "farmacéuticos", respondieron con golpes. La persecución a periodistas extranjeros es una constante. Decenas de ellos sufrieron ayer heridas y robos de cámaras y ordenadores.
Mohamed el Baradei ha acusado al Gobierno de estar recurriendo a la "táctica del miedo. El ex director del Organismo para la Energía Atómica (OIEA), asegura tener pruebas de que se trataba de "agentes de policía vestidos de civil". "Tenemos sus carnés de policía", afirmó el opositor egipcio, que pidió en declaraciones al canal Al Yazira, que las Fuerzas Armadas dejen atrás la neutralidad e intervengan para proteger a los ciudadanos.
La violencia no amainó en las horas siguientes y proseguía por la noche. Los opositores al régimen crearon un cordón humano para proteger a mujeres y niños e intentaron taponar las entradas a la plaza. "Luchamos por nuestra vida, luchamos por nuestra vida", gritaban. La gente del régimen lanzaba abundantes cócteles molotov y se escuchaban disparos de arma automática. Había gente ensangrentada por todas partes.
Varios opositores lloraban sentados en el suelo. "No puede ser, hemos perdido otra vez, hemos perdido otra vez", decía uno de ellos.
Bien entrada la noche, seguían lanzándose cócteles molotov en la plaza y cercanías. Varios de ellos cayeron junto al Museo Egipcio, un área dominada por los partidarios del régimen. Un camión de la policía lanzó agua a presión para evitar un incendio en el edificio, cargado de tesoros arqueológicos. Fuera de la plaza de Tahrir las calles estaban relativamente tranquilas. No se conocen incidentes tan violentos como los de El Cairo en Alejandría y en el resto de las ciudades egipcias.
Suleimán: no al diálogo sin calma
Tras los disturbios, el vicepresidente, Omar Suleimán, instó a todos los manifestantes a regresar a sus casas y respetar el toque de queda para que vuelva la calma. El hasta ahora jefe de los servicios secretos, aseguró que el diálogo con las fuerzas políticas depende del fin de las protestas en las calles.
También rechazaron la violencia lo ocurrido los partidos políticos opositores, que el pasado martes trataban de dibujar una hoja de ruta que, ya sin Mubarak en el poder, llevara a una transición pacífica. El Baradei, volvió a reiterar ayer que Mubarak debe abandonar el poder antes del viernes. Ese día, los movimientos de jóvenes que están liderando la protesta han planeado llevar a cabo una nueva marcha a la que han denominado "El viernes de la partida".
El Ejército pide el fin de las protestas
Mientras, el presidente egipcio ordenó la suspensión del Parlamento hasta que se revisen los resultados de las elecciones legislativas del pasado diciembre. La oposición denunció el fraude masivo en esos comicios en el que el partido de Mubarak se hizo con la casi totalidad de los escaños. El anuncio llegó apenas después de que el Ejército, actor clave en el país, tomara la palabra para pedir a los manifestantes contra el régimen que regresaran a sus casas ya que su mensaje había sido escuchado y el poder ya conocía sus demandas. "Se ha escuchado vuestro mensaje y se van a atender vuestras demandas", dijo por televisión un portavoz del estamento militar, pieza fundamental en el país por el apoyo del que goza entre la población pero también como cuna del actual presidente y de los dos anteriores. "Las Fuerzas Armadas os llaman. Empezasteis saliendo a la calle para expresar vuestras demandas y sois los únicos capaces de recuperar la vida normal", añadió.
Respuesta de la oposición
La coalición por el cambio que encabezan los principales partidos de la oposición respondió pidiendo nuevas manifestaciones. Tres de los partidos oficiales que incluyen al liberal Wafd, el izquierdista Tagammu y los partidos nacionalistas naseristas se mostraron en contra de tomar medidas enérgicas para pacificar los enfrentamientos que se estaban produciendo en el centro de la ciudad.
Los partidos anunciaron estar dispuestos a negociar con el Gobierno. "Hemos decidido entrar en un diálogo para responder a la invitación hecha por el vicepresidente Suleimán, (...) a fin de mantener la seguridad, la seguridad y la estabilidad de la nación y el pueblo", afirmaron en una declaración conjunta.
Solo un día antes estos mismos partidos habían llegado a un acuerdo con el resto de opositores supeditando cualquier negociación a la aceptación de unas líneas generales. La primera de ellas es que Mubarak abandone el poder.
Históricamente, los tres partidos han tenido una ambigua relación con el régimen, que en algunos casos oscilaba de la disidencia al colaboracionismo. "No queremos sustituir la protesta de los jóvenes por el diálogo. Es responsabilidad de la seguridad del Estado protegerles y advertimos al [gubernamental] Partido Nacional Democrático contra estos actos", señalaba el líder de los naseristas Samah Ashour en una rueda de prensa.
Mohamed al Beltagy, un ex parlamentario de los Hermanos Musulmanes, advirtió que su grupo, la Asamblea Nacional para el Cambio, se mantiene firme en su decisión de rechazar cualquier tipo de negociación con el régimen de Mubarak hasta que se den los pasos que se habían acordado.
"Wafd y Tagammu solo se representan a sí mismos, y no están autorizados para hablar en nombre de la oposición", aseguraba el ex parlamentario en declaraciones a un diario egipcio. Al Beltagy señaló además que la extrema violencia que estalló durante la jornada de ayer representa el último intento de Mubarak para mantener el poder en el país.
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