viernes, mayo 20, 2011

Paraguay, otro accidente

Paraguay, otro accidente

“El hecho de reunir preceptos e ideas dispares a fin de crear una narración coherente que infringe las categorías cognitivas y nuestra experiencia cotidiana cuando estamos despiertos es una función de la corteza del hemisferio izquierdo que subyace tanto a los sueños como a la creación y la difusión social del pensamiento religioso. Esta función actúa de modo subconsciente”, señala el catedrático neurocientífico David Linden, en su libro “El cerebro accidental. La evolución de la mente y el origen de los sentimientos” (Paidós, 2010).

Agrega: “…En los sueños narrativos tenemos la experiencia de extensas y prolongadas vulneraciones de la lógica, de la modalidad de relación y causalidad convencionales”.

Si bien es cierto que Linden habla acerca de la aparición de la religión, no es descabellado unirlo con el nacionalismo o patriotismo de muchas personas, que por estas fechas, embanderan con la tricolor hasta a mascotas y bibliotecas.

Haber nacido en Paraguay es un accidente, no un orgullo. Lo que se forjó desde 1811 hasta hoy es un nivel de estatismo óptimo que logró asentarse con el sometimiento por parte de 7 dictaduras en más de 100 años de historia política. Los ciudadanos de este país han sido educados, lamentablemente, para no abstraerse y aceptar mandatos, constitucionales o no, acerca de órdenes totalitarias que permitieron el auge de la mediocridad y estancamiento.

El nacionalismo es la expresión más pura de ignorancia y desfachatez intelectual, defendida, lamentablemente hoy en día por académicos de prestigio. ¿Que el Dr. Francia trajo bienestar y desarrollo? ¿Que Francisco Solano López fue un gran estadista? ¿Que el Mcal. Estigarribia asentó las bases del estado paraguayo moderno? ¡Pamplinas!

Sin caer en el reduccionismo maniqueísta, los citados, más Stroessner, Rafael Franco, Higinio Morínigo y Carlos Antonio López, disfrutaron del sometimiento a los individuos en aras de una supuesta “patria soberana”. No es héroe aquel que oprime a sus gobernados, no puede ser un estadista quien cercena la educación de sus ciudadanos.

Varios historiadores, como Efraím Cardozo, citan como si fuera algo “normal”, los secuestros de libros por parte del dictador Francia para que nadie pueda instruirse ni hacerle sombra en su oscura tiranía. Por su parte, la historiadora Beatriz González de Bosio indica, en su libro sobre historia del periodismo paraguayo (2da. edición, 2008), que las noticias internacionales no llegaban a la gente. El único que podía saber sobre lo que pasaba afuera era el tirano. Los paraguayos de la época, a diferencia de lo que sostienen los defensores del mito popular, no estaban instruidos, y los que estaban solo sabían leer y escribir mínimamente.

González de Bosio señala, en la misma obra, que durante la Guerra contra la Triple Alianza, el periodismo de trinchera, además de inventar un tipo de optimismo alucinante, exaltaba la figura semicelestial del dictador López.

El siglo XX también se forjó con violencia e intolerancia, desde el inicio del 1900, con las sucesivas revueltas y revoluciones, pasando por la Guerra del Chaco y la barbarie de la dictadura de Rafael Franco. La hecatombe proviene luego con la breve dictadura de José Félix Estigarribia, quien para dar el último tiro de muerte a la constitución liberal de 1870, propone y promulga un recomendado a nueva carta magna de corte totalitario, que permitió la posterior tiranía de Higinio Morínigo.

Y más recientemente, la dictadura de Stroessner, que combatió todo intento de disidencia y de formación de una intelectualidad crítica, que finalmente actuó en la clandestinidad, a pesar de las represiones.

¿Qué hace diferente a este país de los demás? ¿Un mandato divino? Hay mucha diferencia. A modo de dato, nada científico, pregunté en la red social Twitter, ¿qué diferenciaba al Paraguay de China o Australia? Algunas respuestas fueron simplemente aterradoras: “No tenemos sismos”; “tenemos a Mangoré y Roa Bastos”, “El fútbol”, entre otras fueron las contestaciones on line.

La conciencia nacional no es otra cosa que un invento filosófico de adoctrinamiento mental. No existe algo como la conciencia colectiva, la sinapsis o la transmisión de datos neuronales es individual. Se pueden compartir patrones de convivencia, pero más allá de eso, es pura superstición o creencias irracionales.

El estado es una entelequia que sobrevive por la opresión y la ignorancia de los individuos. No permite la disidencia y mucho menos la libertad de los seres humanos. Al primer robo legalizado se lo llamó impuesto, y perdura hasta hoy, al igual que la mediocridad y haraganería intelectual.

Los festejos del bicentenario paraguayo, que se celebran pomposamente con un presupuesto abultado, no son otra cosa que un simple pasatiempo simplista de comodidad política e histórica. Hay mucha explosión artística, quizás sea eso lo único destacable e importante de estos días.

El martes, cuando todo haya terminado, los zorros grises continuarán haciendo de las suyas en las calles asuncenas, los legisladores seguirán transando para sancionar un proyecto de ley arbitrario, en detrimento de nuestros derechos, la burocracia continuará viva y más sedienta, defendiendo a los parásitos que se alimentan de los productores desde hace dos siglos.

Y unos cuantos emigrarán y otros permanecerán atónicos por el supuesto cambio que trajo el sacerdote presidente marxista.

En la entrevista que hicimos al Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, durante su visita a Buenos Aires, le había preguntado si en el futuro ve un mundo sin dioses ni estados. Me respondió que es muy difícil que la gente deje de creer en dioses, a pesar de los logros científicos del mundo contemporáneo y que era más fácil vivir sin estados nacionales.

Respirando el bicentenario paraguayo me cuesta creer en las palabras del ilustre escritor, pero es un aliento de esperanza, que invita a reflexionar, no en “¿qué puedes hacer tú por tu país”, sino en ¿qué hacés vos para que el estado no te siga robando?

¿Quemar una bandera paraguaya? Es simbólico, no tendrá efecto devastador. Pensar por sí mismo es el primer camino a la liberación. Nos queda un largo trecho. Salud, a todos aquellos que anteponen su libertad, a la idea abstracta e improbable, de un país llamado Paraguay.

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