Calificadoras, descalificadas
Ha salido un manifiesto firmado por europeos con una sentencia muy clara: “Los gobiernos intentan gobernar pero las agencias mandan”.
Enrique Del Val BlancoTuvo que haber una crisis seria para que al fin los políticos se dieran cuenta de la falsedad y engaño de las llamadas agencias calificadoras de riesgo. Fundamentalmente son tres y, para no variar, todas de origen norteamericano. Se trata de las famosas, hoy más que nunca, por la crisis europea, Standard and Poor’s, Moody’s y Fitch.
Ahora resulta que son muy malas y están en contra de los países. Así las catalogan desde la poderosa Primer Ministra alemana hasta el Presidente del Banco Central Europeo, quien junto con el Ministro de Finanzas alemán han declarado que hay que acabar con el oligopolio de esas agencias que, en palabras de la señora Merkel, “nos arrebatan la capacidad de juicio”.
También ha salido un manifiesto, firmado por personalidades de varios países europeos, con una sentencia muy clara: “los gobiernos intentan gobernar pero las agencias mandan” y hace un llamado a los gobernantes para que recuperen la decisión y no se dejen amedrentar por las agencias, como ha sucedido últimamente en los casos de Grecia y Portugal. Son una clara demostración del “fetichismo de mercado”, tomando libremente la definición de Marx, donde se crea algo y ese algo se vuelve tan poderoso que lo domina todo.
Pero lo que más sorprende es que se haya caído en el juego de ellas, cuando han demostrado hasta la saciedad su incapacidad, conflicto de intereses y quizás corrupción, con la que han hecho mella muchos años en casos concretos. Hay que recordar el caso de la empresa estadunidense Enron, la cual tenía las mejores calificaciones de las agencias, a pesar de los fraudes que cometía; el reciente de la fallida empresa Lehman Brothers o incluso el del gángster señor Madoff. Todos esos casos tenían buenas calificaciones otorgadas por las sacrosantas agencias.
En EU, el gobierno, el Senado, la Comisión de Bolsa y Valores e incluso en los estados de Ohio, Connecticut y California se ha acusado formalmente a dichas agencias de haber actuado sin rigor, sin transparencia y ejerciendo acciones ilícitas al favorecer a sus clientes. También se dice en los medios de comunicación que el gobierno italiano abrió ya una investigación.
La gota que derramó el vaso en contra de estas empresas fraudulentas ha sido la calificación de basura, es decir la más baja, asignada a principios de mes a los bonos del gobierno griego y ahora al de Irlanda. Ante ello, los gobiernos europeos han reaccionado, ordenando al Banco Central Europeo que no haga caso a la calificación y compre dichos bonos. Sin duda es un desafío, pero necesario.
Si uno va a las cifras que se reportan en los medios, se puede ver que EU tiene una deuda de más de 100% de su PIB y, aún así, su deuda es considerada por las agencias con los más altos estándares, aunque supuestamente ahora están revisando dicha calificación. En cambio, los países europeos son clasificados de manera diferente, aunque sus deudas sean parecidas a las de EU. ¿Sobre qué base hay tanta confianza en el imperio y no en los países europeos?
Una de las propuestas que están surgiendo es la de crear una agencia propia de calificación para Europa, que no sea una empresa privada, como las estadunidenses, y que rinda cuentas públicas de lo que hace y cómo lo hace.
También convendría crear nuestra propia agencia de calificación para América Latina y no seguir dependiendo de las empresas norteamericanas, que han demostrado claro conflicto de intereses y son propicias a la corrupción, lo que da al traste con los esfuerzos de varios países para salir de sus crisis, ya que no lo permiten y se ensañan, no con los gobiernos, sino con los pueblos.
Sorprende que en pleno siglo XXI un grupo, en su mayoría de yuppies, desde oficinas alejadas de la realidad, tenga la autoridad para calificar o, mejor dicho, descalificar las acciones de los gobiernos soberanos. Esperamos que esta crisis haga retomar a los europeos y al mundo entero el sentido de la soberanía.
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