Capitalismo o socialismo, ser o no ser
José A. Zarraluqui
La lipidia en Washington sobre la elevación de la deuda nacional no puede ser más reveladora. Unos pretenden subir los impuestos, como todo socialista que en América del norte guste llamarse demócrata, en tanto otros quieren cortar gastos, abrumadora demanda del bando republicano puesto que el dispendio es lo que ha provocado la situación de insolvencia a que están abocados los Estados Unidos.
Sin entrar en los tiquismiquis con los que se atacan, permítaseme preguntar al lector si conoce alguna experiencia socialista exitosa. No le pido tres o cuatro ejemplos, mucho menos diez o doce. Me conformo con uno. Porque si me entero de un solo caso de socialismo exitoso puede que deba examinar lo que la vida entera me ha enseñado a golpes de lecturas. Y a golpes en el lomo, como los que me dieron en los campos de las UMAP.
No hablo de la Atlántida y el resto de boberías utópicas con las que la imaginación desbocada de algunas personas en ciertas estadías históricas especuló, sino de hechos confirmables. El primer intento rotundo de socialismo en tiempos recientes fue la revolución de octubre, en la Rusia de todos los zares. Aquello, dijeron, era la novísima y verdadera aurora del hombre. Cómo que no. Empezó por fusilar a la familia regente y, sin respiro, a los kulaks porque le chupaban la sangre al pueblo, decían, y después a obreros y al lumpemproletariado porque no entendían o desaprovechaban la gloria que el destino les deparaba.
Punto por punto ocurrió igual en las naciones que conformaron la Unión Soviética y en los países europeos de los que los rusos se apoderaron tras la segunda guerra mundial con el visto bueno de Franklin Delano Roosevelt y apenas unos refunfuños de Winston Churchill. Bueno, al cabo de decenios el muro de Berlín, su frontera ideológica con la Europa libre, se desmerengó y como por arte de magia desapareció el comunismo en Europa del este y hasta en la Unión Soviética sin disparar un cohete ni un tiro con una pistolita de juguete.
Pero cuando la amenaza comunista desaparecía, curiosamente a un montón de países libres les dio por experimentar con el socialismo. ¿Cómo está, financieramente hablando, gracias a la multiplicación de programas socialistas hoy por hoy Grecia? ¿Y cómo Portugal? ¿Y España? ¿E Irlanda? ¿Y cómo Italia? Ay, socialismo, se conoce que eres la maravilla de las maravillas. Y no hablemos de esta desgracia que es América Latina , en la que cada año merced a los petrodólares venezolanos se siente tentada a sumarse al ALBA otra nación desesperada. Quedan vivas, aunque moribundas, algunas sociedades autodenominadas socialistas, en Latinoamérica Cuba, y en Asia Corea del Norte, que son paradigmas de lo calamitoso que es el socialismo, sobre todo el que pretende llegar a comunismo, aunque Hugo Chávez diga que es el capitalismo el que está acabando con el mundo.
Mejor se fijaba en China, que sigue denominándose comunista pero renunció a esa tontería con el apotegma glorioso de Deng Xiaoping “gato negro o gato blanco qué más da si caza ratones” y en breves decenios ha sacado de la pobreza a 130 millones de personas –vuelvan a leerlo, por favor, despacio, 130 millones de personas– y dentro de poco contará con más millonarios que los Estados Unidos.
Hoy los Estados Unidos tienen una deuda que no la brinca un chivo, por cierto mayormente con China, un país que crece más según se vuelve más capitalista. En tanto los que mandan en los Estados Unidos proponen más impuestos a los ricos para ver si alguna vez alcanzan a frenar una deuda imparable que ya parece impagable mientras multiplican programas cada vez más socialistas en una espiral sin fin hacia el abismo.
Analista político.
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