Divagaciones de un curtido economista en torno a la crisis
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Quizá porque llevo a mis espaldas el honor de haber participado activamente en la estabilización económica del país en 1959 y porque acumulo ya más de 80 cumpleaños a mis espaldas, la gente tiende a pensar que uno, por diablo y por perro viejo, tiene la fórmula mágica que haría salir a España de la crisis en la que lleva inmersa más de tres años.
Por ello, una y otra vez, en mis apariciones públicas, siempre hay algún representante de la prensa que, a micrófono abierto (los particulares también se atreven a hacerlo, aunque en voz baja y en petit comité), me lanza la ya jocosa pregunta: ¿cómo y cuándo saldremos de la crisis?
Pues bien, para que quede claro, ni yo ni los más grandes economistas mundiales a través de los tiempos hemos hallado el remedio a este mal recurrente, por más que se haya teorizado, elucubrado, especulado, imaginado, etc., etc., etc. Sin embargo, a través de este medio, permítanme aportar una breve reflexión personal sobre el asunto.
En primer lugar, he de decir que una situación de crisis es algo muy serio que no resuelven los eruditos o pseudoeruditos con teorías que se venden como la panacea de todos los males, ni mucho menos quienes frivolizan sobre el tema con análisis estadísticos en los que pretenden encorsetar el comportamiento humano en este tipo de situaciones límite a lo largo de la historia, sino que la única cura posible es aplicar medidas prácticas (suelen resultar altamente impopulares) que deben adoptar las instancias político-administrativas adaptadas al aquí y ahora.
Del conjunto de planteamientos teóricos y de señales premonitorias que se barajan en estas situaciones, cabe extraer una realidad: desde hace siglos, se han registrado fases de convulsión en todos los niveles de la economía que, una vez medidas, señalan que el sistema económico de que se trate acaba de alcanzar el nada envidiable estado de crisis.
Más de una vez, seguramente por un exceso de erudición, se va tan lejos como para señalar al padre de los análisis de las crisis -en concreto de los fenómenos bursátiles asociados a ellas-, al erudito y polígrafo economista judío Joseph Penso de la Vega, que allá por 1688 llegó a satirizar la cuestión (incluso al darle título a su obra) publicando Confusión de confusiones: diálogos curiosos entre un philosopho agudo, un mercader discreto, y un accionista erudito, describiendo el negocio de las acciones, su origen, su ethimologia, su realidad, su juego, y su enredo (Ámsterdam).
"El papel lo aguanta todo"
Sin embargo, desde que De la Vega escribiera el primer tratado mundial sobre la bolsa, lo único que podemos afirmar categóricamente es que el capitalismo, como sistema económico, en sí, encierra elementos que hacen inevitables las perturbaciones financieras o crisis.
Por ello, en momentos como los actuales, con la aparición siniestra del aumento sin límites (por ahora) del paro obrero, de la movilidad de las inversiones y de muchos avances sociales que habían configurado la estabilidad económica perdida y el Estado de Bienestar que se gozaba, nos resulta chocante que esto haya servido para poner nuevamente en el candelero los dicterios de unos economistas, supuestamente adocenados, que se creen en poder de una especie de varita mágica para ayudar a cruzar el Sinaí (las crisis dan problemas a unos y reportan beneficios a otros).
Desgraciadamente, a pesar de que algunos autores estén comercializando muchos libros sobre la crisis ("el papel lo aguanta todo"...), de todos modos ninguno llegará a la altura de John Kenneth Galbraith cuyas obras de temática económica han gozado siempre de notoriedad en las listas de best-sellers.
En este sentido, me gustaría reseñar (como lectura casi obligatoria para los que sientan curiosidad por ampliar sus conocimientos sobre el mundo de la Economía y las Finanzas), dos de sus 33 libros: por un lado, Breve historia de la euforia financiera, donde en sólo 140 páginas revisa las crisis más relevantes acontecidas desde la llamada tulipamanía (siglo XVII) hasta el crack de 1987 y, por otro, La sociedad opulenta (1958), que fue considerada en 1999 por un jurado de la Modern Library, como la obra número 46 de los 100 mejores libros en inglés del siglo XX de género "no ficción".
Su éxito no se debe a que aporte soluciones infalibles, sino al planteamiento divulgativo de sus exposiciones (por lo que recibió tanto duras críticas por parte de otros compañeros economistas, como alabanzas por parte de los lectores); si bien, haciendo honor a la verdad, entre su bibliografía también tuvo algún crack editorial...
Recuerdo ahora que, hace años, el que suscribe, para entretener una espera habitual en el aeropuerto John F. Kennedy, se dirigió al punto de venta de publicaciones y, allí, pregunté si se vendían muchos ejemplares del libro de Galbraith, The Great Crash, 1929. Con tono airado, me interrumpió la dueña para decirme: "¿Cómo quiere que se venda mucho un libro que se titula el gran derrumbe...?"
Economistas como herramientas
Los economistas, tal como consideraba Lord John Maynard Keynes, somos, o intentamos ser, técnicos útiles a la sociedad "a la manera de los dentistas". Es decir, prescribimos recetas y consejos gracias a los que se corregirían dolencias tales como el desempleo o la inflación. Pero, a veces, puede suceder que el tratamiento no sea el adecuado, que no se administre de forma correcta o que el enfermo no reaccione como se esperaba?
En realidad, lo que ha reafirmado la actual crisis, tan aguda y extendida, es que debemos aceptar que no existen fórmulas magistrales y que aun cuando se haya leído una y mil veces la Teoría General de Keynes, no se halla allí la purga de Benito tan esperada.
Por eso, para finalizar, me atrevo a dar un sólo consejo universal, tomando prestada una frase atribuida a Albert Einstein: "La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia. Trabajemos duro para acabar de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla."
Fabián Estapé Rodríguez. Economista.
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