El huracán financiero europeo arrecia
El momento de la verdad para Europa se acerca mucho antes de lo previsto. Con la repentina ola de pánico de esta semana en el mercado italiano de bonos, hasta entonces aparentemente inmune a la crisis, ya no puede posponerse mucho más la elección entre una unión política a gran escala o la desintegración del euro.
Al contrario que Grecia, Irlanda, o incluso España, Italia es una economía gigante, aunque lo que hace que su papel sea más decisivo aún es la magnitud de su mercado de bonos y la deuda nacional.
El mercado italiano de bonos es el tercero mayor del mundo, después de los de EEUU y Japón, y mucho más grande que el alemán o el francés. Si los inversores italianos se pusieran a vender en serio, la marea de dinero hacia fuera del país abrumaría la capacidad de los gobiernos alemán o francés para intervenir.
La inmensidad del mercado italiano de bonos no refleja el comportamiento del Gobierno de Berlusconi, sino los préstamos acumulados por unos antecesores derrochadores a lo largo de 50 años. Silvio Berlusconi, pese a su reputación de ligereza, ha dirigido en realidad una de las políticas presupuestarias más duras del mundo en los últimos años, creando una falsa sensación de seguridad entre los inversores de bonos.
Pánico italiano
La semana pasada, sin embargo, la atención del mercado se desvió bruscamente del flujo bastante moderado de nuevos préstamos de Italia a sus amplias existencias acumuladas de deudas pasadas. El repentino cambio ha revelado que Italia es la siguiente economía más vulnerable de Europa, sólo por detrás de Grecia.
¿Es el cambio de orientación de los inversores otro caso más del instinto gregario irracional? La respuesta, en este caso, es un rotundo no. En realidad, las decisiones de los ministros de la UE son responsables directas del pánico en los bonos italianos.
La semana pasada, en su último esfuerzo a tientas de abordar la crisis griega, un ministro de Economía de la eurozona filtró un plan para que Atenas redimiera parte de sus bonos a los precios actuales de mercado, que apenas llegan al 50 por ciento del valor nominal. Estaba diseñado para aliviar el peso de la deuda del Estado heleno, que la UE ha tardado en reconocer como insoportable, y garantizar que los inversores privados asuman parte de las pérdidas consecuentes.
Hasta ahí, todo bien. Pero los políticos europeos no parecieron darse cuenta de que un plan para eliminar la mitad del valor de los bonos del Estado griego podría hacer saltar la alarma entre los titulares de los bonos de otros países endeudados de la UE. Los títulos italianos, que hace una semana se canjeaban al cien por cien de su valor nominal, se hundieron de inmediato cuando algunos inversores empezaron a especular que sus bonos podrían acabar también redimiéndose a sólo el 70 u 80 por ciento de su valor nominal.
Objetivo: Reforzar la moneda
El resultado es que Europa tiene que urdir ahora una solución exhaustiva y convincente para su crisis de deuda, con más urgencia de lo que era posible imaginar hace algunos días. Si el flujo de dinero de salida del mercado italiano de bonos se acelera en el verano, la crisis podría descontrolarse y provocar la ruptura del euro incluso en septiembre u octubre, la "estación de los huracanes financieros", cuando suelen producirse los accidentes más graves.
Bastaría con un esbozo de solución, dado que sólo hay una alternativa real a la ruptura del euro: reforzar la moneda única con una política fiscal europea dirigida desde un Ministerio europeo de Economía y respaldada con el avance rápido hacia una unión política federada.
Desde el inicio de la crisis griega, se ha hecho obvio que si se quiere conservar el euro, tarde o temprano será necesario dar un salto cuántico a la unión fiscal y política, en palabras de Jean-Claude Trichet, presidente del BCE.
Sin embargo, hasta esta semana parecía que la opción entre la desintegración financiera y el federalismo político podía esperar dos o tres años más. Eso era, sin duda, lo que esperaban los políticos europeos, dada la gran hostilidad a la que se enfrentarán cuando propongan la pérdida de soberanía nacional que implica desviar las decisiones de impuestos, gasto público y Seguridad Social de los parlamentos nacionales al ámbito europeo. En la opinión de casi todos los políticos, especialmente los alemanes, harían falta al menos dos años para ablandar la opinión pública antes de poder discutir abiertamente unas reformas tan controvertidas.
Evitar la espiral descontrolada
Hasta Trichet, que en un discurso el mes pasado animaba a Europa a "llegar todo lo lejos posible en la dirección de una cuasi-federación económica y presupuestaria", admite que la opinión pública puede no estar preparada todavía. Explicaba que una cartera de Economía europea centralizada era el complemento lógico y necesario para la moneda común y el mercado único, aunque sólo contemplable "mañana o pasado mañana". Ahora, sin embargo, el calendario de Trichet podría tener que tomarse con más literalidad de lo que ninguno de los asistentes a su conferencia se había imaginado.
Las dos funciones principales del Ministerio europeo de Economía propuesto por Trichet son necesarias con urgencia para evitar que la crisis ingrese en una espiral descontrolada. La primera función sería la autoridad para emitir bonos y garantizar deudas nacionales, recurriendo a la plena confianza y crédito de todos los gobiernos y contribuyentes de la eurozona, o incluso de toda la UE. Como el resto de los líderes europeos, Trichet se ha cuidado siempre de ser ambiguo en cuanto al papel que pueda desempeñar o no Gran Bretaña y otros países no pertenecientes al euro.
Si esa entidad paneuropea, con poderes ilimitados para pedir prestado, pudiera crearse para distribuir la responsabilidad de las deudas nacionales por toda la eurozona, la crisis quedaría resuelta enseguida.
Eso es, concretamente, lo que Italia, Francia y varios países más llevan defendiendo desde noviembre, mediante la creación de los llamados bonos E, garantizados conjuntamente por todos los Estados europeos para sustituir a la mitad o más de las deudas nacionales existentes.
El problema, claro está, es que los contribuyentes alemanes, holandeses y de otros países del norte de Europa se oponen categóricamente a la creación de esa "unión de traspaso" que respalde a sus vecinos despilfarradores del sur. Y por eso, precisamente, el salto a la unión fiscal exigiría una segunda reforma, más polémica.
El Ministerio de Economía incipiente tendría que poder vetar las grandes decisiones fiscales, de gastos y sociales de los gobiernos. La pérdida del control nacional sobre los tipos tributarios, edad de jubilación y condiciones del empleo estatal volvería el federalismo fiscal más polémico aún en los países endeudados del sur que en los acreedores del norte.
¿Estará preparada Europa para el salto cuántico antes de que los mercados financieros destruyan el euro? Nadie lo sabe con certeza, pero pronto lo descubriremos.
Anatole Kaletsky. Director adjunto y jefe de Economía del diario The Times. ®
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