El Ser y la Nada
BIOGRAFÍA
Carlos Sánchez 17/07/2011
Hans Magnus Enzensberger las llamó guerras moleculares. El ensayista alemán se refería con esta expresión a los pequeños conflictos armados surgidos con posterioridad a la Guerra Fría derivados de la fragmentación de la política tras el fin del mundo bipolar. La nueva realidad dejó vía libre a la aparición de pequeñas guerras y subversiones al margen del anterior orden mundial.
Las guerras moleculares explican procesos como las guerras de los Balcanes o Chechenia, pero también pueden asociarse a la aparición de conflictos económicos que emergen, precisamente, por ausencia de liderazgo. Por desmoronamiento del orden económico internacional surgido tras 1945.
La crisis griega, en este sentido, refleja la falta de autoridad en la Unión Europea para controlar los déficits públicos, pero no sólo en sus circunstancias actuales. También en sus orígenes. La Gran Recesión de 2009 no justifica de ningún modo que ni Alemania ni Francia, países a los que corresponde liderar la construcción de Europa, no pusieran pie en pared cuando naciones con grandes problemas de competitividad y crecimiento -como España, Grecia y Portugal- elevaron sus desequilibrios fiscales hasta niveles insoportables. Ni siquiera cuando Irlanda llegó a situar su desequilibrio fiscal en un estratosférico 32,4% de su PIB. Al contrario. Cada año, Bruselas aprobaba los programas nacionales de estabilidad fiscal y aquí paz y después gloria.
La Reserva Federal utiliza a fondo la máquina de hacer billetes para mantener artificialmente el nivel de vida de los estadounidenses, lo que provoca una abundancia de liquidez que empobrece a las naciones con gobiernos manirrotos que se ponen medallas cada vez que acuden a los mercados y cierran con éxito las correspondientes subastas
Los problemas actuales, por lo tanto, no han caído del cielo. Tienen que ver con la irresponsabilidad de los gobiernos a la hora de hacer frente a la crisis. Sin duda, empujados por una arquitectura institucional absurda que sólo sirve para lamentarse después del incendio. Pero sobre todo tienen que ver con el desorden económico mundial que se manifiesta en enormes desequilibrios de balanzas de pagos ante la impotencia del FMI y la desgana del G-20, incapaz de poner orden en tanto caos. Aquello de la refundación del capitalismo no fue más que una ocurrencia de Sarkozy.
Lo cierto es que los desequilibrios macroeconómicos campan por sus respetos. EEUU sigue inundando de dólares el planeta. Y si entre 2000 y 2007 colocó en el extranjero 5,8 billones de dólares -cifra equivalente al 15% del PIB del resto del mundo-, en los últimos dos años lo ha regado con 749.000 millones adicionales. Una ingente cantidad de dinero que sólo puede producir calamidades. Algunas las está pagando Europa, torpe a la hora de alzar su voz contra tanto derroche monetario. Medio centenar de países ya tienen una deuda pública -sin contar con la privada- superior al 50% de su PIB, un fenómeno desconocido en la historia económica.
Como ha puesto de manifiesto el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), el uso exterior del dólar va en aumento. A mediados de 2010, el crédito en dólares a no residentes de EEUU suponía nada menos que el 17% del crédito total en dólares en todo el mundo. Muy por encima del 12% del año 2000. Pero es que si se excluyen los empréstitos públicos, se estaría hablando de que el 22% del crédito mundial está constituido en dólares. O dicho en otros términos, la Reserva Federal utiliza a fondo la máquina de hacer billetes para mantener artificialmente el nivel de vida de los estadounidenses, lo que provoca una abundancia de liquidez que empobrece a las naciones con gobiernos manirrotos que se ponen medallas cada vez que acuden a los mercados y cierran con éxito las correspondientes subastas. Entre ellos el español.
Gobiernos que parecen desconocer una vieja anécdota que un día contó un lector de El Confidencial. Ocurrió en el año 1921, cuando la inflación en Austria había provocado aumentos de precios del 300% mensual. Ante tal coyuntura, el ministro de Hacienda del Gobierno austriaco le pidió consejo a un economista para atajar la situación. Este le dijo que se reuniera con él a las 12 del mediodía de esa misma mañana en la entrada de la Fábrica de Moneda. Y así se hizo.
A la hora convenida, se encontraron ambos, y el ministro le preguntó: "¿Cómo podemos parar la inflación?" El economista pegó una mano a su oreja y le respondió: "¿Oye ese ruido…? Pues acabe con él”. El economista se llamaba Ludwig Von Mises, quien junto con Hayek fue el único en predecir la Gran Depresión de 1929.
El toro por las 'cuernas'
La enorme oferta monetaria explica en buena medida lo que está pasando en los países periféricos. Se gasta por encima de lo razonable porque hay seguridad de que alguien comprará esa deuda, aunque sea elevando de manera incoherente las rentabilidades. Este es el fondo del problema; pero las autoridades europeas, en lugar de coger el toro por ‘las cuernas’, que decía un entrenador británico, continúan respondiendo a la manera de esas guerras civiles moleculares de las que hablaba Enzensberger.
La idea de que Europa está muerta no es una figura literaria. Es la constatación de que sufre la peor generación de líderes políticos. Merkel y Zapatero representan, en este sentido, el estado de una Europa que pone el peligro su mejor criatura –el euro- por engañarse a sí misma
La idea de que Europa está muerta no es una figura literaria. Es la constatación de que sufre la peor generación de líderes políticos. Merkel y Zapatero representan, en este sentido, el estado de una Europa que pone en peligro su mejor criatura –el euro- por engañarse a sí misma. Por pensar que comprando tiempo se iban a resolver las cosas. Por querer ignorar que todos los auges irracionales de crédito acaban necesariamente en una crisis bancaria. Y que todos los auges irracionales de endeudamiento –ahí están los planes aprobados para Grecia y Portugal- acaban necesariamente en default.
El caso del presidente español es ilustrativo. Solo y apartado del poder en Europa (también en España) se mueve como si estuviera en la oposición. Ataca a Merkel sin citarla pero es incapaz de tejer una política de alianzas mínima que al menos explore el camino de una nueva gobernanza en Europa que debe pasar por incluir una cláusula de equilibrio presupuestario de obligado cumplimiento. Lo cual sólo es posible con instituciones comunitarias verdaderamente democráticas y no simples marionetas de Francia y Alemania. Ese es el fondo del problema.
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