Philip Montgomery for The Wall Street Journal Un trabajador cerca del nuevo museo del 11 de Septiembre
The Wall Street Journal recorrió hace poco el lugar con el arquitecto Michael Arad, que ganó la competencia para el diseño, y con el presidente del National September 11 Memorial & Museum, Joe Daniels.
Aunque faltan solamente dos meses para la apertura, el lugar sigue siendo principalmente una zona en construcción. Más de 500 trabajadores corren contra el reloj para cumplir con el plazo del décimo aniversario. El público ya puede programar visitas en el sitio web www.911memorial.org.
Los retos para llegar a este momento han sido muchos: logísticos, emocionales, políticos. En muchas ocasiones, cuando los costos superaron los US$1.000 millones y las donaciones disminuían, hubo dudas respecto a si el monumento llegaría a construirse.
Los costos de capital fueron recortados a US$700 millones para la construcción. Los donantes se reanimaron cuando el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, asumió personalmente la tarea de recaudar fondos.
Lo que pasará después de la apertura es algo que aún genera preocupación. Los costos operativos anuales podrían llegar a US$60 millones y hasta el momento, no se sabe de dónde provendrá el dinero. Una idea es cobrar por el acceso al museo, que abrirá un año después, y se están buscando contribuciones federales.
"Lo que absolutamente no permitiremos es que este lugar caiga en el olvido", asegura Daniels.
Pero esos son problemas para el futuro. El 12 de septiembre, el público encontrará un espacio público conmovedor, lleno de historias secretas.
Cuando los visitantes miren los nombres de las 2.983 personas que murieron en los ataques de 2001 y 1993, se preguntarán qué lazos había entre ellos. Aunque los nombres parecen estar distribuidos al azar en los bordes de las fuentes de agua, han sido agrupados para reflejar las relaciones entre amigos, familias y colegas, como lo pidieron, precisamente, las familias.
Es posible encontrar significados en detalles sutiles, como el hecho de que las cascadas parten como hilos individuales de agua antes de unirse cuando llegan a la mitad del recorrido.
"Muy poético y apropiado para el contexto", dice Arad.
Las fuentes, árboles y senderos se reflejan en esquinas y superficies inesperadas, incluidas las torres revestidas de vidrio cercanas.
A diferencia de los monumentos en campos de batalla o centros históricos, el sitio de tres hectáreas está incrustado en uno de los distritos comerciales más densos de Estados Unidos.
"Esto es un espacio urbano, cuyas paredes serán definidas por los edificios que lo rodean", dijo Arad.
Arad trabajó con Peter Walker, un diseñador de paisajes que agregó más de 400 árboles al diseño original.
Los nombres, en bronce oscuro, brillarán como oro cuando reciban el sol. En la noche, una luz interna los hará resplandecer.
Donde alguna vez se levantaron las torres, ha quedado un vacío profundo en el horizonte que ahora ha sido preservado.
"El diseño, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los lugares de Nueva York, tiene que ver con el vacío y la nada", dice Arad. Pero "es un vacío que está lleno de significado, de la misma manera que un momento de silencio está lleno de intención", dice el arquitecto. "Podría tan fácilmente haber sido de otra manera. Cuando uno está lidiando con el vacío, la nada, el silencio y la simplicidad, hace falta muy poco para arruinarlo, sin embargo aún así tenemos ese silencio ensordecedor".
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