Facundo Cabral: el amigo que no llegó a ser
Por Alina Diaconú
En los años 70, todas las mañanas, antes de ir a trabajar a una agencia de publicidad donde era redactora, iba a tomar un café a un pequeño bar. Quedaba en Esmeralda y Tucumán y hoy ya no existe.
Todas las mañanas veía a un hombre joven, rapado, con un cuaderno apoyado sobre una de las mesas, escribiendo y escribiendo, sin levantar la vista ni un solo momento.
Un día sentí la tentación de hablarle porque era el Indio Gasparino, pero no me animé, por una timidez que signaba aquellos años de mi joven vida, pero por sobre todo por no molestarlo ni interrumpirlo: la escritura significó siempre para mí algo sagrado.
Pasaron cuarenta años. En este inmenso lapso, el Indio Gasparino se convirtió en Facundo Cabral, se dejó crecer la barba, se hizo hippie, luego en los años oscuros se fue a vivir a México, luego volvió, cantaba como un juglar, como un trovador, y cuando le escuché "No soy de aquí ni soy de allá", pensé que -sin conocerme siquiera- había escrito esa canción para mí. (Lo cual ocurrió con medio mundo, ya que por algo esa canción se transformó en uno de sus mayores éxitos).
Sabía que iba y venía por el mundo (creo que estuvo en más de 150 países) y, hace casi un año, cuando yo estaba por escribir una nota sobre la Madre Teresa de Calcuta pensé de repente en él, porque sabía que la había tratado y había trabajado con ella.
El azar -o el misterioso designio del Universo- hizo que el 17 de julio de 2010, estando con mi familia en un bar del Patio Bullrich, lo veo, en una mesa lindera: un señor mayor, claro, con anteojos oscuros, con bastón y acompañado por una bella muchacha.
Esta vez sí me levanté, y lo interrumpí en su diálogo con la chica.
Le conté brevemente que lo conocía -sin conocerlo- desde hacía cuarenta años y que quería hablar con él sobre la Madre Teresa y sobre Krishnamurti, a quien también había tratado.
Me dio un teléfono y a partir de allí tuvimos varias charlas interesantes, lo volví a encontrar, intercambiamos libros y tuve unas cuantas noticias muy tristes (para mí) sobre su cáncer de páncreas, sus operaciones, sus padecimientos, la fuerte medicación de los últimos tiempos. Pero también, pude advertir su aceptación natural de la muerte, con una actitud absolutamente Zen, su fe, su caudalosa alegría y su no poca y ya divulgada sabiduría.
Lo ví en un recital en el teatro Ateneo y no podía creer que un hombre tan enfermo pudiera estar tan entero frente a una sala colmada, transmitiendo sus mensajes de esperanza, cantando sus ya clásicas canciones. Quizá su voz estaba un poco más apagada, pero no su entrega y la sonrisa de felicidad que le despertaban los aplausos.
El día que charlamos en el living del apart-hotel donde vivía, donde también lo visitaba un amigo (técnico de computadoras) que estaba allí, me mostró unos interesantísimos cuadros y dibujos que hacía, me citó a Maupassant, se interesó enormemente por mi amistad con Cioran, por mi ciudad natal adonde había estado, adoraba a Borges y a Whitman, y me confesó estar molesto con los intelectuales que no lo aceptaban por su lado místico.
Para mí el lado místico era una de las cosas más atrayentes de ese cantautor popular que se había constituido en un verdadero personaje. Aborreciendo la política de cualquier signo, amaba a Evita y Perón porque lo habían sacado del hambre, a su madre y a él. Siguiendo con coherencia un camino espiritual, tuvo en los momentos difíciles -que no fueron pocos- la invalorable ayuda de sus experiencias meditativas y de su fe en los grandes iluminados de todas las religiones, comenzando por la propia, Cristo.
Contó su vida en sus libros y en sus recitales. Creo que se estaba haciendo una película en México con su historia, tan peculiar.
Cuando hablé por teléfono con él la última vez, hace unos meses, estaba tan mal que pensé que el cáncer se lo devoraba y que , después de 40 años, ya era tarde para ganar en él a un amigo.
Hace un rato, mi marido me acaba de llamar por teléfono para decirme que esta madrugada lo mataron a Facundo en Guatemala, en el auto que salía del hotel hacia el aeropuerto.
Sentí un escalofrío. Se fue, con la violencia del crimen, en un país ajeno, justamente el 9 de Julio. Qué ironía.
No, no era de aquí, ni era de allá..Era de todas partes.
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