¿Hay que acabar con la OEA?
Andrés Oppenheimer
La Organización de Estados Americanos (OEA) es más conocida por los cocteles que ofrece en su majestuosa mansión que por sus contribuciones a la humanidad, pero los legisladores republicanos del Congreso norteamericano deben haber estado borrachos la semana pasada cuando aprobaron cortar toda la contribución de Estados Unidos a esa institución regional.
El comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, controlado por los republicanos, aprobó una enmienda destinada a eliminar todos los aportes estadounidenses a la OEA, de $48 millones anuales, alegando que la institución se ha convertido en una herramienta de Venezuela y Cuba.
La medida fue aprobada por 22 votos contra 20, con los republicanos votando a favor y los demócratas en contra. Fue una de cuatro iniciativas incluidas en la enmienda, incluyendo una que eliminaría la ayuda externa estadounidense para Argentina, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia.
Es muy poco probable que estas medidas sean aprobadas por el Senado, controlado por los demócratas. Pero la aprobación de la enmienda en la Cámara ha desencadenado un feroz debate sobre la OEA en Washington.
El representante Connie Mack, republicano de línea dura de la Florida y presidente del Subcomité para el Hemisferio Occidental del Comité de Asuntos Exteriores, dice que “la OEA se ha convertido en una organización antidemocrática y desestabilizante en Latinoamérica”. Agrega que “en estas épocas económicamente difíciles, no podemos permitirnos financiar una organización que no trabaja a favor del interés nacional de Estados Unidos”.
El representante Eliot Engel, demócrata por Nueva York que lidera el bloque de su partido en el Subcomité de Asuntos del Hemisferio Occidental, me dijo que la enmienda republicana sobre la OEA refleja un “aislacionismo tonto”.
“Perjudicará la política estadounidense, perjudicará nuestra posición en la región, y ayudará a quienes no quieren a Estados Unidos”, me dijo Engel, agregando que Washington no tiene presencia en otras instituciones regionales. “Estaríamos perjudicando la organización en la que tenemos mayor influencia en la región”.
El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, me dijo en una entrevista que el hecho de que la OEA sea criticada tanto por la izquierda radical en America Latina como por la derecha extrema en el congreso estadounidense demuestra que “los extremos se encuentran”. Y agregó: “Nosotros estamos en el centro, y buscamos conciliar al conjunto de los países de la región”.
La gestión de Insulza al frente de la OEA también está siendo atacada por otros sectores en Washington, incluyendo los defensores de los derechos humanos. Los grupos defensores de los derechos humanos dicen que Insulza está tratando de debilitar la semiindependiente Comisión de Derechos Humanos de la OEA, que —junto con la Corte de Derechos Humanos de la OEA— es el brazo más efectivo y prestigioso de la organización.
José Miguel Vivanco, un alto funcionario de Human Rights Watch, me dijo que Insulza está encabezando “una ofensiva muy dura destinada a restarle independencia y eficacia” a la comisión, oponiéndose a una propuesta de formalizar la autoridad de la comisión para elegir a su propio presidente. Insulza responde que designará como futuro presidente a quien sugiera la comisión, pero que el nombramiento debe ser hecho por el secretario general de la OEA.
No todo lo que ha aprobado el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara es un disparate. El Comité, para darle crédito, aprobó también una propuesta bipartidista que pide al Departamento de Estado que abra embajadas en cinco pequeños países del Caribe: Antigua y Barbuda, Dominica, Santa Lucía, St. Kitts y Nevis, y St. Vincent y las Granadinas— donde Estados Unidos no tiene misión diplomática.
Según esta enmienda, cinco de los más de los 800 diplomáticos de Estados Unidos en Afganistán e Irak abrirían misiones unipersonales en esos países caribeños cuando terminen sus misiones actuales en los próximos años, sin costo alguno para los contribuyentes.
Mi opinión: Los republicanos del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, presidido por la representante Ileana Ros-Lehtinen, de la Florida, perdieron la cabeza cuando aprobaron cortarle los fondos a la OEA.
La OEA es un depositario de políticos desplazados y embajadores cercanos al retiro, pero es uno de los pocos lugares donde Washington puede reunirse con la mayoría de los países de la región, tanto amigos como enemigos. En un momento en el que China aumenta su presencia en la región y la Unión Europea ha creado la Comunidad Iberoamericana de Naciones para poder sentarse con Latinoamérica sin la presencia de Estados Unidos, retirarse de la OEA no tiene ningún sentido para Washington.
Es cierto que la OEA es un monumento a la burocracia y el teatro político, pero es un foro muy necesario para los países más pequeños de la región, y Washington lo necesita más que sus adversarios.
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