Tres Estados africanos -Somalia, Chad y Sudán- ocupan una vez más este año los primeros puestos del Índice de Estados fallidos, el ranking anual preparado por el Fondo para la Paz y publicado por Foreign Policy de los países más vulnerables del mundo. Durante cuatro años consecutivos Somalia se ha situado en el número 1, una muestra de la profundidad de la crisis de un país que se ha convertido en el fracaso más prolongado de la comunidad internacional.
La nueva edición del índice ha hecho uso de unas 130.000 fuentes de acceso público para analizar a 177 países y evaluarlos respecto a 12 indicadores de la presión sobre el Estado durante el año 2010 -desde los flujos de refugiados a la pobreza, de los servicios públicos a las amenazas de seguridad. En su conjunto, los resultados de un país en esta batería de indicadores nos dicen lo estable -o inestable- que es. Y los más recientes muestran el grado en que la crisis económica de 2008 y su efecto expansivo en todas partes, desde el colapso del comercio a los disparados precios de los alimentos, pasando por el estancamiento en las inversiones, persiguen todavía al mundo.
Las interminables desgracias de Somalia son la materia prima de la que se hace la desesperanza. Pero en otros casos de entre los 20 primeros puestos, ciertos países mostraron signos de mejora, a pesar de que algunos cayeron aún más abajo. Afganistán e Irak descendieron ambos en la clasificación, sugiriendo que no ha habido muchas mejoras en estos dos Estados desgarrados por la guerra en un momento en que Estados Unidos busca una estrategia sostenible para su salida. Kenia salió del puesto 15, demostrando que continúa recuperándose del sangriento enfrentamiento étnico que ha seguido a las elecciones en los últimos años. Liberia y Timor Oriental, ambos bajo protección de Naciones Unidas, se mantuvieron en general al margen de problemas. Pero Haití, que era ya la imagen de la desgracia, subió seis puestos en el índice, vapuleado y a duras penas luchando por hacer frente a las consecuencias del trágico terremoto de enero de 2010, que dejó más de 300.000 muertos. Otra ex colonia francesa, Costa de Marfil, volvió a sumarse a los 10 países en cabeza -un lúgubre presagio de su devastadora crisis postelectoral de este año- mientras que el frágil Níger avanzó cuatro posiciones entre una catastrófica hambruna.
Es probable que África, tierra de promesas pero también de peligros, figure en un lugar destacado de nuevo este año 2011, en el que 27 países del continente tienen programadas elecciones presidenciales, legislativas o locales. Por mucho que los comicios puedan contribuir al avance democrático, a menudo son un momento crítico en el origen de los problemas -conflictos que invariablemente envían a Estados ya de por sí frágiles de vuelta a los primeros puestos del índice. El presidente saliente de Uganda, Yoweri Museveni, logró de nuevo la reelección en febrero, pero la oposición ha denunciado juego sucio y su toma de posesión fue recibida con violentas protestas. En Nigeria, estable en los rankings este año como número 14, los disturbios que siguieron a las elecciones de abril dejaron 800 muertos. El referéndum de Sudán en enero, que fue seguido muy de cerca, sobre un Estado independiente en el sur estuvo sorprendentemente exento de derramamientos de sangre, pero el país continúa suspendido al borde de una nueva espiral de violencia.
Como si los traumas del año pasado no fueran suficientemente horribles, en 2011 Haití está demostrando ser de nuevo una dura prueba para el mundo, mientras miles de millones de dólares prometidos como donación no se han materializado y miles de personas viven todavía en miserables tiendas de campaña, luchando contra una epidemia de cólera que ha matado a más de 4.600. Tras una primera vuelta de las presidenciales marcada por el fraude, la segunda y definitiva celebrada en marzo llevó al poder a un músico sin experiencia apodado "el dulce Micky".
Quizá el mayor desafío de todos para 2011 será el tener que abordar las consecuencias globales de las revoluciones árabes, que comenzaron en Túnez y rápidamente se propagaron a Egipto, Bahréin, Libia, Yemen y Siria. Pocos podrían haber predicho que la humillación de un vendedor ambulante sería la chispa que prendiera fuego a toda una región, con consecuencias que pueden extenderse mucho más allá de Oriente Medio. Después de todo, si unos manifestantes pacíficos pueden derrocar a un dictador atrincherado en el poder en El Cairo, ¿por qué no podrían tomar las reprimidas calles de Taskent o Rangún?
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