miércoles, julio 20, 2011

La cultura de la colusión

La cultura de la colusión

Raymundo Riva Palacio

El drama continúa en el sacudimiento del imperio de Rupert Murdoch, que en la primera semana del escándalo por intervenciones telefónicas ilegales y sobornos a policías que realizó uno de sus periódicos, perdió cinco mil millones de dólares de capitalización en el mercado. Este caso que convulsionó al Reino Unido, se ha desdoblado al punto que se empiezan a ver sus implicaciones políticas –el gobierno de David Cameron, por su cercanía a los lugartenientes de Murdoch, presuntos responsables de la violación de la ley, está en entredicho–, y de negocios mundiales –al ser incierto quién terminará al frente de uno de los siete grandes conglomerados de comunicación globales–.

Otra discusión de fondo, sin embargo, debiera importar a muchas naciones. Fue señalada este martes desde Londres en un despacho del veterano corresponsal de The New York Times, John Burns, un súbdito inglés con dos premios Pulitzer: "Más allá de la inmediatez política, hay un sentir creciente en el país que la crisis ha hecho preguntas fundamentales sobre la cultura de la colusión entre políticos y la prensa, y reveló una enfermedad mucho más profunda en la vida británica que podría dominar la escena política nacional durante los siguientes meses o años".

¿Cuál es esa colusión? En el caso de News International, la división de periódicos del conglomerado News Corporation, varios ejemplos lo demuestran. Miembros de la policía metropolitana, conocida internacionalmente como Scotland Yard, recibieron dinero para recibir información sobre celebridades. Como han revelado algunos reporteros del desaparecido The News of the World, el periódico en el centro del escándalo, cuando necesitaban saber dónde se encontraba algún personaje, le decían a sus editores y a la media hora les indicaban el lugar exacto donde hallarlos. Nadie preguntaba de dónde salía la información.

Cuando apareció la primera investigación sobre intercepciones telefónicas en 2006, Scotland Yard procedió contra dos personas, pero no fue más allá. En 2009, al reabrirse la investigación tras revelarse que se había "picado" el teléfono del líder del sindicato de futbolistas en Inglaterra, el subdirector de Scotland Yard, John Yates, dijo que esa decisión había sido errada. Esta semana, Yates dejó el cargo. Andy Hayman, quien encabezó la investigación policial en 2006, renunció a la policía al año siguiente para empezar a trabajar como consultor de News International.

La colusión no terminaba en Scotland Yard. El primer ministro Cameron, quien tuvo que cortar un viaje en África del Sur para participar en una una sesión extraordinaria sobre el escándalo este miércoles en el Parlamento, está tocado severamente. No sólo por su relación familiar con Rebekah Brooks, quien fue editora en The News of The World en uno de sus períodos más oscuros del espionaje telefónico, sino por la que tenía con Andy Coulson, el editor del periódico durante ese episodio, y que renunció a la dirección para aceptar la invitación de Cameron –pese a los consejos en contra- para ser su vocero.

News Corporation se comportaba como un ente sobre el cual nadie se atrevía a actuar por miedo. Cuando una miembro del Parlamento criticó su postura editorial, The Sun, el periódico más amarillo de todos, la humilló en su primera plana con enormes titulares donde la llamaban "gorda". Cuando este escándalo subió de tono, Murdoch le dijo al propietario de The Daily Mail –según reportó el Times de Nueva York–, ni eran el "único" perro de la calle –en referencia a Fleet Street, la calle en Londres donde solían estar todos los diarios–, ni se hundirían solos. El poder del conglomerado intimidaba a políticos, empresarios y celebridades hasta que decidieron, colectivamente, que era suficiente.

La palabra suficiente aplica a muchas sociedades porque en muchas de ellas existe una muy arraigada cultura de colusión entre autoridades y medios. Lo sucedido en el Reino Unido, si se analizara objetivamente, tiene una talla menor de lo que sucede, digamos, en México. Hay medios mexicanos tan poderosos que uno solo pudo cambiar una ley de casi medio siglo en el sexenio pasado –la de los tiempos oficiales–, lo que hace ver la relación de Cameron con Coulson y Brooks naiive. Cuando medios mexicanos han encontrado oposición de políticos a sus intereses, o los eliminaron totalmente de sus coberturas, o les armaron campañas de desprestigio, similar a lo que hacía The News of the World.

No hay escuchas telefónicas ilegales para obtener "exclusivas" y vender ejemplares, como lo hicieron en The News of the World, pero hay aparatos de inteligencia en algunos medios para espiar a sus empleados, tomarles fotografías, o para saber qué están pensando y tramando sus adversarios en el mercado y sus aliados en la política. Información obtenida por vías ilegales ha sido utilizada como material periodístico para hostigar a sus enemigos y neutralizarlos, sin que una autoridad los detuviera. O sea, a diferencia del Reino Unido, la Ley nunca se aplicó, ni siquiera discrecionalmente.

Aquellos gobernantes que no dan publicidad como las exige el medio o su cabeza –ya sea en televisión, radio o prensa escrita-, han llegado a ser atacados y denunciados en sus tareas diarias, no siempre, por cierto, con verdades. Quienes acceden en los términos que se les exigen, obtienen impunidad, sin importar qué tan irregular y despótica pudiera ser su gestión. El principio del conflicto de interés es inexistente, por lo que influyentes periodistas se venden para anuncios comerciales y políticos sin cuestionamientos éticos.

Los dineros que circulan en varios medios entre políticos y medios mexicanos no siempre llegan por la vía de las facturas comerciales. En el gobierno lo saben, pero no hacen nada. Algunos de esos dineros terminan en yates, aviones, construcción de cavas con los mejores vinos, y vidas de marajás. Dentro del gobierno critican las actitudes, pero no las atajan. Entre pares se conocen las manos, por lo que se sienten blindados. Hay políticos que dicen en forma cínica que la inversión en los medios no es para que se hable de ellos, sino para que no se hable, bueno o malo, en absoluto.

El debate sobre la cultura de la colusión puede estar sobre la mesa en el Reino Unido, la cuna de la prensa libre que aprendió a vivir de la publicidad privada. Puede terminar de influir incluso a prensa como la francesa, donde nació la que sólo habla con el poder, y que ha procesado con autocrítica sus deficiencias en la cobertura de las debilidades de carácter del ex director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn.

Aspirar a que eso suceda en México parece un sueño. En 20 años, esta discusión no ha pasado de ser académica. Sin embargo, hay que recordar que todo es infinito hasta que se acaba. Lo que hay que buscar son las condiciones para que ese momento no siga en su estado infinito.

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