Nadie se ha cubierto de gloria durante la detención y el enjuiciamiento frustrado de Dominique Strauss-Kahn, pero algunos han quedado especialmente mal.
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LAS MUJERES FRANCESAS
Parece cada vez más improbable que el antiguo director del FMI Dominique Strauss-Kahn tenga que cumplir una pena de cárcel por el supuesto intento de violación de una camarera de hotel en Nueva York el 14 de mayo. Aunque sigue habiendo importantes pruebas materiales que implican a Strauss-Kahn en algún tipo de acto sexual –los argumentos de la fiscalía se vinieron abajo debido a las dudas sobre la credibilidad de la víctima– y en Francia está pendiente una segunda denuncia por violación, sus partidarios están ya proclamando que es el ex responsable del FMI quien ha sufrido las humillaciones y los abusos.
Por desgracia, eso podría acabar con un momento en Francia en el que se han examinado las relaciones de género y dar la razón a los medios que se apresuraron a decir que el juicio era una encerrona provocada por la reacción desmesurada de la “América puritana”, incómoda ante la actitud despreocupada de los franceses respecto a los deslices de sus políticos; sin tener en cuenta que una aventura amorosa y un intento de agresión no son lo mismo. Por supuesto, no se dirá nada de cómo alguien a quien repetidamente se ha acusado de abusar de su posición para obtener favores sexuales y que toleró una cultura de acoso generalizado en el FMI podía ser un candidato serio a la presidencia de Francia.
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LOS REFUGIADOS EN BUSCA DE ASILO
Aunque engañar a las autoridades en una investigación criminal es siempre injustificable, tampoco es difícil comprender por qué alguien en la situación de la mujer que acusa a Strauss-Kahn puede no decir toda la verdad sobre su historia. Como escribe el especialista de la Universidad de Yale en África Occidental Mike McGovern, “quienes solicitan asilo muchas veces se ven obligados a realizar una tarea imposible. Deben demostrar que han sufrido las formas más horribles de opresión y violencia... y, al mismo tiempo, dejar claro que pueden convertirse en ciudadanos trabajadores y bien integrados”. Seguro que esta mujer no es la primera persona que ha manipulado un poco los datos en una petición de visado.
Pero, al parecer, la demandante también engañó a las autoridades en varios aspectos como unas conversaciones con un hombre acusado de tráfico de drogas después de la presunta violación y el hecho de que estaba pagando cientos de dólares al mes por teléfonos que asegura que nunca existieron. También hubo contradicciones entre su declaración a la policía y su solicitud de asilo sobre si había sido víctima de una violación anterior o de mutilación genital en su país de origen, Guinea.
Aunque no cabe duda de que las circunstancias que rodean este caso son extraordinarias, es comprensible que las personas que huyen de la violencia, la guerra y la represión en sus países sean reacias a ser demasiado sinceras con las autoridades. La dura enseñanza de este caso, nos guste o no, es seguramente que, en Estados Unidos, la persona que presenta una denuncia cuando ha sido víctima de un crimen o de abusos, si es inmigrante, expone su pasado a un examen riguroso y pone en peligro su situación legal. Eso hará que los más vulnerables lo sean aún más. AFP/Getty Images |
LA PRENSA
Cuanto más arriba estén, más dura será la caída. La alegría popular al ver a un hombre poderoso obligado a hacer el “paseíllo de los detenidos” siempre es carnaza para los medios de comunicación. En el caso de Strauss-Kahn, la carga metafórica de que al director de una organización dominada por Occidente a la que se acusa con frecuencia de explotar a los países del Tercer Mundo se le acusara de violar a una inmigrante africana (como dijo Jon Stewart en The Daily Show, “¡Es como si hubiera posado para su propia caricatura!”) hizo que la noticia fuera irresistible. Los diarios sensacionalistas de Nueva York, siempre dispuestos a meterse con Francia, se apresuraron a atacar: “La rana sale corriendo”, clamaba un artículo que detallaba el intento de DSK de huir del país, uno de los muchos titulares memorables de The New York Post. Incluso un periódico más discreto como The New York Times salpicó su información de detalles sobre el “izquierdista caviar”, con su habitación de hotel de 3.000 dólares por noche y su carísimo Porsche, aunque no estaba claro qué tenía que ver todo aquello con su predilección por las agresiones sexuales. Los periódicos y las revistas (incluida esta, para ser justos), se dieron prisa en opinar sobre el significado profundo de la supuesta conducta de Strauss-Kahn y lo que revelaba de la sociedad francesa y los organismos internacionales, pese a que nunca se le había condenado por ningún delito.
También fue injusto el tratamiento de la mujer que acusaba a Strauss-Kahn. Los medios franceses, que se negaron a mostrar fotos de DSK esposado en Nueva York, no tuvieron las mismas reservas a la hora de publicar el nombre de la demandante. (En Estados Unidos y muchos otros países, los periódicos no publican los nombres de las partes demandantes en los juicios por agresión sexual). La camarera se ha querellado ahora contra The New York Post por difamación debido a una información de portada que, citando muy pocas fuentes, la calificaba de “prostituta”.
Al final, el escándalo ha ofrecido un momento muy necesario para reflexionar sobre cómo debe informarse sobre los procesos penales de gran notoriedad. Si un demandante puede tener fallos de carácter o incluso antecedentes penales y, aun así, ser una víctima legítima, no hay duda de que un acusado puede ser rico, siniestro y poderoso y, no obstante, no ser culpable de lo que se le atribuye. AFP/Getty Images |
RELACIONES ENTRE ESTADOS UNIDOS Y FRANCIA
Entre la conocida yanquifilia del presidente francés Nicolás Sarkozy y el estilo de Barack Obama, menos polémico, las relaciones entre EE UU y Francia han mejorado mucho desde los días de Bush-Chirac y la guerra de Irak. Pero, si Estados Unidos y Gran Bretaña son dos países separados por una lengua común, EE UU y Francia, a veces, parecen un matrimonio que duerme en habitaciones separadas. En ocasiones la brecha cultural es inocua, como en el caso de la actitud despreocupada de Francia respecto al escándalo de Mónica Lewinsky o la fascinación de los estadounidenses por el noviazgo de Sarkozy y Carla Bruni. Pero a veces, como con la indignación de las autoridades francesas por los esfuerzos de Estados Unidos para obtener la extradición del director de cine polaco-francés Roman Polanski para someterse a un juicio por violación, las consecuencias son un poco más serias.
El escándalo de Strauss ha revivido la vieja muletilla francesa de que Estados Unidos tiene una corrección política descontrolada. El filósofo Bernard-Henri Lévy, amigo y ardiente defensor de Strauss-Kahn y rey de las cámaras, llevó el ataque contra el sistema de justicia estadounidense un paso más allá al comparar el escándalo con el caso Dreyfus en Francia, con la diferencia de que, en esta ocasión, se estaba suponiendo culpable a un hombre inocente “no por su raza, sino por su clase”.
El columnista de The New York Times Joe Nocera devolvió el ataque y escribió que Lévy “prefiere vivir en un país en el que es infrecuente que se pida responsabilidades a las clases dirigentes, en el que los delitos contra las mujeres se disculpan con un guiño y en el que a las personas sin dinero ni estatus se las trata como si no existieran, que es lo que piensa la clase adinerada francesa”.
El retrato que hace Lévy de EE UU como una especie de distopía puritana y maoísta es claramente absurdo. (Un auténtico American Vertigo.) Pero también lo es la idea de que Francia es una oligarquía racista en la que las élites masculinas decadentes tratan a las mujeres como objetos sexuales. Aunque, desde luego, resulta interesante ver cómo se sacuden un poco los viejos estereotipos transatlánticos.
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DOMINIQUE STRAUSS-KAHN
A corto plazo, parece que (suponiendo que se desestimen todos los cargos contra él, por supuesto) Strauss-Kahn puede tener una oportunidad para volver a la política francesa. Antes de su detención, era prácticamente el favorito para ser candidato presidencial del partido Socialista, e incluso ahora, el 49% de los votantes franceses y el 60% de los partidarios socialistas dicen que quieren que regrese al escenario político. El partido no ha descartado aún la posibilidad de que pueda ser su candidato para las presidenciales de 2012.
Dicho esto, es difícil no pensar que, aunque Strauss-Kahn salga impune, su carrera política ha sufrido un daño irrevocable. Las acciones judiciales, entre otras cosas por la acusación de intento de violación de la periodista Tristane Banon y una posible demanda civil de la mujer de Nueva York, pueden perseguirle todavía durante meses, y ese no es el tipo de titular que el Partido Socialista desea durante una campaña presidencial para la que Sarkozy parece más vulnerable que nunca.
Desde luego, es posible que un Strauss-Kahn rehabilitado siga desempeñando un papel importante entre bastidores en la política francesa, pero su opción a ocupar el palacio del Elíseo parece mucho más lejana que hace dos meses. Y no piensen que va a buscar tratamiento para su afición a los devaneos amorosos, como hizo Anthony Weiner. Los votantes franceses que se pregunten cómo sería tener un presidente más conocido en el extranjero por sus caprichos sexuales que por su política no tienen más que mirar a Italia.
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