miércoles, julio 13, 2011

Pesar subvencionado

Pesar subvencionado

Por Mark A. Pribonic

El 3 de junio de 2011, Carey Dyess, de 73 años, se encontró en medio de un tiroteo en Yuma, Arizona. Cuando acabó el fuego, había 5 personas muertas, incluyendo al pistolero. Casi exactamente cinco meses antes, Jared Loughner, de 23 años había disparado matando a 6 personas y herido a 13 más a 240 millas al este de Yuma en Tucson, Arizona. Entre los heridos estaba la congresista Gabrielle Giffords.

Aunque los tiroteos masivos se produjeron dentro del mismo estado, a solo unos pocos cientos de millas de distancia, las expresiones de pesar colectivo para los dos incidentes no podrían haber sido más distintas. Casi inmediatamente después de las primeras noticias del tiroteo de Tucson, un verdadero coro que incluía al gobernador de Arizona, miembros del Congreso e incluso al presidente cantaba himnos de pesar. Cuatro días después del tiroteo, el Presidente Obama viajó a Tucson, donde presidió una ceremonia nacional en memoria de las víctimas.

Las expresiones públicas de pesar no se limitaban a los cargos públicos: en la mañana del domingo tras el tiroteo, nuestro pastor pidió a la congregación que nos uniéramos a él en rezar por las víctimas y la ciudad de Tucson. Estoy seguro de que fue una oración que se repitió en iglesias de todo el país ese domingo por la mañana.

Pero en los momentos posteriores a los asesinatos de junio en Yuma, el coro que cantaba tan bellamente por las víctimas de Tucson aparentemente perdió la voz. Las profundas penas desaparecieron y el salón para la ceremonia en su recuerdo quedó vacío. En la iglesia el siguiente domingo, nuestro pastor presidió a la congregación en oraciones que no dijeron ni una palabra acerca de la gente en Yuma, Arizona. Ni el presidente ni el gobernador pudieron siquiera encontrar el tiempo o el dinero para enviar una carta de pésame.

La tragedia también golpeó esta primavera en forma de violentos tornados que mataron a cientos y destruyeron propiedades más allá de lo reconocido. Una de las áreas habitadas donde la muerte y la destrucción fueron más severas fue Joplin, Missouri. Como vimos tras los tiroteos en Tucson, el Presidente Obama, actuando como un perseguidor de ambulancias financiado por el contribuyente, visitó las ciudades para observar los efectos de los tornados de primera mano. El Presidente se las arregló para volar miles de millas a través del Océano Atlántico, donde estaba participando en una reunión de las élites, para expresar sus condolencias a la gente de Joplin. Les dijo que el resto de país no olvidaría a su ciudad hasta que fuera restaurada.

Dos días después del de Joplin, se produjo una serie de tornados en el área de Oklahoma City, matando al menos a cuatro personas y destruyendo millones en propiedades. Aunque estaba en la Casa Blanca, el presidente no pudo encontrar tiempo en su agenda para volar unas horas a Oklahoma a mostrar su preocupación.

Estas comparaciones no son triviales. ¿Por qué algunas muertes cosechan visitas presidenciales y (más importante) dólares del contribuyente para la reconstrucción y la memoria, mientras otras no? Como explico a mis alumnos de economía, la explicación debe estar en los costes y beneficios marginales del pesar.

¿En qué momento el siguiente homicidio o la siguiente casa destruida obtienen la atención del gobierno? En Yuma, si hubiera muerto una persona más, ¿se habría reunido el coro a cantar? O si hubieran perecido 10, 20 o 100 en las tormentas de Oklahoma, ¿habría visitado el presidente esa ciudad?

De acuerdo con la Federal Emergency Management Agency (FEMA), para que las personas afectadas por una tragedia reciban asistencia federal del contribuyente, el presidente debe declarar antes a su tragedia como un “gran desastre”. Los residentes de Joplin entran en éste, mientras que gente en otras áreas que sufrieron pérdidas de vidas y propiedades, no. ¿No es pérdida de la casa en Oklahoma City igual de trágica para su propietario como en Joplin y otros pueblos golpeados por tormentas violentas?

Las prestaciones de la asistencia del contribuyente van más allá del individuo: compañías de seguros que estarían en la picota por miles de millones en obligaciones contractuales se ven exentas de pagar ciertas facturas.

La reparación de una casa destruida por vientos violentos es responsabilidad de propietario y la compañía de seguros. Pero si la misma casa se ve arrasada junto con cientos de otras en su proximidad, se convierte entonces en responsabilidad de los contribuyentes, aunque la pérdida personal no sea mayor que la de la casa aislada. ¿Es la 49ª casa destruida en la manzana o la 50ª la que determina si las aseguradoras o los contribuyentes cubren las pérdidas?

Vimos este mismo concepto de pesar marginal tras el 11 de septiembre de 2001. Los parientes de los que murieron por los aviones estrellados y los edificios derrumbados recibieron indemnizaciones por muerte del Tesoro. Sin embargo muchos perdieron sus vidas el mismo día en accidentes, pero las únicas indemnizaciones que recibieron sus seres queridos vinieron de las pólizas de vida de los fallecidos.

Debe considerase la perversión acusada por el patrocinio del pesar por el gobierno. Una familia aplastada en su sótano esperando la llegada de una tormenta destructiva debe esperar que, si se destruye su casa, también se destruyan muchas más. Igualmente, si uno afronta una situación potencialmente mortal, puede esperar que muchos otros sigan su destino en el mismo tiempo y lugar, porque así sus herederos recibirán mayores indemnizaciones.

Solo un gobierno que se fija en las ganancias políticas y se financia con una oferta inacabable de aportaciones de los contribuyentes puede marginalizar la tragedia individual de esa manera.

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