El euro: Su inevitable final
Por Juraj Karpis.
El proyecto político del euro esta en graves problemas. Parece que la maldición de Friedman está empezando a materializarse. A pesar de que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional prometan tres cuartos de billón de nuestros euros para apagar el incendio de la crisis de la deuda, los tipos de interés sobre las problemáticas deudas soberanas son incluso mayores que antes del anuncio de los fondos de rescate. No es que esto sea una sorpresa para nadie.
Otro préstamo a un país ya sobreendeudado no es una solución real a sus problemas (algo que los inversores privados saben muy bien). Es solo una muy cara compra de tiempo para quienes resultan tener los bonos y se preguntan qué hacer. Durante este tiempo comprado, uno puede pretender que el problema desaparecerá gracias a un crecimiento económico repentino y milagroso. Irlanda fue rescatada. Portugal fue rescatado. Para Grecia, un rescate no fue suficiente.
Ahora, solo un año después, Grecia está pidiendo de nuevo la tarjeta de crédito de la Europa común con el fin de mantener el nivel de vida al que de acostumbraron gracias al euro y al cual es muy difícil renunciar. Grecia es un ejemplo perfecto de las consecuencias de la garantía implícita de rescate de otros estados miembros de la UEM. Un país al borde de la suspensión de pagos con una relación deuda-PIB de más del 150% (incluso tras medidas “radicales” de austeridad) que hace público un déficit de las finanzas públicas del 10,5% del PIB en 2010.
Sigue reapareciendo una pregunta preocupante: ¿Qué ocurrirá con la remendada red de seguridad si los elefantes de Italia o España caen en ella? ¿Aguantará? ¿O será mejor para Alemania y otros países que la sostienen abandonarles para evitar que les arrastren también al abismo de la suspensión de pagos?
Hoy los eslovacos ya no somos solo espectadores no implicados, viendo con interés cómo se desarrolla el drama del euro. Desde 2009, los problemas del euro son también nuestros problemas y ahora nuestras fichas están sobre la mesa. Cuando veamos conferencias de prensa que anuncian nuevos y mayores paquetes de rescate, dividamos las cifras por 100 y descubriremos cuánto nos costará la “solidaridad” europea.
Mencionar la solidaridad mientras se rescata a países con una política fiscal irresponsable (y bancos equivocados por la ilusoria política de dinero fácil del BCE) deja mal sabor de boca a los eslovacos. Este tipo de “solidaridad” no está permitida por el recientemente ratificado Tratado de Lisboa. Además, el trabajador eslovaco solo puede soñar con una pensión al nivel de las griegas y el propio sector bancario de Eslovaquia tuvo que reestructurarse hace solo una década con un enorme coste (mas del 10% del PIB). ¿Y ahora, como segundo país más pobre de la UEM, esperan que enviemos dinero para pagar a los funcionarios portugueses y salvar a los bancos franceses por sus erróneas inversiones en Irlanda?
No hubo mucho debate acerca de la adopción del euro en Eslovaquia. El deseo de políticos, expertos y público en general de adoptar el euro tan pronto como fuera posible es sencillo de entender. Se suponía que el euro nos protegería de nuestros propios políticos, que demostraron claramente de lo que eran capaces a finales de la década de 1990. Y también era halagüeño ser finalmente un líder al menos en algo respecto de nuestros vecinos postcomunistas. Pero este deseo nublaba nuestra percepción del club al que íbamos a unirnos.
Si, la divisa común tiene sus ventajas y el nacionalismo económico es caro y económicamente indefendible. Pero muchos ignoran la pregunta clave de la calidad de la moneda: ¿Qué respalda la moneda y quién controla su producción? Por temor a otro fracaso de nuestra clase política, olvidamos que el euro no es un patrón oro que quede fuera del alcance y control de los políticos, sino solo un proyecto político mayor y más complicado con todos los males que aquejan a este tipo de estructura planificada centralizadamente. El hecho de que un político hable francés o alemán no le hace un agente moralmente prístino libre de cualquier interés creado.
Gracias a su componente institucional, el euro es un recurso común utilizado por los países de la UEM. El control de la producción del dinero y todas las prestaciones asociadas se han trasladado de los gobiernos nacionales al espacio supranacional protegido platónicamente del eurosistema. De repente, resulta posible cubrir los déficits en las finanzas públicas con euros recién creados, mientras que los costes de este proceso (en forma de inflación de precios, diversas burbujas de activos y una estructura deformada de producción) no recaen en el país irresponsable sino en todos los miembros del club.
Los eslovacos tienen una experiencia histórica muy intensa con los recursos comunes. Para ellos, la tragedia de los comunes no es solo un concepto económico abstracto y el dicho “Quien no roba, roba de su familia” muestra una comprensión pública íntima de todos los problemas que producen los derechos de propiedad mal definidos o defendidos. Se suponía que las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento regularían la parte común del euro, pero los países implicados simplemente han ignorado las normas, haciendo del pacto un manifiesto de impotencia.
Con la aparición de la crisis financiera, se evaporó a ilusión creada por el dinero recién creado y los préstamos baratos no respaldados por el ahorro. Las pérdidas por malas inversiones (junto con las reducciones necesarias en los patrones de vida o los profundos recortes en generosas prestaciones sociales) son dolorosas pero inevitables. Los cambios en las reglas de juego del euro (la creación del Mecanismo Europeo de Estabilización con el añadido de un nuevo artículo al tratado de Lisboa) deberían permitir un traslado de las pérdidas de los lugares en que se originaron a los contribuyentes en otros países.
La Unión Europea está cambiando ante nuestros propios ojos a un mecanismo de redistribución de riqueza entre países. La potencial suspensión de pagos de un estado miembro se asocia automáticamente (e ilógicamente) con el fin de la unión o incluso una potencial guerra en Europa por parte los representantes de la UE. Sin embargo, casi nada excita más las pasiones nacionalistas que las transferencias no equitativas de riqueza. Y un aumento del endeudamiento entre los países relativamente menos ricos abandonados en el esfuerzo por evitar las inevitables suspensiones de pagos no ayudan a la fortaleza del euro.
Después de 2013, como parte del Mecanismo Europeo de Estabilización, se prevé que Eslovaquia garantice deuda hasta casi seis mil millones de euros (una quinta parte de la deuda pública actual). No encontraremos riesgos como éstos en el análisis DAFO eslovaco previo a la entrada en la UEM. Tampoco encontraremos allí explicaciones acerca de posibles quiebras públicas y ventajas fiscales permitidas por la disposición institucional del eurosistema. Veíamos el euro como queríamos verlo, no como realmente era. Irlanda se presentaba como el modelo de los efectos positivos de la moneda común europea, no como un tigre celta con los esteroides de una política monetaria europea irresponsable. La evidencia del mal uso del euro para una política fiscal irresponsable estaba delante de nuestras narices y a pesar de las constantes vulneraciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, nadie declaró responsables a los países fiscalmente insensatos. Nadie tenía que pagar.
A pesar de que ya hemos tomado la decisión y el euro ya está en nuestros bolsillos, aún no es demasiado tarde en Eslovaquia para centrarse en los asuntos que no preocuparon lo suficiente en la discusión optimista previa a la entrada en el euro. Al menos entenderemos mejor lo que está ocurriendo con nuestro dinero estos días.
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