Tú y el Estado. El anarcocapitalismo contractualista de Jan Narveson
Tú y el Estado. Política y anarquía. Escrito por Gorka Echevarría Zubeldia. La mayoría de los textos de filosofía política que se pueden adquirir en las librerías predica un modelo de sociedad colectivista que ve en el Estado el redistribuidor que impondrá la tan necesaria justicia social. You and the State, del filósofo Jan Narveson, parte de la premisa contraria: el Estado es el problema, un obstáculo para que nuestras sociedades sean más libres.
Narveson, autor de una de las más brillantes obras sobre el pensamiento liberal: The Libertarian Idea, es un avezado defensor de la libertad y, por tanto, un critico de la democracia. “El Estado democrático moderno es enemigo de la libertad”, afirma sin ambages Narveson. Frases como ésta dicen mucho del coraje intelectual de este canadiense, sobre todo si se tiene en cuenta que en el ámbito del pensamiento político la estatolatría es la religión de moda.
A juicio de nuestro autor, ninguna democracia se ha tomado en serio el derecho de propiedad; es más han favorecido el expolio de la gente al amparo del “bien común”, denuncia.
Si la gente vota en función de sus creencias y no se ve en la necesidad de comprender cómo funciona el sistema y de analizar las distintas opciones que se le presentan, el resultado puede ser nefasto, advierte Narveson. Si a esto le añadimos que el voto vale más bien poco y que los políticos prefieren atender a los grupos de presión, principalmente porque éstos están mejor organizados y porque el resto de la sociedad no se hace a la idea del coste que acarrea el primar a los lobbies, se comprenderá mejor por qué Narveson dice que el sistema deja bastante que desear.
Los políticos se afanan por prometer muchas cosas, y para cumplirlas necesitan mucho dinero, y para conseguir mucho dinero lo que hacen es poner muchos impuestos. La promesa más socorrida es la de igualar las rentas, porque tiene más tirón que la búsqueda de la libertad. Los que prometen más bienestar para todos comienzan por meter la mano en el bolsillo de los que trabajan y por asegurar que ese dinero se destinará a los más necesitados; que luego no sea así, y que las sociedades donde más se insiste en redistribuir la renta sean las más pobres, no es algo que importe mucho, porque lo que venden los políticos es mero humo.
“Cuando un consumidor tiene creencias erróneas sobre lo que comprar, quien paga la cuenta es él –dice Narveson, citando a Bryan Caplan, de quien ya nos hemos ocupado en este suplemento–. Cuando el votante sostiene creencias equivocadas sobre la política del Gobierno, es a toda la población a quien le toca pagar la factura”. Tomen buena nota.
El liberalismo, en cambio, pretende que el Gobierno gobierne sin interponerse en el camino que separa a la gente de los objetivos que persigue. De ahí que no acepte que la democracia no tenga límites, ni que las constituciones que permitan casi todo: por ejemplo, arrebatar su casa a un individuo para cumplir con tal o cual función social.
“El liberalismo sostiene el derecho de todos a la mayor libertad compatible con el mismo derecho para todos”, recuerda Narveson; y añade: el liberalismo no puede aplaudir que nos esposemos al ordenador para darle el 50% de nuestro salario al Estado, porque eso se asemeja bastante a una condena a galeras.
El Estado del Bienestar recorta los derechos individuales y los sustituye por el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda, etcétera. Estos derechos de nuevo cuño contribuyen a subvertir el orden social porque conceden al Estado el derecho a quitar a unos para dar a otros.
Para los liberales, en cambio, el derecho a la salud no significa que unos deban pagar los costes de la atención sanitaria en que incurren otros; todo lo contrario: significa que nadie puede atentar contra la salud de un tercero. En cuanto a la educación, la gente acepta que sus hijos sean adoctrinados con asignaturas como Educación para la Ciudadania y forzados a estudiar durante largos años, valgan o no para ello, aunque el resultado sea que luego no sepan realizar ningún trabajo y precisen de una carrera universitaria e incluso de un máster para empezar a ser productivos. Y todavía pretenden forzarnos a dar las gracias al Estado protector…
También nos protege el Estado, con sus incontables leyes, del capitalismo, que es tan salvaje que necesita ser metido en cintura. Eso nos dicen los estatistas, para quienes papá Estado y su afán por el “bien común” nada tienen que ver con el paro, o con lo difícil que resulta pagar la hipoteca o hacerse con un patrimonio suficiente para ir tirando…
Ante este panorama, Narveson se presenta como un adalid del capitalismo anarquista, el anarcocapitalismo, que aboga por la supresión del Estado y por que las sociedades estén organizadas de tal modo que hasta la seguridad y la justicia se atengan a las leyes del mercado. En un apasionante capítulo final, Narveson presenta de forma condensada los argumentos más potentes de esta teoría, sin duda sugerente pero lejos de ser factible en un futuro próximo, dado el imponente grado de intervencionismo que padecemos. Ahora bien, los anarcocapitalistas tienen un buen punto frente a los liberales partidarios del Estado Mínimo, es decir, de un Estado que se limite a proteger la libertad, la vida y la propiedad de los individuos: todos los intentos de contener la expansión del poder político han sido tan infructuosos como utópicos, y probablemente sea siempre así.
El mensaje de You and the State es duro pero auténtico, apasionante y realista. Si este libro se tradujera al español y fuera utilizado como manual de Derecho Político en nuestras universidades, probablemente el número de personas engañadas por el sistema vigente se reduciría notablemente… y aumentaría en la misma medida el de quienes sostienen que el Estado no es la solución.
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