Unión Monetaria: la bomba de tiempo europea
La eurozona se acerca cada vez más a la predestinada unión fiscal. Pero los escépticos no deberían cantar victoria, porque el caos también alcanzará a Gran Bretaña.
Por fin, una crisis de verdad. La operación de rescate franco-alemana para la eurozona era inevitable por la simple razón de que el Armagedón nunca llega a ocurrir. Nicolas Sarkozy y Angela Merkel de nuevo han remendado juntos otro rescate "temporal" para los griegos y lo harán también para los portugueses y los irlandeses si es necesario. Los contribuyentes alemanes pagarán las cuentas de los griegos y ayudarán a los bancos europeos, mientras siguen beneficiándose de un interés del 20% en sus préstamos soberanos. El poder siempre gana, mientras tenga a otro que pague.
Otra crisis más intrigante estalla en Gran Bretaña. El canciller George Osborne demostró un gran cinismo al abandonar su oposición a una Europa de "dos velocidades" y exigir que la eurozona llegue con prontitud a una unión fiscal, con Gran Bretaña claramente al margen. Afirmaba que únicamente una unión de este tipo impondría una disciplina a las naciones deudoras y de este modo se evitaría la anarquía bancaria que salpicaría a la economía británica. Gran Bretaña no participaría en ningún rescate, pero se basaría en la eurozona para seguir su camino hacia una unión más estrecha.
Puede que Osborne sea cínico, pero tiene razón en su análisis histórico. El último rescate griego supone para la Europa continental el momento en el que se ve obligada a dejar de ser una federación disgregada para convertirse en un Estado unitario frágil. Si la política europea va a estallar y a volver a la xenofobia, al control de las fronteras, a las limpiezas étnicas y a los boicots comerciales, lo hará ahora. Se trata sin duda de un momento decisivo.
Hay que hacer que los griegos paguen sus impuestos
Desde los inicios de la Unión Europea, después de la Segunda Guerra Mundial, la aparición de un momento así era el mayor de los peligros. Mientras las monedas nacionales pudieran moverse con flexibilidad en un ambiente de libre comercio, la economía política de Europa tan diversa podría disfrutar de una "geometría variable". La válvula de seguridad de la devaluación permitía a los países ajustarse con el tiempo. Sus características autonomías y culturas políticas podrían sobrevivir.
Esa válvula de seguridad ahora se está apagando. Enormes subvenciones fluyen de los países más ricos a los más desfavorecidos dentro de la eurozona para pagar las facturas de los Gobiernos, apoyar proyectos y financiar deudas soberanas. De paso llegan la intervención burocrática y la disciplina fiscal. Esto implica impuestos armonizados, aplicación de leyes armonizada, normativas armonizadas y gobierno armonizado, mientras el electorado no tiene mucha influencia en ello. Una vez que se introdujo la unión monetaria en 1999, el resto era cuestión de tiempo.
Cada paso hacia una "unión cada vez más estrecha" ha generado una reacción más fuerte. Si no se supera la prueba, el resultado será la destrucción. Hay que hacer algo para que los griegos paguen sus impuestos o los alemanes se negarán a pagar sus subvenciones. Tal y como expone Osborne, los eurobonos son necesarios, pero éstos impondrían que Alemania respalde las deudas de los Estados del sur, lo que implica que estos Estados acepten una "política económica de diseño alemán".
La desconfianza supera a la confianza
Bruselas debe fijar objetivos de gasto público y fiscalidad en los Estados más débiles o las quiebras bancarias acabarán echando por tierra el inestable equilibrio económico de Europa. Pero los intentos que ya ha hecho Bruselas para imponer un impuesto corporativo uniforme se tambalean. Entonces ¿cómo podría mantenerse en pie una auténtica unión fiscal?
Ya hemos comprobado cómo las demandas del eje franco-alemán y del FMI han molestado con furia a los países con problemas. Los griegos se rebelan ante su humillación y los alemanes se rebelan por su generosidad. En toda Europa se desvanece el antiguo consenso a favor de la UE. Los eslovacos se han negado a participar en el rescate del euro y han sido acusados por la Comisión de haber cometido una "infracción de solidaridad", unos términos que recuerdan a la antigua Unión Soviética.
El último eurobarómetro de la opinión pública demuestra por primera vez que la desconfianza general en la UE supera a la confianza, sobre todo en Gran Bretaña, Alemania y Francia. Las encuestas revelan que cada vez menos países consideran positiva la pertenencia a la Unión, con muestras de oposición más firmes cuanto más al norte nos dirijamos.
La "unión más estrecha", una fantasía
Es un mal presagio que la política del euroescepticismo se fusione con las antiguas líneas históricas. Cuando la UE era una unión comercial sólida, contó con el respaldo de la Europa protestante del norte. A medida que se desviaba hacia la ortodoxia institucional y las fuertes transferencias transfronterizas, empezó a ser atractiva para el sur de la Contrarreforma. El altisonante lenguaje del primer borrador del Tratado de Lisboa de Valéry Giscard d'Estaing era similar al de una encíclica papal.
Al igual que antes de la Reforma, los impuestos de Europa del Norte para mantener las subvenciones y las deudas de la madre iglesia duraron un tiempo, pero no podían durar siempre. Puede que los contribuyentes alemanes rescaten a los griegos, porque la mitad de las deudas griegas las han contraído con bancos extranjeros. Pero estos contribuyentes no rescatarán también a los portugueses, a los españoles y a los italianos.
El intento de reinstauración del Sacro Imperio Romano está condenado al fracaso. En breve, las tesis de Lutero no se clavarán en las puertas de Wittenberg, sino en el palacio de Berlaymont en Bruselas. La "unión cada vez más estrecha" siempre fue una fantasía peligrosa, un imperialismo desde arriba fraguado en las mentes sobrealimentadas de los cardenales de una fe paneuropea.
Una orgía xenófoba a la que Gran Bretaña no será inmune
La UE pensaba que podía negar la realidad política. Su arrogancia estriba en la creencia de que en cierto modo la unión monetaria podía dejar intacta la identidad nacional, que un Parlamento Europeo corrupto podría ofrecer suficiente responsabilidad democrática. Ahora, los buenos tiempos llegan a su fin, esa responsabilidad no puede validar las atroces disciplinas que deben imponerse a las naciones deudoras.
La enérgica democracia doméstica es la única fortaleza de los Estados europeos de la posguerra. No bastará con una disciplina distante. El intento de imponer una unión fiscal en toda Europa producirá su desaparición. Pero donde se equivoca Osborne y su estilo de escepticismo obviamente es en aceptar con agrado esta desaparición. Cuando la unión monetaria llegue al límite y se desencadene una orgía de xenofobia, Gran Bretaña no será inmune al caos.
Los Napoleones de bolsillo que se embarcaron en esta empresa pueden vivir su Waterloo. Pero la economía de Gran Bretaña no escapará a la carnicería. La unión monetaria, siempre inviable, ha desatado un desastre europeo.
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