Y el ganador es: ninguno
EE UU queda como claro perdedor de una crisis que no beneficia a nadie
ANTONIO CAÑO | Washington
Con un acuerdo en el horizonte para evitar la suspensión de pagos, llega la hora de decidir quiénes son los ganadores de esta crisis. Aunque las principales exigencias de los republicanos han sido aceptadas y Barack Obama y los demócratas son quienes más han cedido en la búsqueda de una solución, eso puede no traducirse automáticamente en una posición ventajosa de los primeros con vistas a próximas citas electorales. Esta es una crisis compleja que los ciudadanos pueden juzgar desde diferentes ángulos y con imprevisibles resultados.
Obama ha cedido claramente en el principio de aceptar recortes de gastos sociales sin una compensación de aumento de impuestos a los ricos. Es de esperar en los próximos días una ola de furia de parte de la izquierda por esa razón. Pero el Partido Republicano ha transmitido una imagen de radicalismo e irresponsabilidad que genera dudas sobre su capacidad para gobernar y puede alejarle de los votantes independientes. Atrapado en las redes del Tea Party, la unidad del partido se ha visto amenazada y sus principales líderes, particularmente el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, se han debilitado.
El perdedor indiscutible, por el momento, es el propio Estados Unidos, que ha vivido una especie de Vietnam político en el que ha quemado prestigio como país, credibilidad como gran potencia y solvencia como patrón económico de referencia. El mundo tiene hoy todo el derecho a preguntarse: si la clase política norteamericana se comporta así en un asunto de vital trascendencia para sus propios intereses, ¿se puede dejar en sus manos otras decisiones cruciales para la estabilidad internacional?
Las naciones no alcanzan la categoría de potencias dominantes solo por poseer grandes economías o poderosos ejércitos. Es preciso también que actúen acorde con los intereses genéricos del resto de los países, a favor de la prosperidad y de la paz mundial. Esta crisis ha desatado dudas razonables de que, en su actual situación política, EE UU sea capaz de hacerlo, por lo que las consecuencias más graves de lo ocurrido aquí en las últimas semanas pueden sentirse en los años venideros.
Lo que probablemente quedará de esta crisis no serán los cruces de acusaciones y amenazas entre un lado y otro del arco parlamentario. Lo que quedará, aunque se evite en última instancia la tragedia de la suspensión de pagos, es la impresión de una clase política incapaz de responder a intereses globales. Para los enemigos de EE UU, esta será una fecha que anotarán en el calendario como uno de los hitos que marcó el declive de este país.
No se siente aún así en EE UU. La precipitación por responder a las presiones inmediatas obliga por el momento a ambos partidos a limitar los daños propios y agravar los del contrario. La campaña electoral empieza dentro de seis meses y va a ser muy importante la interpretación que los electores hagan de lo que ha ocurrido en Washington en estos días. Sobre el papel, es un éxito indiscutible de los republicanos. El simple hecho de que Obama haya tenido que aceptar condiciones para la elevación del techo de deuda, un procedimiento que se ha hecho 77 veces en los últimos 50 años sin que nadie reparara siquiera en su existencia, es una gran victoria de los conservadores.
Pero, además, esas condiciones, por lo que se conoce del acuerdo, recogen esencialmente la filosofía republicana y contradicen las promesas del presidente. Hace exactamente una semana, cuando Obama se dirigió a la nación por televisión, todavía defendió la necesidad de "pedir a los norteamericanos más ricos y a las corporaciones más grandes renunciar a algunas de sus ventajas fiscales y deducciones especiales". Por el momento, no hay ninguna de esas renuncias en el pacto hecho con los republicanos. Esto va a confirmar, ante los ojos de la izquierda, que Barack Obama es un presidente blando y excesivamente conciliador. "Siempre empieza las negociaciones situándose a mitad de camino, y a medida que el otro se corre a la derecha, él le sigue en esa dirección", se quejaba ayer el economista Paul Krugman.
La esperanza de la Casa Blanca es que esa condición, que la izquierda ve como un defecto, sea considerada virtud por el público en general. La opinión pública quería un acuerdo. Así lo decían explícitamente las encuestas. Si ese acuerdo es mérito de la flexibilidad de Obama o de la firmeza de los republicanos, queda para un juicio posterior.
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