viernes, agosto 19, 2011

La incierta contienda electoral en México

Análisis & Opinión

La incierta contienda electoral en México

Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

  • Lun, 08/15/2011 - 12:59

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Yo no se quién va a ganar la contienda presidencial del año próximo en México, pero sí se que once meses en estos asuntos son una eternidad. Nada está escrito y todo son posibilidades. Siguiendo sus circunstancias y peculiaridades, cada partido está construyendo sus opciones.

Es lógico que haya unidad en el PRI, porque para sus miembros regresar es lo único que importa. Lo contrario es cierto en el PRD, donde su historia es más un obstáculo que un activo. Igualmente natural es que el PAN viva la mayor efervescencia porque ahí se combina la presencia del presidente con un amplio número de aspirantes. Al final del día, nada de eso es relevante: lo crucial es quién será capaz de conquistar a un electorado cada vez más escéptico y, sobre todo, concentrado no en quién va a ser, sino en qué hay que hacer.

El país se encuentra en una encrucijada que, aunque falsa en su esencia, domina la discusión política. Hace 50 años, el llamado “desarrollo estabilizador” comenzó a hacer agua: la economía perdió dinamismo y ninguna de las recetas tradicionales –gasto, inflación, deuda, protección, subsidios- resolvió el problema. Nos llevó 20 años entender que era indispensable replantear la estructura de la economía para convertir a la planta productiva en una fuente de riqueza, estabilidad y desarrollo.

Se llevaron a cabo muchos cambios estructurales, pero nunca se logró una transformación cultural: de las creencias, visiones y concepciones. El resultado es que mejoraron muchas cosas pero no cambió el país. Mientras las exportaciones funcionaron (la esencia de la nueva estructura), la economía logró un dinamismo respetable aunque no espectacular. Tan pronto se presentó el primer obstáculo (la crisis del 95), el debate político retornó a lo de antes: cómo cerrar, cómo proteger, cómo restaurar. La contienda presidencial que viene ha comenzado en ese mismo tenor.

El fracaso de los últimos tres gobiernos radica esencialmente en su incapacidad e indisposición para construir un nuevo sistema político, adecuado a las circunstancias y susceptible de llevar a cabo la transformación que el país requiere. No ha habido claridad de rumbo, liderazgo o estrategia. Lo mínimo que la ciudadanía espera es un gobierno capaz de crear un entorno de seguridad, un gobierno con visión integral de desarrollo y un gobierno con la capacidad para llevarlo a cabo.

Las viejas recetas no resuelven los problemas que afectan a la población y que se resumen en tres: seguridad, crecimiento económico y empleo. Estos tres temas yacen en el corazón del entuerto y no se resuelven con mayor autoritarismo, el control de las cámaras por el partido en la presidencia o la presencia de un cacique iluminado en Los Pinos. El país requiere una nueva manera de gobernarse, una nueva concepción del poder y un enfoque idóneo a la realidad actual para su desarrollo económico. Intentar restaurar un pasado que dejó de funcionar es absurdo y contraproducente. La lección de los pasados cincuenta años es muy simple: si no queremos el mismo resultado tenemos que hacer algo diferente. O, puesto en otros términos, no se puede construir un país estable y viable con el andamiaje autoritario de antaño, es decir, con el mundo de privilegios y prebendas que nos caracteriza. Esa contradicción yace en el corazón del desaliento y desesperanza que aqueja a todo el país.

En su libro sobre el desarrollo comercial en India, Rama Bijapurkar habla de un equipo de futbol que es, dice, experto en “robarse la derrota de las garras de la victoria”. Lo mismo le podría pasar al PRI en la presidencia o al PRD en el DF. No tengo duda que, al día de hoy, el PRI tiene la elección al alcance de la mano. Tampoco tengo duda que, como con el equipo de India, igual la gana que la pierde. A diferencia de los años del PRI duro, hoy ya nadie tiene certezas electorales y en eso hemos experimentado un cambio radical. Tampoco es evidente cómo afectan los alineamientos de los poderes fácticos: hoy cualquiera de los tres partidos grandes puede ganar. La pregunta es qué es lo que determinará la victoria y la derrota en esta ocasión.

Alcanzar la victoria va a requerir al menos la conjunción de tres factores: liderazgo creíble, proyecto convincente y estructura organizacional. Cada uno de los partidos y potenciales candidatos aporta algún activo, pero ninguno satisface el conjunto. La presencia mediática en los últimos años confiere algunas ventajas, pero ciertamente no es suficiente. Al menos entre líneas, las encuestas muestran a una población harta de la falta de opciones y de la ausencia de claridad de rumbo. Lo peor es que la vieja cantaleta de los países pobres y ricos ya no es persuasiva: hoy los países ricos están en crisis y los antes pobres crecen de manera sistemática. Más importante, han logrado generar un espíritu positivo y optimista entre sus ciudadanos. El mensaje es brutal: México tiene que completar su transformación estructural y cultural porque ninguna de las dos es suficiente. Y para ello se requiere un liderazgo creíble: susceptible de convencer y construir un nuevo camino. No hay caso exitoso sin liderazgo competente e inteligente.

Pero ese liderazgo también tiene que traer consigo un proyecto convincente tanto en su vertiente económica como en su estrategia de instrumentación. Aunque hay matices y estrategias particulares que distinguen lo que ha impulsado al desarrollo a los diversos tigres y jaguares asiáticos, latinoamericanos y ahora hasta africanos, la realidad es que el camino hacia el desarrollo es conocido y no muy contencioso. Lo complejo es adoptarlo e instrumentarlo. Nuestro problema es que las sociedades autoritarias (como China), las democráticas (como Brasil) y hasta las complejas (como India) han logrado avanzar hacia el futuro mientras que nosotros seguimos en las disputas por el poder de antaño. Nuestro reto es menos de definición que de instrumentación y eso requiere una estrategia de transformación política.

El fracaso de los últimos tres gobiernos radica esencialmente en su incapacidad e indisposición para construir un nuevo sistema político, adecuado a las circunstancias y susceptible de llevar a cabo la transformación que el país requiere. No ha habido claridad de rumbo, liderazgo o estrategia. Lo mínimo que la ciudadanía espera es un gobierno capaz de crear un entorno de seguridad, un gobierno con visión integral de desarrollo y un gobierno con la capacidad para llevarlo a cabo.

El fin de la era del PRI dejó como fardo un sistema ineficiente para la toma de decisiones y encumbró a un conjunto de entidades, grupos, sindicatos y empresas que han terminado por paralizar al país. La paradoja es que acabamos con una estructura sin contrapesos democráticos pero con vetos por doquier. Cualquier pretensión seria de gobernar tendría que comenzar por plantearle al electorado una estrategia convincente en esta dimensión y eso, en esta era, implica no una estrategia partidista sino una coalición de fuerzas y capacidades: los políticos y tecnócratas más experimentados y con una visión integral, susceptible de arrojar resultados muy distintos al final del próximo sexenio.

Estado de encono

Análisis & Opinión

Estado de encono

Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

  • Jue, 08/18/2011 - 12:23

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“En la Piragua apuñalaron a tres muchachos la otra noche”; “no pases por Zapata y G, que están asaltando”; “un ex policía mató a un menor de edad por robarle unos mamoncillos”; “a Centro Habana, ni se te ocurra entrar después de las diez”.

Estas son algunas de la frases que componen nuestra propia y alternativa crónica roja, parte del flujo informativo sobre la violencia que los medios oficiales no reflejan.

Hay una crispación latente que no estalla en una protesta frente a la Plaza de la Revolución ni en una acampada ante el Consejo de Estado, sino que se canaliza en el punzón que entra en la piel durante los carnavales y en la cabilla que se hunde en el hombro en una bronca tumultuaria.

Esta irritación permanente –imputable no solo al calor– hace saltar las navajas en los sitios más impredecibles y hasta levantar los puños a los chiquitines que deberían estar jugando pacíficamente. Un estado de encono que los turistas apenas si notan, rodeados de las fingidas sonrisas de los que quieren alguna propina.

Hace unos días, dos mujeres se tironeaban de los cabellos por subir a un taxi colectivo, un inspector de ómnibus esperaba con un palo a un usuario que se había quejado de su gestión, una madre abofeteaba a su hijo porque se ensució de helado la camisa y un cederista santiaguero golpeaba a un opositor hasta partirle la mandíbula.

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué esta furia que se vuelca contra el otro? ¿Por qué este silencio institucional alrededor de hechos ya inherentes a nuestra cotidianidad?

Recuerdo haber estado un par de horas en una estación de policía y sorprenderme de la cantidad de extranjeros que vinieron a denunciar un robo con fuerza. Unos tras otros llegaban y el oficial de guardia se ponía las manos en la cabeza. “Esto es demasiado”, le oí decir.

¿Creen acaso las autoridades de nuestro país que por no mencionar esos riesgos van a hacer que desaparezcan? ¿Pensarán acaso que la inexistencia de un reporte sobre la violencia que azota la ciudad provocará que esta disminuya?

Estoy harta de encender la tele y ver solamente los incidentes que ocurren en las calles de New York o de Berlín. Tengo un hijo de 16 años y quiero saber a los peligros que se enfrenta al cruzar el umbral de nuestra puerta. Basta ya de falsear las estadísticas, manipular los certificados de lesiones, ocultar los resultados de la rabia. Somos una sociedad donde el golpe y el grito han sustituido a la palabra. Confesémoslo y empecemos a buscar soluciones para eso.

Por qué Warren Buffet se equivoca

Análisis & Opinión

Por qué Warren Buffet se equivoca

Jeffrey A. Miron

Director de estudios de pregrado de la Universidad de Harvard y académico titular del Cato Institute. Su blog es http://jeffreymiron.blogspot.com/.

  • Vie, 08/19/2011 - 10:50

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En un artículo reciente del New York Times, Warren Buffett asegura que los extremadamente ricos no pagan suficientes impuestos. Él sugiere que cualquier otro acuerdo acerca del presupuesto debería elevar los impuestos a los muy ricos, especialmente sobre su ingreso “no ganado con trabajo”, como las ganancias de intereses, dividendos y capitales.

Buffett está equivocado. Las políticas públicas malas juegan un papel muy importante en generar ingresos inadecuadamente altos, pero culpar específicamente a los ricos es un error. Y la política que Buffett critica más -tasas tributarias bajas sobre el ingreso por ganancias de capitales- debería ser profundizada, no eliminada.

El primer problema con la opinión de Buffet es que el número de extremadamente ricos es demasiado pequeño como para que las tasas tributarias más altas contribuyan a resolver nuestros problemas con el presupuesto.

En 2009, el ingreso obtenido por los 236.833 contribuyentes con más de US$1 millón en ingreso bruto ajustado fue de US$727.000 millones. Imponer un recargo de 10% sobre este ingreso generaría como máximo unos US$73.000 millones de recaudación adicional -solamente alrededor de 2% del gasto federal. Además, la cifra de US$73.000 millones es optimista; los super-ricos evitarán o evadirán gran parte del impuesto, reduciendo considerablemente su recaudación.

Buffet se equivoca, principalmente al enfocarse en los resultados en lugar de las políticas públicas. La pregunta correcta es qué políticas promueven las diferencias en ingresos que reflejan el trabajo arduo, la energía, la innovación y la creatividad, en lugar de recompensar lo que no es ético, a los que tienen conexiones políticas o a los que son expertos en impuestos.

Enfocarse en los super-ricos también fomenta una actitud contraproducente hacia el éxito material. La manera de promover una sociedad de trabajo, emprendimiento e innovación es celebrar una gran fortuna siempre y cuando esta se ha obtenido de manera legítima. Cuando este no es el caso, la política debería apuntar a las injusticias directamente, no demonizar a todos los que triunfan.

Más importante todavía es que el señalar a los muy ricos nos distrae del verdadero problema: la serie de políticas que no tienen sentido en primer lugar porque inhiben el crecimiento económico y esto redistribuye, simultáneamente, desde los hogares de ingresos bajos hacia las clases media y alta.

La deducibilidad del interés sobre las hipotecas para vivienda fomenta la inversión en exceso en la vivienda. Los contribuyentes con ingresos altos obtienen los beneficios, ya que los contribuyentes con ingresos bajos son dueños de poca o ninguna propiedad y no enlistan deducciones.

El tratamiento favorecido para el seguro de salud pagado por el empleador genera un consumo excesivo de cuidados médicos y contribuye a que los costos de la atención médica sigan subiendo. Los beneficios van principalmente a los hogares de clase media y alta ya que aquellos sin empleo no tienen beneficios provistos por empleadores.

En el código tributario corporativo, varias lagunas jurídicas para industrias favorecidas distorsionan las decisiones de inversión del mercado y recompensan a los que tienen altos recursos o buenas conexiones políticas.

Y no solamente es el código tributario el que perjudica a la economía mientras que favorece a los que están en una mejor situación.

Los requisitos excesivos de licencias, cobros por permisos, evaluaciones restrictivas y otras barreras al ingreso en la medicina, el derecho, la fontanería, las peluquerías y muchas otras profesiones son malas para la productividad de la economía, porque restringen artificialmente la oferta de estos servicios. Y estas barreras redistribuyen el ingreso de manera perversa al elevar los ingresos de los que están protegidos y los precios para todos.

El capitalismo de compadres -el tratamiento especial para industrias favorecidas como la de los autos- opera en contra de la eficiencia económica porque protege empresas que de otra manera fracasarían y mantiene ingresos altos para sus ejecutivos y accionistas.

La doctrina de “demasiado grande para fracasar”, personificada más recientemente en el rescate financiero de los bancos de Wall Street, distorsiona la eficiencia al promover la toma excesiva de riesgos. Mientras tanto, los rescates generan grandes ingresos para los pocos afortunados que mantienen las ganancias durante los buenos tiempos y transfieren las pérdidas a los contribuyentes durante los malos tiempos.

En contraste con estas y otras políticas, la que Buffett critica -impuestos bajos sobre las ganancias de capitales- es algo beneficioso para la economía, incluso para los hogares de ingresos bajos.

Hay un acuerdo amplio entre economistas de que un sistema tributario eficiente debería evitar tributar la renta, los dividendos y las ganancias de capitales para promover el ahorro, la inversión y el crecimiento. Las tasas corporativas sobre las ganancias de capitales deberían por lo tanto ser bajas o incluso 0%. EE.UU. está lejos de este ideal, especialmente dada la alta tasa tributaria sobre el ingreso corporativo y la tributación adicional a nivel personal.

Buffett asegura que tributar las ganancias de capitales nunca ha resultado en que alguien no invierta. Bueno, entonces él nunca ha discutido este asunto conmigo o muchos de mis amigos.

Todavía más importante es que el tributar los retornos sobre la inversión influye de manera importante qué tipos de inversiones se realizan y dónde, incluso si es que el impuesto tiene efectos pequeños sobre las cantidades. Estas distorsiones en las decisiones de inversiones, inducidas por los impuestos, reducen el crecimiento económico. La tributación alta a los capitales de ganancias en EE.UU. espanta la inversión hacia el extranjero.

Así que elevar la tasa tributaria sobre las ganancias de capitales no hará que los ricos paguen su porción “justa”; esto promoverá la fuga de capitales, llevándose con ellos las fábricas y la innovación al extranjero. Los ricos todavía obtendrán sus retornos altos, pero los trabajadores estadounidenses tendrán menos trabajos y salarios más bajos.

Buffet se equivoca, principalmente al enfocarse en los resultados en lugar de las políticas públicas. La pregunta correcta es qué políticas promueven las diferencias en ingresos que reflejan el trabajo arduo, la energía, la innovación y la creatividad, en lugar de recompensar lo que no es ético, a los que tienen conexiones políticas o a los que son expertos en impuestos.

En la economía, como en los deportes, deberíamos adoptar buenas reglas e insistir que la todos las obedezcan. Luego deberíamos apartarnos y aplaudir a los ganadores.

Entre México y Estados Unidos, una frontera porosa

Análisis & Opinión

Entre México y Estados Unidos, una frontera porosa

Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

  • Vie, 08/19/2011 - 11:28

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La creciente presencia de mexicanos en los Estados Unidos (EE.UU.), fruto de una añeja emigración masiva, es y será algo muy controvertido, dadas sus fuertes implicaciones políticas y sociales de largo plazo para toda América del Norte. Los últimos datos dan cuenta del indiscutible punto de giro demográfico por el que atraviesa esta zona. Las cifras son pasmosas y están muy lejos de ser inadmisibles.

Según el censo norteamericano, los EE.UU. en 2010 tenían 309 millones de habitantes, de los cuales 32 eran de origen mexicano (nativos e inmigrantes). Entre 2000 y 2010 la presencia azteca creció 54%: un poco más de 11 millones. Del aumento total de 27 millones de habitantes registrado en EE.UU., el 41% se originó en el incremento de la población mexicana. Y algo también relevante: el incremento de la población latina (de origen no mexicano) “sólo” aumentó 27% (cuatro millones más en tal década).

¿Estamos frente a una colosal incursión mexica, silenciosa, pacífica e irreversible en la gran potencia económica? Sí, pero hay que matizar. La migración mexicana ha crecido aceleradamente y, por lo mismo, es escandalosa para un sector político de Norteamérica, sobre todo en los años de vacas flacas de su economía. Las últimas reformas legales de algunos estados, para frenar y criminalizar el flujo migratorio ilegal, han sido sesgadas medidas en contra de la población de origen hispano (donde los aztecas son mayoría con 10,3%), una reacción xenofóbica y torpe que encabezada por una derecha histérica que apunta a los mexicanos como un peligro.

Que es pacífica esta corriente migratoria, de eso no puede haber duda: los migrantes son hombres y mujeres en busca de empleo, a la noble caza de un futuro económico mejor, el que su país no les garantiza. Y de que es irreversible, pues aquí hay una certidumbre histórica y cultural : en vastas regiones de México, “irse al otro lado” es desde hace muchas décadas algo natural y atractivo para millones de familias. Desde hace un siglo ésta ha sido la tendencia, y en un horizonte de mediano plazo las cosas no van a ser muy distintas, aunque se vislumbren otra vez nubarrones en el futuro económico norteamericano.

La tendencia económica declinante de México es decisiva para entender su diáspora poblacional en las últimas décadas, pero no todo se explica por ella. La compleja geopolítica de la zona tiene su lugar en esto. La frontera porosa, de casi tres mil kilómetros, también ha dejado pasar en años recientes a muchos mexicanos, una minoría, que salen huyendo del clima de guerra imperante en el norte del país.

El mercado laboral mexicano arrastra desde hace dos décadas (a pesar del éxito exportador del NAFTA) un déficit anual de empleos cercano al millón, que se reparte entre el desempleo abierto, la subocupación y, claro, la emigración; sin esta “válvula de escape”, muy probablemente ya hubiera estallado desde hace años una protesta social de signo rebelde. Las falanges juveniles del poder narco y los “ninis” (ni estudian, ni trabajan) son asimismo una parte insoslayable y dramática de este saldo laboral deficitario.

En diez entidades de EE.UU. (entre las más ricas) los mexicanos tienen allí su destino favorito, aunque también incrementaron su volumen en las restantes 41. En Texas, California, Nuevo México, Arizona y Nevada tienen un gran peso, en un intervalo de 20% a 32%; su tamaño absoluto es de 22 millones. Los 11 millones restantes se distribuyen en su gran mayoría sólo en 15 estados.

California merece un escrutinio aparte, que es el estado más rico de EE.UU. Allí la población aumentó entre 2000 y 2010 en 3,4 millones, de los cuales el 88% fue de origen mexicano. En el 2000, ésta representaba el 24% de la población y en el 2010 su peso llegó al 32%. En Los Ángeles nuestros paisanos son el 36%. Y algo muy llamativo, tanto para el análisis académico como para preocupaciones políticas de corto plazo: California es la segunda entidad de América del Norte más poblada por mexicanos (11,4 millones), sólo abajo del estado de México (15,2 millones), la entidad más poblada de la república mexicana.

En 1993, Salinas de Gortari prometió que el NAFTA, suscrito pomposamente con EE.UU. y Canadá, derramaría empleos sin precedente en el lado mexicano. Fue una promesa vana. En su año de estreno, 1994, el NAFTA fue ensombrecido por graves sucedidos políticos mexicanos que dificultaron no sólo su buen arranque, sino que además fueron el epílogo trágico de la arrogante tecnocracia salinista. El “error de diciembre” del 94 provocó en lo inmediato un caudaloso torrente migratorio, sostenido hasta hoy con altibajos, ciertamente, y a pesar de los cercos que Washington ha levantado para frenarlo.

La tendencia económica declinante de México es decisiva para entender su diáspora poblacional en las últimas décadas, pero no todo se explica por ella. La compleja geopolítica de la zona tiene su lugar en esto. La frontera porosa, de casi tres mil kilómetros, también ha dejado pasar en años recientes a muchos mexicanos, una minoría, que salen huyendo del clima de guerra imperante en el norte del país. Este es un hecho nuevo y adverso que drena capitales y habilidades empresariales. Igual se han estado yendo profesionales calificados y otros tantos que sí cuentan con empleos, pero precarios e inestables. Este panorama migratorio novedoso da cuenta de cambios cualitativos alarmantes y, por lo mismo, desafiantes para ambos países.

La masiva movilidad laboral hacia el exterior, legal e ilegal, seguirá su destino tradicional por muchos años más. El éxito exportador del NAFTA, sin eslabones internos firmes, ha tenido como agregado un mercado laboral chato, sin cabida para generar los empleos requeridos. La porosidad demográfica de la frontera norte compensa en parte la anemia de un mercado interno estrecho, por lo sus efectos son paradójicos y reveladores. En efecto, las remesas que envían nuestros paisanos son una importante fuente de divisas, compitiendo con la inversión extranjera y el turismo, que socorren el raquítico mercado interno de un país que los expulsó. Y por otro lado, la magnitud de esas olas migratorias de los últimas décadas denuncian las debilidades endémicas de una economía excluyente y desigual.

La leyenda atribuye al dictador mexicano Porfirio Díaz una frase sumaria y quejumbrosa respecto a nuestros vecinos cercanos, jamás distantes: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Los mexicanos que han encontrado allí genuinas oportunidades oirán esto con asombro, sino es que con una mueca de contrariedad.

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